Rescate
El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero en realidad bipolar, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. Ambos son simples entes de razón, construcciones mentales, no realidades indiscutibles. Las” Clases” carecen de existencia excepto como término concreto aplicado a sectores en un marco y momento definidos. No hay “Historia” con un proyecto, movimiento y leyes propias en el que estarían fatalmente insertos todos los individuos como las gotas en un torrente. Sin embargo la trama verbal dual ha descendido como una red sobre lengua y cultura, encerrado en sus mallas comunicación y pensamiento. Y de ello vive quien no podría vivir, ni prosperar, de otra cosa, a partir de un fenómeno nuevo: La construcción de los Estados de Bienestar, en sí un enorme logro pero que ha producido la ruinosa y peligrosa excrecencia de las utopías subvencionadas, grupos que se vuelven pronto de presión, adquieren gran fuerza como palanca electoral y exigen del Estado vivir en un régimen de manutención completa porque representan ideales por los que sus miembros nada arriesgan. Y ello en una época en la que se vive pendiente de aparatos que, de apagarse súbitamente, sumirían en la mayor indefensión y desconcierto a aquéllos mismos que reivindican la vuelta a las condiciones naturales que procuraban a nuestros antepasados una esperanza de vida de treinta años y un cuerpo en el que cualquier deterioro físico era irreversible. El petróleo de esta maquinaria de poder tribal es la canalización y explotación de la envidia, la más antigua, y estéril, de las pasiones criminales. Con ese estiércol se abonan, con una mano, vastos campos de victimismo mientras que se extiende la otra para recibir del Estado los fondos necesarios para continuar la tarea y ser elegido como gestor del acceso al indiscriminado reparto y al Reino de la Completa Gratuidad.
Los siglos XX y XXI, inundados de mensajes, técnica y millones de millones de población, están muy lejos de un uso primero de las dualidades, que, fuera del mundo de la acción, probablemente obedeció en su raíz a la necesidad de entender el universo, de dar un sentido a lo que en sí no tiene sino el que se quiere creer o se le presta. El final de la idea del sentido de la Historia, de la eterna Lucha de Clases, ha sido reciclado, con mayor o menor fortuna, según países y conveniencias. Hay casos en que, lejos de vitalizar el sentimiento e ideal de Civilización como memoria acumulativa de progresos de la especie humana, de alejamiento de la irracionalidad y aprecio de la cultura, el oportunismo ha ganado, momentáneamente, la partida y ha seguido imponiendo, incluso con mayor empeño, dualidades ficticias de Mal y Bien como únicas formas de interpretar la realidad. Izquierdas y Derechas es probablemente el caso más representativo en la edad contemporánea. Y España un ejemplo de manual. Pero sólo aún, apenas, todavía. El desprecio terapéutico de las tripulaciones de ratas del barco político ha comenzado a actuar. Hay una Resistencia simplemente armada de desdén y lejanía. Las dualidades preceptivas, y su manejo, están desapareciendo, se dispersan, con las invocaciones e intereses de sus fieles, en el nuevo aire exterior, perecen de pura vejez y están destinadas, como los viejos dioses, a
difuminarse en el olvido, la anonimia y la indiferencia.
Y aquí se alza la gran cuestión: ¿Pueden defenderse causas nobles, luchar por la igualdad de derechos y contra la injusticia, proteger a los más débiles, salvar el muy necesario servicio público –y en él se incluyen sanidad y educación- y desfacer entuertos sin los viejos andadores duales? El comodín bipolar ofrecía el confort de la ropa muy usada, los zapatos amoldados al pie, la etiqueta fija, el precocinado listo en minutos. ¿Puede, sin estos maîtres à penser, sin estos dueños de la batuta de la orquesta social, haber oposición, movimientos de protesta, denuncias, sindicatos, alternativas, cambios? Sí, porque los ha habido y siguen siendo necesarios. Hubo individuos de valor y con decencia, que obraron con mayor o menor fortuna, cometieron errores pero invirtieron esfuerzo, corrieron riesgos y quemaron tiempo en la empresa. Su enemigo es justamente quienes usurparon sus nombres en beneficio propio, hicieron de la
contestación y reivindicación un empleo fijo y se empeñan en mantener, con amenazas, la cárcel de los dos tipos de etiquetados.
La receta para la liberación y contra la impostura es de preparación fácil, Basta con añadir al instantáneo rechazo de quien se justifica (o descalifica al contrario) con los anatemas-icono antes citados un rechazo no menos automático de cuanto se ofrece sin precio y de aquéllos que prometen gratuidades inmerecidas, véanse diplomas, cargos, bienes, servicios y la seguridad, alojamiento y manutención garantizadas, de la cuna a la lápida, por el simple hecho de existir. Es importante tener en cuenta, en la preparación de la receta, la expulsión vomitiva y vomitable de todo tipo de transposición de la responsabilidad individual a aglomeraciones de sujetos gregarios. Tras esta saludable tarea de filtrado quedarán personas y hechos desprovistos de cortezas y ataduras y capaces de planear y construir parcelas de futuro.
No tardarán en encontrar, tras el vértigo del aparente vacío inicial, el aliciente inconfundible de la libertad y de esa superación de las ficciones que es el mundo real, cada vez más conectado, más cercano y, al tiempo, más asombroso en la variedad de sus formas, un mundo, un universo
ciertamente crueles, pero cuya belleza supera toda ponderación.