Del Romanticismo y sus estragos:
España parque temático.
Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export, construida, y deconstruida, a base de omisiones y de un puñado de datos ciertos pero que no lo son cuando el cuadro, el espacio en el que se fija el foco, carece de partes indispensables de la realidad. No deja de ser extraña la ceguera de los corresponsales ante las espaciosas y tristes regiones de la Península donde salta a la vista la carencia de inversiones e industrialización. Se diría que, de cóctel en cóctel y de comida de trabajo en bebida de trabajo, han ido volando y posándose en las zonas más ricas de España, que lo son gracias al conjunto del país, para transmitir fielmente las quejas, vituperios y proclamas independentistas de quienes a todas luces están y han estado más favorecidos que el resto. Ídem de lienzo en la selección de entrevistados, interlocutores y fuentes. Es, en este sentido, ejemplar el hecho de que una publicación de prestigio, como The Economist haya escogido, para resumir la situación y perspectivas del país en sus números anuales, a quien representa en España el periódico insignia de la Transición B.
El tratamiento del atentado del 11de marzo de 2004 constituye también un ejemplo de desinformación: The Economist se apresuró –sin duda no fue el único- a incluirlo en la lista mundial de atentados islamistas, con una celeridad sorprendente la prensa extranjera comulgó con la nada probada afirmación de la autoría islámica, se repitió la tesis oficial, en absoluto avalada por los hechos, nada se dijo respecto a la precipitada destrucción de los vagones donde estallaron las bombas, nada en cuanto a la siembra de pruebas falsas y la eliminación de lo que podía haber dado pistas e indicios, ni palabra sobre la ausencia de autopsias de los supuestos suicidas, y vaguísimas alusiones al dato clave de que se desconoce el autor intelectual que planeó y dispuso la matanza, sin comentarios a la evidente voluntad de silencio que sigue hoy cubriendo el tema. Es curioso que ante un hecho de tal magnitud europea y mundial se hayan leído tan pocos análisis geopolíticos. Es innegable que el atentado de Madrid, con sus cientos de víctimas, tuvo como efecto un cambio radical de Gobierno, economía y geoestrategia tres días antes de las elecciones, en beneficio, obvio pero no sólo, del entramado de tribus y de los terroristas autóctonos. Pudo haber, o no haber, mano de obra etarra e islámica, pero han quedado resguardadas por la sombra las de los que, a un nivel superior, mecieron los ataúdes.
Es llamativo también que en la prensa extranjera el análisis de la situación española se centre con frecuencia en la cuestión catalana y que, para ello, efectúe un ejercicio de corta y pega basado en previas declaraciones de algún líder independentista. El caso catalán es un ejemplo de sustitución de la realidad palmaria por una confusa mezcla de censura, propaganda, autocensura y mitología a uso externo e interno, para gran dicha de cuantos corresponsales no dudan en asimilar el tema –la reivindicación tribal vende- a grupos foráneos sin la menor afinidad ni semejanza. El clan montaraz es un apéndice del atractivo folklore ibérico, sin violencias orientales y tan al alcance de la mano para ofrecerle comprensión y apoyo. Ello en justa correspondencia con las grandes sumas procedentes del erario público español que se emplean en implantar allende fronteras centros a efecto de embajadas oficiosas.
