EL OTRO CURRÍCULUM. Ni víctima ni oprimida: Seguro desastre.
Qué tremendo fallo no haberse considerado víctima de nada, ni de nadie; haber creído sólo en la experiencia directa y en saber pagar por sí misma el precio en riesgo, tiempo, penurias, inseguridad, soledad de los conocimientos alcanzados y, una vez percibidos nunca olvidados. Qué error carecer de parachoques y filtros amortiguadores entre sí y la realidad, percibirla de forma directa, en plena piel, sin grupo, tribu, compañeros. Que segura garantía de fracaso no haber jamás pertenecido a la gran falsedad dual acogedora Buenos/Malos, pezón inagotable de filiación, apoyos, difusión, promociones. Gran desdicha haber rechazado siempre, por puro instinto de libertad y de palmaria evidencia, la creencia en la realidad de iglesias, Izquierdas y Derechas, fuera de las cuales no había salvación y que jamás existieron, excepto como metáfora literaria y referencia en sociología e historia a efectos de comentario de hechos y sectores concretos, excepto por la simplicidad, comodidad y rentabilidad de su uso.
Hubiera sido hermoso disfrutar de una plaza en el amplio sofá de los salvajemente oprimidos por la dictatura franquista, pero la no-víctima tampoco gozó de esto. Vivió ganándose la vida, y con el firme convencimiento de que nadie tenía por qué pagársela. Estudió con becas, como quiso y lo que quiso. Leyó, escribió y viajó sin tremendas persecuciones. El balance es de números rojos cuando no hay ni una mala represión opresora que echarse al currículum. Suyos fueron mundo y pasaporte, siempre y cuando se pagara el peaje de voluntad, incertidumbre y esfuerzo. A cambio, una cosecha parca: El inigualable, e insobornable, sentimiento de realidad y el conocimiento que solamente otorga la percepción directa. A su lado, y por su hondura, resultan lejanos, ajenos, de escasa e impostada relevancia los avatares, siempre con las dos iglesias como referente social y nutricio, de las tribus intelectuales. Había, y hay, en ellas una reivindicación incomprensible de referencia, como adepto fiel o converso, a una de las dos parroquias. Esto se acompañaba, y acompaña en ellos, de la necesidad compulsiva de martilleo verbal, soy de derechas, de izquierdas, cierto terror vacui a la desnudez identitaria y social. La profesión de fe suele saltar con red, carecer de vivencias radicales, apuestas decisivas, riesgo y, sobre todo, del sabor del vacío que se abre como una puerta sin retorno ante la desnuda realidad.
Unos repiten el vocablo Izquierdas porque ha sido el indispensable salvoconducto parásito y no hay bufandas bastantes para estar fuera del club. Pero en el caso de otros de clara exigencia moral es difícil creer que gente de capacidad intelectual y espíritu crítico se confinase, pasada la adolescencia, voluntariamente en las fronteras mentales de su iglesia dual pudiendo obtener fuera de ella con mínimo esfuerzo alimentos objetivos más sólidos. Todos ellos hubieran podido, sí quisieran y buscaran en realidad conocimiento, desde muy temprana edad visitar y comprobar los resultados de la iglesia Izquierdas y los estragos producidos por el empeño en mantener la cárcel verbal, en la que ellos mismos colaboran remachando sin descanso la palabra Derechas como si temieran alejarse de la boya salvavidas. Fuerza es reconocer que hay un tribalismo interno más fuerte que el nacionalista, probablemente por un principio de necesidad muy superior al dinero, aupado y abrigado el intelectual del gremio por numerosos coros afines, en círculos que van de la familia a colegas, socios y seguidores, en torno a un podio en el cual él se alza prisionero de su propia imagen. A los fieles de la iglesia Izquierdas, la glamourosa, nunca les faltan parroquias ni púlpitos, ni a pelo ni a pluma:. La Derecha necesita salpimentar su discurso con la conveniente, y siempre acomodaticia inclusión en el club de algún fiel de la grey contraria, el cual se declarará hombre de izquierdas, previo pago de su importe, y tendrá en los sofás de ambos cleros asiento, e ingresos, asegurados. Así, con insistencia semejante a la del adversario, pero con menos glamour que Izquierdas y un aire defensivo, los miembros de la iglesia opuesta repiten el término Derechas, reafirmando así la falsedad dual, eludiendo individuos, lugares y hechos concretos e ignorando actitudes, aspiraciones, sistemas e ideales solidarios, Las conversiones a la iglesia dual opuesta adolecen de falta de credibilidad por carencia del riesgo asumido, del reconocimiento y vivencia personales de la desdicha ajena, de cicatrices en la propia piel por la visión, la indignación y el espanto de las heridas de otros indefensos. La revelación intelectual del converso es demasiado tardía, paulina e inocua para resultar creíble. Pudo haberse caído del caballo mucho antes.
Es de buen tono en una de las parroquias afirmar la maldad congénita del hombre, lo que no puede menos de sumir en la perplejidad a la observadora externa que, en su deambular, ha dependido tantas veces de la buena voluntad, la ayuda, la generosidad de gentes desconocidas, en situaciones de inevitable inferioridad para la viajera, ante riesgos de los que no podían defenderla ni la influencia social ni el poder ni los contactos ni el dinero y respecto a las que estaba en manifiesta desventaja en fuerza física. Hay otros mundos pero están en éste, Paul Éluard dixit, y se sitúan fuera de la probeta confortable, segura, feliz. Esos mundos nada garantizan. Exigen casi todo y ni siquiera permiten esperar al que los recorre que su voraz consumo de la propia y pequeña vida haya justificado la existencia. Queda el núcleo, de una dulzura extraña, de no haberse jamás pagado paraísos con la piel de otros.
Para escapar de los confortable barrotes de la cárcel dual no hay que hacerse eremita ambulante ni indiana jones venido a menos. Basta con rechazar la colaboración con los gestores de la cárcel verbal, negarse a repetir ninguno de sus mantras Buenos/Malos, moverse sin red ni aplausos, mirar por encima del horizonte irremediablemente provinciano, renunciar a la consigna automática y simplemente exponerse a la visión concreta de los hechos en tiempos lugares e individuos cada vez que se procede a la clasificación ética, social y política.
Mal, muy mal negocio no ser víctima, trabajar sin la tibia trinchera de partido, correligionarios, amigos del alma y sólido apoyo del cónyuge, haber recorrido, con o sin precariedad, mochila y sola, propios y contados recursos en mano, más de un centenar de países. Verlos, pensarlos , sentirlos, escribirlos, saberlos propia sustancia. Y, mientras los habitantes de la probeta, como los ricos, se. cansan pronto de sus juguetes, saber que lo vivido sin amortiguador alguno es, está y ha valido la pena.
Rosúa
Que no vivan las cadenas.
Visto el largo historial de sumisión letárgica y acomodaticia, se diría que no hay pueblo más gozosos que el español de lamer, y morder, con la esperanza de digerirlas, las cadenas, hoy de palabras, creadas por herreros anónimos pero aceptadas con entusiasmo como parte ineludible del paisaje y fruto autóctono. Al menos los que en 1823 disfrutaron desenganchando los caballos de la carroza en la que llegaba el rey absolutista y tirando ellos mismos al grito de ¡Vivan las cadenas! para demostrar su amor por la tiranía y su odio hacia los liberales no estaban pagados por ello; a diferencia de los que en el siglo XXI aclaman con fervor al cacique que les garantice el pienso económico y social del que disfrutan los Parásitos de la Utopía, nueva, floreciente y postmodernísima especie. En un cómic sin gracia, parodia de la pequeña aldea gala de Uderzo, defiende su buen vivir y derecho a manutención e incienso perpetuos la tribu Progresía e Izquierdas, atrincheradas tras muros de anatemas y excomuniones y un arsenal inagotable de fachas para cuantos no gozan del reparto de la marmita.
La sumisión cotidiana ha rebasado en la España actual los límites de la simple estupidez hasta un grado que, paradójicamente, sirve a sus autores de blindaje por .el desconcierto y parálisis que produce en observadores externos. Son incapaces de reaccionar ante la completa ausencia de adecuación a realidad, moralidad, evidencia y al propio y siempre cambiante discurso del cacique y sus avatares. Poco importa si nombra cónsul a su caballo o a las hormigas. La mansedumbre popular en la aceptación de lo inaceptable impide recurrir a la justificación caritativa de la violenta coacción externa, la gratificación vaga y dudosa no deja siquiera el consuelo de achacar siempre tal epidemia de servidumbre voluntaria al trueque de libertad y dignidad a cambio de recepción de bienes. El fenómeno va mucho más allá: Millones de personas comulgan en el sentido más léxico del término, diariamente, con obleas verbales que determinan, en el mapa cerebral,, la clasificación de seres, hechos, conceptos e imagen de sí mismos, sin que nadie externamente los obligue a ello pero con el acatamiento a una ley preceptiva que para tirios y troyanos es tan obvia, perenne e inmutable como la de la Gravedad.
Lo más fascinantes de esta gigantesca y omnipresente cárcel de significantes y significa dos es la ausencia del referente: No hay sustancia, presencia histórica, manifestación física en lo que tal cadena de sonidos pretende evocar como suyo. La consigna de la tribu es radicalmente falsa. Hay tan sólo la cruda necesidad de accionar un resorte, de asegurarse un efecto, de mantener aceitada la cerradura de la celda verbal sin la que sería imposible la existencia del amo y la del siervo feliz que ni siquiera se plantea la realidad, nada virtual, de su prisión ni la existencia de espacios fuera de ella. La cárcel es tan indiscutible como un conjuro y lanza su red metálica sobre el mundo real, percibido de forma que nada quede fuera de la clasificación delimitada por sus mallas. La realidad pasada, presente, futura desaparece. Los gentiles, los ajenos a esta secta amorfa e incontable, deberán transitar por un territorio previamente balizado so pena de ostracismo, rechazo y anonimia.
Los eslabones de la cadena verbal son en realidad un puñado, pero quizás y precisamente por eso se han revelado como indispensables y de asombrosa eficacia. Superan a policías políticas y dictaduras al uso, crean reflejos, conceptos, clasificaciones de la realidad e incapacidad de percepción de ésta. En ellos la sociedad nada, como en un gas, y los respira y asimila hasta crear una adicción que, de faltar la droga, produciría angustia, sensación de vacío y desconcierto. El kit básico se reduce a izquierdas, derechas, progresista, conservador, reaccionario, fascista, facha con aditamentos y derivaciones laterales como franquista, burgués, ultraderecha, imperialista, elitista. A esto han venido a unirse las sucesivas olas que, a manera de plaga, se sustentan en la eliminación del individuo y a cuanto a él corresponde. Hay una ofensiva en toda regla de imposición del mínimo común denominador intelectual, ético, profesional, cultural. Al borrar y difuminar al sujeto humano desaparecen la responsabilidad en los propios actos, los derechos y deberes personales e intransferibles, las capacidades y rasgos de cada persona que ya no lo es. Se la ha reducido a parte de un rebaño de víctimas quejosas distribuidas en rediles de raza, religión, tribu y sexo que, naturalmente, piden a gritos pienso, pastor y justificación de la envidia y del odio a la excelencia.
Por asombroso que parecer pueda, el arma de imposición y su cerrojo ha sido, y es, la media docena de calificativos que en España, y no sólo, mantienen en su vasta prisión a la masa de ciudadanos, nombran y manipulan gobiernos, otorgan y eliminan bienes y haciendas, quitan y ponen leyes y cargos y disponen a su conveniencia de Historia, Enseñanza, medios de comunicación, libertades individuales y acervo intelectual. Las palabras-consigna adaptadas para uso logístico en nada corresponden a su semántica cronológica y sociológica reales; no pasan de ser, y de utilizarse, como bombas cargadas de miedo, pero a base de un bombardeo que ni siquiera se percibe, semejante al de la lluvia fina. Cuando se empeña en exhumar y combatir dictadores muertos, crear dualidades y enemigos absolutamente ficticios y fabricar clientelas a golpe de exhibición mediática y talonario tal procedimiento no debería resistir el más simple roce con la realidad sin caer en el profundo ridículo. Sin embargo han logrado imponerse y sembrar de minas el mensaje cotidiano, diluir un vaporoso terror light a significarse, al rechazo, a parecer viejo, al gélido soplo de un espacio exterior privado del abrigo de pertenecer a los Progres. Nada de esto es cierto, la ficción Buenos/Malos desde toda la eternidad es un simple chantaje utilitario incrustado como dogma en los resortes de la profunda estupidez en la que se apoya su uso.
Desde luego hay un qui prodest que ha permitido y permite vivir del manejo de las llaves de esta curiosa dictadura a masas considerables de parásitos víctimas post mortem de dictadores que nunca combatieron. El manejo de las consignas-tatuaje ha otorgado gratis total el lujo de la relevancia social y de la buena conciencia a cuantos sabían, y podían perfectamente saber, el infierno y saldo de víctimas de sistemas totalitarios, véase el eufemismo de las dictaduras socialistas, del comunismo en todas sus variantes y de la maravillosa élite intelectual que permite proclamarse de izquierdas copa en mano, a costa de la piel ajena y gracias a la curiosa ceguera cognitiva, las nulas decencia y empatía y el exquisito distanciamiento respecto a la triste y cruda realidad, bien existente y documentada mucho antes de que se cayera el Muro de Berlín.
Revolución Cultural China: Felicidad, abundancia y rojo sol revolucionario total. El Bien en estado puro. Progresismo.
Es posible que la eficacia de la cárcel verbal se explique, sin ser causa exclusiva, por la notoria cobardía -mientras no se demuestre lo contrario- del pueblo español, que vive, en este sentido, de las rentas de un pasado glorioso y no en vano ostenta en 2023 como mascarón de proa presidencial una figura lamentable de cacique sin más atributos que la alforja de las coimas y la tropa de parásitos del reparto. Es, como dechado de lo más bajo del fondo, perfecta ilustración del pedestal del mínimo común denominador intelectual, ético y profesional en el que el patético aspirante a algún trono se alza. Los conjuros clave adquieren en este caso cierta utilidad a contrario: Bastaría al pueblo llano, no ya abstenerse de votar, sino rechazar, por risible y repulsiva, cualquier utilización sociopolítica que se identifique como progresista, de izquierdas, y salpique su discurso al referirse a posibles adversarios de fascistas, franquistas, derechistas, fachas, conservadores, ultraderechistas y reaccionarios. Talvez la cárcel no se abra pero al menos algo de aire circularía por ella.
Revolución Cultural China: Felicidad, abundancia y rojo sol revolucionario total. El Bien en estado puro. Progresismo.
Revolución Cultural China: Pobre, harapiento, viejo, cansado. Negrura, Tristeza. Sombra. Mal, fatal, antes del Progresismo.
Nada en tal dualidad izquierdas/derechas fue ni es cierto. Era fácil, siempre lo fue, considerarse sin mayor esfuerzo miembro del grupo de Los Buenos, salvador honorario de los (¡cómo se llena la boca al decirlo e incluso al pensarlo!) Desfavorecidos en su eterna lucha contra los Poderosos (aquí el bocado de pastel desborda y pasa de la nata al orgasmo). No ha existido jamás excepto en sociología e historia en una terminología aplicada a momentos, épocas y situaciones concretas por razones de taxonomía y simplificación pedagógica, una dualidad Izquierdas/Derechas que, aunque bastante reciente, se diría eterna y existente desde el alborear de los tiempos. Es una peligrosa y devastadora ficción que ha arrasado con la muy insobornable percepción moral del Bien y del Mal, un tsunami que ha cubierto de lodo el valor de los hechos concretos de individuos concretos y el individuo por sí mismo como centro de ética, libertad, responsabilidad y juicio. Era tan cómodo abrigarse en el lenguaje dual, tanto más si se conseguía, gracias a la artillería verbal multiplicada por los medios, sonrisas, puestos en primera fila, sueldos y estética de yo. Con lo cual se ha instalado, casi insensiblemente y de forma, en cualquier caso silenciada y preceptiva, una especie de universo paralelo, un marco invisible de actos, expresiones y pensamientos en el que el individuo responsable y sin la menor afición a engrosar el club de víctimas de los Malos, Poderosos, Derechosos lo mejor que puede hacer es disimular su existencia y hacer con regularidad profesión pública, y monetaria, de apoyo a la, ésa sí muy real, clase de los Parásitos firmemente asentados sobre el podio de la ficción benéfica.´ La cual se identifica, agotada la ubre Comunismo y en vías de jibarización Socialismo, indefectiblemente con Progreso. En la nueva Diosa Razón todo cabe y no hay parásito siglo XXI que no avente incienso en sus altares, sin el menor reparo respecto a lógica, pertinencia, conveniencia o simples veracidad pura y dura.
El experimento dual a gran escala, olvidado aunque continúa en países, sectores y aspirantes a totalitarios (muchos más de los que se cree) ocurrió durante la Revolución Cultural China, hoy chapada con mercancías, ejército y vigilancia electrónica, e inconscientemente imitada por cuantos predican en Occidente la abolición del individuo como centro de Derechos y Libertades para desplazar así el sujeto a la tribu, la aldea, la religión y el sexo. En tiempos de la Revolución Cultural China progresista era renegar del conocimiento, la Cultura, el Arte. Eran revolucionarios cuantos destrozaban estatuas, humillaban profesores, quemaban libros, degradaban jueces y leyes. En su juvenil y progresista ardor, los guardias rojos propusieron cambiar las luces de los semáforos porque era inadmisible que el color rojo, revolucionario donde los haya, significara detenerse. La moción, finalmente, no prosperó, pero muchos años después, en la otra esquina del mundo, la España del Progresismo, sin el cual no hay salvación, ha impuesto, amén de falditas y parejas en los en semáforos, lenguaje, normas y leyes de una estulticia a cual más sorprendente, sólo justificadas por la imperiosa necesidad de alimentar la dualidad ficticia del nuevo Dios Progreso como supremo bien, puesto que da de comer a un magma de adoradores. Y si el Dios Progreso se rindiera a la extenuación ahí están el Dios Futuro, el Dios Agenda Milenaria, Planetaria, Climática y cuanto Olimpo y divinidades se precisen para colocar a la voraz parroquia y sustraer dinero, libertad y recursos.
Para ejemplo de Progresismo concentrado en una más reducida probeta ninguno puede probablemente compararse al llevado a cabo por los Jemeres Rojos en la Camboya de los años setenta del siglo pasado, con el indudable éxito de acabar con un tercio de la población del país. Una de sus revolucionarias iniciativas fue eliminar a quienes llevaran gafas, signo de intelectualismo burgués. Tal vez todavía los turistas que visiten los magníficos templos de Ankor Wat puedan disfrutar además del pequeño museo local que muestra pilas de cráneos de camboyanos que hablan largamente del discreto encanto de las utopías por control remoto.
Revolución Cultural China: Pobre, harapiento, viejo, cansado. Negrura, Tristeza. Sombra. Mal, fatal, antes del Progresismo.
El misterioso sortilegio que mantiene encadenada a la población española en una voluntaria y tan eficaz como ficticia Guerra Civil Verbal tiene barrotes de muy útil segundo uso: No ya sólo el emperador sino su ejército y tropa van desnudos, y cada epíteto que utilizan como munición está hueco y sirve, cual marca luminosa, para saber que nunca hay que apoyar, creer ni votar al que los emplea, véase progresista, derechas, izquierdas, ultraderechista, facha, conservador, reaccionario. La menor exigencia de propiedad lingüística en el contenido de tales expresiones dejaría al emperador y extensa corte tiritando con probable riesgo de exterminio por pulmonía, tan largo es el tiempo que llevan viviendo confortablemente abrigados por utopías subvencionadas, lanzadas a moros-dictadores muertos, pieles de desdichadas poblaciones víctimas de lejanas y muy reales dictadoras, heroísmo de salón y quema de la Historia en la que ni figuran ni nunca figurarán ellos por sus méritos. El castillo de naipes, el chantaje verbal no tiene la menor consistencia. Un soplo de realidad, e improbable valor, bastarían.
Rosúa
¡Papá, no te vayas!
¡Papá, no te vayas¡ No nos dejes! Por los clavos de…quien fuera, uno que le clavaron o que se clavó y se hizo daño, seguro que fue la Derecha. Si tú hubieras estado no hubiese pasado. Pero volvamos a lo nuestro: Papá, no nos dejes, date cuenta de en qué situación nos abandonas. Somos tantos. Si sólo fuera por mí…Aunque también…¿Qué digo, cómo me presento, quién soy, qué soy? Vale, los tuyos se han inventado carreras, les escriben obras, ocurrencias que nadie se espera porque no hay quien te devuelva a ti un cheque sin fondos. Pero los otros, nosotros, los que no tenemos más que tu nombre, tu respaldo, la marca de tu hierro, la capa de palabras que todo lo tapan y con las que entramos, como un VIP cualquiera, en reservados, clubes de gran alterne, oficinas del director del banco, bodorrios fastuosos y anaqueles de la universidad donde depositamos libros que no hemos escrito, ni leído, ni pensamos leer, nosotros que trabajamos intensamente para no trabajar en nada y que llevamos, como quien dice, casi toda una vida, o al menos buena parte de ella, de la mañana a la noche, publicando la buena nueva de tu santo advenimiento, el de la Igualdad Democrática al fin conseguida arrasando con cualquier asomo de superioridad en valor, labor, profesión, logros, inteligencia, nosotros que no paramos de meter cada día las papeletas de ese modelo que es tu persona en los millones de urnas del mundo de la comunicación y en la bocas de los que deben sus puestos presentes y futuros a tu nombre hasta que rebosan de él y se les saltan las lágrimas, nosotros qué vamos a hacer si nos falas, si desapareces para llevar la buena nueva a lejanos destinos?.
El Universo se tornará feo, duro, desagradable si nos falta tu apostura, tu sonrisa, tu perfil de jefe nato, tu desdén hacia la masa vulgar de tus enemigos que sirven tan sólo para sustentar el podio sobre el que reposa tu figura. Necesitamos tu ley implacable de imposición del mínimo común denominador, tus miles, millones de policías para la erradicación de la excelencia. Porque eres el que todos quisiéramos haber sido, el rey del barrio, de la cama, del chalet grande y con muchas plazas de garaje, y al tiempo, ¡oh prodigio que sólo tú logras!, nos has saciado o prometes saciarnos a todos transformando en odio la masa de envidia que llenaba nuestros cuencos. transformándonos a cada uno sin excepción, excepto a los ingratos, subversivos y peligrosos enemigos de clase y de la democracia igualitaria (no hay otra) en víctimas, en tribus infinitas sin individuos en las que cada cual no es hijo de sus dotes ni de sus obras sino de rasgos afines a la ley planetaria y zoológica: sexo, villa, raza, lenguas, determinismos de la biología y de la historia, factores todos que eliminan cualquier asomo de responsabilidad individual.
Y de repente, si te vas, la buena vida, la casa, el prestigio, el diploma, el sueldo, la personalidad misma habrá que ganárselas. Es el reino del vacío el que nos espera, y sin manutención diaria. ¿Podremos todos justificar nuestras vidas y puestos con el ardiente amor por nuestras mujeres, hijos, suegras y perros? ¿Seguirán los allegados por rama política apoyándonos con los frutos de sus prósperas finanzas? ¿Servirá, como en el fondo esperas, la amenaza de tu marcha para que los jefes tribales de los que dependes renuncien provisionalmente a la aceptación de algunos de sus privilegios? Saben sobradamente que eres la garantía, providencial y quizás irrepetible, que los avala. Sobre tu mesa reposan, ya redactadas y pendientes de firma, las leyes que te han presentado como condición para que no te retiren su apoyo, véase la de extensión y promoción mundiales de óperas cantadas en la lengua de la tribu del lloroso y quejoso pueblo del nordeste, que ha sido rechazada por las Delegaciones de Derechos Humanos a causa de su insufrible e irremediable cacofonía. ¿Comprenderán estos ingratos, por los que te has desvivido, tu situación y aceptarán un compás de espera?
