Los Estados Combatientes y las Guerras de Primavera y Otoño
España. Europa. Y más allá.
Junio de 2012
Parece que fue ayer. Hace entre dos mil novecientos y dos mil doscientos años se vivía en China un período (de siete siglos que hoy dan impresión de brevedad porque las eras ya no son lo que eran) que se llamó de Primavera y Otoño y de los Estados Combatientes. Reinaba la dinastía Chou, primero del Oeste y luego del Este, y fue una curiosa época de crecimiento económico, prosperidad, incertidumbre y guerras interminables Para el gran público, sólo ha sobrenadado al tiempo, las luchas y los príncipes el nombre de alguien que se definió como maestro: Confucio.
Comienzo del tercer milenio. Ahí están Europa otoñal, incapaz de digerir sus esperanzas y logros, enzarzada en taifas, y, por otra parte, las primaveras árabes imprevisibles, temerosas de agostarse y espectadoras de la crisis de países, al norte, cuyo mejor y más libre vivir fue para ellos una referencia que aún, e intensamente, necesitan. En el periódico El Mundo del 5-06-2012, Alicia Delibes firma un excelente artículo titulado ¡Es la Educación, estúpidos! Por azar, pocas páginas después hay otro sobre Rusia y la Unión Europea en el que se cita uno de los sueños de Putin: una zona de libre comercio que abarque de Lisboa a Vladivostok. No se trata de pura utopía, sino de una idea cuyas raíces, en profundidad, se tocan con las de la cuestión educativa. Existe una Europa Humanística con la que tanto Durâo Barroso como Vladimir Putin sueñan, de forma no tan diferente como parecer pudiera. La Rusia de los grandes escritores, pensadores, músicos, ha bebido también en las lejanas fuentes de la Grecia y Roma clásicas, se siente ajena, aunque sí ligada por geografía y comercio, al mundo asiático y oriental. ¿Podría existir en ese gran espacio físico, en la Enseñanza y en todas las enseñanzas, una materia común de Humanidades, rudimentos de latín y griego e Historia de Europa en el más amplio de los sentidos, algo que diera vida, ilusión y sangre a la mortecina unión burocrático-financiera y se asentara sobre el saber y la común herencia cultural?
Primero fue la Europa del Carbón y del Acero, luego la de los Mercados, a continuación la que se quiso Económica y un sí es no es política, que se estira, encoge, desgarra, parchea y tensa como una colcha de retazos de la que, a cada racha fría, cada cual tira para cobijarse. Es tiempo de añadir otro proyecto: el de la Europa unida en aspectos cardinales de la Enseñanza, impartida a todas las edades con un horizonte alto, extenso y de futuro, que, en su calidad y amplitud, compense la mezquindad cultivada por los propagandistas del terruño. El adoctrinamiento sectario, los catecismos para la ciudadanía no tendrán lugar en donde, a través del Viejo Continente, se enseñen el amor por la libertad de los griegos, la ingeniería y el Derecho romanos, la irrupción de la imprenta, la pasión y la reflexión rusas, la declaración de Derechos Humanos, las Constituciones, el Cristianismo con sus luces y sus sombras, los grandes viajes, los descubrimientos, la Revolución Técnica, el concepto y la vivencia de sociedad civil, de libertad y de respeto individual que se fueron gestando en procesos cuyo conocimiento es indispensable y que nutren la impresión, sutil pero cierta, de casa común.
El provincianismo y aldeanismo, la mediocridad erigida como norma durante todos estos años, no sólo han borrado de la conciencia popular y de la enseñanza la imagen de España, sino que también han mutilado, deformado, manipulado y omitido la del mundo. El estudio de la rama Humanística Europea debe acompañarse de especial hincapié en el conocimiento generalista de cuanto a la Humanidad pertenece, en Geografía, Historia, Religiones, Arte, Cultura, Ciencia.
El recorrido cronológico de ¡Es la Educación, estúpidos! es impecable. Ahora bien, cumple añadir a él que la obsesión por la uniformidad y la asimilación de igualitarismo a democracia están muy lejos, en su aplicación de obligado cumplimiento, de inscribirse por doquier en el reino de las ideas puras y los errores inocentes. Han correspondido a una logística que ha de estudiarse en cada caso de forma concreta. Por otra parte, conviene tener desde el principio clara, y hacer tener clara a los ciudadanos, la diferencia entre el alumnado de primaria y el de media, partiendo en ello de la gratuidad hasta los dieciséis años y sin olvidar la oferta laboral y/o formativa en oficios, universidad o empresas a partir de esa edad. Porque el dinero de la Educación sí es de alguien: de aquéllos que con las contribuciones de su trabajo la financian.