Esta cultura independentista de la queja tiene unos pies de barro amalgamado por una red de interesadas clientelas, se recubre de un aparato escénico perfectamente ficticio, blindado por el temor que ha logrado inspirar en quien proclame que el rey está desnudo, y desdeña el análisis concreto y los verdaderos méritos propios. Por esto mismo es incapaz de, tras percibir y aceptar la realidad, dar un enfoque positivo a la misma, promocionar sus reales valores, superar la hostilidad y el hastío que ha sembrado su rechazo de la “enemiga España” en el resto de la Península. A la región productora en un tiempo de riqueza y receptora de principales proyectos estatales de desarrollo y de ventajas proteccionistas le es fácil, cuando las vacas enflaquecen, clamar al expolio del que habría sido objeto desde la aurora de los tiempos, inventar dinastías regias, aferrarse a la orla del manto del norte europeo salvador cortando amarras con el reducto semiafricano de subdesarrollo. Tras coqueteos con racismos étnicos y fundamentalismos ancestrales risibles, Cataluña se aferra a la lengua, a falta de otro asidero, como elemento diferenciador y sustancial en su reivindicación nacionalista. Ocurre con la lengua catalana lo que pasaba antiguamente con la hija de familia rica nada agraciada excepto en la cuantiosa dote: No con su riqueza adquiría belleza, aunque sus padres la querían por ser su hija y para ellos no existía su fealdad. En el caso del catalán, se trata de un idioma particularmente cacofónico en sonidos y acento. Es así, como en otras lenguas, véanse el gaélico, el ruso, el italiano, sucede lo contrario, se trata de un factor puramente físico que algunas páginas literarias y canciones ayudan a hacer pasable pero no por ello, porque es imposible, pueden otorgarle la armonía tónica de la que carece. Sin embargo, para no ser tachados de anticatalanistas y reaccionarios, en un ejercicio de hipocresía forzada a nivel del país entero, se ha obligado al conjunto de la población española a oír, escribir y repetir el mantra “la bellísima lengua catalana”, tarea semejante a empeñarse en afirmar que Madrid es puerto de mar y merece un Ministerio de Marina Autonómica Manchega.
Respecto a la proyección internacional, sucede que castellanos, extremeños, andaluces, y otros españoles llevaron a cabo la aventura americana, que por ello millones de personas hablan fundamentalmente el mismo idioma desde una esquina de la Península a la Tierra del Fuego. Las lenguas no son sino la plasmación de cuanto sus hablantes hacen, y los de Cataluña no invirtieron valor, dinero ni energía en hazaña de tal envergadura. De sus empresas marítimas mediterráneas queda el recuerdo de una venganza y poco más. Sin un transfondo acomplejado no se entendería el empeño, no de afirmación, sino de diferenciación agresiva y búsqueda anhelante de reconocimiento foráneo. Así hasta el envenenamiento por hastío de propios y ajenos, que impide a Cataluña llevar a cabo una promoción necesaria, en España misma, de sus propios y muy reales valores, de su nivel musical, de su patrimonio artístico, de sus instituciones científicas punteras, en un ambiente donde haya entrado el aire fresco de la realidad.
El proceso, muy moderno, de florecimiento reivindicativo de nacionalidades y microestados es diferente a lo que se ha entendido en épocas anteriores como tal. Se inscribe en la dinámica de las clientelas franquicias de la utopía rentable de un edén sociopolítico –y étnico de forma vergonzante- fabricado al efecto, y se amalgama con mayores o menores fondos sentimentales y viscerales preexistentes, que son siempre plantas de rápido crecimiento con el riego adecuado. El esquema de su evolución es muy semejante en distintos lugares: Regiones que en su momento se beneficiaron de la captación de empresas estatales y trato comercial interno favorecido, de la pertenencia a la nación común, descubren en la actualidad, con sus nuevas perspectivas de ingresos, agravios ancestrales. Llegan las grandes revoluciones, la industrial, la técnica y la informática, cambia la geografía de las fuentes de ingresos, incomoda compartir con provincias menos afortunadas, y se clama por la independencia del poder central y el salto a una federación de microestados vagamente europeos. Dado el desprestigio, tras el nazismo, de las singularidades étnicas, aunque éstas se mantengan en sordina es forzoso aferrarse al elemento diferencial lingüístico. Cuando en Bélgica, país bastante artificial y de reciente creación pero eficazmente organizado, la riqueza estaba en la industria y minas de carbón de la parte valona la flamenca reivindicaba poco