Y, lo peor, la catástrofe más grande que podría sobrevenirnos con tu ausencia, tan insólita, tan incrustada en nuestro horizonte que ni siquiera en ella se repara: ¿Y si desaparece de repente la ficción Izquierda/Derecha? ¿Y si se descubre que esa universal filiación dual que parece tan anclada en el mundo social y en el físico no existe sino en , puntualmente, épocas y actos y hechos concretos en estudios de sociología e historia por razones metodológicas? ¿Que tal dualidad, como la utilizada de las dos Españas por un escritor, no pasa de ser una metáfora poética y que Derechas/Izquierdas no son sino los dos polos manejados e impuestos en una especie de hipnosis colectiva para proporcionar una filiación ficticia a la población manipulable y deseosa de acogerse a la facilidad mental y a la ficción de superioridad de grupo encarnado en entidades sin relación real con sus actos y entorno? De derrumbarse el mito del Gran Enemigo del fantasma Derechas y del recurso al dictador tiempo ha difunto y la Guerra contra los Malos, siempre por ganar, entonces, si te vas, Papá, ¿qué hacemos? ¿Qué contamos, para que nos sigan manteniendo, dando voz y preferencia en la inmensa mayoría de los medios , para que incluso los de los grupos resistentes acepten intimidados el chantaje dual y la inclusión en la esfera del enemigo vil? ¿Cuál será nuestra suerte, dónde hallaremos sustento si nuestra gran arma nuclear, el vocablo Progresismo, pierde su poder y se deshincha como un globo?
Papá, no nos condenes a la inanición y a la nada, aún no. Es muy goloso el botín de un país entero de cuarenta y siete millones de habitantes. Ni comparación con latrocinios privados. Papá, ¡no te vayas, no te vayas todavía!
ROSÚA
28 de abril de 2024
LOS TRES R. I. P.
(Qué estúpida inocencia la de quien escribió esto, la autora de estas páginas que fueron el prólogo de la más mísera degeneración y regresión de su país. Sustitúyase inocencia por estupidez cuantas veces se desee. Nunca serán bastantes).
Hay tres finales que cumple celebrar este 20 de julio de 2023, vísperas en España de elecciones generales:
-Es el final de la era del desplazamiento del discurso político del cerebro a las nalgas. Esto ha ocurrido, y es visual y empíricamente comprobable, en un fenómeno que, aunque vergonzoso, por su persistencia no deja de tener originalidad, durante los años presididos por un Gobierno español al que el pie no le calza ya en el estribo por la acumulación de estiércol. Basta con observar el abrumador porcentaje de su temática legal, oratoria y mediática sobre la penetración, descripción y uso de, como dirían los clásicos chinos en el empleo de los perfumes, los cinco orificios. La pedagogía, modo de empleo e imposición y promoción continuas de la Constitución Genital han desplazado y empujado, hacia debajo de la cintura y adláteres la atención, trabajo y tiempo oficiales que deberían haberse empleado en tareas de adecuado nivel. Los escritos, proclamas, análisis de los asuntos públicos, normativa, mensajes sonoros o visuales y estudio de los problemas nacionales e internacionales han sido reemplazados por la adhesión compulsiva a la difusión del rito de los glúteos multiformes, variables e intercambiables y los autos de fe para críticos y tibios.
-Es el final de un clímax de estupidez rara o jamás alcanzado, ciertamente no en la esfera civilizada actual, que ha reemplazado por su insólita, general y silenciosamente asumida aceptación, a un peculiar tipo del orgasmo: El de la envidia y mediocridad soterradas respecto a la evidencia de que hay verdaderos países con verdaderos ciudadanos que jamás tolerarían tal ridículo. Es posible que, llegada a ciertos límites, la acumulación, magnitud e intensidad de la estulticia pueda provocar, al ser reiterada, un nivel crítico explosivo y expansivo que afecta a la mayor parte de la población española y la hace insensible a que no se emplee su lengua, se dictamine a gusto del dictador-cacique cuál es su Historia y qué debe o no amar, comer, recordar, saber, decir u odiar. Los niveles de irracionalidad, recurso al absurdo, negación de la evidencia y completo e impune desguace del país y sus recursos junto con la lluvia incesante de disposiciones entre el delirio, la insania y el ridículo, no admiten una única explicación. Se trata de un proceso de bases más antiguas y en él se ha insertado en la conciencia colectiva un implante Buenos/Malos con una guerra permanente del Bien y el Mal absolutamente falso en fondo y forma, martilleado desde hace varias décadas verbal, mediática y económicamente, y reforzado por la obligación ciudadana de apoyar vilezas de gran calado.
-Es el final del último cacique. Hay el sabor inconfundible de esos días en que termina algo, en que se abren los ojos tras un muy largo, mal sueño, erizado de extrañas imposturas tan abundantes que han cubierto la llanura de la realidad hasta alcanzar el horizonte. Nada de cuanto se ha venido afirmando con la violencia de un martillo pintado con palomas y caramelos, con un País de Oz donde la felicidad se repartiría diariamente con cucharones enormes a filas de ciudadanos con bocas siempre abiertas, nada de esto es real. Los largos años de ficción en los que bastaba con proclamar como mérito no haberlo jamás tenido, condecorarse en batallas nunca presentadas, proyectar en dioses inalcanzables situados en el espacio milenario el derecho a reinar, pastorear y repartirse este mundo, todo aquello se desmenuza lenta, seguramente. Las bases de un edificio de tierra que el agua de la realidad, largo tiempo retenida, ha anegado al hallar al fin su cauce son por momentos dispersión y múltiples naufragios de cuantos han vivido de cosechas de raqueros.
En España no sólo cambia un régimen político. Simplemente se desvanece una ficción, se detiene la música de un largo baile de esqueletos que permitía la existencia gratuita y confortable de los creadores infatigables de batallas que precisaban que fueran eternas, homéricas, contra un mal que alimentaba la orquesta y empapaba la vastedad del territorio con el reparto de las únicas verdad y bondad creíbles, en las que, sin mayor esfuerzo, tumbarse y justificar, de forma directa o vicaria, las propias subsistencia y existencia. Cesa finalmente la música y caen, como los granos de arena, al suelo los huesos de los esqueletos, a los que sólo mantenía la imperiosa necesidad de recrear, afirmar y nutrir la gran ficción que se creía y quería perdurable, alimentada por los nutridos con la vileza asumida, el mito fundacional que regalaba generosas raciones de nobleza junto con el terror a la expulsión del grupo oficial de los bienaventurados.
Todo desaparece y se diluye en este año de 2023 en el que, afortunadamente, por la lógica, y no por el mérito cívico de la rebelión moral de los ciudadanos que sólo se yerguen perezosamente frotándose los ojos, del final de las pesadillas, llega la visión del raspado fondo del recipiente donde los que fueron habitantes de las torres altas del castillo de arena bracean ahora entre los restos de estancias, fragmentos de relatos falsos, compulsivos, que escribieron con rango de leyes en la playa y que destruye una y otra vez la marea inapelable de la historia y la verdad.
Se acabó el miedo, el pastoso maquillaje que cubría con amenazas, mordazas y violencia, con la horrible sonrisa del pequeño aspirante a totalitario, con esa estupidez obligatoria, decretada, el natural ritmo de los días, el precio de las pequeñas, felicidades. En el fondo del cubo y del hoyo en la arena se agitan, minúsculos, vacíos de sustancia, los que elevaron muros y cerraban el paso a la inteligencia, el coraje y la libertad.
Rosúa
ESPAÑA, BÚSQUESE UN BUEN AMO
Búsquese un buen amo, aconsejaba Pío Baroja a la protagonista femenina de una de sus novelas. Porque, en efecto, idealismos y romanticismos aparte, cuando no se sabe vivir sin sopa, cuchara y combustible a cargo de una mano más fuerte en quien delegar la incómoda responsabilidad personal ésta es la mejor y única solución. Tiempo ha, hace mucho aunque fuese hermoso engañarse, que el país en el que actualmente se escriben estas líneas ni vale como tal ni merece serlo. Está encantado de residir en la cárcel de dos títulos, positivo y negativo, Buenos/Malos, tan falsos y ficticios como utilitarios, que le liberan de la penosa tarea de pensar, de juzgarse a sí mismo y a cada individuo exclusivamente por sus propios actos y de pagar cada cual por sus errores, miserias y estupidez notoria y profunda, España, por decir algo porque ni nombre ni lengua tiene, sólo posee una muy justificada vergüenza de sí.
Las soluciones son claras y muy pocas: Ábrase la cárcel de la falsa pertenencia al club dual Buenos/Malos póstumo, parásito e impostado y al mundo de Yupi a costa ajena (siempre es ajena), sométanse a general acuerdo los nuevos nombre de territorio, gentilicios y bandera, y, a continuación espérese de la benignidad y cálculo de intereses de algún país real la adopción de España como colonia, provincia, protectorado o similares. La adoptada siempre saldrá ganando porque ha quedado demostrado hasta la saciedad que ésta es su mejor opción y ella no vale para otra cosa excepto para contentar, como el campesino olfateador de la novela de Delibes, al amo que garantice la pitanza.
Con no poca sino muchísima suerte, tal vez podrá convencer a Gran Bretaña de que amplíe hasta el Cantábrico su frontera de Gibraltar, con lo que es muy posible que se garantice un idioma común en Administración y Enseñanza y que, de haber atentados terroristas, el por imitación e imposición, que no por su valor, pueblo español denuncie a los asesinos y no a su Gobierno democrático. Es ciertamente dudoso que Gran Bretaña acceda. Sus problemas actuales con el Bréxit son coyunturales y anecdóticos puesto que en nada rozan su dignidad de conciencia de país, de sus instituciones y de sus derechos individuales como ciudadanos. La España aspirante a la adopción no lo tendrá fácil. Mucho tendrá que explicar y ocultar de su reciente historia para que los ingleses imaginen algo como que una panda de asesinos de más de ochocientas personas y sus representantes se hayan sentado en el Parlamento madrileño. Demasiado insólito para gentes con adecuado coeficiente de dignidad ciudadana. Por fortuna se podrán hacer valer el clima, la oferta vacacional, el número de cervecerías y la densidad de camareros. No mucho más.
La elección popular de bandera y signos puede añadir al lote de oferta el simpático toque de país folklórico. Se votará, por una vez, rigurosamente por individuos, no por grupos, etnias, tribus, clases ni sexos, con lo cual la enseña ex nacional española, para distracción y regocijo de las naciones reales europeas, podrá ser, por ejemplo, de lunares bordeada de faralaes y los himnos un rap cacofónico de sonidos, carraspeos, pedorretas, dialectos y acentos con acompañamiento de castañuelas, silbos gomeros y gaitas.
El Big Ben
La adopción por el buen amo tiene la ventaja de que sirve de preámbulo y entrenamiento para la cadena de servidumbres que amaga, de menor a mayor, en un probablemente inevitable horizonte: Los españoles se irán haciendo primero a que cuando los visiten sean tratados con el mayor desprecio por amos fácticos internos, catalanes y vascos, que les arrojarán las propinas al suelo y exigirán se les trate según su señorío foral, racial y económico. Seguirá el Club de Amos Representantes del Planeta y el Tercer Milenio, y Fresquito Igualitario, cuya policía verde patrullará las calles con acceso a los domicilios, despensas, librerías, cocinas y camas. Todo lo anterior no será sino el preludio de unos amos benévolos en comparación con los Grande Buenos Amos. China y Rusia junto con su corte de rendido vasallaje oriental y occidental, que eliminarán, con el urbi et orbi on line, cualquier asomo de libertad y criterio personal.
Por lo pronto, en España subasta del país, cambio de bandera y búsqueda de un buen amo es la única solución. No hay otras.
Rosúa
Madrid, 30 de julio de 2023
Solsticio de verano de 2023
Eran los bordes del solsticio de verano de 2023, un año, unos años en el que las inquietudes, los turbios acontecimientos y perspectivas parecían reflejarse en el cielo y que, a la inversa, en el cielo se enfrentaban, como los dioses mitológicos, fuerzas opuestas, sin suaves transiciones, conquistando, perdiendo y reconquistando cada cual sus territorios . Lanzaban quizás mensajes a los cuerpos de los humanos, blandos, perecederos y sumisos que se traducían en tensión, desazón, dolores, desconcierto. Pero los seres de abajo, frágiles como las hojas, no comprendían su lenguaje, buscaban respuestas en el pasado y en el futuro. Nunca en el presente y en sí mismos. Eran los bordes de la mala época, de los límites de huidas imprecisas y exhibición de falsos culpables, incluidos los seres inanimados, las lluvias, los rayos y las piedras Los hombres añoraban los sacrificios, los ofrecían incluso, con pertinaz, lenta y disimulada eficacia, haciendo penosa, ardua y desagradable la vida de los menos fuertes. Y todo era igual y nada era lo mismo.
En el borde mismo del solsticio Una nube brotada del cielo azul se rompió en miles de cristales, con el estruendo de un tambor de guerra, y cubrió con su nieve endurecida en las alturas el suelo, los aleros y las terrazas de las casas. Anteriormente aquel ejército, antes manso, algodonoso, se había alzado en sólidas columnas verticales, prolongado su cuerpo central con una banda semejante a una enorme estrella fugaz, cambiado su ruta acostumbrada, que ya no era de oeste a este sino a la inversa o hacia el norte desde el sur. Con una extraña e inquietante sonrisa a veces el cielo lucía, muy lejos del Sol y sin curvatura, un retazo de arco iris, otras se negaba una y otra vez a la limpidez propia de la época, tronaba como Júpiter en el horizonte augurando males imprecisos, exhibía calores cortados de repente por soplos de un aire otoñal.
Los augures hubieran sido felices de hacer coincidir los signos celestes con la caída del que se quiso, en un lugar llamado España, César del siglo XXI sin pasar de un gran remedo de cartón piedra empapado del combustible de la propia vanidad propio para atraer los rayos.
Eran días, meses, años irregulares, extraños. Algo había retrocedido al tiempo que se daban enormes saltos hacia el futuro y los antes astrólogos llegaban realmente a los planetas. Llanuras invisibles se iban llenando de corazones que no soportaron el ritmo de la carrera ni su propia exclusión. Alguien se levantó de la cama, en el pequeño planeta Tierra, desalojado de su sueño bajo la ligera sábana por un soplo de aire frío tan inesperado en el cálido comienzo del verano como el aleteo insistente de una golondrina en plena mitad de la noche. Fuera, de repente, una gran lluvia. El verano ha desaparecido, como el recio y crudo invierno, al que un pertinaz cielo arenoso mantenía secuestrado en una de las muchas cuevas dejadas vacantes por la retirada de los Inmortales
Desciende de las nubes que ahora se abren en abanico, en surtidor, la incertidumbre reflejo de la que corre por el suelo en pequeñas corrientes sin fundirse en caudal alguno. Y pasan, recortados por un lienzo bajo de blanco-gris, pájaros color tinta a razón de un cuadro por segundo.
Rosúa
11 de Marzo de 2004-11 de marzo de 2023: Un éxito a largo plazo.
¿Quién puede decir, viendo la situación del país veinte años después, que el atentado en Madrid con bombas en los trenes el 11 de marzo de 2004 no ha tenido pleno éxito? En primer lugar para ETA, que ha visto prácticamente borrados y exculpados sus centenares de asesinatos en plena democracia, que ha logrado el pequeño reino feudal cuajado de prebendas, regalías y súbditos amalgamados por la complicidad en los crímenes de la vileza vitoreada y asumida y disfruta, a costa del Estado Español, de la seguridad de un envidiable porvenir en puestos oficiales. En segundo lugar para la larga, inacabada y sin duda inacabable lista de beneficiarios de contratos, ventas, cesiones, acuerdos, leyes, cargos y repartos de un país fallido, de los cuales sólo cabe esperar avidez y no lealtad ni competencia. En tercero la masa parásita local que precisaba imponer una ficción dual Buenos/Malos y lo logró con el monopolio de propaganda, anulación de la igualdad ciudadana y la imposición de leyes sobre el aprendizaje, la Historia, el pensamiento, la expresión, la lengua y la memoria. El atentado del 11 de Marzo de 2004 ha tenido, sin duda, un gran éxito. Las bombas en los trenes de la estación de Atocha han sido una inversión a largo plazo extremadamente rentable. Sin ella, y sin el volumen, cronología, metodología, gestión y utilización mediática del acto terrorista no se hubiera logrado casi en horas veinticuatro la apropiación del poder, el erario público, la legislación, la Educación, la Cultura y la regresión en fin, como tal, del país entero, hundido en la autocensura y presto a asumir la desaparición de libertad, derechos individuales y principios básicos constitucionales.
El pistoletazo de salida se dio inmediatamente después del 11 M, cuando la ciudadanía se vio empujada-pero no por ello irresponsable-a llamar asesinos, no a los autores de la matanza, sino al Presidente y partido elegidos democráticamente y a revertir su presumible reelección, en beneficio de los organizadores de la agitación. No hay precedente en país alguno de Europa, y otros, de que, tras un atentado terrorista, el pueblo haya culpado y atacado a su Gobierno legal. Esos 5, 6 y 7 de marzo de 2004 la población española se empapó del peligroso, por cuanto deja al receptor moralmente indefenso, licor de la vileza asumida. A partir de ahí el tejido de tribus sociales y locales, víctimas retrospectivas y defensores de la mediocridad irremediable ha ido deglutiendo cuanto de valioso el país podía, y debía tener. El botín ha sido múltiple: No hay corrupción, robo, fraude ni cohecho comparables al beneficio neto de la apropiación legal, blincada, ilimitada, indefinida de un país entero; de presupuesto, ingresos, nombramientos, leyes, prohibiciones, imposiciones, Educación, Cultura, modificación ad hóminen y ad líbitum de presente, pasado y futuro para convertirlos en sembrados y cosechas del grupo parásito, aupado en una masa convenientemente manipulada y enfervorecida con la levadura del miedo y el ansia de lapidar sin riesgo. En realidad, sin expresarlo ni expresárselo, el nada valiente pueblo español estaba rindiéndose a los asesinos, ofreciéndoles las cabezas de sus gobernantes legales a los que había elegido en libertad y democracia, como haría a continuación, continuamente, en los años que siguieron, con los asesinos de ETA, su espesa maraña de cómplices y con cuantos mostrasen presión, amenaza, insulto y violencia contra el Estado y la Constitución legítimos. En un proceso en acelerado crecimiento durante los veinte años siguientes, aquellos días de marzo de 2004 sembraron un bien repartido botín de silencio originado en la inevitable y profunda conciencia de rendición y colaboración en la indignidad y aseguraron, con un martilleo que no cesaría ya jamás, la creencia en la falsa dualidad Buenos/Malos, Progresistas/Reaccionarios, Derechas/Izquierdas, grabada en el imaginario colectivo con la ansiedad irracional del refugio identitario en la secta.
ETA ha salido probablemente ganador en el ranking de reparto de dividendos, con una situación estable que, aunque sea a largo plazo, sobrepasa quizás sus mejores esperanzas. Desde luego se le deben favores. Durante unas horas, dado su historial, fue presumible culpable, rápidamente exonerado luego en pro de islamistas oportunamente suicidados o diluidos en vagos espacios geográficos, sin que jamás salieran a la luz los autores intelectuales de un atentado de tal envergadura.
La finalidad del terrorismo es el terror, lograr popularidad nominal infundiéndolo, proclamar como victoria de un grupo concreto la carnicería cometida. En este sentido, es llamativa la ejemplar discreción de los supuestos dirigentes islámicos ideólogos de la matanza del 11 M. Los medios no se vieron inundados de comunicados, vídeos, proclamas y exaltaciones reclamando su autoría. Se diría que éstos observaron con desdén lo ocurrido, que no les interesó reivindicarlo y que, si había habido participación de alguna mano de obra musulmana, desdeñaron el detalle y se desentendieron de la paternidad del hecho, lo cual obviamente contradice la la lógica de versión oficial española de la autoría intelectual de un atentado de tal magnitud. Las pocas horas de hipótesis de culpabilidad de ETA fueron extremadamente útiles para acusar de mentiroso y manipulador al entonces Presidente del Partido en el Gobierno y así organizar rápidamente la campaña que permitió a sus adversarios, no ya ganar aquellas elecciones, sino ir fagocitando las estructuras esenciales del país entero sin que un público que había colaborado en la vileza de aquellos días de marzo y una oposición inerme e intimidada se atreviese a alzar la voz.
Quedan, siempre quedan, algunas voces, los hechos y el epílogo del panorama actual, veinte años después.
Rosúa
El terror de las hojas escritas.
No el de la hoja en blanco al que el escritor se enfrenta, mucho peor que el de la angustia ante la pertinaz sequedad de las ideas y el desierto de la impoluta superficie del folio. Hay un terror infinitamente superior cuando el volumen de las hojas, en todo tipo, soporte y formato, nacidas prácticamente con ese ser humano, marcado para que en todo momento se tradujera su vida en palabras, rodean los últimos años de la que escribe, claman por la existencia, aúllan en cada rincón, esquina de la mesa, estante de la habitación. La condena de sentir la belleza, de percibir de cierta forma, de caminar hundiéndose cada vez en una profundidad no deseada, de observar el desarrollo y final ineluctables de lo que en la superficie es aún sólo tiempo presente es un exigente tirano contra el que no hay rebelión porque el hogar de las palabras, pensadas, escritas, pronunciadas en silencio, nítidas y cortantes como un cristal, son el único hogar que se conoce.
Ahí están. La huida es imposible. Son las pilas de cuadernos, las páginas cubiertas de trazos desde la infancia, la querencia tan celosa del extraño don de la escritura que cuando enviaba cartas pedía al receptor que luego se las devolviera. No ha habido un recodo ni en el espacio ni en el tiempo que las palabras, las hojas escritas, no hayan cubierto. Se han depositado, vivas, agitadas, nunca realmente olvidadas como debieran, en estratos de épocas y años que forman una exigente geología. Porque saben que se acaba el tiempo y la nada va ab riendo ya su boca para transformarlas en silencio. Ese silencio en que solamente sobrenadan, por un tiempo muy breve, libros y artículos apenas conocidos.
Porque las palabras escritas son, fueron, siempre han sido su único yo, desde la más temprana memoria y hasta hoy que navegan por las singladuras más desconocidas porque acechan los monstruos que devoran la memoria, que se sientan a aguardar que flaqueen los latidos del corazón para devorarlo en pedazos.
Quieren vivir. Las hojas escritas, el pavor de la página en blanco y negro, no se resignan a a la inexistencia, a la destrucción y el polvo del olvido. Reclaman, gritan, llenan el exiguo espacio de de la vivienda, resucitan de cajas donde dormían, no admiten nuevos aderezos, podas, amputaciones. Cada una, en su forma, en el engarce de su sintaxis, en su significado, es inamovible, se cree eterna, nació porque era la sustancia esencial de un ser humano, y sin embargo grita porque rechaza la cruda verdad de que nada humano mantiene su existencia.
Páginas, líneas, párrafos, palabras. Cada una en su imagen, en su sonido, en los huesos de letras que la forman es la rúbrica y firma de haber sido, son la llave de algo inalcanzable, apenas esbozado, que era sin embargo lo que valía más la pena. Ellas olfatean cuántos granos le quedan aún al tiempo, afilan como dientes los borden de sus hojas, la espiral de cuadernos de los viajes, los frágiles soportes posteriores de la era de metal sin permanencia.