La cuestión estriba en optar, sea por un vasto contenedor de adolescentes infantilizados en el que se mezclan y funden simple guardería y aprendizajes elementales regidos por el igualitarismo del mínimo común denominador, sea por una estructuración educativa bien diferenciada en función de edades. Esto tanto en el tratamiento del alumnado, en el corpus de materias impartidas y en los controles de paso como en la especialización del profesorado y su categoría académica según niveles, ciclos y asignaturas, todo ello profilácticamente separado de los servicios sociales, de los de orientación psicopedagógica, de seguridad en los centros y de la esfera familiar.
La falacia del igualitarismo compulsivo presentado como irrenunciable logro democrático suele derrumbarse por implosión, cuando la ruina que produce ha carcomido la completa trama del edificio y la economía menguante ya no da para regar huertos estériles cuya única cosecha es una masa creciente de jardineros y expertos en jardinería. La exaltación igualitaria suele ir unida en tándem con su aparente opuesto: la protección subvencionada de todo tipo de particularismos y minorías, la fragmentación en los centros de enseñanza (y en el resto de la sociedad) de clases y grupos, la exigencia de minimizar el número de alumnos por clase, la proliferación de opciones y el cuidadoso mantenimiento de diferenciaciones. Éstas justifican la presencia de asistentes innumerables asistidos a su vez por vigilantes del cumplimiento del saber mínimo y de la máxima aniquilación de valores universales en pro de la laboralmente nutritiva (más grupos, más horarios) división del alumnado. A más mediocridad mayor número de comisarios, preferentemente en equipo. Nunca falla. Cultivan sus parcelas regándolas con generosas dosis de envidia y aversión a calidad y excelencia y cosechan voto todo a cien y subvenciones sindicales.
El igualitarismo segrega y nutre a una numerosa guardia pretoriana, inspirada en los perros de Rebelión en la granja, que no tiene más saber ni tarea que la repetición e imposición de la consigna. Puertas afuera, en las grandes aulas que son la sociedad receptora de propaganda, se potencian, magnifican, crean, pagan e imponen particularismos sexuales, físicos, nacionales, regionales que desmenuzan e imposibilitan la percepción y expresión de la evidencia compartida, la jerarquía de juicios de valor, la simple referencia a estructuras de orden ético, político, cultural y social de mayor rango. Y se multiplica exponencialmente –se lleva varias décadas haciéndolo- el mantenimiento, a cargo de los que realmente trabajan y del erario, de grupos parásitos que ni valen, ni producen ni producirán jamás, conformando una pseudonación unida por la agresiva defensa de la ausencia de mérito propio y abrigada bajo la manta de la bondad original. La manta no es otra, en España, que el mito dual (izquierda/derecha, antifranquistas/progresistas, etc., etc.); tan falso como feroz es y ha sido su blindaje, manta de la que nadie tira cuando de airear quién cobra de qué y descender a lo concreto se trata. Aún está por ver la constatación, desde sus orígenes evidente, de que la Logse nunca hubiera existido de no servir para colocar a una vastísima clientela y garantizarse cargos, sueldos, votos, control y propaganda. Porque la parafernalia maoísta y los calcos anglosajones (cuando ya las comprehensive school habían fracasado en Inglaterra) nunca pasaron de simple envoltura verbal. Tampoco se recuerda, incluso en críticas de fuste, la denuncia explícita contra los dos sindicatos, Comisiones y UGT, y los políticos y propagandistas responsables. Y los más viejos del lugar no tienen constancia de expedición alguna de la valiente Inspección Central para denunciar que se obligue a los alumnos a no estudiar en castellano, ni para llevar ante el juzgado que corresponda libros de texto infumables y ajenos a cualquier premisa constitucional. No constan, asimismo, en las crónicas de estas tres décadas cuantiosas multas que, ciertamente, hubieran tenido el más salutífero de los efectos. Tal vez se espera que aparezca el Mío Çid para derogar realmente la Logse.
El recorrido geográfico, en el artículo citado, de la catástrofe educativa española se atiene a la verdad, pero planea sobre el caso español sin posarse en aeropuerto alguno. Y sin embargo España es un especial desastre dentro del desastre educativo que, con Hannah Arendt, se denuncia. Se trata de un caso específico que tiene muy malo, tardío y penoso arreglo mientras se tema nombrar, de forma material y concreta, hechos y personas. Ocurre que los mejores análisis se paralizan en cuanto el político tasca el freno del miedo a perder dinero y puesto, cuando se llega a esa fina línea que limita con el temor a las consecuencias y la prioridad a las conveniencias. Porque nada sino pérdidas de status, cargos y opciones de futuro puede derivarse de la cruda exposición nominal y de la asignación fidedigna de responsabilidades. Más aún cuando el sistema catastrófico está en vigor y se aferra a una de las dos llaves con las que se abre, desde el poder, la caja fuerte del reparto.