y el bilingüismo era habitual, coexistían el francés, propio de la zona sur fronteriza con Francia, y el neerlandés, variante del holandés, de la zona norte. Existe, además, una pequeña comunidad de habla alemana. La prosperidad del sur declinó, cambiaron las tornas, nuevas energías, técnica e informática oscilaron hacia la parte septentrional que, generadora de buena parte de los ingresos del país, hizo rápidamente bandera del nacionalismo lingüístico hasta dividir por barrios la pequeña Bruselas y lograr que los flamencos eviten cuidadosamente el empleo del francés, por lo que, dado que la proyección mundial del neerlandés es más bien escasa, se ven forzados a recurrir al inglés. De manera semejante en Escocia, bella pero hasta épocas recientes extremadamente pobre y encantada de sumarse a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, coinciden hoy sus reivindicaciones independentistas con la reciente prosperidad económica y las fuentes de energía que promete el Mar del Norte. Afortunadamente no se les ha pasado por la imaginación (otro es el caso en latitudes más meridionales) la estupidez oceánica de imponer el gaélico como lengua nacional. A las clientelas en general nunca les falta un rasgo típico de todas ellas, nacionalistas o no: El rechazo de que tiene un precio aquello de cuanto disfrutan, la voluntaria ignorancia de que las ventajas incluyen siempre contrapartidas. El imperio romano lo fue durable y extensamente no por la fuerza bruta sino por la capacidad de organización, oferta de seguridad y obras públicas. Irlandeses y escoceses no han dudado, con sentidos práctico, cívico y de la grandeza muy británicos, en contar entre sus tesoros la lengua inglesa y dar a esa literatura algunos de sus mejores escritores. En el extremo opuesto se encuentra la variante perversa del small is beautiful, el vivero de envidias y de intereses creados agraciado con grandes porciones de espacio escénico en virtud de la estética de la tribu indomable, variante étnica de los parias de la tierra. Pantallas, ondas, discursos, cuadros y poemas se llenan mejor con la imagen de un revolucionario independentista que con la de un empleado del común. La estética desborda inevitablemente sobre la ética, lo llamativo y apasionante desplaza por fuerza a lo verídico en la era del reino de la comunicación visual. Ocurre con el mito español como con todos los mitos. El rasgo diferencial contemporáneo podría ser la creación de una clase de adoradores en nómina.
Dos ficciones se miran: Desde el resto de Europa, la que se tiene del parque temático español, mezcla de sesentayochismo, de una alegre y socialista Cuba a este lado del Atlántico y de micronaciones encantadas de que les paguen para serlo. Desde España se fija la vista dirección norte, en algo que tiene aún mucho del ¡Vente a Alemania, Pepe!, del inalcanzable dios del aprobado en modernidad y desarrollo del que hay que hacerse perdonar, a base de diezmos y primicias, Leyenda Negra, Franco, Catolicismo e Inquisición. Los corresponsales extranjeros pasean, y son paseados, por la imagen prefabricada, hemipléjica y acomodaticia del zurcido tribal que siempre espera el beneplácito del club U. E. y paga las copas para ganárselo.
Los aguerridos etarras gozaron de trato preferente tanto ético como estético; para eso está la excitación de la lucha, por persona interpuesta, en defensa de naciones oprimidas. No hay color entre el quasi nulo espacio dedicado a la descripción de los cadáveres, las torturas y la dictadura del miedo obra de los terroristas vascos y las entrevistas, exposiciones y análisis de lo que se presenta como conflicto bélico en una contienda heredada hasta la eternidad contra un dictador difunto. No se expone el simple, y poco glamuroso hecho, de que en España no existieron nunca dos bandos armados frente a frente, que las desdichadas víctimas son sin duda las únicas –y merecedoras al menos del Guinness de los récords- que no se han tomado jamás la venganza por su mano. Ellas esperaron, de forma ilusoria, que la justicia y el Estado de Derecho cumpliera su deber. Y se engañaron, mientras en el resto de Europa jugaban a ver sucedáneos del IRA o de tribus valerosas y maltratadas. La verdad es que tiene mucho más gancho periodístico hablar de Transiciones maravillosas, defensa de guerreros aborígenes, protección de de ballenas y de miuras y riesgo de dictaduras fascistas que ofrecer al lector la receta de la concordia al hispánico modo: Clientelas utópicas subvencionadas + mito negativo fundacional + red parásita tribal. Con un coulis abundante de diálogo, paz infinita y no menos infinito robo legalizado.