Rechazan el sonido del barco que comienza lentamente sus maniobras de partida. Es un proceso minucioso, metódico, escalonado, las pasarelas comienzan a alzarse, suenan algunas sirenas, otros esperan turno, piden paso. El muelle de la vida, con cuanto ésta contenía, no se borra de súbito, se aleja por sectores, se difumina en niebla como la vista, disuelve la agudeza de sonidos, aleja del alcance los objetos, los seres, las pasiones, la ilusión, la alegría, la pena que se van alejando centímetro a centímetro como el muelle. El soplo de la orden de partida impulsa por instinto a alzar la vista a la inmensidad fiel, segura, del cielo, a recostarla en el lecho ilimitado, familiar, perenne, del ancho mar. Pero las hojas no quieren descanso, ocultan tanto la costa como el horizonte.
Ellas están ahí, a pesar de todo su densidad no admite que vaya retirándose la escala y la masa de folios se convierta en pura inexistencia. Las palabras escritas cada día de los miles de días se levantan en un muro que contenga el avance de las aguas oscuras y sin forma, Queda la última soga para el desamarre, el mensaje del práctico del puerto para que el barco zarpe ha sido dado, pero va sin prisas. Las singladuras mientras reclaman sus derechos, encerradas en cuencos de palabras que sueñan con flotar eternamente, vivir pese al naufragio, sobrenadar disolución y átomos, escapar en la onda que es el tiempo.
Una pequeña historia de un gran horror.
2023
La chinita -inventemos un nombre, Li, en esta historia real acaecida en febrero de 2023 en unos grandes almacenes- atiende a la clientela, numerosa, de su país de origen en su lengua, y a los demás en español perfecto. Es menuda, eficaz, sencilla y amable. Mientras espero que termine con viajeras que parecen dispuestas a llevarse al Celeste Imperio buena parte de la cosecha de las rebajas, le digo algunas de las poquísimas frases en chino que conozco y se establece un delgado puente de curiosidad y leve simpatía.
Li es muy joven, no lleva maquillaje. El pelo peinado hacia atrás en coleta, dejando libre y pulido, como un talla marfileña, el óvalo de la cara animado por la negrura vivaz de los ojos; unos ojos sin miedo, sin ese movimiento sesgado típico de los sistemas totalitarios que vigila instintivamente un posible espionaje. Li está contenta y tranquila, le gusta hablar, no esperaba que una española conociera China y menos aún la China de otras décadas, no tantas, de la que su familia procede.
El barullo de gente se presta a las confidencias, como el ruido de un mar que las sitúa a ambas en el anonimato de su oleaje.
-Mi familia vino de un pueblo pequeño del sur.
-Conozco la China que tú, afortunadamente, no has conocido. La de hace muchos años. Viví entonces allí. He viajado después algunas veces luego.
-Entonces era horrible. La hambruna…Mi familia…mis padres.
No fueron víctimas de una catástrofe natural, de fatales e involuntarios errores ni de una guerra. Lo fueron de las inapelables medidas del Partido dirigido por un Líder deificado: Mao Tse-tung.
Li habla sin miedo ni reparos, como se narra una pesadilla ajena. Quien vive la pesadilla es su interlocutora. La muchachita china continúa tranquilamente, y el espanto que relata, y que resbala por su rostro como agua por una piedra pulida, en ella, afortunadamente, no deja trazos, viene a hundirse en las cicatrices de la que la escucha y ha escrito sobre ello, la que, sin quererlo, se ha pasado la vida escribiendo sobre ello. Porque hay certidumbres que cuando se ven y se saben entran en la propia existencia y no salen jamás de ella.
Pero Li es feliz, se nota, están a salvo ella y su familia. Por eso puede zambullirse en la peor pesadilla, la que vivieron sus padres, sus abuelos.
-La hambruna. Cuando se intercambiaban los bebés para no comerse cada familia el propio. En el pueblo de mis padres. Muy horrible.
– Lo sé. En esa hambruna hubo al menos treinta millones de muertos.
-Más.
-Sí. Hubo otras, y murieron más millones.
-Es que, ¿sabes?, en China no se puede saber todo eso. No se dice, no está en la Educación, ni en los libros. Aquí, en España, es posible leer todo. Allí no.
La imagen del cuadro de Goya “Saturno devorando a sus hijos”· salta recurrente al cerebro de la que escucha a Li y compensa el espanto con la alegría de ver a esta muchachita china sana, contenta, con toda la vida por delante.
-Mi padre se vino primero, sabía un oficio. Luego mi madre, con la reagrupación familiar Tuvieron más hijos. Antes en China no se podía. Ahora tengo hermanos.
Quedamos en charlar otro día. Vienen clientes que piden colores y tallas.
Recorro hasta los lavabos y la salida la planta de los almacenes en un estado de nubosa ausencia, separada de los otros por algo más lejano que años luz, porque vuelvo del fondo del más negro de los mares, de lo que es aún hoy presente y no recuerdo. Aquí, en Europa, España 2023, aún se alaba al comunismo, aún se transita por una cárcel mental absolutamente impostada, y ficticia de Buenos y Malos, en la que viven cómodamente los parásitos de la más falsa y letal de las dualidades que les otorga carnet social de buenos. Y nada importa, nada le importa a nadie el inmenso saldo de millones de muertos, el peso abrumador de la evidencia, mientras ellos borran frenéticamente la Historia y se pavonean en galas, pantallas, columnas de periódicos.
En los escenarios, en los platós de tv y en los variados espectáculos podrían recitar a Hamlet, utilizando para ello uno de los millares de cráneos que se apilan en Camboya en recuerdo del genocidio comunista de buena parte de la población. Tendrían material donde escoger, todas las edades y tamaños, con la deseada igualdad de género que otorga la muerte. A éstos no pedirán sacarlos de la fosa los especialistas en vencer enemigos muertos.
Recuerdo, sé, recuerdo, consulté, vi, he sabido. Cada uno de los recolectores del peor árbol, el de la completa irresponsabilidad individual en los propios actos, cada uno de los que se nutren y han nutrido de la cosecha de las nueces totalitarias es responsable de haber ignorado esos muertos, esa destrucción de la libertad y de las almas, ese fango de grisura y esa gente devorando los hijos de otros en las hambrunas. Los cosecheros siguen en su afán, y no los ve nadie. La chinita es feliz, bendito sea. Ella sí.. Lo que dice sé que es verdad; he visto la cara del horror.
Saturno devorando a sus hijos.
Francisco de Goya.
Y atravieso los grandes almacenes, los modelos de ropa innumerables, las variadísimas comidas, salgo al amplio cielo exterior. Sin embargo Saturno por todas partes sigue devorando a sus hijos.
Pero….
Rosúa-2023
El último Viejo
El joven soñó. Estaba libre, libre al fin de la presión del medio social, de aquellos sectores retrógrados que, pese a las directivas de selección programada y a las explicaciones sobre la oportunidad de la medida, se resistían a generalizar la norma. En el reino libre al que se abrían sus párpados cerrados podía aspirar a lo que quisiera. Soñó que despertaba y veía ya realizados sus sueños. La calle era hermosa, recorrida por cuerpos sanos y fuertes coronados por rostros lisos, ojos vivaces y sonrientes y cabello espeso peinado o rapado de diferentes maneras. Correteaban niños sacados de paseo por simpáticas parejas. Todos vestían con ropas de buena calidad agujereadas o desgarradas según la moda y se oían, en los variados tipos de reproductores, canciones clásicas, es decir, de hacía dos o tres años, y la catarata de las nuevas, sin que arruinase la espontaneidad de la innovación cotidiana la intrusión de obras polvorientas, melódicas, sinfónicas, antes incrustadas en la memoria popular como hitos obligatorios. A veces se difundían por el canal oportuno breves relatos, fulgurantes, emotivos, nunca constreñidos por comparaciones farragosas con un tenebroso pasado de estanterías repletas de polvorientas páginas.
De vez en cuando el Consejo Rector del país hacía referencia a lo que, según los días fueran pares o impares, se ofrecía como Relato Histórico y Antiguos Enemigos del Bienestar General, porque, dada la edad media de la población y la escasez de elementos vivos que sobrepasaran la mediana edad, desde que se llevó a cabo seriamente la selección programada la memoria se había ido difuminando junto con los ancianos de cincuenta o más años y los libros, de manera que se había simplificado extraordinariamente el gobierno y los líderes no temían caer en ninguna contradicción ni desmentido y reinaban felizmente sobre multitudes carentes de recuerdos. Cuanto dijeran del pasado o del presente siempre sería cierto y todas sus disposiciones, que incluían la prolongación de sus poderes máximos, estarían justificadas por los grandes peligros y crisis de los que en su momento ellos habrían salvado a la población.
Lo que más le gustaba al joven era la abundancia. Desaparecida la masa que, como un vampiro, sorbía y acumulaba bajo su piel arrugada y senil los recursos, medicinas, alimentos y excelentes puestos de trabajo, se respiraba el aire puro de quien llega a la cima de una montaña que emerge sobre la cargada atmósfera de ciudades hundidas bajo el peso de su propia ruina. Soñó que, reconfortado por la carrera que había emprendido sin que se interpusieran a su gimnástico y veloz paso peatones torpes, se dirigía al edificio acristalado donde prestaba sus servicios en las salas de selección cronológica. Había que estar muy al tanto porque aún había pendiente una larga tarea de trillado y los sujetos que iban pasando no siempre ofrecían la colaboración debida y, ora falsificaban sus documentos de identidad, ora se maquillaban, teñían y vestían para aparentar edad inferior a la fijada como máxima permitida. Tiempo de gran prosperidad para los cirujanos plásticos, de cuyas intervenciones había gran demanda y ofertas tentadoras en el mercado telemático. Rejuvenecer en apariencia no era fácil ni barato. Sin embargo garantizaba, si se tenía la suerte de pasar por una revisión de edad superficial y apresurada, un plus de esperanza vital.
Pero había un problema: Los buenos cirujanos, dentistas, ingenieros, arquitectos, comenzaban a tener sus años, lo más fresco y nuevo ofrecía hermosas flores pero no siempre nutritivos frutos, y el joven lo descubrió al despertase, cuando, por un inoportuno pinchazo en el molar izquierdo, hubo de introducirse en el reino de la fealdad. Con la dirección que un colega le había proporcionado bien guardada en el bolsillo de su chándal, cubrió con trote elástico la distancia hasta unos edificios alejados, entró, subió ágilmente las escaleras despreciando, por supuesto, el ascensor y a los que lo utilizaban, llamó a la puerta, explicó su caso. Sabía que, en la planificación de la trilla cronológica de la población, se habían dejado, provisionalmente, islotes de permisividad, por razones de emergencia práctica. Le pareció bien. Ya iba siendo hora de que el aún considerable sector parásito al que la población activa se había visto condenada a mantener hiciera algo útil.
Le sorprendió que le recibiese primero alguien de edad todavía admisible, quizás no había cumplido los cuarenta. Luego entró el médico dentista y entonces supo que el ayudante lo era para aprender y practicar. El joven paciente dominó la ligera repugnancia que le producía ver tan de cerca el rostro envejecido, sin embargo, a los pocos minutos de trato y explicaciones, mientras hacía efecto la anestesia y se enjuagaba, observó que había desaparecido su rechazo y que en realidad ya no veía al dentista como perteneciente a un grupo cronológico sino sólo al individuo que le trataba y con el que al final acabó manteniendo una animada conversación. Surgieron temas en parte conocidos pero muy distintos en otros casos de cuanto constituían sus recuerdos y su experiencia propia. Le parecía adentrarse en un planeta simétrico pero complementario del suyo. Hablaron también de regiones, de barrios en los que ocurrieron sucesos de los que él tenía ecos vagos. Y nombraron a gente que había pasado la línea de la selección programada y desaparecido, pero no en las clínicas dispuestas al efecto sino socialmente, huida trasladada sin atenerse a consejos oficiales y trámites, a lugares alejados de sus domicilios, a veces conservada por quienes, en su entorno, se negaban a que se dispusiera de ellos. El joven había respondido siempre a los que estudiaban los casos que se trataba simplemente de un fenómeno conservador, de cierta avaricia que llevaba a retener a los ancianos como quien mantiene en su casa un mueble o un jarrón antiguos. Él mismo, que había vivido con un grupo de escolares y luego adolescentes, era ajeno a aquellos apegos a las ramas caducas de necesaria poda para el árbol, pero podía comprenderlo. Sin embargo durante esa charla, que se prolongó más de lo previsto porque ningún otro paciente esperaba, se sintió en un plano de igualdad, con el médico viejo y con el otro.
Mientras esperaba que le escribieran unas recetas, observó, entre revistas de fotos de puro entretenimiento, unos folletos. Ya era raro encontrar comunicaciones impresas, aunque seguían existiendo. Cogió uno: La apuesta de la especie, rezaba el título.
-Llévatelo- le dijo el ayudante, que salía porque había terminado su jornada.
Caminaron juntos. Se sentaron en un banco y el aprendiz de dentista le comentó el contenido.
Ya en su habitación, con una excitante sensación de clandestinidad, el joven fue leyendo:
En la evolución se va seleccionando a los más fuertes. Pero la especie humana es peculiar. Ha apostado por el cerebro, por la memoria, por el individuo, por los afectos, la inventiva, los cambios. Y empezó pronto, cuando en las cuevas alimentaron a los que ya no cazaban, pero sabían los sitios de caza y agua, cuando contaron los de más edad a los otros largos cuentos.
Siguió leyendo, pero se durmió enseguida. Ya el molar no le molestaba, pero tenía que volver a la consulta.
Tuvo otro sueño: Caminaba por la ciudad poblada exclusivamente por rostros juveniles. Al anochecer, en un parque que tenía una extensa zona de rocas artificiales vio, en la imitación de cueva, una ligera luz. Se acercó. Y allí, en en fondo, había un hombre mayor que calentaba algo en la brasa. Aquel hombre lo miró y le pidió inmediatamente:
-Calla. No me delates.
– ¿Quién es usted? –
-Soy el último viejo. –
El joven se despertó. Y esta vez no había sido un sueño. Fue una pesadilla.
El Castillo de la Bella Durmiente.
Las plantas habían crecido y casi ocultado la vajilla, para gran alegría de los ecologistas, las nubes permanecían estáticas en un eterno abril, las corrientes de aire habían dejado suspendidas, a medio camino entre techo y suelo, las vaporosas cortinas. En el palacio reinaba la mudez y los pajarillos, sorprendidos por el conjuro en su vuelo, habían caído sobre mesas y pavimento, sobre los que reposaban en suspendida animación. Aguzando el oído, podía percibirse el leve latido de los corazones, desde el rumor mínimo del palpitar de los jilgueros hasta el que fue redoble y quedó reducido a un golpeteo pausado en el pecho de los representantes de reino. Las palabras habían quedado igualmente detenidas en las bocas de los cortesanos y reducidas al puré dulzón resultado de asentir, activa o pasivamente, durante tan largo tiempo, a las órdenes de su líder.
El maleficio se había extendido desde la costa hasta la cima de la última montaña, aunque con efecto desigual porque los poderes de Funeralis Konfinátor disminuían con la distancia. Desde la torre, el señor indiscutible, rodeado de los cientos de trovadores que debían cantar sus hazañas, de los no menos numerosos consejeros áulicos y de sus recién nombrados dirigentes de los ministerios del Silencio Selectivo, de la Destrucción Solidaria y del Jolgorio Funeario, contemplaba la parálisis de sus súbditos con sentimientos encontrados. Había sido hermoso, y satisfactorio, el efecto del hechizo, la rápida, instantánea eliminación de todo movimiento impredecible, de cualquier palabra o gesto espontáneos, de la más mínima posibilidad de rechazo. Siempre disfrutó observando a cada uno de los habitantes del dormido palacio congelado en su postura, vestido con el mismo atuendo, incapaz de escoger ni una actividad ni un esparcimiento ni una compañía ni una prenda que de él no dependiera. Pero tenía una inquietud.
Su visir, Polpy, experimentaba con la situación tal felicidad que desde el comienzo del conjuro no había salido del éxtasis de sumo placer, puro erotismo ideológico, que le embargaba y erizaba sus miembros y sus cabellos. Era, prácticamente, la meta de sus sueños, más que húmedos de torrencial lluvia tropical. Ni una frase, ni una mirada, ni siquiera un pensamiento podrían surgir ahora sin su permiso. De sala en sala, desde el primer cortesano hasta la fregona de las cocinas, cualquiera estaría a su completa disposición con esa fidelidad que sólo se logra tras borrar o sustituir los contenidos de la memoria y del espíritu. Aún era, sin embargo, demasiado temprano. Por lo pronto, asistía a los periódicos letargos y despertares, les hacía, en cuanto eran capaces de ello, oír su voz, y era su rostro de los primeros que divisaban al abrir los ojos y el último que recordaban al cerrarlos.
A Konfinátor le inquietaba, empero, la progresiva falta de público que observaba en los paréntesis de vigilia que había programado regularmente a tiempos fijos, de forma que el palacio se animase, aunque de manera controlada, para su aparición triunfal, locuaz, extensa, prolongada con una cabalgata extramuros y actividades que dependían de la programación. El reloj dio la hora en la fecha indicada. El Líder descendió con los suyos para el paseo-homenaje acostumbrado por las salas, patios, jardines, edificios adjuntos y cotos adyacentes en los que había dividido, tras haberlos cuidadosamente señalizado, su palacio y también, su reino. En todos ellos, y repetidos de manera bien visible, grandes carteles e indicaciones de paso franco y de prohibido marcaban los espacios benéficos obligatorios y los maléficos abominables.
Sonó, pues, la hora en el reloj sincronizado al efecto. Los súbditos, apenas despiertos y desacostumbrados a la luz, fueron inundados con trompetas y timbales que anunciaban al Jefe, junto al que caminaba, a la par que Polpy, su mago, el minúsculo pero estruendoso y siempre amenazador Señor de los Hechizos, venido desde la Mar Océana y encargado por Funeralis Konfinátor de mantener durablemente a los vasallos en el lugar que les correspondiera y de hacerlos deambular sólo en las zonas señalizadas como izquierda con el firme convencimiento de que allí exclusivamente se encontraba el Bien, mientras que en los opuestos, derecha, no había sino llanto, sombras y todos los males sin mezcla de bien alguno, por lo que, de caer en ellos, en vez de sueños tendrían pavorosas pesadillas.
Los vasallos, entumecidos y deseosos de dar al menos unos pasos en el espacio exterior, se guardaban de hacer objeciones, pero observaban en cuantos veían, vecinos, familiares, conocidos, desconocidos, algo extraño: Las caras, cada vez de más gente, cada vez de individuos distintos, se volvían blancas, enseguida transparentes, y a continuación el afectado desaparecía, ya no estaba allí, súbitamente, dejando tan sólo un hueco, sin que ni Konfinátor ni su visir ni acompañantes repararan en ello ni le dieran importancia ninguna. Ahora era el compañero de mesa, a continuación la mujer que venía con platos, luego el grupo de ancianos que se habían puesto a jugar a las cartas. Simplemente, de un minuto a otro ya no estaban ahí, y luego en su lugar aparecía un trozo de papel diciendo que era un proceso natural, aunque nuevo, y que ya no volverían a materializarse nunca ni valía la pena que lo hicieran porque sobraban en el censo por edad, enfermedad o desdén hacia el Líder. Podía que fuese natural en efecto, se decían los habitantes del palacio y de las calles circundantes, puesto que el señor y sus huestes jamás parecían reparar en ello y que, cuando a alguien muy cercano se le volvía blanco el rostro, luego transparente para al final difuminarse por completo, lo ignoraban como si jamás hubiera existido y continuaban la conversación con su más cercano interlocutor.
Los habitantes del palacio, y los de la villa, desaparecían a miles. Uno y otro día, se multiplicaban las caras repentinamente borradas y reducidas a una superficie lívida y lisa, que flotaba unos minutos sobre la transparencia del cuerpo hasta pasar a la nada absoluta. Quien intentaba reaccionar, quien reclamaba a su madre, a su hermano, a su vecino, pero eran tantos los que faltaban y tanta la indiferencia de Funeralis, su visir y su numeroso cortejo, que el vulgo nada podía hacer y, sobre todo, nada parecía que pasase; ni siquiera se comentaban las noticias. Volvía el resto a sumirse en su profundo sueño, el señor y los suyos regresaban a su torre, a donde apenas llegaban los llantos y noticias del suelo, y descendía sobre los pisos inferiores del palacio, como una niebla de un blanco parecido al de las caras, el silencio general.
Para encauzar debidamente, por el camino de la adhesión al Líder y el entusiasmo, los potenciales llantos y protestas, en la torre del homenaje ondeaban, cada vez que Konfinátor Funeralis, su visir y huestes paseaban por el recinto y cabalgaban por los alrededores, pendones variados y festivos, verde, rojo o morado con lentejuelas unos, arco iris otros, blanco con la V dorada de la victoria en abundancia, puesto que a más millares de ciudadanos difuminados en la nada más se concentraba la adhesión a Funeralis en los restantes del sector adolescente e infantil en el que el Gobierno, presidido por Presidente, Visir and Co,. pensaba afianzar su durable reino.
-Han desaparecido entre ayer y hoy mil doscientos de vuestros súbditos, amado Líder- vino a informarle solícito el Coordinador de sus asesores.
-Muchos son. Tal vez al Señor de los Hechizos se le ha ido un poco la mano-
Konfinátor Funeralis frunció el ceño, con moderación porque se había especializado en ofrecer una imagen de belleza pétrea, inasequible al desaliento y, por el contrario, plena de confianza y euforia. Por lo tanto ordenó inmediatamente:
–¡Que icen el brillante pendón y tiren confeti!
De la torre descendió una alegre nube de papelitos de colores que el Líder se apresuró a espolvorear también sobre sus hombros y pechera para que no cupiera la menor duda sobre su optimismo e identificación con la victoria, la felicidad y el bien. Al tiempo se escucharon sevillanas alternadas con una música triunfal en parte bélica y en parte adaptación de “Soy la reina de los mares”, favorita de la esposa de Konfinátor.
– ¡Más alegría! Más situación excelente. ¡Que se vea el gozo que reina en Palacio y que las bajas no son sino errores de cálculo en el censo!
dijo Funeralis. Y luego añadió en voz baja y despectiva, por encima del hombro, sin volverse, al lugarteniente más cercano:
-Nada que aluda a factores negativos, nada. Contraataque, vestimenta de contraataque.
Hubo entre los fieles del Líder más cercanos cierta lucha sorda por conseguir ser el primero en ofrecer a su Jefe lo que deseaba. Varios corrieron hacia el almacén de vestuario dando órdenes a gritos. Finalmente el más rápido se presentó jadeante ofreciéndole en una bandeja el chaleco repujado de las festivas celebraciones, que incluso relucía en la oscuridad. Konfinátor cuidaba en extremo su apariencia y disponía de una abundante colección de tales prendas, cada una adecuada al momento. Su visir Polpy le imitaba en sentido opuesto, con lo que llamaba acercamiento a las gentes, y lucía vestimenta de variada y cuidada pobreza pero de materiales de calidad, que conjuntaba con los turbantes que le habían sido enviados, como presente fraternal, desde Persia y que lucía con orgullo para subrayar su rechazo del sistema y Continente opresores en los se hallaba.
