«Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?»
«Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.»
C. P. Cavafis «Esperando a los bárbaros»
1-Transiciones.
A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por la publicidad cultural y mediática. Esto ha consistido, y en buena parte aún consiste, en crear tribus que cobran por el hecho de serlo y en favorecer la proliferación de clientelas basadas específicamente en la ausencia de mérito propio y en el monopolio de un poder que se basa en los privilegios de comisariado social, en la unificación de cultura y educación según los tipos de propaganda y en la difusión del temor al ostracismo y la represalia.
La diferenciación rentable, crear tribus y pagarlas por serlo ha sido, desde muy pronto, la argamasa más asiduamente utilizada por arquitectos y albañiles de un entramado pseudoestatal hispano que ha crecido abrazando y asfixiando el árbol original de la Constitución. Siempre bajo el paraguas de proclamas utópicas finalmente a cargo del tesoro público, la metodología se basa en generar, delimitar, favorecer y blindar a grupos a los que se hace beneficiarios y deudores de inmerecidas cuotas de privilegios. Es exactamente la antítesis del Estado de Derecho compuesto por individuos sólo iguales ante la Ley y los derechos cívicos, pero que deberán lo que cada uno obtenga a sus dotes, obras y merecimientos.
La fábrica de fidelidades recibe apoyo y procura seguridad durante un espacio de tiempo, que en España se extiende desde el comienzo de los años 80 del pasado siglo hasta la actualidad, mientras existan fondos para ello. Si la estructura de clanes creada ad hoc persiste y prospera durante décadas, es porque la censura, en buena parte interna y asumida, ha impedido, no ya la denuncia, sino ni siquiera la verbalización de lo que sucede. La implosión, cuando llega, simplemente va haciendo saltar las mallas del tejido. Se carece incluso de terminología para la descripción de un estado de cosas que la percepción omite o justifica.
Las tribus prestamente generadas por el alter ego parásito de la Transición española se han formado con elementos cuyo denominador común es la falta de valía que justifique el puesto, prestigio, dinero, preeminencia e inmunidad de los que gozan. Nunca se componen de individuos en un contexto de igualdad ciudadana, no se trata de personas diferenciadas ni de obras concretas sometidas directamente a observación. Pertenecen a la iglesia terrenal de la Clase, la etiqueta política, el Opresor o el Oprimido, el Privilegiado o el Rebelde. La tribu puede serlo por el lugar que habita, por mitologías etnológicas, por hablas locales, por la opción y el género sexuales, por la inferioridad profesional, intelectual, social entendidas como rasgo meritorio, por la marginalidad. De forma que, lejos de paliar deficiencias, favorecer el desarrollo y aspirar y hacer aspirar a mejoras, lo que se potencia es la selección inversa y la multiplicación de lo peor en todos los aspectos, la dictadura del miembro, anónimo e irresponsable, sobre el ciudadano y la mediocridad militante como norma. Ello ejercido según una táctica agresiva que actúa en defensa propia de la numerosa, y bien alimentada clientela. De ahí el apoyo, férreo, largo y tenaz, al sistema por parte de un vivero de población adicta que ha sido moldeada según el baremo de los mínimos comunes denominadores.
Los genéricos anulan el análisis, persecución y castigo real de actos concretos. Este individuo no ha hecho tal cosa, no es persona ni jurídica ni de tipo alguno, no es responsable. Pertenece a un estrato gregario, semianimal, determinado por sexo, lugar, trabajo, usos, ingresos. Por ello nada más fácil, una vez creada esta conciencia de ganadería, que infundir en ella el odio a sus supuestos dueños, a cualquiera que, por cualquier concepto, resulta envidiable y sobrepasa al rebaño. La utilización de falso léxico es, en este caso, indispensable, las grandes palabras dignas de utilizarse con el mayor rigor o se desvirtúan o se vulgarizan de manera que pierdan todo sentido, terrorismo o genocidio pasan a ser cualquier cosa.