La utilización de una España ficticia, manejable y rentable como mito, tiene una doble vertiente: Ha habido y hay, por supuesto, la logística interna, indispensable para disponer de ella como botín. Pero la utilización externa es de suma importancia, con buena voluntad, ignorancia e inconsciencia por una parte, y por razones financieras sustanciosas por otra. Las tribus internas dan la mayor importancia a la imagen ofrecida al exterior porque ésta debe legitimarlas, y no han reparado en gastos para ello. Curiosamente un periódico español, y uno solo, emblemático en sus orígenes de la Transición en sí y que luego mutó en defensor de la Transición B y su lobby parásito, es el que se encuentra siempre en quioscos y hasta en pueblos perdidos de Europa, el que aparece traducido en diarios internacionales, se reparte en organismos y entidades diversos y se asocia al rostro moderno del país. El resto de la prensa española tiene escasa presencia en el exterior, aunque la informática está cambiando rápidamente el panorama. El periódico insignia, que tuvo su momento real de gloria cuando defendía Constitución, democracia y libertades, fue presta y hábilmente sustituido. Pasó a ser mascarón de proa de clanes para los que el mantenimiento del mito de las dos Españas Buenos/Malos era esencial porque no podían definirse sino a contrario y sorbían sin contrapartida la sustancia vital de los bienes sociales. Resulta imperativo para ese bloque mediático y sus representados identificarse con una única oposición a la difunta dictadura, y prolongar la lucha post mortem contra el villano.
Pero hasta los cadáveres se gastan; las generaciones se suceden y para continuar hay que cambiarse. Ha habido una negra Providencia en el desarrollo de los hechos, que se han acelerado en el siglo XXI. España era un país próspero e integrado, ya con peso internacional, en el área de Occidente Pero se invierten finanzas y política en horas veinticuatro, véase 2004 y años sucesivos. Lustro y pico después el cofre está vacío, la nación cada vez lo es menos y destaca, donde antes se distinguía de forma positiva, por lo endeble, confuso y vergonzante de su imagen e instituciones. El expolio, sin embargo, se difumina en una crisis financiera global que, paradójicamente, salva a los responsables autóctonos de la culpabilidad del desastre y coloca en muy segundo plano cuanto no sea recuperación o al menos subsistencia económica. La generalizada crisis providencial ha hecho disminuir la talla, de por sí gigantesca, de cohechos, malversaciones, corrupciones, mordidas, gabelas, extorsiones, robos, fraudes, rapiña, derroche, estupidez e ineficacia locales. No queda a los patrocinadores de la Transición B sino repetir esquemas, en una especie de Transición C donde son indispensables nuevos enemigos, englobados en el Gran Mal. Se está en ello.