No bastaba, se dijo el Líder. Y ordenó que se organizara una gran fiesta, con nutrida asistencia internacional, de forma que se difundiera que, lejos de estar sumido en el letargo y diezmado por el mal de las caras blancas, en su palacio reinaban el bienestar y, pese a los millares de desaparecidos, la alegría de estar bajo su mando. Su dilecta esposa, que solía en las apariciones en el vehículo descubierto, sostener sobre la cabeza de su marido una corona de oro sustraída al museo arqueológico mientras le susurraba:
-Recuerda, querido, que eres un hombre. ¡Y qué hombre!
sería la encargada de organizar el festejo que daría un tono festivo a la baja diaria en el número de sus súbditos y distraería la opinión del enojoso recuerdo, e incluso llanto perceptible en escasos sectores que se resistían al letargo y hacían esfuerzos titánicos por mantener los ojos abiertos.
Y como se dictaminó se hizo
Se dio la gran fiesta, con proclamas para que acudieran los más representativos dirigentes de los países limítrofes, así como nutridos contingentes de heraldos, trovadores, aedos y asesores áulicos. Sin embargo la concurrencia final resultó menor que la esperada y, para completarla, hubo de recurrirse a la movilización de familiares, allegados, amigos, simpatizantes y primos hasta el tercer grado de los cortesanos de Konfinátor, y hubo también que echar mano del numeroso harén, suegras, suegros, cuñadas y odaliscas en lista de espera de Polpy, que practicaba la poligamia inclusiva como muestra de hermandad con los usos y costumbres de sus fraternales aliados contra el Gran Satán del Oeste.
La fiesta fue ruidosa y polícroma. Las señoras lucían, según consigna establecida, cada una un vestido de los colores de la bandera de un país, y Funeralis deslumbraba con su brillante chaleco rojo recamado de luces navideñas. Cuando alguien preguntaba sobre la extraña dolencia de las caras blancas que, se rumoreaba, diezmaba su reino, él simplemente encendía las brillantes luces de su atuendo y pedía a la orquesta que tocara más fuerte. Luego se marcaba unos pasos de danza con la Primera Dama, que había elegido para la ocasión toga blanca de fina seda con bordados de obeliscos y antorchas en pedrería, sandalias a juego atadas con cadenas de platino y tocado de gran diadema de áureas puntas rematada cada una por un brillante de considerable valor.
Corrían los licores, más generosos cuanto que la reducción en el número de súbditos había mermado las cosechas, pero también disminuido, junto con el aumento de los impuestos, el número de consumidores, por lo que Konfinátor ordenó que se bebiera y comiera sin tasa y se sacaran de las bodegas los mejores caldos.
Así se hizo. El aumento de volumen de la música y el del número de las copas marchaban a la par. A los que permanecían en profundo letargo en los salones llegó el estruendo, multiplicado por los ecos que en las vastas estancias ya iba dejando la ausencia de miles de víctimas del mal de las caras blancas. Tantas eran éstas, de las que no se hablaba jamás, que por el vacío resultante se establecieron, en aquella noche tormentosa de nubarrones a los que los asistentes al festejo no prestaban atención, grandes corrientes de aire por las puertas y ventanas abiertas e iluminadas para la ocasión con el fin de mostrar prosperidad y transparencia. El reloj de la señal cayó de la estantería envuelto en la cortina por efectos de una furiosa ráfaga. Sonó su timbre, ahogado por la música exterior. Los durmientes comenzaron a abrir los ojos, asombrados al no encontrar a los vigilantes y conductores palaciegos acostumbrados, ni, en su podio, al Líder acompañado de Polpy y del vociferante Señor de los Hechizos. Se incorporaron. El viento arreciaba y había tumbado, arrastrado, arrinconado las señalizaciones que estaban obligados a seguir. Ya no existían caminos ni estancias “izquierda” “derecha”, deambulaban en pleno desconcierto, poco a poco sustituido por una extraña sensación mezcla de alivio, libertad y dolor porque comenzaron a sentir agudamente los huecos que había dejado en sus vidas el mal de las caras blancas, empezaron a dudar de todo, de las palabras de Konfinátor, de los rumbos marcados por Polpy, sus bien pagadas huestes y sus heraldos, descubrieron que las señalizaciones no habían existido desde toda la eternidad sino únicamente por conveniencia de los que las usaban. Entonces consultaron listas, comunicaciones de desaparecidos que yacían en el fondo de cajones o apiladas en un arcón, sumaron números, cotejaron nombres. Y sintieron el dolor de la irremediable ausencia cuando pusieron nombres a aquellas cifras y las asociaron con los que echaban en falta, con aquéllos que para quien los recordaba no tenían edad ni debían haber sido empujados al vacío, y los unieron a las circunstancias que rodearon a su desaparición, al gran silencio que los envolvía, los desechaba, los había reducido a gruesos fajos de folios de los cuales hallaron algunos a medio quemar en la chimenea.
Con los ojos ya muy abiertos, y mientras fuera seguía la fiesta, arrojaron al fuego los antiguos carteles que les marcaban direcciones y territorios, y compartieron, sentados junto a la lumbre, su pena, su ira y la vigilia y fuerza que el dolor mismo les daba y que era lo contrario al sopor y la resignación. Entonces fueron hasta las ventanas abiertas de par en par, cambiaron las luces de manera que se fijara desde el exterior la atención en ellas y comenzaron a arrojar a los que estaban abajo cuanto sobre los desaparecidos habían encontrado, nombres, papeles, pertenencias, cuadros. Luego añadieron las vestimentas talares del Señor de los Hechizos, los carteles todavía no incinerados, el podio de Konfinator y la exquisita maqueta de la nueva mansión de Polpy que éste mostraba únicamente a los íntimos en contadas ocasiones.
La fiesta con representantes extranjeros no evolucionó como el Líder había esperado. Ni las generosas raciones de alcohol ni las promesas de partidas de caza y largas entrevistas exclusivas con Funeralis tuvieron efecto. Por el contrario, los reunidos recogieron con avidez lo que se les arrojaba, lo leyeron, comentaron formando grupos. Unos pocos primero y luego muchos decidieron entrar en el Palacio e interrogar a los legendarios durmientes que habían dejado de serlo y cuya historia corría en voz baja de boca en boca. El público cambió de composición, entraron personas del exterior que se unieron a los grupos y comentarios, salieron otros del palacio. Konfinátor y los suyos dejaron de ser el centro de atención, de tal forma que las luces del brillante chaleco se fundieron, la música de un ritmo desconocido apagó el discurso que intentaba declamar Polpy, el Señor de los Hechizos yacía en el suelo víctima del abuso de los caldos de marca y algunos habían hallado en la torre del Palacio, junto a una hermosa durmiente de fino mármol, un libro previo al letargo en el que se describía la anterior situación del reino, la cual, para gran sorpresa de los lectores, no era la del todopoderoso Mal balizado por la obligatoria señalización.
Konfinator andaba de sala en sala, seguido por los fieles de su corte, pero todos comenzaban a tener una terrible impresión de no existencia. Era mucho más angustioso que cuanto habían temido: Agresiones, sublevación, atentados. Los ignoraban. La mujer de Konfinátor corría tras su marido intentando, todavía, sujetar sobre su cabeza la corona de oro y susurrarle las palabras de rigor, pero era inútil y alguien se la arrebató al pasar y le dijo cortésmente que era para pagarse las honras fúnebres de uno de sus familiares. Los cortesanos comenzaron apresuradamente a intentar cambiarse de bando, pero no encontraban la señalización habitual y pasaban errabundos de una a otra sala, sin líder ni distinguir, a falta de los mantras automáticos acostumbrados, la dirección hacia el nutricio y seguro recinto de la tribu, ya como ellos mismos inexistente. Se rumoreó que Konfinátor había intentado iniciar una defensa homérica desde la torre pero que se lo había pensado mejor y se dirigía a caballo a la confortable mansión campestre de su mujer. Enseguida corrió otro rumor: Un vasallo del común, de los que habitaban extramuros pero tenía parientes en el interior del recinto de los que nada sabía hacía varias lunas, quería a toda costa hacer llegar a Konfinator un pliego de rogativas y agravios, en un desesperado intento de averiguar si el mal de las caras blancas había borrado a los suyos de la existencia. Sabedor de que el señor del palacio jamás permitía que se citara la desaparición, vulgo muerte, de persona alguna, surgió ante él repentinamente agitando su escrito mientras con la otra mano sujetaba las riendas del caballo. Funeralis, que estaba convencido de ser invulnerable, recibió el extenso pliego (porque las víctimas eran muchas) en pleno rostro, perdió el control de su cabalgadura, se produjo, con la brusquedad de sus movimientos, un cortocircuito en las luces de su chaleco de gala, que, perdidos los alegres colores, pasaron a parpadear en blancas ráfagas que iluminaban espectralmente en la oscuridad su rostro. El vasallo exclamó espantado:
– ¡También vos tenéis el mal de las caras blancas!
Y, al ver que Konfinator, perdido todo control pero aferrado con ambas manos a la dorada espuela, era arrastrado por la bestia, corrió hacia el palacio para dar a todos la buena nueva.
Respecto a Polpy, su equilibrio psicológico no había resistido la destrucción de la primorosa maqueta de su vivienda. Vagaba de sala en sala intentando convencer a cuantos se prestaban a oírlo ora de que era el Mesías Igualitario enviado para sustituir a Konfinator, ora de que sus genes procedían de Sansón, puesto que su fuerza radicaba en la maravillosa mata que cubría con su turbante, vigor del que, además, daban testimonio sus numerosas concubinas. Finalmente se subió al sillón regio dejado vacante por el Líder y, en pie sobre el asiento, procuró inútilmente atraer la atención. Nadie reparó en él. Polpy fue deslizándose hasta el suelo, pensó en la maqueta destruida de aquella mansión en la que había puesto sus esperanzas, tuvo un ataque intenso de melancolía, se enjugó con el turbante una furtiva lágrima y, antes caer en un sopor profundo, se dijo mirando a los que hubieran debido ser sus seguidores:
-No me merecen.
Había en las estancias del palacio un festivo desorden, muy distinto al que antes había reinado en el exterior, un ambiente agridulce, un hervor de comentarios y búsquedas, como si hubiera mucho que mirar y jornadas que recuperar con febril vigilia.
Alguien tropezó con un reloj roto.
súa
Una vaca entre nosotros
-¡Es una lady!- confió la nueva portera del inmueble a una vecina, compartiendo con ella su admiración y descripción de la señora que acababa de pasar, dejando a su paso, como reza la canción latinoamericana, un rastro de lisura y del perfume que en su pecho llevaba.
Sensible y avezada a las apariencias de los inquilinos y a su propio gusto por el buen vestir, repitió:
-¡Es una lady!
Y lo era. Lady X llevaba en aquella ocasión, y en todas, vestido de fiesta, que la ignorante plebe hubiera calificado de bodas y bautizos, y que en ella a ninguna hora del día resultaba impropio porque lo distribuía en una percha corporal imponente y alta, sin llegar a resultar fornida, lo manejaba, con sus encajes, veladuras, brocados y joyas, con la natural gracia y hábito con los que una flamenca domina en el tablado su bata de cola. Pisaba fuerte y rápido y dejaba que el amplio escote lo coronasen rubia melena, blanca piel, ojos de agudo mirar que siempre, cualesquiera que fuese su color, parecían claros, azules, grises o verdes, cuando dirigían al interlocutor un vistazo de inconsciente dominio, el de quien sabe y acostumbra a transitar entre los afanes de los angustiados por las cosas y deja planear sobre su cabeza sin que desciendan, prohibiéndoles con un gesto el aterrizaje, los aviones cargados de preocupaciones y disgustos que pueblan el espacio aéreo de lo cotidiano.
Lady lo era por instinto, lo poseía, no por genética ni nombramiento sino por palmito, educación y costumbres. El título parecía impreso de alguna forma en ella y cuanto la rodeaba. El cristal, raso, mármoles y oro formaban parte de su hábitat. Y, lo mismo que las rimas de Bécquer son, amén de bellas, inimitables porque bordean, sin traspasarla, la frontera del territorio de lo que en otro sería insoportable cursilería, en ella no se rozaba la línea sutil donde, sin remisión, se extiende más allá el lujo insoportable del hortera rico. Venía, y vivía, en ese plano por el que, como en las nubes, transitan las clases altas, de familias y amigos de sólido patrimonio e importante actividad profesional, avalado en su caso por diploma y trabajo cotidiano, con el telón de fondo de vastos jardines y mansiones. Nadaba con tarjetas VIPS en aguas de buques insignia urbanos que fondeaban en hoteles de cinco estrellas, con la tripulación de colegas y servicio. Conocía a la perfección sus portulanos, distinguía, y evitaba, a los piratas, veía lo necesario, y los necesarios, para moverse en su mundo. Los demás pertenecían a otra, necesaria en algunas ocasiones y generalmente invisible, realidad. Iba a la oficina, Atendía a sus próximos con instintiva fidelidad tribal. Escapaba a veces en navíos de placer.
Sobrepasado ampliamente, il mezzo del cammin della sua vita, cuando ya los años han dejado en los que planeaban sobre su cabeza un saldo de aviones negros -el habitual peaje familiar, conyugal, físico que se paga por cumplirlos- y se ha impuesto el sentido de realidad, muy fuerte en lady X, de raspar la felicidad ocasional de cada día, ocurrió lo inesperado, el amor tardío con todo el esplendor de las rosas de otoño, el cambio, la pareja, el futuro que de repente existe. En un marco perfectamente clásico: Un crucero.
En el barco para la cena se vestían ellas de largo, ellos de oscuro, gemelos, chaqueta y pajarita. Lady X brillaba con la desenvuelta elegancia que dan el hábito y mejores firmas en la ropa. Él, Mr. W., compartía con ella dignidad y porte y tenía el atractivo de lo opuesto, del inglés social y laboralmente preocupado y activo, de extracción humilde y evangélica sensibilidad ante la indigencia acompañada de indiferencia similar a lo ajeno a su mundo. El pasado del uno y de la otra encajaron como piezas que se ensamblan naturalmente, por coincidencias de sus respectivos peajes negros pagados por ir cumpliendo años. Lenguas, costumbres, relaciones, ambientes fueron secundarios. Nada que salvar no pudieran aviones, coches, voluntad, llaves de ambos domicilios. Juntos, a partir de entonces. Porque había ocurrido lo impensable, la pareja para el resto de la vida, fuese ésta corta o larga, y la realidad es la que se hace. Amor, amor, amor.
Hasta que un día se alzó entre los dos un serio enemigo.
La adaptación a ambos medios, inglés e hispano, había requerido buena parte de la discreción y flema británica, y no menos filigranas sociales y en el estilo diario por parte de la lady. No se dieron realmente batallas y si conato de alguna hubo fue ganada en su mismo comienzo. Hasta que la pesadez del animal se cruzó en su camino.
Los transportes aéreos, que en su momento fueron una grata experiencia, tiempo ha que han derivado en calvario: Larguísimas esperas, anónimo mercado de precios, sumisión a inspectores y a imprevistos, extensiones kilométricas sembradas de pantallas y ajenas al contacto profesional humano. A Mr. W. le llegó de su país una perentoria citación profesional para una reunión física ineludible. Lady X descubrió con asombro que por un billete de avión a la población natal de él se pedían cifras astronómicas y, con indignado sentido económico, se negó tanto a pagarlas como a quedarse ella en tierra. Volarían juntos. Para ello encontró, escala y malas conexiones mediante, un vuelo en KLM con el que, finalmente, inseparables, llegaron ambos al lugar.
Pero la vuelta….
También ella tenía compromisos laborales. Era imperativo regresar como previsto. Y ahí empezó el asalto a la fortaleza de su amor. KLM modificó el vuelo diez minutos antes de salir hacia el aeropuerto.
-No importa. Venceremos, llegaremos, los demandaremos- aseguró, y se aseguró lady X. En peores plazas habían toreado en su ajetreada vida juntos.
Pero la alternativa era volar desde Londres. Se precipitaron a la estación para coger un tren.
-Vamos en primera.- Lady X se recogió el borde de la falda, de fino estampado y corte, decidida a esquivar a los muchos que parecían igualmente empeñados en sacar su billete.
Mr. W. era de natural reposado, flemático y afable, solía adaptarse y condescender sin mayor esfuerzo, pero esa vez estaba en pleno en su territorio, el de la lucha cotidiana de los trabajadores en la estación inglesa de un pueblo inglés otrora más próspero que cumplía el rito laboral del largo desplazamiento. Mr. W. sintió que debía mantener su conciencia de clase. Y se negó a coger billetes de primera. Había que llegar a Londres, y a España. Ningún otro transporte ofrecía alternativa alguna. Irían en el tren como iba todo el mundo, sin VIPS ni tarjetas oro. Como cualquiera.
Descubrieron que el tren estaba atestado de viajeros, que rebosaban de ellos todos los vagones. Ningún asiento libre. El trayecto de horas habría que pasarlo de pie.
El agraciado y bien cuidado rostro de lady X había adquirido una inusual calidad pétrea que desconcertó al bondadoso Mr. W.
-¿Estás incómoda?- osó preguntar.
No hubo la cariñosa, y comprensiva, respuesta habitual. Sólo una mirada de glacial desdén hacia el espacio que ellos dos y su equipaje, sorteado por los que iban y venían a los servicios, ocupaban en el atiborrado pasillo. Tras unos, largos, minutos ella pidió y examinó los billetes de segunda clase, y se los devolvió como quien espera en el póker la jugada siguiente de su contrincante.
Había apuesta. Mr. W., aunque realista y poco imaginativo, vio dibujarse en su cerebro una escena de naufragio que se superponía a la romántica noche en el crucero. El barco, en forma de incómodo tren, se hundía en las oscuras aguas de la banal desdicha cotidiana. ¿Perderla a ella? Jamás. Bracearía, de vagón en vagón, en busca de un bote salvavidas.
-Pregunta al revisor si hay, pagando la diferencia, asientos en primera.- indicó lady X, dotada siempre de buen sentido práctico, cuando lo vio partir, viva imagen del desconcierto.
Encontraron.
Ella estaba cansada, mucho más que de costumbre porque tras una jornada laboral intensa antes de dejar Madrid la esperaba otra igualmente dura al volver y le había fallado, como el peldaño de una escalera, el orden, pago mediante, que siempre solía dominar y con el que contaba para navegar diestramente por una vida con múltiples focos que requerían atención. Había acompañado, en un viaje de última hora que se había revelado azaroso, a Mr. W. a su ciudad natal inglesa, que no se distinguía, cerveza aparte, por especiales atractivos turísticos. Sufrió luego la afrenta del cambio en el vuelo. Se movía en el espacio del Derecho, reclamación y demanda. Con su eficaz sistema de reacciones rápidas, se sabía capaz de vencer los imprevistos. Y entonces se encontró con la negativa absurda de Mr. W. a sacar billetes de tren de primera clase, en una especie de declaración solidaria de apoyo social a la masa que atiborraba el tren.
Sólo al advertir la dureza nada usual de su rostro adquirió él conciencia del peligro. Convivencias, amores, matrimonios son edificios con múltiples pisos, balcones, paredes, cañerías y puertas. Diariamente hay grietas, fisuras, cables que precisan revisión, humedades que afloran, fatiga de materiales. Y la corriente amorosa no siempre calibra adecuadamente peso, dirección y probabilidades. Sentados, al fin, en un vagón de primera, ambos observaron la hora y verificaron el tiempo, bastante justo, entre su llegada a Londres y la salida en el aeropuerto.
En el ambiente, pese a la temporal solución, vibraba en sordina un rumor, aún soterrado, de peligro, el crujido que pone sobre aviso al habitante de una casa con presumibles problemas estructurales que aflorarían con el tiempo. La vaca aún no lo sabían pero estaba por llegar, como ese toro peligroso que es el último en salir de los toriles. Miraron por la ventanilla para no mirarse mucho. Se había roto la mortecina capa blancuzca del cielo y ahora navegaban por él algunas nubes espesas con forma de navíos que se rozaban y separaban sin alejarse ni superponerse. Tal era su relación, como tantas otras. Afortunadamente ellos dos no planeaban en el mismo nivel ni compartían formación ni origen. De haber sido así su amorosa relación nunca hubiera prosperado, habrían surgido, inevitablemente, confrontaciones de intereses, luchas por territorios, diminutos pero los más importantes: los que determinan la vida cotidiana. Podían deambular, sin enfrentarse, por diferentes espacios, y esencialmente sus planos de formación, referencia y origen no eran tan distintos como podía parecer: En ambos casos la galaxia tribal de élite de la lady ocupaba una zona de referencia, opuesta pero paralela a la idealización aséptica de él de un mundo beatífico de desfavorecidos al que servir , a conveniente distancia, con la ayuda inestimable de las pinzas y virtualidades telemáticas. Eran planos de ninguna manera antagónicos, sin exigencias de confrontación, entre los que se extendía un enorme territorio, que era el de las gentes medias, los individuos concretos que no cuentan sino con un medido ingreso al mes y carecen de relaciones con influencia. Con esa masa anónima de vulgaridad sin remedio ni siquiera se planteaba implicarse porque para eso estaban la organización del Estado y las Leyes. Ambas nubes podían perfectamente fusionarse por momentos y parcelas, abrazarse en sus bordes, navegar luego con la vista puesta en sus distintas percepciones del cielo, coexistir apaciblemente adaptándose a los cambios de viento y forma. Entre vastos espacios, y nubes, intermedios para ellos dos transparentes.
La vaca estaba, mientras, avanzando por el esponjoso y verde campo inglés, maciza, gruesa, puro principio de realidad.
Con la engañosa indiferencia de la moderación británica, Mr. W. sobrellevaba, asimilaba, aceptaba las exigencias de tardía adaptación a país, lengua y costumbres ajenas. Pero eso cuando y con quien correspondía: Con ni uno más, ni una conversación, relación, minuto empleados en algo ajeno a lo que se incluía en la aceptación imprescindible y necesaria al círculo de su pareja o a sus conveniencias laborales, facilitadas, sin fronteras, por la red de la telemática. No existía para ninguno de ambos otra opción. Era el precio de cariño, presencia, apoyo en una época de la rampa de los años en la que tales encuentros tenían la lógica de lo milagroso. La compañía puede hacer la vida cotidiana mucho más agradable por mucha tribu que se tenga, por confortables que puedan ser los hábitos de los amigos y el pub. Se estrecharon las manos sobre el asiento. Aún notó él los dedos fríos. Ella, siempre dulce, sonreía sin convicción, con la educada reserva propia de las de su clase, y procuraba cepillar de su vestido el polvo de la batalla. En su interior imponía silencio al genio maléfico que desde lo profundo, más allá de la conveniencia y del respeto a las formas, le decía “Pero ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste, tan vulgar y desagradable, y corriendo desde hace horas, días, para no llegar tarde a tus obligaciones en Madrid?”. El tren atravesaba un paisaje monótono, neblinoso, turbio, techado por un cielo bajo y sin horizonte.
El amor, los amores carecen de lógica. Se ama a lo inconveniente, a lo incómodo. Se ama a los que ya tienen muchos años. Se ama a los que ya han muerto y se los sigue amando, aunque no estén, ni sean excepto en nosotros, en la onda en el espacio y en el tiempo que quizás todos somos. Puede que el absurdo del amor no sea tan ilógico después de todo. Permite sobrevivir, expandirse de la única forma posible, la que pertenece al individuo irreemplazable, no al planeta, al futuro ni a la especie. Sólo el amor, en su absurdo, tiene sentido.
Pero el amor no es tan aleatorio como parece. Se trata de un terreno irregular, de formaciones diversas compuestas, en distintas proporciones, por los mismos materiales. Hay un ingrediente de empatía y otro de imaginación que aparecen en cada caso en cantidades muy distintas y son determinantes en la adaptación mutua. La imaginación puede ocupar una gran parcela de la zona de la empatía o ser en ella casi inexistente, y ocurre que, sin aquélla no hay comprensión posible y menos aún implicación activa en la problemática de otros. Por esto la fría defensa de los intereses propios es inseparable de la escasez de las zonas empática e imaginativa, la implicación externa, conmoverse, ponerse en el lugar del prójimo y actuar en consecuencia es imposible. Un amor brotado en los terrenos del gris pero sólido manejo de la realidad coexistirá a la perfección con alguien similar, estará bien administrado y no admitirá mezclas de afectos gratuitos ni estériles emociones. Tendrá porvenir.