El parásito ha cubierto el árbol de tal manera que resulta difícil distinguir el tronco originario, las ramas que pugnan por abrirse paso hacia la copa, la tierra y las raíces mismas que, en su momento, le dieron base y existencia. Porque la Transición española no siempre fue la madeja de excrecencias sin más finalidad que la rapiña y el engorde. Y menos todavía la mutación taumatúrgica del viejo al nuevo sistema. Fue un proceso por el que circulaba la savia de la buena voluntad, de la amplitud de miras, cuyo marco era, no ya parejo, sino exactamente antagónico al horizonte tribal. El árbol incluía en su materia las semillas de voracidades y clanes, pero ni éstas fueron el componente principal ni el único. Las cubría y silenciaba un arranque general hacia arriba, un empuje de ilusión y de esperanza que contó sobre todo con el individuo y que fue sostenido por personas que, o dieron la talla, o engañaron a cuantos confiaron en que podían darla.
Décadas después, el desengaño ha sido proporcional al volumen de la ilusión invertida, al espejismo prometedor de mayor y segura dicha. Y el desengaño es tanto más letal cuanto que sus perfiles no son perceptibles, se difuminan en el vago panorama de generales, casi universales crisis. De forma que el enemigo siempre carece de rostro, de nombre, finalidades y orígenes. Es simplemente un avatar mudable según lo que reflejen las pantallas, y, por lo tanto, nada más fácil que someterse a las tribus cercanas, a la desaparición del país y de los principios y valores comunes, a la negación de las relaciones causa-efecto y a la vaciedad del término historia.
Son muy reales, sin embargo, los lotes y repartos, las gabelas aseguradas para el hoy y los tiempos venideros, las reservas y haberes diezmados hasta la extenuación. Con la grande, inmensa diferencia respecto a los normales casos, en otras naciones, de abusos, corrupción y rapiña de que en la España de la Transición dulce lo que ha crecido, más que hierbas parásitas, es un bosque paralelo sembrado desde su origen a efectos de expolio. Universidades, fundaciones, organizaciones, unidades políticas y administrativas, medios de comunicación, ministerios, cuerpos administrativos y judiciales, currículos de Enseñanza, leyes, aeropuertos se han ido creando ex ovo para cobrar de ellos y a través de ellos. La interminable polémica sobre las reformas educativas que ha producido ya en dos generaciones un bajísimo nivel se resume, tras el maquillaje del ideario, en la necesidad de quitar conocimientos para sustituirlos por consignas. Y esto con el fin inmediato de poder colocar, en lugar de a profesionales, a la fácil y agradecida clientela de comisariado, partido, sindicatos de nómina, votantes, colegas y simpatizantes. Sólo así se comprende el afán por eliminar de los programas de estudios, de las oposiciones y hasta de escuelitas de primaria y guarderías, el aprendizaje real, la jerarquía de importancia en los saberes, la posibilidad de que la inteligencia natural, el trabajo personal y el caudal de conocimientos hallen el hueco social que se les debe.
El atraco perfecto al hispánico modo ha consistido, y consiste, en crear y adueñarse de vastos sectores públicos y/o subvencionados y en diseñar, acotar y fidelizar rebaños de diversos hierros; véanse minorías raciales, sexuales, sociológicas, que se constituyen en receptores naturales de indemnización por ancestrales agravios, ofensas al orgullo de género y traumas debidos al represivo rojo de los semáforos o al aprendizaje de la ortografía[1]. En el amplísimo club tienen cabida amantes del patín solar y de la bicicleta urbana, defensores del carril para jabalíes y de la reintroducción del oso madroñero, amigos del piojo verde (en peligro de extinción) y, hablantes del castrapo o de las formas dialectales catalano-árabes del área barcelonense. Paralelamente, se elimina a un ritmo cada vez más acelerado el respeto a la vida privada y derechos del ciudadano sin mayores distingos, de forma que se acorrale a éste en el reducto de una libertad vigilada bajo sospecha de incorrección sociopolítica. Nadie será hijo de sus obras. No hay personas. Las que vayan quedando sirven para pagar, callar y ofrecer periódicamente sacrificios a los dioses Solidaridad, Progresismo y Democracia.
[1] La realidad hispánica no decepciona: acaba de ofrecer, en marzo de 2016, un remedo de semáforo maoísta versión de género, con muñequitos con femenina falda.