La Transición nació cargada de buena voluntad, al menos en su base, en lo mejor de la mejor gente y en algunos de los que la pergeñaron. Se quería, ya antes de la muerte del dictador y con auténtica ansiedad a partir de ésta, verse y ser vista como país moderno europeo, democrático y semejante a sus vecinos respecto a estructura e instituciones. No sabía cómo librarse del lastre de la diferencia. Desde el extranjero, se la contemplaba con una visión fruto de la inercia del folklorismo romántico, El imaginario gustaba del primitivismo decimonónico a pocos kilómetros de sus fronteras, de la cabila africana sin serlo, del resort playero que ofrecía a la vez las razonables seguridades de Occidente y un subdesarrollo que abarataba precios y añadía excitación, y alcohol barato, a la vida. Las simpatías se canalizaron hacia ese guerrillero, anarquista, fundador de comunas, socialista generoso, comunista valiente, enemigo de Iglesia, Rey, Patrón y Dueño que el correcto ciudadano de latitudes más septentrionales lleva dentro y que sale a flote en la melancolía de novelas, copas y reflexiones sobre la juventud pasada y lo que pudo ser y no fue. Poco importaban los hechos. En el cuadro desentonaba que los valerosos muchachos de ETA fueran torturadores que dejaran morir de hambre y sed entre sus propios excrementos a los secuestrados, que vivieran implantando un clima de terror y chantaje en el norte de España, que mataran hombres, niños y mujeres, que descerrajaran tiros por la espalda en un país con democracia, parlamento y partidos. Que en Cataluña se ponga a calles el nombre de terroristas que prefirieron a los votos el método de poner bombas en el pecho a los secuestrados de manera que hubiera que recuperar luego sus trozos pegados a las paredes no tenía gran audiencia en foros europeos. Estas noticias ocupaban bien poco espacio en la prensa extranjera La doctrina del crimen simpático podría resumirse en el chiste publicado en un diario madrileño: “Ayer yo era simplemente un asesino, pero ahora tengo una teoría”. Poca tinta se ha gastado la prensa foránea en describir algunas hazañas bélicas de los liberadores vascos, la bomba en un gran supermercado, los tiros por la espalda, la mujer rematada delante de su hijo pequeño en plena fiesta popular, tras la que autoridades y lugareños no menos heroicos que los pistoleros continuaron con el festejo procurando no pisar la sangre. Tal vez los cronistas británicos redimían así otras omisiones, como la matanza nunca bien esclarecida ni juzgada, de Omagh, cuyas víctimas aún están pidiendo saber la verdad, y los alemanes los oportunos suicidios en cadena y en la cárcel, y Francia las alianzas de todo tipo con la hez de los dictadores africanos.
La inversión propagandística cara al exterior fue fenomenal, y todo un éxito. En la España recreada por necesidades foráneas se recuperaba en el extranjero la romántica Guerra Civil perdida, se enterraba el turbio colaboracionismo frente al ejército nazi y la deuda respecto a la intervención salvadora de Estados Unidos, se trazaban consoladores paralelos con una IRA y demás grupos que nada tenían que ver con el caso hispánico. No convenía saber, ni reflexionar, sobre aquella contienda, preludio de la Mundial, y cuál hubiera sido el destino de la Península de haber impuesto su régimen Stalin, el jefe último de las bienintencionadas Brigadas Internacionales. Con España podía vivirse de manera vicaria un socialismo que de ninguna forma se hubiese querido en tierra propia. Allí era lícito, fácil y agradable apoyar a ese comunismo ideal y fraterno que había formado parte de los sueños de juventud y respecto al que, cuando la cruda realidad de los millones de muertos llamó a las puertas del conocimiento y de la Historia, se había preferido cerrar los ojos. Era el Edén de las tribus felices para aquéllos que habían escupido en tierra propia la amarga fruta del independentismo insolidario y que, sin embargo, reservaban un resquicio sentimental para el culto a la raíz primigenia y la bandera de las ocasiones. En la España moderna, reflejada en el periódico insignia, las leyes eran benignas con delincuentes y niños descarriados que delinquían cientos de veces o violaban y quemaban vivas niñas en un comprensible arrebato de juventud. Estaba a un paso del Edén de pacífico diálogo entre el lobo y el cordero, el que todo país hubiera querido para sí pero, ¡ay!, sabía imposible. Ladrones de todo pelaje entraban y salían de la cárcel sin romperla ni mancharla. Las víctimas de terroristas, de la lenidad de las leyes, de la generalizada inhibición de jueces y políticos, no ocupaban, por poco atractivas y estéticas, espacio externo mediático. Y a falta de himno se cantaba España, por favor.