El desastre educativo español es, como el económico, distinto, y mucho más grave que los que puedan afectar a su vecindario del área occidental, porque concurren aquí las consecuencias de un proceso diferente y desarrollado de forma opuesta, no ya al general interés de nación e individuos, sino también adverso al conocimiento y la cultura como tales. En ningún otro país se ha explotado hasta la extenuación, como aquí, una guerra civil para vivir luego estable y estérilmente del mito dual. En nación alguna queda impune la persecución de la enseñanza de la propia lengua. No existe allende nuestras fronteras caso semejante de eliminación de los símbolos constitucionales de identidad nacional, de bandera, himno, etc. Y sobre todo no hay cobardía semejante a la española. Es posible, remontándose en el tiempo, rastrear rasgos del fenómeno, pero resulta bastante más operativo el análisis basado en la época actual. En términos sucintos, simplemente existe porque es rentable y muchos viven de ello. El tejido español parásito, creado, desde la liquidación del franquismo, no tiene igual en nuestro entorno, se compone de ingentes cantidades de individuos que obtienen, de manera continua, beneficios absolutamente inmerecidos, e incluso inversamente proporcionales a su valor profesional, académico, laboral, intelectual y productivo. Y en la trama están ligados los hilos de economía y educación. Ambas se hundirán mientras mantengan al parásito y nadie lo fumigue.
El artículo ¡Es la Educación, estúpidos! inconscientemente adopta, sin advertir que cae así en la trampa del enemigo, la visión dual unida a cierta fatalidad histórica de corriente de los tiempos y fronteras difusas. España sería una víctima más de la mala opción que llevó a implantar la estabulación infantiloide mientras haya dinero para ello, renunciando a favorecer capacidad, pluralidad de opciones y mérito. El país sería un obligado receptor más de la corriente imparable que, ya en los cincuenta en Estados Unidos y luego en Europa, asimilaba uniformidad intelectual con igualdad de derechos y rasero homogéneo con democracia. Ahora bien, Estados Unidos se enfrentaba a un inmenso problema de segregación racial, lo que no invalida la acertada crítica de Hannah Arendt al modelo educativo norteamericano. El caso hispano es muy otro. Aquí se ha recurrido a los motores de la envidia y el populismo enchufados a la incansable máquina de la propaganda maniquea y al aspersor infatigable de ficticia legitimidad histórica a base de Buenos/Malos, Izquierda/Derechas, reaccionarios/Progresistas, Franquistas/Revolucionarios. Así, entre otros pero de forma particularmente grave, el espacio del conocimiento y el de la Enseñanza ha sido okupados por quienes viven de ello mediante un sistema de clientelas de la utopía y aledaños a cargo del presupuesto. De ahí la llamativa dimensión actual de la ruina, en contenido, expectativas y funcionamiento del material humano y en el terreno financiero, que, con ser lo más llamativo, no constituye sino su orla y corolario.
Hay, en España, una geografía sociopolítica por hacer: La del papel de la cobardía, del miedo y del silencio. Y, como lo que finalmente produce bienes y hechos es la suma de acciones de individuos y éstos lo hacen en función de conocimientos, opciones e ideas, el término economía por sí solo no significa nada, no puede cambiar situaciones porque no van a descubrirse súbitamente nuevas fuentes de ingresos, petróleo, cultivos agrícolas ignorados, príncipes azules disfrazados de jeques de emiratos árabes. Aquí no hay más riqueza que lo que se consiga que hagan, o dejen de hacer, los que viven en el país si se logra que lo consideren suyo como tal. Esa riqueza incluye, por ejemplo en la Educación, un número nada despreciable de personas que están ahora en la cuerda floja de contratos renovables con la enseñanza privada porque pueden ser sustituidas por personas más baratas y rentables a corto plazo a causa de la energía y disponibilidad de la juventud. Ahora bien, precisamente una campaña bien llevada de captación de la gente más válida para la enseñanza estatal aportaría a ésta un capital valioso en experiencia, actividades afines y know how. Bastaría con organizar un bien llevado concurso de selección de personal que escogiera minuciosamente según actividad realizada, resultados obtenidos, titulación académica, contactos en y con el extranjero, capacidad organizativa, conocimientos probados. La poda de hojarasca logse y la selección basada en calidades concretas encauzaría hacia el Estado-empresario la liquidez en forma de sabiduría y conocimientos que realmente precisa, desplazaría y limpiaría herrumbres duales y costras parasitarias y fortalecería al escuálido y desconcertado cuerpo social. Los organismos oficiales tienen aún en su mano, si saben utilizarlas, cartas valiosas: la oferta de contratos (nunca vitalicios y con cláusulas claras de revisión de resultados) respaldados por el objeto del deseo que es la seguridad -relativa- en el puesto de trabajo. También, además del atractivo de cierta estabilidad, cuenta el organismo oficial con el de la garantía de laicidad, y por ende de mayor libertad de cátedra, siempre y cuando por laicidad no se entienda sectarismo, ateísmo militante y denigración de una cultura cristiana que, con todas sus luces y sombras, constituye ingrediente esencial de la masa histórica española y europea.