Ambos consultaron, simultáneamente, los relojes, ella el siempre exacto del móvil, que llevaba permanentemente al cuello como un escapulario negro y rectangular; él el que utilizaba en los viajes y era un recuerdo de algo, porque a cierta edad casi todas las cosas lo son y se adhieren al poseedor como caparazones de moluscos a las rocas.
“El tiempo justo”. Ambos lo pensaron, anticipando las nuevas incomodidades, apresuramientos, quizás imprevistos que los esperaban al llegar a Londres y luego coger el avión y aterrizar, por fin, en Madrid.
“En un estado tan lamentable” pensó ella, ajada la frescura del atuendo y la del maquillaje, porque la elegancia requiere espacio y pausa.
_Llegaremos bien-dijo él. Y se arrellanó con ademanes de tranquilidad excesiva en el asiento tan difícilmente conseguido para infundir la impresión de que los problemas habían acabado y estaban en el eficaz regazo de la puntualidad británica.
El tren frenó súbitamente. No había ninguna parada prevista. Mr. W. consultó guía y horarios. Lady X interrogó a la mágica superficie del móvil. Sin respuesta.
Con retraso respecto a otros viajeros, que buscaban información por pasillo y ventanillas, ella se sumó, a su pesar, a la nerviosa masa de viajeros impacientes. Llegaron al fin explicaciones, que en principio no comprendió. El tren no se movía.
-Una vaca- explicó alguien.
Lady X creyó haber entendido mal. Mr. W tradujo
-Una vaca en medio de las vías del tren..
-¿Y…?-
-Hay que esperar a que se resuelva. El pobre animal está asustado.
Mr. W procuró evitar la mirada de su pareja. En ella se concentraban hasta alcanzar el punto de ebullición las penalidades últimas, los esfuerzos de adaptación acumulados, el escaso aprecio por la exquisita consideración inglesa que permitía detener un tren repleto de viajeros en obediencia al protocolo de retirada del animal de la vía férrea. Ésta se alzaba como un ser totémico indiferente a las consideraciones humanas, adorada por pueblos absurdos que reverenciaban al ganado, la cerveza tibia y el rosbif.
Mr. W esbozó una sonrisa de comprensión que elevó la temperatura de una cólera fría que crecía en ella como la espuma en al leche. El barco, las noches en el crucero, las galantes atenciones, las cenas a la tibia luz de una vela y el amor asegurado en los días futuros de una vida que no por estar rodeada de tribu familiar extensa dejaba de presentar incómodos espacios de soledad, todo aquello se tambaleó como si lo hubiese corneado la fatídica vaca que se alzaba entre ellos.
Mr. W comenzó a intentar explicarle los rasgos del carácter británico que impedían la acción directa respecto al bóvido, que permanecía frente al tren, indiferente al retraso, las conexiones perdidas, los incumplimientos laborales, las citas fallidas.
-¡!Y no se puede demandar a nadie!. ¡A nadie!- Ella abandonó la búsqueda de un responsable, del revisor y de la observación del exterior, que ofrecía un paisaje mortecino, grisáceo, de cielo opresivo y bajo, y marcó distancia respecto a su pareja, quien optó por salir al pasillo y cambiar impresiones con otros viajeros. La vaca estaba ahí, con sus cuatro patas firmemente ancladas en la vía, Toda una proclama de que en el mundo existían desagradables, inexcusables realidades que no siempre podían sortearse, denunciarse, olvidarse. La vaca era lo que era, antes de transformarse en filete, caldo, bolso o chuleta.
–¡No llegamos! ¡Perderemos, también, este avión!-Lady X consultaba el móvil con frenesí.
Él, en el pasillo, intercambiaba opiniones con los viajeros sobre temas que a veces no tenían que ver con el ganado.
Los edificios de uno y otra habían empezado a cuartearse, de una manera banal. Podía no tratarse más que de una pequeña grieta, pero nada garantizaba que no se transforme en fallo estructural.
En el vagón hubo un suspiro de alivio. La vaca, por intervención externa o por aburrimiento e insuficiencia de pastos, había sido retirada y el tren continuó su camino.
La carrera en Londres fue frenética. Lo más rápido para llegar al aeropuerto era el metro.
De nuevo lady X se halló en una situación francamente impropia. Con su modelo de marca, chaqueta y dos piezas, compartían vagón con la variada muestra de la multiculturalidad inglesa: Una señora negra con turbante, un punky de cresta rosa, dos muchachas cubiertas de velos y una apenas cubierta por cuero negro a la que acompañaba otra con atuendo vagamente colegial. Un sin techo, pero no sin transporte, monologaba y compensaba los efectos del alto contenido etílico manteniéndose agarrado a la barra. Al otro extremo del vagón charlaba con su móvil una oriental indiferente al resto.
Se abren claros.
Llegaron al aeropuerto. Con lentitud, empezó a abrirse ante ellos dos el mundo acostumbrado. No aún debidamente pulcro, pero con tan poco tiempo no podían hacer objeciones. Volaron. Llegaron a Madrid.
Las calles, su calle, les parecieron cálidas, sin sorpresas, retrasos ni vacas. Entran en el piso. Podían calentar algo para la cena, comprar pan en la gasolinera, abrir una botella de vino. La grieta, ahora apenas visible, se iba cerrando, era una simple estría en la pared de su relación. El cuadrúpedo tenaz que se alzaba en medio del camino de su felicidad se fue difuminando, El barco, la noche del crucero, que habían zarandeado las olas, emergieron del proceloso mar. Al tiempo que la vaca se perdía de vista en la vía muerta de los recuerdos.
Rosúa
Octubre 2022
.
-¡Es una lady!- confió la nueva portera del inmueble a una vecina, compartiendo con ella su admiración y descripción de la señora que acababa de pasar, dejando a su paso, como reza la canción latinoamericana, un rastro de lisura y del perfume que en su pecho llevaba.
Sensible y avezada a las apariencias de los inquilinos y a su propio gusto por el buen vestir, repitió:
-¡Es una lady!
Y lo era. Lady X llevaba en aquella ocasión, y en todas, vestido de fiesta, que la ignorante plebe hubiera calificado de bodas y bautizos, y que en ella a ninguna hora del día resultaba impropio porque lo distribuía en una percha corporal imponente y alta, sin llegar a resultar fornida, lo manejaba, con sus encajes, veladuras, brocados y joyas, con la natural gracia y hábito con los que una flamenca domina en el tablado su bata de cola. Pisaba fuerte y rápido y dejaba que el amplio escote lo coronasen rubia melena, blanca piel, ojos de agudo mirar que siempre, cualesquiera que fuese su color, parecían claros, azules, grises o verdes, cuando dirigían al interlocutor un vistazo de inconsciente dominio, el de quien sabe y acostumbra a transitar entre los afanes de los angustiados por las cosas y deja planear sobre su cabeza sin que desciendan, prohibiéndoles con un gesto el aterrizaje, los aviones cargados de preocupaciones y disgustos que pueblan el espacio aéreo de lo cotidiano.
Lady lo era por instinto, lo poseía, no por genética ni nombramiento sino por palmito, educación y costumbres. El título parecía impreso de alguna forma en ella y cuanto la rodeaba. El cristal, raso, mármoles y oro formaban parte de su hábitat. Y, lo mismo que las rimas de Bécquer son, amén de bellas, inimitables porque bordean, sin traspasarla, la frontera del territorio de lo que en otro sería insoportable cursilería, en ella no se rozaba la línea sutil donde, sin remisión, se extiende más allá el lujo insoportable del hortera rico. Venía, y vivía, en ese plano por el que, como en las nubes, transitan las clases altas, de familias y amigos de sólido patrimonio e importante actividad profesional, avalado en su caso por diploma y trabajo cotidiano, con el telón de fondo de vastos jardines y mansiones. Nadaba con tarjetas VIPS en aguas de buques insignia urbanos que fondeaban en hoteles de cinco estrellas, con la tripulación de colegas y servicio. Conocía a la perfección sus portulanos, distinguía, y evitaba, a los piratas, veía lo necesario, y los necesarios, para moverse en su mundo. Los demás pertenecían a otra, necesaria en algunas ocasiones y generalmente invisible, realidad. Iba a la oficina, Atendía a sus próximos con instintiva fidelidad tribal. Escapaba a veces en navíos de placer.
Sobrepasado ampliamente, il mezzo del cammin della sua vita, cuando ya los años han dejado en los que planeaban sobre su cabeza un saldo de aviones negros -el habitual peaje familiar, conyugal, físico que se paga por cumplirlos- y se ha impuesto el sentido de realidad, muy fuerte en lady X, de raspar la felicidad ocasional de cada día, ocurrió lo inesperado, el amor tardío con todo el esplendor de las rosas de otoño, el cambio, la pareja, el futuro que de repente existe. En un marco perfectamente clásico: Un crucero.
En el barco para la cena se vestían ellas de largo, ellos de oscuro, gemelos, chaqueta y pajarita. Lady X brillaba con la desenvuelta elegancia que dan el hábito y mejores firmas en la ropa. Él, Mr. W., compartía con ella dignidad y porte y tenía el atractivo de lo opuesto, del inglés social y laboralmente preocupado y activo, de extracción humilde y evangélica sensibilidad ante la indigencia acompañada de indiferencia similar a lo ajeno a su mundo. El pasado del uno y de la otra encajaron como piezas que se ensamblan naturalmente, por coincidencias de sus respectivos peajes negros pagados por ir cumpliendo años. Lenguas, costumbres, relaciones, ambientes fueron secundarios. Nada que salvar no pudieran aviones, coches, voluntad, llaves de ambos domicilios. Juntos, a partir de entonces. Porque había ocurrido lo impensable, la pareja para el resto de la vida, fuese ésta corta o larga, y la realidad es la que se hace. Amor, amor, amor.
Hasta que un día se alzó entre los dos un serio enemigo.
La adaptación a ambos medios, inglés e hispano, había requerido buena parte de la discreción y flema británica, y no menos filigranas sociales y en el estilo diario por parte de la lady. No se dieron realmente batallas y si conato de alguna hubo fue ganada en su mismo comienzo. Hasta que la pesadez del animal se cruzó en su camino.
Los transportes aéreos, que en su momento fueron una grata experiencia, tiempo ha que han derivado en calvario: Larguísimas esperas, anónimo mercado de precios, sumisión a inspectores y a imprevistos, extensiones kilométricas sembradas de pantallas y ajenas al contacto profesional humano. A Mr. W. le llegó de su país una perentoria citación profesional para una reunión física ineludible. Lady X descubrió con asombro que por un billete de avión a la población natal de él se pedían cifras astronómicas y, con indignado sentido económico, se negó tanto a pagarlas como a quedarse ella en tierra. Volarían juntos. Para ello encontró, escala y malas conexiones mediante, un vuelo en KLM con el que, finalmente, inseparables, llegaron ambos al lugar.
Pero la vuelta….
También ella tenía compromisos laborales. Era imperativo regresar como previsto. Y ahí empezó el asalto a la fortaleza de su amor. KLM modificó el vuelo diez minutos antes de salir hacia el aeropuerto.
-No importa. Venceremos, llegaremos, los demandaremos- aseguró, y se aseguró lady X. En peores plazas habían toreado en su ajetreada vida juntos.
Pero la alternativa era volar desde Londres. Se precipitaron a la estación para coger un tren.
-Vamos en primera.- Lady X se recogió el borde de la falda, de fino estampado y corte, decidida a esquivar a los muchos que parecían igualmente empeñados en sacar su billete.
Mr. W. era de natural reposado, flemático y afable, solía adaptarse y condescender sin mayor esfuerzo, pero esa vez estaba en pleno en su territorio, el de la lucha cotidiana de los trabajadores en la estación inglesa de un pueblo inglés otrora más próspero que cumplía el rito laboral del largo desplazamiento. Mr. W. sintió que debía mantener su conciencia de clase. Y se negó a coger billetes de primera. Había que llegar a Londres, y a España. Ningún otro transporte ofrecía alternativa alguna. Irían en el tren como iba todo el mundo, sin VIPS ni tarjetas oro. Como cualquiera.
Descubrieron que el tren estaba atestado de viajeros, que rebosaban de ellos todos los vagones. Ningún asiento libre. El trayecto de horas habría que pasarlo de pie.
El agraciado y bien cuidado rostro de lady X había adquirido una inusual calidad pétrea que desconcertó al bondadoso Mr. W.
-¿Estás incómoda?- osó preguntar.
No hubo la cariñosa, y comprensiva, respuesta habitual. Sólo una mirada de glacial desdén hacia el espacio que ellos dos y su equipaje, sorteado por los que iban y venían a los servicios, ocupaban en el atiborrado pasillo. Tras unos, largos, minutos ella pidió y examinó los billetes de segunda clase, y se los devolvió como quien espera en el póker la jugada siguiente de su contrincante.
Había apuesta. Mr. W., aunque realista y poco imaginativo, vio dibujarse en su cerebro una escena de naufragio que se superponía a la romántica noche en el crucero. El barco, en forma de incómodo tren, se hundía en las oscuras aguas de la banal desdicha cotidiana. ¿Perderla a ella? Jamás. Bracearía, de vagón en vagón, en busca de un bote salvavidas.
-Pregunta al revisor si hay, pagando la diferencia, asientos en primera.- indicó lady X, dotada siempre de buen sentido práctico, cuando lo vio partir, viva imagen del desconcierto.
Encontraron.
Ella estaba cansada, mucho más que de costumbre porque tras una jornada laboral intensa antes de dejar Madrid la esperaba otra igualmente dura al volver y le había fallado, como el peldaño de una escalera, el orden, pago mediante, que siempre solía dominar y con el que contaba para navegar diestramente por una vida con múltiples focos que requerían atención. Había acompañado, en un viaje de última hora que se había revelado azaroso, a Mr. W. a su ciudad natal inglesa, que no se distinguía, cerveza aparte, por especiales atractivos turísticos. Sufrió luego la afrenta del cambio en el vuelo. Se movía en el espacio del Derecho, reclamación y demanda. Con su eficaz sistema de reacciones rápidas, se sabía capaz de vencer los imprevistos. Y entonces se encontró con la negativa absurda de Mr. W. a sacar billetes de tren de primera clase, en una especie de declaración solidaria de apoyo social a la masa que atiborraba el tren.
Sólo al advertir la dureza nada usual de su rostro adquirió él conciencia del peligro. Convivencias, amores, matrimonios son edificios con múltiples pisos, balcones, paredes, cañerías y puertas. Diariamente hay grietas, fisuras, cables que precisan revisión, humedades que afloran, fatiga de materiales. Y la corriente amorosa no siempre calibra adecuadamente peso, dirección y probabilidades. Sentados, al fin, en un vagón de primera, ambos observaron la hora y verificaron el tiempo, bastante justo, entre su llegada a Londres y la salida en el aeropuerto.
En el ambiente, pese a la temporal solución, vibraba en sordina un rumor, aún soterrado, de peligro, el crujido que pone sobre aviso al habitante de una casa con presumibles problemas estructurales que aflorarían con el tiempo. La vaca aún no lo sabían pero estaba por llegar, como ese toro peligroso que es el último en salir de los toriles. Miraron por la ventanilla para no mirarse mucho. Se había roto la mortecina capa blancuzca del cielo y ahora navegaban por él algunas nubes espesas con forma de navíos que se rozaban y separaban sin alejarse ni superponerse. Su relación era así, como tantas otras. Afortunadamente ellos dos no planeaban en el mismo nivel ni compartían formación ni origen. De haber sido así su amorosa relación nunca hubiera prosperado, habrían surgido, inevitablemente, confrontaciones de intereses, luchas por territorios, diminutos pero los más importantes: los que determinan la vida cotidiana. Podían deambular, sin enfrentarse, por diferentes espacios, y esencialmente sus planos de formación, referencia y origen no eran tan distintos como podía parecer: En ambos casos la galaxia tribal de élite de la lady ocupaba una zona de referencia, opuesta pero paralela a la idealización aséptica de él de un mundo beatífico de desfavorecidos al que servir , a conveniente distancia, con la ayuda inestimable de las pinzas y virtualidades telemáticas. Eran planos de ninguna manera antagónicos, sin exigencias de confrontación, entre los que se extendía un enorme territorio, que era el de las gentes medias, los individuos concretos que no cuentan sino con un medido ingreso al mes y carecen de relaciones con influencia. Con esa masa anónima de vulgaridad sin remedio ni siquiera se planteaba implicarse porque para eso estaban la organización del Estado y las Leyes. Ambas nubes podían perfectamente fusionarse por momentos y parcelas, abrazarse en sus bordes, navegar luego con la vista puesta en sus distintas percepciones del cielo, coexistir apaciblemente adaptándose a los cambios de viento y forma. Entre vastos espacios, y nubes, intermedios para ellos dos transparentes.
La vaca estaba, mientras, avanzando por el esponjoso y verde campo inglés, maciza, gruesa, puro principio de realidad.
Con la engañosa indiferencia de la moderación británica, Mr. W. sobrellevaba, asimilaba, aceptaba las exigencias de tardía adaptación a país, lengua y costumbres ajenas. Pero eso cuando y con quien correspondía: Con ni uno más, ni una conversación, relación, minuto empleados en algo ajeno a lo que se incluía en la aceptación imprescindible y necesaria al círculo de su pareja o a sus conveniencias laborales, facilitadas, sin fronteras, por la red de la telemática. No existía para ninguno de ambos otra opción. Era el precio de cariño, presencia, apoyo en una época de la rampa de los años en la que tales encuentros tenían la lógica de lo milagroso. La compañía puede hacer la vida cotidiana mucho más agradable por mucha tribu que se tenga, por confortables que puedan ser los hábitos de los amigos y el pub. Se estrecharon las manos sobre el asiento. Aún notó él los dedos fríos. Ella, siempre dulce, sonreía sin convicción, con la educada reserva propia de las de su clase, y procuraba cepillar de su vestido el polvo de la batalla. En su interior imponía silencio al genio maléfico que desde lo profundo, más allá de la conveniencia y del respeto a las formas, le decía “Pero ¿qué hace una chica como tú en un sitio como éste, tan vulgar y desagradable, y corriendo desde hace horas, días, para no llegar tarde a tus obligaciones en Madrid?”. El tren atravesaba un paisaje monótono, neblinoso, turbio, techado por un cielo bajo y sin horizonte.
El amor, los amores carecen de lógica. Se ama a lo inconveniente, a lo incómodo. Se ama a los que ya tienen muchos años. Se ama a los que ya han muerto y se los sigue amando, aunque no estén, ni sean excepto en nosotros, en la onda en el espacio y en el tiempo que quizás todos somos. Puede que el absurdo del amor no sea tan ilógico después de todo. Permite sobrevivir, expandirse de la única forma posible, la que pertenece al individuo irreemplazable, no al planeta, al futuro ni a la especie. Sólo el amor, en su absurdo, tiene sentido.
Pero el amor no es tan aleatorio como parece. Se trata de un terreno irregular, de formaciones diversas compuestas, en distintas proporciones, por los mismos materiales. Hay un ingrediente de empatía y otro de imaginación que aparecen en cada caso en cantidades muy distintas y son determinantes en la adaptación mutua. La imaginación puede ocupar una gran parcela de la zona de la empatía o ser en ella casi inexistente, y ocurre que, sin aquélla no hay comprensión posible y menos aún implicación activa en la problemática de otros. Por esto la fría defensa de los intereses propios es inseparable de la escasez de las zonas empática e imaginativa, la implicación externa, conmoverse, ponerse en el lugar del prójimo y actuar en consecuencia es imposible. Un amor brotado en los terrenos del gris pero sólido manejo de la realidad coexistirá a la perfección con alguien similar, estará bien administrado y no admitirá mezclas de afectos gratuitos ni estériles emociones. Tendrá porvenir.
Ambos consultaron, simultáneamente, los relojes, ella el siempre exacto del móvil, que llevaba permanentemente al cuello como un escapulario negro y rectangular; él el que utilizaba en los viajes y era un recuerdo de algo, porque a cierta edad casi todas las cosas lo son y se adhieren al poseedor como caparazones de moluscos a las rocas.
“El tiempo justo”. Ambos lo pensaron, anticipando las nuevas incomodidades, apresuramientos, quizás imprevistos que los esperaban al llegar a Londres y luego coger el avión y aterrizar, por fin, en Madrid.
“En un estado tan lamentable” pensó ella, ajada la frescura del atuendo y la del maquillaje, porque la elegancia requiere espacio y pausa.
_Llegaremos bien-dijo él. Y se arrellanó con ademanes de tranquilidad excesiva en el asiento tan difícilmente conseguido para infundir la impresión de que los problemas habían acabado y estaban en el eficaz regazo de la puntualidad británica.
El tren frenó súbitamente. No había ninguna parada prevista. Mr. W. consultó guía y horarios. Lady X interrogó a la mágica superficie del móvil. Sin respuesta.
Con retraso respecto a otros viajeros, que buscaban información por pasillo y ventanillas, ella se sumó, a su pesar, a la nerviosa masa de viajeros impacientes. Llegaron al fin explicaciones, que en principio no comprendió. El tren no se movía.
-Una vaca- explicó alguien.
Lady X creyó haber entendido mal. Mr. W tradujo
-Una vaca en medio de las vías del tren..
-¿Y…?-
-Hay que esperar a que se resuelva. El pobre animal está asustado.
Mr. W procuró evitar la mirada de su pareja. En ella se concentraban hasta alcanzar el punto de ebullición las penalidades últimas, los esfuerzos de adaptación acumulados, el escaso aprecio por la exquisita consideración inglesa que permitía detener un tren repleto de viajeros en obediencia al protocolo de retirada del animal de la vía férrea. Ésta se alzaba como un ser totémico indiferente a las consideraciones humanas, adorada por pueblos absurdos que reverenciaban al ganado, la cerveza tibia y el rosbif.
Mr. W esbozó una sonrisa de comprensión que elevó la temperatura de una cólera fría que crecía en ella como la espuma en al leche. El barco, las noches en el crucero, las galantes atenciones, las cenas a la tibia luz de una vela y el amor asegurado en los días futuros de una vida que no por estar rodeada de tribu familiar extensa dejaba de presentar incómodos espacios de soledad, todo aquello se tambaleó como si lo hubiese corneado la fatídica vaca que se alzaba entre ellos.
Mr. W comenzó a intentar explicarle los rasgos del carácter británico que impedían la acción directa respecto al bóvido, que permanecía frente al tren, indiferente al retraso, las conexiones perdidas, los incumplimientos laborales, las citas fallidas.
-¡!Y no se puede demandar a nadie!. ¡A nadie!- Ella abandonó la búsqueda de un responsable, del revisor y de la observación del exterior, que ofrecía un paisaje mortecino, grisáceo, de cielo opresivo y bajo, y marcó distancia respecto a su pareja, quien optó por salir al pasillo y cambiar impresiones con otros viajeros. La vaca estaba ahí, con sus cuatro patas firmemente ancladas en la vía, Toda una proclama de que en el mundo existían desagradables, inexcusables realidades que no siempre podían sortearse, denunciarse, olvidarse. La vaca era lo que era, antes de transformarse en filete, caldo, bolso o chuleta.
–¡No llegamos! ¡Perderemos, también, este avión!-Lady X consultaba el móvil con frenesí.
