Cómo fabricar transiciones:
Paga tribus y tendrás muchas.
En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, grupos, comunidades, áreas, individuos, por medio de la definición a contrario, de manera que no existan hechos concretos, que nada ni nadie valga por sí, sino que reciba bienes, remuneración, reconocimiento social y blindaje legal con la simple invocación de oponerse a la pasada dictadura y mediante la amenaza de incluir, a efecto retroactivo, a los demás en ella. Estamos ante un proceso eminentemente económico, aunque la profusión de verbología ideológica pudiera hacerlo parecer lo contrario. Tras disposiciones, leyes, iniciativas, declaraciones empedradas de solidario, igualdad, poderosos, social hay a poco que se mire una finalidad previa, que consiste en favorecer a las diversas tribus que se han ido creando para que, a su vez, apoyen al creador que garantiza su sustento. Esto sólo podría haberse dado en el siglo XX y principios del XXI porque únicamente ahí, como apéndice enfermizo del Estado de Bienestar, se da el fenómeno de las utopías subvencionadas, del victimismo rentable y de un chantaje ético que alcanza dimensiones inusitadas cuando impregna los medios de comunicación y la sobreabundancia de mensajes elimina el espacio crítico. Este proceso, ocasional, sectorial en el resto de países, alcanza en España un grado cualitativo y cuantitativo sin parangón porque la máquina de fabricar tribus adictas no se enfrenta a oposición alguna. La sociedad está intimidada, condicionada y cebada por la imagen que se le ofrece de vencedora en una batalla póstuma contra el enemigo ancestral y siempre alerta. Y desde el extranjero resulta halagador asimismo apoyar a los que se presentan como vencedores tardíos de la triste y lejana contienda, cuyo vago perfil es simplemente el de la última romántica guerra de antaño.