Con la Transición también el resto de Europa saldaba una deuda antigua de apoyo necesario a la dictadura de Franco y de olvido selectivo de los estragos, cesiones y componendas con el comunismo mundial. Se añadía el siempre agradable ingrediente de anticlericalismo y la sustitución de las fidelidades tradicionales, de los esquemas viejos, por una religión laica de corrección política y tentadora ingeniería social. En España todo despropósito, por nocivo y absurdo que fuera, podía gozar de buena prensa si se presentaba por y en el medio adecuado. La añoranza del tiempo en que se creyó en el Hombre Nuevo, antisistema, ex nihilo velaba con rosado beneplácito las ocurrencias, desastres, corrupciones y lamentables complacencias del sistema español. Era la utopía gratis total.
Aunque no a la hora del reparto. Porque de panorama tan agradable emergió, en lógica consecuencia, un país troceado, esquilmado por sus propios clanes mientras duró la bonanza estacional y comprado luego a precio de saldo por firmas foráneas una vez vaciada la caja y anunciada la ruina.
Es comprensible que los corresponsales extranjeros oscilen entre la copa en el madrileño Ritz, el Ave, la admiración por los bravos y primitivos guerreros del País Vasco y las referencias a Barcelona (que, casual pero quizás no gratuitamente, esmaltan sin venir a cuento numerosas películas), junto con incursiones folklórico-festivas en algún otro punto. Se vive, y viven, bien en Iberia. Lo que sería insólito allende fronteras pirenaicas no merece aquende atención: Que los fondos europeos de cohesión y para el desarrollo hayan venido desapareciendo sin que produjeran oficio ni beneficio, que los pueblos andaluces lleven décadas siendo un damero de cacicatos sociosindicales, que las familias de la rancia prosapia catalana tengan por uso acumular euros incontables procedentes de la extorsión ritual propia de sus cargos, que los escolares no puedan estudiar en español en buena parte de España, que se prohíba el uso de esa lengua en la señalización de carreteras y en los organismos públicos, que se multe a los que la usan o se les cierre el camino a empleos, son detalles que se omiten o minimizan. Es una nueva España del XIX pero informatizada, repartida en vistosos cotos de bandoleros, aldeanizada, cada vez con menor presencia y peso en los foros internacionales y más ignorante, gracias en buena parte a los sistemas educativos, de la geografía, historia y situación del mundo.
La práctica mafiosa se efectúa in Spain europea y elegantemente, con maneras y apariencias muy distintas de las sicilianas, aunque el botín sea mucho mayor, como lo es el número de los damnificados para los que no existe recurso alguno ni denuncia posible. Su indefensión es la de los peculiares parias habitantes de la zona de sombra donde nunca se posa el foco, la del ciudadano del común al que no asiste privilegio tribal ni mediático alguno. Porque de regiones como Cataluña se emigra porque no es posible escolarizar en español a los hijos y no todo el mundo puede pagarse el colegio privado y el máster. Porque son legión las obras inútiles, semiabandonadas y ruinosas excepto para quienes se embolsaron subvenciones y comisiones. Porque en esa misma Andalucía donde los líderes de los trabajadores se zampan mariscadas con las ayudas al paro muere un hombre con vómitos fecales tras días de obstrucción intestinal a causa de que se le negaron en el hospital las pruebas, tratamiento e intervención supuestamente por falta de presupuesto, y no ha habido más denuncia legal que la promovida por su hijo. Todo muy desagradable y poco noticiable. No cuadra en la foto. Mientras se mantenga la fachada de modernidad y consumo las incómodas máculas en el rostro de la Transición democrática sobran. Basta con las versiones reproducidas, a veces a golpe de corta y pega, a base de las fuentes del verdadero núcleo oficioso de asuntos exteriores, véase diario insignia del establishment y brigada de la cultura preceptiva, acompañados como guarnición por toques de esa acracia asambleísta con aderezo de terrorismo light e independentismo comarcal que queda tan bien en las fotos, y tan mal en la residencia propia.