Él, en el pasillo, intercambiaba opiniones con los viajeros sobre temas que a veces no tenían que ver con el ganado.
Los edificios de uno y otra habían empezado a cuartearse, de una manera banal. Podía no tratarse más que de una pequeña grieta, pero nada garantizaba que no se transforme en fallo estructural.
En el vagón hubo un suspiro de alivio. La vaca, por intervención externa o por aburrimiento e insuficiencia de pastos, había sido retirada y el tren continuó su camino.
La llegada a Londres fue frenética. Lo más rápido para llegar al aeropuerto era el metro.
De nuevo lady X se halló en una situación francamente impropia. Con su modelo de marca, chaqueta y dos piezas, compartían vagón con la variada muestra de la multiculturalidad inglesa: Una señora negra con turbante, un punky de cresta rosa, dos muchachas cubiertas de velos y una apenas cubierta por cuero negro a la que acompañaba otra con atuendo vagamente colegial. Un sin techo, pero no sin transporte, monologaba y compensaba los efectos del alto contenido etílico manteniéndose agarrado a la barra. Al otro extremo del vagón charlaba con su móvil una oriental indiferente al resto.
Se abren claros.
Llegaron al aeropuerto. Con lentitud, empezó a abrirse ante ellos dos el mundo acostumbrado. No aún debidamente pulcro, pero con tanto poco tiempo no podían hacer en objeciones. Volaron. Llegaron a Madrid.
Las calles, su calle, les parecieron cálidas, sin sorpresas, retrasos ni vacas. Entran en el piso. Podían calentar algo para la cena, comprar pan en la gasolinera, abrir una botella de vino. La grieta, ahora apenas visible, se iba cerrando, era una simple estría en la pared de su relación. El cuadrúpedo tenaz que se alzaba en medio del camino de su felicidad se fue difuminando, El barco, la noche del crucero, que habían zarandeado las olas, emergieron del proceloso mar. Al tiempo que la vaca se perdía de vista en la vía muerta de los recuerdos.
Rosúa
Octubre 2022
.
De cómo soltar amarras.
Singladuras
Nuestra Inglaterra.
¿Se habrán dado cuenta los comentadores que se complacen en el mal momento por el que atraviesa Inglaterra, y lo utilizan para azuzar una especie de populismo patriotero barato, de que están yendo en contra de sus propios intereses, de los de sus países y de los de una Europa cuyos principios básicos son y han sido, bajo el oleaje ocasional de las circunstancias, los del Reino Unido?. ¿Advierten que ésta, precisamente, es la oportunidad de mostrar a una Gran Bretaña en momentos difíciles y enfrentada, frontal y fatalmente, al error del Brexit y a otros, el apoyo, la solidaridad y comprensión de los amigos? ¿Se hubiera producido tal error, que apenas gozó del voto afirmativo del cincuenta por ciento del escrutinio, de haber presentado otros países una opción clara y decidida de defensa de la libertad, de los derechos individuales y de afirmación de los sistemas democráticos frente a la rendición económica y moral a dictaduras y a partidos empeñados en la demolición del sistema de valores europeos y en la sumisión a potencias sin escrúpulos y a programas totalitarios?
Algunos medios de comunicación, y comentadores de supuesta inteligencia, se han embarcado en un maratón de mezquindad aprovechando la crisis al otro lado del Canal de la Mancha. Los buitres se están poniendo perdidos camisa y corbata a base de hundir pico y cuello en las heridas de Inglaterra. La anglofobia, nutrida de mal disimulada envidia, de sonrojo reprimido por la constatación, silenciada, de la mansa cobardía hispánica (que no es la única pero sí primus inter pares) y de la impotencia ante la indignidad diaria en el propio país, ha visto su oportunidad en los males que aquejan a la Albión pérfida y aletean alrededor de su cuerpo. Siempre puede rebuscarse en el baúl de los agravios. Si no hubiera Gibraltar habría que inventarlo.
El regimiento de abuelos cebolleta sale frotándose las manos para rememorar el valor de los Tercios de Flandes, el Descubrimiento de América, Isabel la Católica, el Dos de Mayo. Desde entonces, a día a hoy, olvidan que Inglaterra ha creado y mantenido la mayor riqueza que en un país darse pueda: Ciudadanos, auténticos ciudadanos que se sienten partícipes y protegidos por un sistema de derechos y libertades, que conocen su Historia, que aprenden, hablan y valoran su lengua, que se unen en el respeto y la defensa de sus símbolos nacionales, sean bandera, patrimonio cultural o entierro de la Reina. Un país que ciudadanos de otros, por residencia ocasional, permanente o estancia breve han apreciado, además del de origen, como propio. Porque en ninguno se sintieron como individuos tan libres, seguros y respetados y tienen hacia él, además de agradecimiento, cariño y admiración.
A fin de cuentas, las actitudes de anglofobia son el recuelo del no menos resentido y mísero antiamericanismo, porque Estados Unidos tuvo iniciativas imperdonables, dando vidas de sodados y fondos de defensa y reconstrucción en Europa, defendiendo explícitamente Constitución y libertades y alcanzando una prosperidad que hace agolparse emigrantes en sus fronteras. Es mucho más placentero recostarse en la mayor dictadura que ha habido, la china, depender de sus mercancías, productos básicos y de sátrapas que controlan las espitas de petróleo y gas y negocian con vasallos locales y prohibir en suelo propio cualquier iniciativa industrial, energética, militar y alimentaria.
Los abuelos cebolleta del ilustre pasado hispánico no alcanzan a asomarse a la ventana, a ver que el mundo es ancho, que las libertades son frágiles, que el sistema que Europa alumbró y se ha extendido porque es el mejor, más próspero y garante de superior calidad de vida se halla en una crisis infinitamente más peligrosa que la actual del Gobierno inglés, que esa misma crisis, caos, confusión, nombramientos, dimisiones son sólo posibles en un gran sistema democrático, nunca en los infiernos tan defendidos, tan infiltrados, en realidad tan próximos, de teocracias fundamentalistas, de Partido Comunista único que controla, utilización espuria de la informática mediante, a toda una población, de aprendices de brujo a base del chantaje del átomo y de la fuerza, de regresiones al caciquismo de un Presidente al que nunca se votó en elecciones generales y que se ha enquistado en el parlamento de un estado fallido europeo que se pretende democrático y no es sino un zurcido de tribus amantes del desguace de la nación y de la destrucción del Estado de Derecho.
Por las calle inglesas circula el aire, el sabor inconfundible de la real conciencia de ciudadanía. Saldrán delante; se lo merecen. Sobre los hispanos llueven disposiciones ante las cuales están siempre, por absurdas, estúpidas y perjudiciales que sean, indefensos, con la peor de las indefensiones que es la rendición previa,, la que ni siquiera se plantea lucha ni protesta alguna, segura en su fuero interno del poder del cacique y de la muralla intangible de anonimato, lejanía e irresponsabilidad personal instalada aprovechando el Covid y la imposición online. Exactamente lo opuesto a la actitud británica: Cuando atentados terroristas se llevaron vidas por delante ciudadanos los británicos siempre se unieron como uno solo en el apoyo al Gobierno y a su país y contra los asesinos. En España tras las muertes las manifestaciones no fueron contra los asesinos sino contra el Gobierno democrático. Los Tercios de Flandes tienen poco que hacer en un remedo de Parlamento poblado por defensores de terroristas, mafias especializadas en la rapiña victimista y amigos del caciquismo de reparto. Los Hernán Cortés y los Pizarro irían directamente al paro, o al frenopático, de encontrarse en un país que se ha convertido, por méritos propios, en una nación fallida que se avergüenza de nombre y bandera y en el cual está prohibido en los colegios enseñar en español. Al lado de esto la crisis inglesa, donde los primeros ministros ¡incluso dimiten! y los partidos de uno y otro signo se saben representantes de la nación, resulta de conmovedora insignificancia e incluso envidiable.
En el extremo opuesto, sólo el peligro cercano y el valor, al principio solitario, de un Presidente y de unos hombres y mujeres, los ucranianos, decididos a resistir, a mantener la dignidad al precio de su vida, han logrado zarandear el cómodo edificio de la conveniencia, del tibio buen vivir burocrático, de la inercia globalista mientras paguen y proporcionen materias necesarias otros. Ha hecho falta ese soplo de aire a la casa de paja para dejar al descubierto algo que podría, en su desnudez, ser lo mejor de Europa, su oportunidad de rectificación, de unión, de progreso, una casa con las paredes sólidas de unos valores que defendió y defiende Inglaterra, a la que se necesita ahora más que nunca y que más que nunca ella necesita, los amigos de un hogar que es el suyo y que tienen también, como ella, grandes errores que reparar y mucho más, con nuevos compañeros, por defender, proyectar y construir.
Rosúa
Octubre de 2022
El provincialismo (casi) irremediable.
Tras la muerte de Isabel II, comentarios en España.
Septiembre de 2022
La muerte de Isabel II ha sido una ocasión perdida para que al menos algunos de los medios de comunicación españoles, por una vez, al fin se inclinaran por el lado de la grandeza y no por el de la envidia. Ésta última, fea, amarillenta y estéril, tiene sin embargo una hermana hermosa: la aspiración a la superioridad propia admirando y apreciando la ajena. Quedan en el limbo del papel impreso, de las imágenes fallidas, portadas abiertamente pedagógicas, tan necesarias como ingratas para el gran público español, en las que figuraran, a cincuenta por ciento de espacio, las multitudes tristes, correctas, unánimes en su civismo, en su pena y en la conciencia del momento histórico y de la fidelidad al país para el que trabajó y al que simbolizó su Reina. En el otro cincuenta por ciento, el contraste de Gran Bretaña con la Piel de Toro (se supone que el nombre-símil estará pronto prohibido) es flagrante. España existe como tal de forma nominal, pero carece hoy por hoy de identidad, símbolos, bandera, lengua común y ciudadanos, puesto que lo que se entiende como tal, y es sustancia de Inglaterra de puertas adentro y puertas afuera del Parlamento, el exterior y Westminster, en España no es sino una amalgama de sálvese el que pueda, expósitos de nacionalidad y aspirantes a víctimas de opresiones remuneradas.
Gran Bretaña es una pequeña isla sin relevancia comparativa en los mapas. Pero la ocupan ciudadanos reales, con conciencia de igualdad y de derechos y con un cariño hacia ella y hacia la libertad, sus tradiciones y formas de gobierno que le dan y darán una fuerza y un peso extraordinarios, hoy plasmados en el duelo y la unánime nobleza sin estridencias de sus reacciones, y antes en la valentía solitaria en los comienzos de la Segunda Guerra Mundial. Nada es tan poderoso como una idea. Ni tan dañino como su ausencia. En patético y mísero contraste, ahí están los comentarios de algunos redactores españoles empeñados en marcar territorio mediático e imagen iconoclasta propia a base de escoger en tiempo y forma cuanto puede introducir en la imagen de personajes de talla excepcional pinceladas de bajeza: Churchill, el grandísimo Winston Churchill, será ante todo un borracho, los que llaman a Isabel II la reina más grande unos torpes patanes deslumbrados por la imagen británica y olvidados de la muy grande, pero anterior en unos cuantos siglos, Isabel la Católica, tal filósofo era un cretino, tal legislador un remedo tardío de brillantes, pero mal conocidas, lumbreras hispánicas, los merecedores del calificativo de imbécil, ignorante, estúpido, se contarán por centenas. A esas fotos magníficas y nunca bastante envidiadas de un Parlamento Británico absolutamente unido en el bien del país, todos de luto riguroso, les falta el contrapunto del triste gallinero tribal español, aferradas las aves asistentes al palo y comederos nutricios y atentas a las señales del jefe para cacarear al unísono y lucir, o no, consignas y corbatas.
No podía faltar en la presentación mediática del fallecimiento de la longeva reina británica la exhibición en primer plano, no de su servicio infatigable durante siete décadas a su país, ciudadanos, valores y aliados, sino el que Gibraltar continúe no siendo español. Visto lo visto, y el contraste entre uno y otro lado de La Línea, y no sólo en absoluto por prosperidad debida al mercado negro y empresas fraudulentas en la zona británica, surge un lamento irreprimible por el hecho de que los ingleses no continuaran su ascensión hacia el norte de España. Y eso porque ser ciudadano de verdad, con igualdad de dignidad y derechos, en un país auténtico que no se avergüenza de sí y de su bandera y utiliza a todos los niveles la lengua de Shakespeare, tiene un atractivo comprensible. Más si se compara con ese remedo de amor patrio que es el patrioterismo cerril y el populismo de saldo.
Hay comentadores políticos a los que la muerte de Isabel II les ha ofrecido la oportunidad de bajar varios escaños, los que median entre la imagen de servidor implacable de la verdad y la del esclavo de la necesidad de distinguirse, de hacerse notar con una independencia que no es sino incapacidad de apreciar, y hacer apreciar, la grandeza, prisioneros de la cárcel de su propia imagen, sometidos a la dura disciplina de épater le bourgeois, alzarse como intelectual a la violeta insobornable, ajeno a las flaquezas del vulgo, semejante, en esa recia servidumbre, al escritor clásico español que se quejaba de la esclavitud de la rima consonante que le obligaba en su poema a llamar puta a una mujer honesta.
Dije que una señora era absoluta,
y siendo más honesta que Lucrecia,
por dar fin el cuarteto la hice puta.
Francisco de Quevedo.
Cabe esperar el corolario de noticias del corazón, y otras vísceras, para que, a falta de méritos nacionales, políticos y sociales, se ofrezca al acomplejado, y con razón, pueblo español un menú mediático de taras e historias sórdidas sobre la familia real inglesa; jamás la comparación y emulación del sistema británico de valores. La virulencia de algunos comentadores, que alternaban la omisión de un evento de obvia relevancia mundial con explosiones pueriles de bilis ante la sola mención de la monarquía británica, hacía bueno el dicho de que ningún gran hombre lo es para su ayuda de cámara, pero es porque su ayuda de cámara no es un gran hombre. El fallecimiento y honras fúnebres de la Reina Isabel II ha revelado en algunos difusores de opinión que se creía agudos y honestos amantes de la verdad el peor envés del noble dicho castellano de que nadie es más que nadie. Quienes con ínfulas de superioridad intelectual y democrática lo capitalizan, con pretensiones bastante ridículas de despreciar lo británico cubriendo de anatemas y nada cariñosos epítetos al más tímido disidente, han revelado una mal disimulada aversión a la grandeza, les han resultado insoportables los mejores y más sinceros sentimientos de millones de personas y de todo un país que se distingue por la calidad de sus instituciones, y sólo les ha quedado refugiarse en la mención apresurada, la animosidad patriotera o el exabrupto. Halagarán ciertamente a buena parte de su audiencia. La atención pública hispana cuando el dedo señale a la Luna continuará fijándose en el dedo; que apunta hacia abajo.
El club unipersonal Pelosi
Agosto 2022
Nancy Pelosi, por supuesto. Porque en este momento, agosto de 2022, en ella se concentra la dignidad, perfectamente inútil. inoperante, reprobada incluso, de habitantes del planeta que vienen rendidos de fábrica a cualesquiera fuerza, millones de adversarios, billones de armamento, dictador y totalitarismo con tal de que les permita la ración diaria de sopa boba, pantalla, zapatillas de marca, contratos, mercancías y de que deje planear sobre sus cabezas sin que descargue el nubarrón atómico. Acuñada en un metal más raro que ningún oro, esta mujer ha hecho, lleva haciendo a lo largo de su vida, aquello a lo que apenas ya nadie se atreve: El acto gratuito, y por ello de inmensa valentía, de la acción moralmente justa, de la denuncia por exigencia y compromisos con la verdad y la solidaridad, sin plantearse victoria alguna, con perfecta consciencia del preceptivo fango de coyunturas, reparos y estrategias. Porque su sustancia, su valor son otros, de una aleación ya prácticamente desconocida: La de la persona, el individuo que ha luchado por serlo, que sabe que la humanidad es sendero empinado que se conquista. Aunque en buena parte se halle laminado en finas y moldeables láminas por la oportuna irresponsabilidad personal que le presta el anonimato de la tecnología y el ciudadano acepte el vasallaje incondicional a entes y dimensiones que siempre lo superan. Pese a que cacique, clero y heraldos lo sometan a diario a la ducha de consignas de falsos dioses planetarios, cósmicos y milenarios de mandamientos inapelables y de que lo bañe el líquido amniótico que disuelve la exigencia de responsabilidad individual y hace la ética y libre albedrío inconcebibles. Nancy Pelosi ha dicho y hecho lo que cabía y se debía hacer, en el momento más oportuno por incómodo y desesperado, cundo un gigante como la China del gobierno de Pekín parece poder aplastar de un manotazo a pequeños, libres países de Extremo Oriente, como Taiwán o Corea del Sur, infinitamente más valiosos y respetables que la enorme dictadura asiática y su homóloga rusa al otro extremo. Frente a ambos goliat se alzan empero calidad humana de vida, de derechos y bienestar, a una altura que la fuerza bruta de los gigantes no podrá alcanzar jamás.
Por supuesto sabe que se enfrenta a una lluvia de denuncias de enriquecimiento de ella y los suyos en negocios con China. La corrupción es un arma al alcance de todos, la más barata y sólo ausente en los sistemas totalitarios. Cualquier aspirante a cortesano, a periodista de columna o a político puede ganarse un sueldo y un hueco entre los gusanos del queso de la envidia rebuscando en las vidas personales, ninguno osaría perder audiencia pasando la mano a contrapelo a la bestia de la opinión pública, y escasean más que el lince ibérico los que arriesgarían la milésima parte de su vida y haberes disgustando al poder y enfrentándose a la policía china en su propio territorio. Nancy Pelosi no ha esperado ni considerado alianzas, apoyo, defensa por parte de los europeos ni de otros. Lleva muchos años diciendo lo que hay que decir a quien y cuando cumple decirlo. Y eso es exactamente lo que una persona que merece ese nombre hace, en solitario porque siempre hay el individuo primero, por mucho que se hayan creado escudos de razón de multitudes, de sacralización de la bajeza bajo capa de igualitarismo, de alabanzas de todo tipo de la mediocridad, y oportunismo y, por encima de todo, de viscosa sumisión alimentada por el miedo y la envidia. Ella defendió siempre a los disidentes y los derechos humanos en China, tuvo el cuajo de desplegar 1991 en plena plaza de Tien An Men, en Pekín, un cartel pintado a mano en chino que rezaba “Por los que murieron por la democracia en China”, con la consiguiente represión de la policía y encarcelamiento de los periodistas que intentaban cubrir la noticia. Esto en conmemoración de los miles masacrados en aquella plaza la noche del 3 al 4 de junio de 1989 por el Gobierno, muchos de ellos jóvenes estudiantes que pedían democracia y habían erigido una ingenua estatua de la libertad. Una sola línea de ese cartel-por poner un ejemplo europeo de extrema cobardía de un país que ni se atreve a tener nombre, símbolos, lengua ni bandera- vale más que el Gobierno de España en pleno con cuantos lo mantienen, apoyan, viven de él y se suman a la masa oportunista de deseosos de probar su filiación incondicional al club bienaventurado y rentable de “progresismo” e “izquierdas”, que les permitirá cobrar y ser aceptados a pelo y a pluma, junto con los intelectuales y rebeldes a la violeta que corean todas las consignas contra el “imperialismo norteamericano”. Del rosa al amarillo, ninguno dejará de exhibir su desafío virtual al “sistema” y el “liberalismo”, el comunismo habrá pasado a ser una “autocracia”, un rasgo étnico-cultural, y ficharán, con la esperanza de que los hagan corresponsales, en las críticas a Nancy Pelosi.
No todos. Es difícil decir más verdades en menos espacio que en el artículo de Iñaki Ellakuría “La verdad es tóxica”, página 2 del periódico “El Mundo” del 19-VIII-2022. Hay en él un genuino amor por la libertad y la verdad y una desolación ante las sumisiones que nada tienen de las servidumbres al uso.
Pelosi recordó en Taiwán, en su reciente visita de 2022, que hacía veintiocho años que había viajado hasta la plaza de Tien An Men para honrar la valentía y sacrificio de los estudiantes trabajadores y ciudadanos en general que se alzaron en defensa de la dignidad y los derechos humanos que todo el mundo merece, y que desde entonces y hasta hoy ella y los suyos mantenían el compromiso de compartir la Historia con el resto del mundo. La congresista, que ha visitado la frontera de Corea del Norte e intentado hacer llegar a los dirigentes de Pekín peticiones para que fueran liberados disidentes como Liu Xiao Bo, Premio Nóbel de la Paz al que el Gobierno no permitió ir a recogerlo y que murió de cáncer en reclusión en China, no está ni mucho menos exenta de correr graves riesgos con sus denuncias. El status de político extranjero no ha impedido al Gobierno de Pekín hacer desaparecer limpiamente a norteamericanos que le incomodaban. La talla humana de esta mujer resalta más por contraste con la maraña de parásitos europeos de las utopías subvencionadas y la mísera avidez nacionalista de las colas de ratón. Su trayectoria vital, profesional, intelectual y ética es exactamente el polo opuesto de las clientelas del paraíso gratuito y verde a libre disposición de los gestores del nuevo edén totalitario.
Como el grano de levadura o el justo que podría salvar de la aniquilación a ciudades, según el best seller no siempre recomendable llamado Biblia, la señora Pelosi representa algo difícilmente soportable: Una conciencia sin temor ni pudor respecto a efectos prácticos y críticas públicas, segura de la valía irreemplazable de los actos aquí y ahora por parte de individuos concretos en situaciones concretas, sin pretensiones de David, con la honda de sí misma y la desnudez de la verdad, la justicia y la palabra, incansable en la defensa de valores universales, de olvidados y oprimidos como en el caso del Tíbet y en el de esos solitarios individuos que reclaman libertad y respeto. La unánime ola de temerosos reproches que ha levantado su visita a Taiwán es la mejor prueba de en qué platillo se rencuentra la justicia de su acto. Recuerda a la prueba del pesado de las almas en la mitología egipcia: En un platillo los hechos en vida del difunto, en el otro la pluma de Maat, la diosa de la verdad. En este caso está claro quienes se apiñan en el platillo de los suspensos, donde se sitúan los actos concretos de individuos concretos, que es referente real de entidad y calidad, y no las falsas dualidades “derechas”, “izquierdas”, etc., etc. ad nauseam. La estadística es también sumamente ilustrativa. Véase como ejemplo, tras el reciente y gravísimo intento de asesinato del escritor y defensor de la libertad Salman Rushdie, el exquisito cuidado con el que los redactores de prensa evitan emplear la palabra islamista que es exactamente la que define, en toda propiedad, la motivación del crimen.
Tiene, en este contexto, España una gran utilidad como ejemplo de país europeo fallido y avergonzado de sí. En una población acobardada de gentes que se saben vasallos, que no ciudadanos, que siempre bajan la vista y la voz ante disposiciones absurdas, despilfarro flagrante y señoritos inatacables, que responden con un resignado “Está mal, pero ¿qué podemos hacer?” el grado de sumisión, rendición preventiva y negación de sí es difícilmente superable por nación alguna. Hace desde luego añorar que Gran Bretaña se detuviera en Gibraltar y no continuara península arriba. Como sus pares europeas, Inglaterra es un país que sabe y quiere defenderse. No hay punto de comparación entre su unidad sin fisuras, como la norteamericana, tras atentados terroristas y la miseria de las manifestaciones españolas tras la masacre del 11 M de 2004 en Madrid en las que el nada valiente pueblo no insultaba a los asesinos que pusieron en los trenes (crimen del que , por cierto, nunca se ha sabido la autoría intelectual) las bombas sino al Gobierno democrático, expulsado en las elecciones generales que estaban convocadas tres días después. Sin olvidar que sólo Gran Bretaña rompió relaciones con Irán tras la llamada islámica al asesinato del escritor Salman Rushdie. Dos países europeos en dos extremos: El de ciudadanos, ejemplo de valor y dignidad, y el de los que no merecen serlo.