La captación de profesorado capaz y valioso no servirá de nada mientras las seis horas lectivas sean simple botín a repartir en materias menores, actividades variopintas y grupos microscópicos ideados para justificar el empleo y sueldo de clientelas de sindicatos, nacionalistas, comisariados sociopolíticos y especialistas en consignas alérgicos a oposiciones, saberes académicos, profesionalidad y especialización, el todo dirigido por comités paraescolares que garantizan el aprobado general y la ignorancia más completa. El cheque escolar, que parece el Santo Grial de la salvación pedagógica, no pasa de ser una respetable iniciativa que de ningún modo puede reemplazar a la existencia de una buena educación pública y gratuita. Ésta última es, ha sido y sigue siendo indispensable, por más señas, en un país de la población y características del nuestro. Quien paga manda, y el cheque materializa la sensación de este poder, que no por ser ejercido por los padres va a garantizar siempre un acceso igualitario a una enseñanza basada en conocimientos. Imagínese el caso de las niñas de familias musulmanas instaladas, gracias al cheque, en la escuela coránica, cubiertas por un velo que lejos de ser un detalle fútil es marca de segregación y sumisión. Súmense a esto las generaciones de padres educados en la ignorancia populista de la Logse. No sólo el cheque escolar no debe enfocarse como sustituto de la buena enseñanza pública, sino que hay que contemplarlo y preverlo como opción dentro de un marco, bien diferenciado y reglado, de currículum general de estudios, derechos del profesor y del alumno (sin que quepa discriminación alguna sea cual fuere la peculiaridad cultural alegada), control de calidad y cualificación bien diferenciada. La buena Enseñanza Pública, con la recolocación y redistribución de personal, el desglose según la tarea de asistencia socio-psicológica, orientación, y vigilancia y los distintos cuerpos profesionales especializados por niveles y asignaturas, es más necesaria que lo ha sido jamás.
Poco después de la adopción del euro, se leía en Egipto, en su prensa publicada en inglés, que sentían profunda envidia ante la capacidad europea para lograr aquella unión monetaria que lo era mucho más que del dinero físico. Muchos, en ése y en otros países, deseaban –y no les faltaba razón- imitar a Europa en el salto hacia lo que ellos percibían como suma de fuerzas, superación de conflictos, modernidad, afinidad histórica y visión conjunta de futuro. Esos países se saben presos en redes tejidas por sus propias manos, pero se agitan, no siempre con buena fortuna, porque al menos han adquirido conciencia de ello y la distancia les permite percibir mejores y más gratas y libres formas de vida cotidiana. De esa percepción comparativa parecen carecer las naciones del lado norte del Mediterráneo. Y tampoco sopesan en su justo valor algo que tienen muy en cuenta las de la ribera sur: La Enseñanza. El futuro es preocupación primordial en lugares, como Egipto, que se debaten ante la visión de sí mismos y poseen una demografía juvenil extremadamente elevada y para la que el factor educativo es vital. Sería para ellos risible un sistema en el que se pasara de curso suspendiendo, el conocimiento se arrojara al suelo como un plato de comida y las becas se diesen con un cinco y medio. Es aleccionador ver, de una punta a otra de las zonas en vías de desarrollo, a la pulcra y atenta población escolar, muy consciente del valor del pan y del libro. Paradójicamente, la Europa enfangada en sus problemas coyunturales, nacidos en gran parte del culto a las clientelas del gratis total, hallaría no pocas soluciones y ánimo alzando la vista y comparando. Porque la forma de progresar es adquirir conciencia de las causas del anterior progreso y castigar y apartar de todo tipo de acceso al poder y al erario a una masa de delincuentes que no llevan precisamente turbante y que han medrado al socaire de la utopía subvencionada y el reparto a la plebe de propaganda y sopa boba; en parte notable en los comederos de Educación. Es empresa larga y muy molesta. Y de su buen resultado dependen no sólo el final esperanzador del mortecino otoño europeo sino también el cambio a una mejor estación de las primaveras árabes.