Hay poca memoria de críticas en la prensa extranjera a la ausencia de división de poderes española, o sobre la justificada certidumbre de desamparo del ciudadano sin apoyos, la impunidad de los criminales reincidentes que se pasean por las calles, la lenidad de los sucesivos Gobiernos en la aplicación de las leyes, la miseria de los planes de estudio amputados de asignaturas fundamentales y empapados de consignas y manipulación de la historia. Igualmente difícil sería hallar análisis y denuncias foráneas sobre los fondos europeos malversados, la ruinosa prepotencia durante décadas de los dos sindicatos amalgamados con el régimen postransicional, los inmensos e inútiles dispendios, perfectamente legales e infinitamente peores que cualquier corrupción puntual, de los que nadie responde jamás con explicación, disculpas y devolución a cuenta de su propio patrimonio.
En sus veloces desplazamientos en el AVE no ha lugar a que los corresponsales que cubren la información sobre la extensa piel de Iberia se detengan a observar los vastos páramos dejados de lado en inversiones e industrialización. La más elemental constatación de las realidades que, en los distintos pueblos y territorios, van surgiendo ante sus ojos desmontaría por sí misma los victimismos y localismos rentables a los que ellos en sus columnas miman y de los que su visión española se nutre, salpimentada ésta con entrañables incursiones estéticas, folklóricas y paisajísticas en algún lugar desértico o mesetario en el que fijan temporalmente su atención para solaz de los lectores.
En general la Transición prolongada ha sido una especie de indefinida tregua respecto a las exigencias de cumplimiento real con los parámetros de las naciones avanzadas de la esfera occidental. Desde el extranjero España gozaba de la muelle condescendencia del agradable lugar en donde se pasan las vacaciones y de la expectativa indefinida de los vagos sueños de ideales asociaciones de tribus felices y semisocialismos humanísimos gratis total. Gratis sólo en apariencia. En lo inmediato es más fácil endosar baratijas en el trueque a los jefecillos de diecisiete tribus que a los representantes de una nación fuerte. Sin embargo el precio en inevitables facturas muy reales dista de reportar los esperados beneficios, porque un socio comercial débil y fragmentado puede ser deseable pero a más largo plazo su fiabilidad es escasa.
Fiel a la delicadeza en el trato de sus fuentes informativas, la prensa extranjera ha sido de una discreción ejemplar en lo que respecta al expolio generalizado y oficializado de gran parte de la población española, a su indefensión de facto y a la extorsión multiuso y multiforme obra del bloque Parásito, a las grandes zonas de impunidad y a los cabezas de lista –que tienen nombres, apellidos y muy desahogado pasar- del próspero club del chantaje Nosotros o los Malos de Antaño. Es más rentable, más rápido y más simpático obrar por inercia; se conservan más amigos, confidentes y puertas abiertas entre los que, al fin y al cabo, están en el candelero. Y los lectores adoran esa ruidosa espuma de floración y permisividad (que se confunde sin esfuerzo con la bondadosa tolerancia) de movimientos antisistema y ocupaciones de lo privado y de lo público. Mientras lo paguen otros.
Todo ello se mezcla a los naturales evolución y crecimiento biológicos, a la modernidad imparable que, con la transformación fundamental producida desde hace tres décadas por la revolución tecnológica y las comunicaciones, ha extendido una capa de merengue y tomatina sobre la estructura social toda y rellenado en apariencia huecos y zonas oscuras, de forma que la superficie evoca aún la homogénea blancura de la Transición, de una Constitución desde muy pronto –y en la mayor impunidad- no cumplida y que se pretende cambiar precisamente para acelerar el desguace del país y evitar que se cumpla.