La regresión al cacique
En España, lugar tanto más simpático cuanto que carece de entidad competitiva y se distingue por el afán en demoler su Educación e Historia y por la imposibilidad de emplear, en amplias extensiones de él, administración y centros de enseñanza incluidos, su lengua, a lo que se añade el temor a utilizar nombre, símbolos y bandera propios, se da además, lo que no carece de lógica respecto a lo anterior, la veloz regresión hacia el caciquismo. En él se aceptan con sumisión ovejuna las más ruinosas, necias y nocivas disposiciones de un Gobierno nunca votado en elecciones generales y de una corte de parásitos que son imagen rediviva del señorito provinciano del siglo XIX. De uno a otro extremo de la piel de toro, ahora buey como mucho, los vasallos inclinan la cabeza con mansedumbre ante cualquier orden del Poder y responden “Pero ¿qué podemos hacer?”. La espuma inconsecuente de las protestas en mesas de café no pasa del aperitivo y de la puerta, el Parlamento no es sino un Casino donde se reciben sueldos, se escenifica modosamente el papel de representantes y se amplían despachos y mobiliario para acoger a la inagotable clientela de paniaguados. No resultaría extraño ver utilizar durante la caza como perro rastreador a quien el señorito dispusiera, al estilo de la novela de Miguel Delibes, y luego excelente película, “Los Santos Inocentes”, y el sumiso sustituto del can respondería a la orden, o Decreto-Ley, de tirarse al suelo y olfatear “Sí; está mal, pero ¿qué le vamos a hacer?”.
En tal contexto, actos como los de la señora Pelosi o la valentía de cuantos, como Salman Rushdie, se enfrentan, por defender la libertad, a amenazas de muerte, consumadas o por consumar, la entereza de Taiwán y el valor de Ucrania resaltan, por contraste, con un brillo extraordinario y adquieren el peso y categoría de los que pasarán, por su mérito y riesgos asumidos, a la Historia. En el otro extremo, de Europa y en el moral, España es interesante como ilustración de la velocidad regresiva a la que lo que se llamo en su mejor sentido Occidente huye del reconocimiento y del simple enunciado de los valores universales de defensa de los derechos y libertades del individuo como tal. Las personas pasan a ser elementos determinados por el hierro del ganadero que los marca según latitud, longitud, aprisco y promesa de pasto, irresponsables por lo tanto de sus actos, que no les pertenecen sino en función de genética, localidad, pastor y etnia. Y sobre ellas gravitan, inalterables como un olimpo cortado a la medida de variados rebaños, dictámenes anónimos y dioses respecto a los cuales toda rebelión y reclamación son imposibles porque se sitúan en dimensiones inalcanzables: Futuro, Milenios, Planeta, Clima, Colectividad, Progreso Mundial. Esto con la ayuda inapreciable de la implementación espuria de la telemática y el miedo sumiso de la pandemia. Nada tiene que hacer, ni nadie a quien dirigirse, el individuo, aquí, ahora, diverso, aferrado a su única e irreemplazable vida y a lo que su conciencia, experiencia e instinto le presenta como malo. Lo baña diariamente una ola de consignas, repetidas con la puntualidad de las mareas y respaldadas con una reiteración de la palabra “democracia” que ha pasado a ser lluvia fina de dictadura destinada a crear y proyectar en pantalla supuestas mayorías e inexistentes urgencias que todo lo justifican. En este sentido, el fallido país español practica de continuo tanto el uso de la palabra “democrático” como acciones antagónicas del más puro corte dictatorial, en forma de deyección incontinente de Decretos Ley y Leyes de urgencia, sin control ni discusión parlamentaria alguna. El manejo de la intimidación, de la certidumbre ciudadana de la impotencia y el falso argumento de necesidad apremiante por exigencias externas son instrumentos habituales de la manipulación de masas pero la aceleración y generalización de su uso ha adquirido una velocidad sin precedentes. La dictadura actual permea hasta el último resquicio de la vida cotidiana de forma nunca, con ningún régimen, antes vista, y lo sitúa en un estado de completa indefensión ante agentes sin responsabilidad personal, inalcanzables y anónimos.
La ficción de las tribus felices y las aldeas asamblearias, cara a quienes viven de ella, es mercancía golosa y de fácil consumo; y gran peligro por cuanto anula al sujeto libre real, al verdadero ciudadano con sus deberes y derechos. Las sociedades complejas implican necesariamente gobiernos representativos, leyes, separación de poderes, concepto de igualdad de los individuos. Si se eliminan en la práctica el control ciudadano real y la ley igualitaria atenta sólo a los individuos y si se acaricia, no la solidaridad, sino la envidia, que es el peor pelaje de la bestia, entonces no hay sino la promoción de la mediocridad del mínimo común denominador y la ruinosa regresión e indefensión, en todos los órdenes. Es palmaria la diferencia entre el “Nada podemos hacer” del español y el control del gasto y de los políticos en países reales como Suiza o Gran Bretaña.
Se ha instalado una eficaz máquina de un género nuevo de neocomunismo, de populismo a base de clientelas-parásito, para las que resultó providencial la eliminación de la responsabilidad personal y la indefensión implantadas utilizando la pandemia y el virus. El uso espurio de la telemática ha sido, en este contexto, una bendición para Cacique y corte. Nunca estuvo el otrora ciudadano tan indefenso ante la multiplicidad de la dictadura sin rostro, materializada, virtual, inapelable e intangible en el Cacique-Presidente, un histrión especie de maniquí de cartón piedra relleno de materia revenida segregada por él y para su propio uso, en un decorado vistoso propio del gran muñeco de feria que halaga los instintos de los admiradores del tahúr con éxito y el rico sin esfuerzo que distribuye entre sus vasallos dádivas.
El Cacique al mando segrega, además de la lógica clientela estomacal que de él depende, miles, e incluso millones, de caciquillos a tiempo parcial, habitantes del país que, en vez de del de ciudadanos, han asumido el doble papel de complacidos seguidores incondicionales del Jefe que disfrutan del vasallaje y del tratamiento despótico y, por otra parte, ejercen con fruición el rol de comisario de sus convecinos que no siguen las directivas descendidas, sin mayor razonamiento, de lo alto. El Covid fue una providencial escuela de sumisión que permitía al Cacique las mayores y peores arbitrariedades, sin asomo de consulta a terceros ni tramitación legal. Dejándole campo franco para ilusionarse con autocracias perdurables levemente veladas por simulacros de sistema asambleario. Puede incluso degustar el máximo placer del Poder, que no es la riqueza sino, como bien dijo George Orwell en “1984”, hacer sufrir, someter a otros a humillantes, dañinas, inútiles, estúpidas disposiciones, y ver a los súbditos aceptarlas en silencio, sin reproche e incluso con admiración y amor por el Gran Cacique Hermano.
Esto se enlaza y camina a la par de la técnica del envilecimiento asumido. Cuando se ha conseguido que, como tras la masacre del 11 M, el pueblo en su mayoría insulte y se manifieste no contra los terroristas asesinos sino contra el Gobierno, y una y otra vez se ha forzado, por presión y chantaje mediático y pandemia mediante, a aceptar disposiciones ilegítimas, sumisiones vergonzosas, manipulaciones e imposiciones del más bajo jaez y de notoria falsedad en la Educación y la Historia y la población ha aceptado esa vileza, entonces éste se ha situado a un nivel de vasallaje voluntario de muy difícil rescate.
Las rejas de esta cárcel hispánica a la que la mayor parte del país -véase el resultado de las votaciones- se somete sin resistencia son duales y falsas, pero no por ello menos cómodas y eficaces. Ni existen ni han existido nunca, excepto como recurso literario y metáfora sociológica en tiempos y temas históricos concretos, dos Españas, ni tampoco una especie de dualidad zoológica derechas/izquierdas, pero esta ficción nefasta exhibida con diferente vestuario y abrumadora orquesta mediática ha sido y es determinante para asegurar poder, manutención gratuita, predominio social y múltiples nóminas a una clientela parásita que lleva décadas multiplicándose a costa del empobrecimiento intelectual, moral y económico de la nación y ejerciendo un chantaje sin parangón en otros países europeos. La palabra “comunismo” y sus efectos históricos reales o se evita o goza de una especie de aura vaporosa afín a la generosa solidaridad. Los muertos, silenciados, quedan a beneficio de inventario porque en realidad las clientelas de la utopía viven y medran de esos réditos. La cárcel dual amplió y reformó instalaciones con el mito de la Guerra Civil de 1936 y su república maravillosa, que no lo fue, y el de la dictadura franquista uniformemente horrorosa, que tampoco lo fue. De estas fábricas inagotables y rentables de víctimas a posteriori han vivido y esperan vivir miles durante décadas.
“Somos así. Aquí somos así”
La frase es común respuesta en el país fallido a cualquiera que observe una deficiencia, un fallo, un retraso, incuria, comportamiento indeseable, errores garrafales, despilfarros del erario público, mentiras flagrantes del líder político. La primera persona del plural se emplea sistemáticamente, se diría que incluso con cierto placer o tibia complacencia de no distinguirse del rebaño y participar, con él, de la cuota de vileza. El “somos” en este tipo de resignada respuesta ante conductas negativas es rasgo típico hispánico, y nada alentador. Implica reconocimiento de inferioridad e incapacidad irremediables de estar a la altura de lo que de un ciudadano de un país moderno y democrático se espera. No es propio de otros lugares este «somos” y está relacionado estrechamente con la parálisis, la ceguera voluntaria, la indiferencia ante las palmarias fechorías del armazón parásito en el poder que deyecta a diario todo tipo de disposiciones de claro corte totalitario en una injerencia sin precedentes, propia de los regímenes comunistas pero maquillada a lo juvenil y a la europea, en las vidas privadas, acompañada por amenazas de pérdidas de hacienda y libertad y blindadas por el general convencimiento de que no existe defensa posible.
Los últimos no serán los primeros pero es posible que para el país fallido, precisamente por su posición irrelevante, desmembrada y amorfa, se le presente una oportunidad de ascenso y cambio, de abandono y repulsa del “Somos”, que suba escalones, traspase las rejas de su cárcel verbal y advierta que éstas no existían, que eran simple proyección defensiva del peor de los clubs: El del mínimo común denominador intelectual y la amoralidad estúpida. Tal vez pueda hacerlo. La libertad está al otro lado.
El club individual.
Es, por lo tanto, el momento de pertenecer al club de los riesgos que valen la pena. Precisamente por el valor del acto gratuito y necesario, sin rentabilidad alguna. El valor individual, la denuncia explícita, el simple uso cada día, cada vez, de las palabras adquiere en este contexto un valor extremado porque son de las pocas armas que quedan al ciudadano, al humano que pretende serlo. No todo el mundo puede ponerse, como Wang Weilin, frente a los tanques en la plaza de Tien An Men, en 1989, en China, sin más arma que su bolsita de plástico, ni enfrentarse como Zelenski al dictador ruso que invade su país y negarse a entregarle trozos de éste como le aconsejan viscosos editoriales de algunos periódicos europeos, Pero las palabras, su elección y la estadística en su empleo no son inocentes. Tampoco lo son la supresión, inclusión o no en un texto, la eliminación de fechas y datos numéricos o la amputación de la Historia. Como todo nuevo rico, el Gobierno de Pekín no se conforma con la exhibición de riqueza, poderío y armas. Necesita el reconocimiento de los que, sin decirlo, siente como aristocracia, desea la simpatía de sus pares, no soporta la riqueza de libertad de la que gozan sus vecinos taiwaneses, el aire próspero y limpio que respiran, que cualquier visitante de Taiwán percibe y no se puede comprar con tanques ni contenedores de todo a cien circulando por la red mundial. El contraste próximo con países abiertos da al traste con el tópico racista de la incapacidad china para la democracia y con el argumento de la uniformidad de mil trescientos millones de habitantes sólo capaces de seguir al autócrata de turno, al Partido Comunista Jefe, sin aspiración a democracia alguna. La falacia del número es el peligroso simulacro de argumento utilizado tanto por la dictadura totalitaria china como por los oportunistas de Occidente. Mil cuatrocientos millones se presentan como un bloque, uniforme que excusa, por el peso del guarismo, toda oposición y todo análisis. El individuo, gran enemigos de los peores, no existe, está indefenso, silenciado bajo el abuso, la violencia, el terror, las peores dictaduras, las leyes y usos criminales. Y sin embargo la fuerza de una idea, que siempre nace primero en alguien, que alguien defiende solo en algún sitio, es lo que cambia el mundo en el que se vive y la única arma que a quienes sepan denunciar y a atreverse a usarla les queda.
TRANSIBERIANAS. EL LARGO VIAJE.
TRANSIBERIANAS, El largo viaje.https://www.elrincondecasandra.es/nuevo-libro-transiberianas-tal-vez-transeurasia/
Tramsiberianas se gestó en un viaje de quince días de Moscú a Vladivostok que fue luego, al hacerse libro, de más de tres años, página a página, palabra a palabra, con una intensidad en el sentimiento del tiempo y del espacio que la autora jamás sospechó al emprenderlo. El tren fue la envoltura, el huso de hierro que iba depositando su contenido en ciudades crecidas, como cosecha, a su abrigo y luego lo recogía para depositarlo en otra parte, mientras ofrecía por sus ojos de vidrio rápidas estampas de plantas luchando por florecer, llanuras sin más límite que el horizonte, superficies líquidas tan anchas y abundantes que hacían pensar en los días imprecisos de la Creación, cuando aún las fuerzas estaban atareadas separando la tierra de las aguas.
Los recuerdos anteriores, la visita a la que fue Unión Soviética, empalidecían hasta distinguirse sus perfiles apenas en la superficie engañosa, frágil de las muchas memorias superpuestas, de la amplitud e implacable belleza del mundo, de la llamada tenaz de voces distintas. Rusia imponía su desconocido que siempre se creyó, en parte, conocer, empujaba, al atravesarla, siglos arriba y abajo, de manera simultánea. Meses, años después, en el libro Transiberianas surgían, sin ser invitados, por sí mismos, personajes de distintas épocas y lugares que tomaban carne con rapidez pasmosa, como si siempre hubieran estado esperando en los andenes. Rusia eran ellos, había que hacerles sitio, su doble alma llevaba épocas llamando a las puertas de Europa sin abandonar por ello las casas propias. Porque el tapiz se extendía de un océano a otro y era Eurasia.
Kairos, Heródoto, Lenka, Irena. Valentina, Nicolás, Ikreyh, Eusebio. Irina, Sonia, Huang, Misha. Shush, Mirza, Uhu-bek, Vladik. Ruy González, Basil, Pior, Nina. Vladimir, Borsek, Li-Mi, Marioska. Y otros, incluido un perro testigo en primera línea del asesinato del zar, acompañantes y familia. Todos aparecían con absoluta urgencia, y a todos observaba la fuerza tranquila de una naturaleza que sabe que la muerte de los seres que en la tierra cría es sólo aparente y sobrevivirá al hielo y a las nieves.
Llegó febrero de 2022. En esos días se había terminado el libro y la última línea coincidió con la invasión por el gobierno de Rusia de Ucrania, lo que obligó a añadir un epílogo, escrito con cierto estremecimiento al repasar páginas en las que se aludía a la codiciada zona del Mar Negro.
El epílogo es éste, junto con el agradecimiento a los ucranianos y a su Presidente que, en 2022, han mostrado que aún hay personas capaces de arriesgar la vida por la dignidad y la libertad.
Epilogo
El puente más oscuro: La vía muerta del Transiberiano.
24 de febrero de 2022: Rusia bombardea e invade Ucrania.
Hay otro extremo del puente que pudo, que podría ser, y el puente mismo es otro. La embriaguez de la diferencia y la distancia, el sabor anticipado de la sal del Pacífico y la materialización de los topónimos han relegado a un segundo plano la existencia de los pilares occidentales del cinturón euroasiático, de esos lugares asomados al siempre codiciado Mar Negro. Deltas y estuarios, llanuras repletas, como un vientre incansable, de cereal, países del siglo XXI que fueron escapando en el XX, con valor, tenacidad, ilusión y esfuerzo, de los escombros de la cárcel en que se había transformado Rusia: la Unión Soviética. Eran los del Este, las colonias de Moscú, y en cuanto pudieron dieron la espalda a sus antiguos dueños del terror y los tanques que aplastaron en Budapest y Praga sus rebeliones, renegaron de los señores de las hambrunas provocadas, de los espías de las vidas de los otros, de los muros para evitar las fugas y de los planes para lograr el dominio internacional. Desde las pequeñas y bellas naciones bálticas hasta las valientes Polonia, Hungría, Rumanía, Checoslovaquia, Bulgaria, Ucrania, todas ellas se fueron sacudiendo un pasado de servidumbre incomparablemente superior a ninguna conocida, una especial sumisión gris, impersonal,, ubicua, omnipotente, caracterizada por el anonimato, por su aspiración a controlar hasta el menor resquicio, interno y externo, de los ciudadanos, por su completa ausencia de responsabilidad moral y por su inigualable e inigualado dominio de la propaganda, que logró convertir el mundo, y en él comunicación y cultura, en una interminable batalla de Buenos y Malos, Derechas e Izquierdas en la que los Buenos eran, siempre, los que, de una u otra forma, apoyaban al comunismo y afines e instalaban por doquier, aprovechándose de sistemas plurales y abiertos, plataformas de simpatizantes y de parásitos que repartían rentables certificados sociales de pensamiento correcto.
La ola de adhesión, de fervor incondicional y pertenencia afines a los de una secta religiosa, no fue en sus orígenes ni siempre la propia de militantes políticos. Tampoco la guio, en todos los casos, el interés espurio de los amplios sectores que se valieron de ella e hicieron y hacen de su marca un próspero negocio social. Se sustentaba aprovechando sentimientos nobles como la solidaridad y la indignación contra la injusticia, sentimientos que pronto se mezclaron con la envidia y la fácil explotación del victimismo. De ahí que la división Malos/Buenos, Progresistas y Burgueses, Comunistas/Liberales pareciera, pese a su reciente aparición en la Historia mundial, haber existido desde el alba de los tiempos, y que se impusiera con una fuerza tal que bloquea la percepción misma de la realidad y condiciona la mente con la más férrea censura interna que haya existido jamás.
El nuevo credo se benefició además en su nacimiento de óptima conjunción de circunstancias, surgía en el momento adecuado, los lugares idóneos y entre los actores oportunos. La industrialización, el ambiente fabril, significaban la convivencia de grandes contingentes de personas con intereses laborales comunes. Los medios de comunicación se alzaban como una fuerza de difusión y, al tiempo, de propaganda. Los líderes políticos y sus patrocinadores surgían, exponían y se profesionalizaban. La revolución rusa de 1917 gozaba, y goza, del status de Belén y de Jerusalén, de revelación que, fácilmente, lo explica todo. A cualquiera. Que exime de la responsabilidad en los propios actos, elimina normas y leyes y libera del penoso ejercicio de pensar y de la aún más incómoda constatación objetiva de los hechos. Sin necesidad de leer las obras completas de Marx y Lenin. Y proporciona, sin mayores méritos, el marchamo de superioridad y el derecho a apropiarse de los bienes ajenos. Así, los actos, primero de la URSS, después de la R. P. China, gozaron de la mejor impunidad, del casi total silencio, la indiferencia, rechazo o incomodidad ante las críticas por parte de los países fuera de su órbita y de las simpatías, si no alabanzas, de la mayor parte de las élites culturales y mediáticas .Hasta épocas muy recientes, hoy incluido, las críticas han coexistido con una floración de neocomunismos en la que sólo ha hecho brecha definitiva la brutalidad extrema de la agresión y destrozo en 2022, por parte de la URSS rediviva, de un país europeo.
A diferencia de la victoria de 1945, la desaparición de la Unión Soviética no fue una guerra ganada, en su implosión no hubo sino demérito de los países libres de Occidente, éstos no liberaron a nadie, se complacieron en hacer bueno respecto a Estados Unidos el dicho No sé por qué me odia si no le he hecho ningún favor y en coger con una mano la ayuda estadounidense y su escudo protector, que les ahorró gastar en su propia Defensa, y en pintar con la otra mano “America go home” en los muros de las ciudades europeas. Pero el muerto régimen soviético estaba bien vivo, y paría y nutría seguidores continuamente. Había hallado, como China, la fórmula de la riqueza personal y la embriaguez nacional y revanchista, y engordaba sus fuerzas con justificado desprecio por los angelicales programas de los mal avenidos partidos democráticos en nombre de la paz gratuita universal, la energía milagrosa, el edén selvático bajo cuyo verde terciopelo se esconde la más descarnada ley de la selva, que abomina de viejos y débiles como bien supieron los nazis, y la adoración de las diosas madre, de los dioses Planeta y Culturas. Ha cristalizado el neototalitarismo new age, la respetuosa política de bloques según las supuestas nuevas leyes de Historia y Cambio de Ciclo que exigen en el bien remunerado clero la abominación de Derechos Humanos universales, de igualdad, libertad y defensa del individuo. Hasta que el bárbaro, el déspota, el terrorista llaman a su puerta.
En cuanto pudieron, regiones, países e individuos huyeron del paraíso comunista, aprovecharon la implosión de la Unión Soviética. Y dejaron tras de sí la estructura totalitaria, burocrática y policial de un régimen que volvía a ser, en apariencia, la eterna Madre Rusia, ahora empeñada, como China, en logros económicos repartidos entre los afines al Gobierno, en un rearme vertiginoso y en un control energético en proporción inversa a la dependencia y debilidad europeas. Democracia, libertad y derechos individuales, siempre incompatibles con los padres fundadores de la revolución de 1917, eran todavía más inaceptables en el poroso y movible mundo del siglo XXI, tanto respecto a las naciones fronterizas como en el interior y en los propios ciudadanos rusos. El impulso totalitario de las remozadas o nunca extintas dictaduras comunistas, ahora bautizadas con el eufemismo autocracias, ha mantenido y sigue las mismas estrategias y procedimientos que antaño, con leves maquillajes de forma. Se atiene al mundo dual de denuncia de las democracias occidentales y aliados, exportado esta vez el mensaje, de grado o por fuerza, en un mix global por áreas internacionales de penetración, presión y asentamiento.
La invasión de Ucrania ha desnudado las matrioskas del líder de Moscú, todas presentes, propias de los estratos de su vida y todas en activo, decisivas, laqueadas, sucesivamente, por un proyecto común de dominio antitético de libertad y derechos individuales, revestido en su último avatar de una amalgama de exaltación de nacionalismo paneslavo ruso y fervor religioso ortodoxo. El conglomerado religión y Grande e Imperial Rusia encaja perfectamente con las matrioskas interiores en cuyo núcleo se sitúa el policía secreto del régimen que el líder comunista siempre fue y del que conserva la típica indiferencia por las vidas humanas y la certidumbre en la infalibilidad de sus actos. La matrioska del zar, una de las que el líder encierra, no tiene de aquél sino el icono útil de símbolos y título y la ambición del derecho divino que el Partido y Credo que conoció y la corte que lo rodea le proporcionan. Su reino es de este mundo, expansivo por naturaleza, sin relación con imperialismos zaristas, una sucesión de matrioskas semejantes al las escobas del aprendiz de brujo, de multiplicación, por su propia dinámica, imparable. La última reúne lo peor de cada casa, y la polémica comunista o nazi es estéril porque la integran ambos: El poder del Partido en el que hacen piña Jefe Supremo, cuerpo rector y autócratas billonarios, y la descarnada brutalidad del nazismo con sus justificaciones étnicas y lingüísticas. El Presidente debe pintar su última matrioska con trazos rápidos por la urgencia del declive físico, particularmente insoportable para alguien que se ha querido y quiere símbolo de la fuerza, identificado con el mando y digno del mejor mausoleo en la mayor catedral de la nación más grande.