En el siglo XIX los bandoleros gustaban, pero lejos, en óperas, relatos y dibujos costumbristas. Sigue gustando, amén de para las vacaciones, la España de las utopías verbales, de las ruidosas minorías festivas, del todo a cien y de la nación débil que nunca hará a las otras la competencia comercial y cuyo coste de Transición impecable empezó a pagarse a partir de los años ochenta al precio de mantener una inmensa red de clientelas improductivas. Por supuesto, Gran Bretaña, Francia u Holanda están muy lejos de la perfección y en sus armarios no falta la inevitable cuota de esqueletos, pero la defensa ciudadana frente al poder establecido, fático o fáctico, es mucho mayor que en España y el blindaje legal y social de los nuevos caciques, apoyado en el chantaje verbal guerracivilista, es allí inexistente. Esto es clave en el porcentaje, abrumador, de indefensos a este lado de los Pirineos, caracterizados además por situarse en una especie de limbo mediático, por carecer hasta de instrumentos verbales de denuncia e incluso de conceptualización respecto a lo que les ocurre debido a la censura interiorizada, el temor al rechazo social, la deformación cultural temprana y por la muy material, aunque silente, presión que ejerce la capilaridad de la red clientelar. El ciudadano español si no tiene dinero e influencias se sabe inerme ante el abuso y las leyes, no puede recurrir, como en Londres, al asesor legal gratuito de su zona que le garantiza, sin gastos, la denuncia y trámite de daños y robos de escasa –pero no para él- cuantía, ve como caso extraordinario y excepciones que simplemente confirman la regla el enjuiciamiento de un político, su desigualdad ante la ley es sensación asumida, cotidiana y sin común medida respecto a franceses o británicos. El hispano ha interiorizado la trampa del nosotros, que mete en el mismo saco a honrados y delincuentes, tramposos y veraces, bribones y gente honrada; en su mayoría acepta el así somos aunque ni él ni los suyos pertenezcan al grupo de los que, de una manera u otra, viven de la mentira y de lo ajeno, acepta mansamente el reflejo de ineficacia y falta de fiabilidad que con mayores o menores dosis de caridad compasiva ofrece de él la opinión foránea. Se refugia en su propia debilidad identitaria, que cultiva para beneficio propio el bloque parásito, y asume el estado de Transición eterna hacia una democracia y nación plenamente europeas como situado de forma inevitable en un inalcanzable horizonte.
El mito de la España Imposible es tentador, y no sólo como juguete filosófico y tema de tertulia en círculos escogidos. Presenta, además, indudables y muy materiales atractivos de consumo interno. Cuanto más se niegue lo que la ha conformado como nación más fácil es repartírsela por parcelas en un apetecible y mesurado desguace. Romanización, cristianización y todo lo que comparta una idea transcendente y un funcionamiento conjunto es antagónico de las aspiraciones a comunidades infinitas, sea de divinas acracias, sea de mercaderes al por menor (no tan lejanos éstos de aquéllas como pudiera parecer). Los buenos del mito de la España Imposible serán forzosamente las sucesivas bandas musulmanas, los reinos de Taifas, los altivos bandoleros y, en fin, cualquiera de categoría suficientemente agresiva y, a la vez, menor.
La Guerra Civil española no fue romántica, aunque la nombraran tal los amantes del que se apuntaba como último idealismo. La sintieron como romántica cuantos fueron a ella impulsados por sentimientos de solidaridad, antifascismo y nobleza. Pero la cruda realidad es que Stalin y el bloque soviético apoyaban y proyectaban un monstruo cuya implantación en la sociedad española hubiera representado la catástrofe, el gulag y la servidumbre que han sido ampliamente documentadas y realizadas en los países del antiguo bloque del Este y en cualquiera de las sociedades comunistas de las que persisten algunos ejemplos particularmente siniestros hasta el día de hoy. La desdichada república se transformó pronto en el peor de los dilemas entre el nacionalcatolicismo de Franco, que derivó afortunadamente pronto en formas de economía abiertas y unidas al bloque occidental, y el totalitarismo comunista que aún hoy se intenta obviar y minimizar en los libros de texto. La España carne de mito goza de excesivos amigos del parque temático, de una Marca de distinta, entre atrasada y folklórica, que ha sumado a sus casetas de feria, amén de las de la acracia festiva y la gratuidad indefinida del botellón y los clanes vistosos con attrezzo a cargo del Ministerio de Hacienda, la de la Transición como se quisiera que hubiese siempre sido. Al dicho oriental de que los dioses nos libren de vivir tiempos interesantes
convendría añadir que también nos libren de vivir tiempos románticos.