Las pequeñas muñecas sucesivas pueden caer, una tras otra, como fichas de dominó, con simples, repetidos, tenaces, numeroso golpes.
En el terreno verbal ha habido pocos cambios: las viejas armas empuñadas por los mismos y sus clones con los mismos propósitos: Se recurre como enemigos por antonomasia a la exhumación de las efigies del Mal destinadas a excitar rechazo automático, El Presidente ruso justifica su invasión y bombardeos en pro de la defensa contra el neonazismo, exactamente igual que en España el grupo de Buenos de nómina, la Izquierda, lleva largas décadas gozando de un cómodo vivir mediante la utilización de fascista, franquista, ultraderecha y facha como medios de ostracismo y chantaje contra los que no considera de su tribu. Todo vale para ignorar la realidad, los hechos concretos y los individuos. Así el Gobierno ruso invoca derechos étnicos y rancio abolengo medieval, que lo situarían como el primus inter pares de los eslavos, mientras sus clientes ideológicos, y con frecuencia materiales, de países europeos sortean la incómoda evidencia del regreso del imperialismo soviético y el periodo 1917-1989 a base de referencias a los zares. De forma paralela a la batería verbal Mal/Bien, tanto en la casa madre neosoviética como en sus franquicias no puede faltar la amenaza de grandes y eternos enemigos dotados de perdurable juventud y maldad infinita. Son recurrentes el Gran Satán Estados Unidos, la cohorte capitalista y los indispensables dictadores por mucho tiempo que lleven muertos: Véanse los nazis (con los que sin embargo al principio de la segunda Guerra Mundial Moscú pactó), en España Francisco Franco, cuyo fantasma lleva décadas trabajando para los que se legitiman dando lanzadas al cadáver, y los fascistas invocados por el espiritismo político.
Erizado de armas, con su dedo juguetón en el botón nuclear y la invasión de un gran país de Europa, Ucrania, que marca un antes y un después en la Historia, el Presidente del Gobierno ruso se sitúa en posición de aparente preeminencia y centro de los focos. Sin embargo el exceso mismo de su actuación, la teatralidad del desarrollo y la impostura del planteamiento delatan la inmensa derrota que se extiende tras los dorados y las águilas bicéfalas. Se sabe vencido por una forma de vida, la occidental, libre y democrática hacia la que se vuelcan cuantos eran sus vasallos, no ignora el vacío que existe tras la aparente rápida victoria por el recurso a la fuerza, le es patente su, en todos los sentidos, ineluctable vejez. La cual contrasta con la juventud y valor, espiritual y físico, de sus oponentes y con la toma de conciencia de la aletargada Europa tras la sacudida. La violencia misma de lo sucedido el 24 de febrero de 2022, con todo su precio de dolor, soberbia y sangre, tiene algo de canto de cisne, aunque éste tarde aún en morir.
El extremo occidental del puente oscuro se hincaba en arenas movedizas, en pilares poco fiables. Los que fueron países del Este se apoyaban en aquella Europa de las democracias, las libertades y los derechos, no olvidaron las invasiones del señor antiguo pero aprendieron rápidamente a hacerse un presente y un futuro, tejieron su independencia sin que por ello dejaran de mostrar en sus ciudades unos peculiares museos de la opresión, los comisariados y las cárceles socialistas que a los admiradores platónicos del comunismo a costa de la piel de otros les repugna visitar. Cuando llegó, en febrero de 2022, la invasión rusa en el extremo ucraniano del puente oscuro los invadidos sintieron y temieron, bajo la súbita lluvia de bombas y disparos, que la Europa de los derechos y libertades en la que habían creído no existiera que fuese polvo, como las momias expuestas al aire, ante la brutalidad de la fuerza, que, mientras las instituciones liberales de Occidente reposaban en espera del beso y las ayudas del príncipe, lo peor de la antigua Unión Soviética siempre había estado allí y que los jefes de Rusia, en vez de transformar su país, que no es para viejos ni para individuos libres, en país para todos, querían la gran dictadura de inacabables fronteras, la cual los coros occidentales de las consignas se apresuraron a denunciar como ambiciones zaristas cuando, en realidad, correspondían a las del Buró Político de Moscú.
Sus argumentos, como los ancestrales orígenes en Kiev y la tribu de los Rus, de donde viene el nombre Rusia, son de perfecta inoperancia. En las oscuras edades de la Alta Edad Media, existían señoríos diversos, como los khazar de Kiev, convertidos al judaísmo en el S. VIII. Había un trasiego intenso con alternancia de enfrentamientos y pactos comerciales, imperaban la codicia por las ricas llanuras fértiles próximas al Mar Negro que se extendían tras los bosques, y por los puntos de comercio norte-sur, desde el Báltico y Escandinavia. El primer estado ruso, Kievan, no pasaba de ser un principado feudal marcado, en parte, por vikingos y nórdicos y, por otra, por el contacto con Bizancio. Los ríos, como bien sabían los vikingos, eran las grandes vías mercantiles y pronto se advirtió que la venta y trueque regulares de pieles, esclavos, ámbar y colmillos de morsa podían ser más rentables que la guerra. Los principados luchan o se alían entre sí, se ven acosados por nómadas y mongoles que llegan desde oriente y cuya especialidad es el saqueo, Kiev, tan eslava como los rus y ucranianos, prospera gracias a sus lazos con Bizancio y a la entidad afín que le proporciona su conversión al cristianismo, un factor que, en paisaje político tan difuso y carente de fronteras, otorga sensación de pertenencia. Moscú pasará, y va a ser desde el S. XII, centro comercial de mayor importancia mientras que Kiev, unificado en el S. XI como estado ruso, se desintegra en principados independientes y en las más conflictivas zonas del sur pasará, sea a ser Lituania, sea a situarse en el khanato de la Horda Dorada.
Con el comienzo de la Edad Moderna, Rusia, ya imperio, se resiente, y esto será una constante, de su aislamiento, quiere acercarse, formar parte de Europa occidental. Kiev vuelve de Polonia a Rusia, Crimea, además de indispensable salida al mar, es más que nunca centro de comercio. Han llegado, desde el siglo XV en adelante, colonos germanos y flamencos llamados por los príncipes eslavos para que desbrocen tierras, desequen cenagales y loas conviertan, como así ocurre, en tierras de labor. En los siglos XVII, XVIII y sobre todo en el XIX hay una fiebre de descubrimiento, exploración y población hacia el este, hacia Siberia y los inmensos territorios apenas conocidos cuyas posibilidades y recursos comienzan a vislumbrarse. Ahí se engendra el Transiberiano, que es mucho más que un tren, es la nueva Rusia de la nueva época. El gobierno, los zares y las élites anhelan unirse a la revolución industrial, se impulsa la explotación de las minas de carbón en Crimea, se crean fábricas. En el siglo XX la extensa y rica en cereales Ucrania logra su independencia, que le durará bien poco, de 1917 a 1920. En la Unión Soviética será diluida en un enorme territorio, el Kazakstán. Tras la revolución de octubre, unos años después, entre 1932 y 1934, en Ucrania se vivirá, y se morirá, el Holodomor, el Holocausto ucraniano, por la hambruna provocada por Stalin, que expolió el trigo y se llevó por delante a entre cuatro, seis o siete millones millones de personas (las cifras son tan vagas, tan fáciles cuando se trata de hablar de exterminio, y de regatear a los asesinados incluso su derecho a haber muerto). Ucrania no fue un territorio de rendición rápida ni fácil de controlar. Sufrió luego devastación material y demográfica durante la Segunda Guerra Mundial, y posteriormente un status de denominaciones y fronteras cambiantes, hasta su independencia real en 1991 y su reconocimiento como nación democrática en el foro internacional.
Uno de los mejores aliados del Gobierno Ruso y de su Presidente actual, en 2022, ha sido la forma de difundir en Occidente la Historia, la sumisión al maniqueísmo ideológico según el cual el imperio ruso era siempre un desconocido de borroso y agitado currículum entre la barbarie, los personajes pintorescos y un puñado de artistas notables en música y. letras. Apenas nada sobre el titánico esfuerzo para modernizar país tan vasto y de condiciones climáticas tan extremas. Los zares eran presentados como monstruos de crueldad o figurones ansiosos de fusilar oponentes y azotar a los siervos, el país una extensión inabarcable y en gran parte baldía de estepas semidesérticas, nieve, bosques, jinetes y miserables chozas de madera. Rusia ha sido la gran desconocida. El asesinato del zar, que ya había abdicado, y de cuantos lo acompañaban es unas líneas en el libro de texto, las colosales obras de transporte, urbanismo e ingeniería, el esfuerzo ingente de modernización un evento ajeno a los zares que sin duda brotó en tiempo récor del verbo salvador de Lenin y Stalin. Ni qué decir tiene que millones de muertos causados por el régimen soviético están ausentes en la mayor parte del relato occidental. La invasión y agresión de Ucrania en 2022 se atribuye hoy tranquilamente en no pocos medios a un revival de las regias ansias imperiales saltando limpiamente sobre el bien documentado, largo y reciente imperialismo soviético y pasando por alto el hecho palmario de que los zares nunca protagonizaron invasiones como la de Bucarest o Praga ni aspiraron a expansión internacional, no causaron la muerte de millones de seres humanos; ni alzaron muros, organizaron milicias y servicios policiales y blindado fronteras para que sus ciudadanos no huyeran del país.
El envés de la nueva Ruta de la Seda
Extasiados ante las nuevas oportunidades de comercio, relaciones y oportunidades, los asistentes a una charla-conferencia, diapositivas incluidas, en el International Institute (Instituto Internacional norteamericano de cultura situado en Madrid) aplauden como un solo hombre a las exposiciones sobre la China actual, floreciente, rica y prometedora. No hay prácticamente disidentes ni críticos (alguno, alguna), ni incómodas alusiones a la naturaleza del régimen. En la pantalla esquemas del Dragón de Hierro, ahora sedoso, al que numerosos occidentales ansían acariciar el lomo. No todo es grandeza, beneficio y maravilla en el origen. La Ruta de los Contenedores Benéficos Chinos, que distribuyen puentes, carreteras, ferrocarriles y regalos múltiples en países del Tercer Mundo, tiene también un reverso oculto y sombrío. El regalo incluye la mayor indiferencia y/o apoyo en las alianzas a tiranos, dictadores y prácticas de la más descarnada criminalidad, el más perfecto desapego ante las situaciones concretas de los individuos, la gélida aceptación en los tratos de situaciones y prácticas inhumanas. Porque en regímenes como el oficial chino y en pueblos adiestrados en la larga práctica de la ausencia de libertad, responsabilidad y moral individuales no existen sentimientos sino intereses. El Dragón de Hierro vestido de seda también defeca, e irá dejando lo que en su origen ya le sobra: los cielos grises de humo, grúas y trabajadores avasallados, las bocas amordazadas, las noches urbanas sin luna ni estrellas, veladas por la contaminación, el invisible y radical desprecio de los amos de la raza homogénea han y de un país sin la menor conciencia de los derechos e igualdad humanos respecto a los destinatarios del humo y los desechos del dragón.
Para el que se atreve a despojarse de la dualidad estúpida pero confortable Buenos/Malos que le ha permitido medrar, ahorrar neurona e ignorar la evidencia hay otros mundos de albedrío donde se respira mucho mejor y que están en éste, pero no son los del molde, ya casi instintivo, que le hace someterse al Izquierdas/Derechas. Descubrirá el valor de los actos por sí mimos, el nadie es más que otro si no hace más que otro de Cervantes, la posibilidad de vivir, pensar y expresarse sin unirse a la consigna coral, a la alabanza o el silencio, se sacudirá el miedo al ostracismo y el rechazo social, verá tal cuales son y han sido los sistemas totalitarios, el comunismo hoy, la triste grisura del miedo a lo otros y la censura tan bien plasmados en la película de Alfred Hitchcock “Cortina Rasgada”, de 1966, sobre el ambiente de la Alemania del Este durante la Guerra Fría. Quien salga de la cárcel del pensamiento y la palabra bipolares no se explicará cómo se ha mantenido la extraña dictadura del pobre y dirigido pensamiento. Podrá sin embargo hallar respuestas cuando observe que no hay dualidades pero sí una masa de clientelas parásitas de las utopías subvencionadas que han fagocitado en cultura y discurso la bondad, justicia, solidaridad social. Y descubrirá además que una tergiversación y rendición de tal envergadura sólo se explica, en buena parte, amén de por los beneficios obtenidos, por la vergüenza en ocasiones inconsciente de la propia cobardía, la del voluntariamente sometido a la servidumbre.
El puente oscuro viene dejando en su sombra a los rusos mismos, a los numerosos entre ellos que, como en los ex países del Este, quieren vidas libres y mejores, no sólo en ventajas materiales sino en dignidad, autonomía, respeto, en la existencia civil e individual de todos los días. Ninguno quiere vivir como la gigantesca dictadura de Pekín, por muchos juguetes electrónicos y PIB que eso represente. La simple imagen del Congreso del Partido Comunista Chino, con sus gigantescas Hoz y Martillo de fondo y las filas de clones con los mismos gestos, vestimenta, rostros y aplausos inspira auténtico terror y, por el contrario, justificados temor respecto a su destino, admiración, solidaridad y aprecio las gentes de Taiwán y Corea del Sur, que por sus regímenes democráticos, su valía y esfuerzo desmienten el determinismo étnico, genético y geográfico y son prueba viviente de que los sistemas en que se vive determinan más que factor alguno las conductas. En mayor o menor grado, la semejanza entre coreanos del norte, chinos del nuevo Mao, cubanos y fieles descendientes de la KGB rusa son, más allá de maquillajes folklóricos, obvia. Taiwaneses, sudcoreanos y disidentes rusos también confiaron, y confían en los que, al otro lado de otros puentes, defendían sus valores. Como confió Ucrania. Pero la blanda, medrosa y somnolienta Europa del oeste necesitaba de un revulsivo para que aflorasen el valor y la fuerza para hacerse y hacer respetar los Estados de Derecho. Había confiado su suerte al azar, a la inercia del confort asegurado, a la asistencia de primos musculosos en improbables casos de emergencia. Hasta que la bella princesa durmiente se despertó porque una bomba había estallado en su misma puerta.
El increíble dictador menguante.
Hay algo que sobrenada y sobrenadará, y pervivirá a toda esta sangre e injusticia: La perfecta ridiculez de un tipo que se va haciendo más y más pequeño en sus desesperados esfuerzos por hacerse grande, que mengua cada día que se empeña en cruzar puertas cuyas hojas abrumadas de oro buscan algún zénit y lo aplastarían de desprenderse una de sus molduras, que es inseparable de la prótesis del trono solar desde la que, a distancias siderales, puede vigilar las evoluciones de la corte gris de sus planetas, de manera que la lejanía no revele la disminución progresiva de su persona. El dictador menguante necesita, continua, fatalmente, aumentar la altura de sus podios, subirse, afirmarse, presentarse sobre trofeos, ruinas, edificios reducidos a escombros, tanques, pilas de monedas, de guardianes, de espaldas inclinadas, de altares, balaustradas, desde el balcón más alto, a la mayor distancia, pues conoce su fatal pequeñez irremediable, que le persigue como propia sombra.
Morir morimos todos, pero el suyo es destino en especial patético, contraste de su empeño y sus ficciones, del gran engaño que le obliga a situarse como la encarnación de un vasto imperio, el cuerpo y la cabeza de un gigante fabricado por él para sí mismo, la cáscara y la máscara del raquítico afán de su persona. Cada vez parece más mínimo al otro lado de mesas con dimensiones de piscina olímpica en las que tal vez imagina que nada dejando atrás a todos sus interlocutores. Aferrado al extremo con la ansiedad de erguir el cuello y rostro, se va muy lenta, irremisiblemente, hundiendo mientras lanza gélidas órdenes de César redivivo. Puede auparse sobre nuevas víctimas, y sobre el sueño, que querría cierto, de hongos atómicos. Lo protege, como un palio, la leyenda misma de la irresponsabilidad de su mente, et terror de su conducta imprevisible. Pero tal vez se olvida cuán fina es la línea de la locura, la tierra de nadie en el cerebro entre la razón y las construcciones irracionales, donde se erige el frío, pero lógico edificio de la monstruosa conveniencia. Él es ya la lamentable y diminuta figura que huye desesperada de su talla real, que pretende empinarse angustiada sobre el tiempo y no ignora, en el fondo tenaz del ser reseco que mengua con el sol de cada día, que otros que van muriendo, que ya han muerto, serán y morirán mucho más grandes que el dictador menguante, desdeñado incluso por el polvo.
Rosúa
Y ahora añadir un agradecimiento a Ucrania, a Zelenski, a cada uno de los que han demostrado que, como dice Cervantes, por la libertad como
por la honra se puede y se debe arriesgar la vida. Cuando en una Europa vendida a las sumisiones, en la que se aconsejaba a los ucranianos la inmediata rendición, cuando la cobardía y mediocridad son de precepto, cuando hay países fallidos, como España, que se avergüenzan de su nombre, de su lengua, de su bandera, que viven de repartirse despojos y en los que el jefe de partido hace un discurso a la asamblea cuyo resumen es Todos vais a seguir cobrando. (Gran aplauso), cuando llueve la lluvia viscosa de la vergüenza silenciosa cotidiana, gracias infinitas a Zelenski y la gente de Ucrania porque nos han devuelto un soplo de esperanza en la condición humana.
11 M 2024
La vileza asumida junto con la dualidad tan falsa como impuesta y los cheques de buena conciencia fabricados para la ocasión y repartidos a voleo como los caramelos de una cabalgata son los tres ingredientes de las grandes canalladas populistas, y el 11 M y sus secuelas son un ejemplo de libro. La preparación, utilización y tratamiento posterior, durante décadas, no engañan: Que sirvió para transformar España en un inmenso botín a repartir por parcelas y que pasara, de ser un país respetado y respetable, a u un triste simulacro de nación europea de tercera división, buena para obedecer a los que se hacen valer, para perder en las transacciones y ofrecer cervezas, sol y tapas, está sobrada y aceleradamente probado por la evidencia.
La vileza asumida empapó a gran parte de la población tras el asesinato masivo de doscientas personas en los trenes de Atocha. Todos y cada uno de los que participaron en el ataque, insultos, acoso y derribo del Presidente y partido legítima y democráticamente elegidos en vez de dirigir sus iras contra los terroristas estaban y están haciendo una canallada, sin parangón en país civilizado alguno, y de una cobardía y vileza que les mancha hasta el día de hoy. Poco importa si se trata de un ciudadano o de millones. Millones fueron lo que han apoyado y aplaudido en el siglo XX canalladas y genocidios memorables. Una parte sustancial del pueblo español se puso a esa altura, y no ha parado desde entonces de comprar la buena vidilla cotidiana y demostrar, por pasiva, su sumisión ante cualquier riesgo y su negativa a asumirlo, no digamos a enfrentarse, a hacer piña con naciones y estados más dignos y valerosos o a, por lo menos a, no ofrecer comprensiva simpatía a hez del fanatismo y la violencia con tal de no provocar su enfado.
En tres días, con el cui prodest más espectacular que como ejemplo de aprovechamiento de un crimen masivo y terror generalizado se recuerda, el partido en principio sin posibilidades de victoria electoral, el PSOE, amasó a las masas con grandes cantidades de levadura destinada exclusivamente a desviar y canalizar la indignación, el desconcierto y el miedo exclusivamente contra el partido que iba a ganar las elecciones, el PP. Tres días después del oportuno terrorismo. A continuación todo ha sido una cuesta abajo, en todos los sentidos, en la cultura general, la imposición y anulación de la Historia, el empobrecimiento de un país que lo fue y que cada vez más es un simulacro de tal, en la sustitución de cualquier pensamiento, valor, empresa de envergadura por un enjambre de parásitos y un vocerío en el que se disputan el espacio mediático la voracidad y la estupidez.
Quien esto escribe, y había vivido anteriormente en cinco países y viajado por más de un centenar sola, por primera vez al volver al suyo, España, al que quería, tuvo vergüenza por ser de él, por mostrar su pasaporte de miembro de un club de cobardes que habían optado por apoyar a asesinos. Quien esto escribe recuerda siempre una de las fotos, cuando en Atocha se comenzaron a abrir las puertas de los trenes, y en ella el cadáver, de pie de juna mujer, la boca abierta, planchada contra el metal. Ahí está, la imagen oscura, la antítesis de la Puerta de Alcalá, sin persecución de los criminales, que contaron y llevan contando con el apoyo de esos millones de españoles que han absorbido, gozosos, la mentira flagrante con la que les han venido regando según la cual el mundo se divide en Buenos y Malos, Izquierdas y Derechas, desde el alba de los tiempos. Han tragado, tragan a espuertas, porque les librado de la penosa tarea de pensar y la aún más incómoda de ser incómodamente dignos, la ginebra de la victoria del dualismo, los Malos enemigos de su sociedad benéfica de Clientelas de la Utopía subvencionadas.
Quien esto escribe hoy, después de veinte años y con la imagen de aquella mujer en la puerta de los trenes en cuya boca abierta parece concentrarse toda la miseria del 11M, el grito contra los asesinos que no halló eco en la cobardía seguidista del pobre pueblo español, hoy quien esto escribe, que ya no enseñará su pasaporte sin vergüenza, va a adoptar, como quien adopta otro ser, a ese cadáver que ve con toda claridad hasta el día de hoy. y del que, al menos, quiere que su asesinato no prescriba.11 M 2024
M ROSÚA
11 DE MARZO DE 2024
¡Papá, no te vayas!
¡Papá, no te vayas¡ No nos dejes! Por los clavos de…quien fuera, uno que le clavaron o que se clavó y se hizo daño, seguro que fue la Derecha. Si tu hubieras estado no hubiese pasado. Pero volvamos a lo nuestro: Papá, no nos dejes, date cuenta de en qué situación nos abandonas. Somos tantos. Si sólo fuera por mí…Aunque también…¿Qué digo, cómo me presento, quién soy, qué soy? Vale, los tuyos se han inventado carreras, les escriben obras, ocurrencias que nadie se espera porque no hay quien te te devuelva un cheque sin fondos. Pero los otros, nosotros, los que no tenemos más que tu nombre, tu respaldo, la marca de tu hierro, la capa de palabras que todo lo tapan y con las que enteramos, como un VIP cualquiera, en reservados, clubes de gran alterne, oficinas del director del banco, bodorrios fastuosos y anaqueles de la universidad donde depositamos libros que no hemos escrito, ni leído, ni pensamos leer, nosotros que trabajamos intensamente para no trabajar en nada y que llevamos, como quien dice, casi toda una vida, o al menos buena parte de ella, de la mañana a la noche, publicando la buena nueva de tu santo advenimiento, el de la Igualdad Democrática al fin conseguida arrasando con cualquier asomo de superioridad en valor, labor, profesión, logros, inteligencia, nosotros que no paramos de meter cada día las papeletas de ese modelo que es tu persona en los millones de urnas del mundo de la comunicación y en la bocas de los que deben sus puestos presentes y futuros a tu nombre hasta que rebosan de él y se les saltan las lágrimas, nosotros ¿qué vamos a hacer si nos falas, si desapareces para llevar la buena nueva a lejanos destinos?.
El Universo se tornará feo, duro, desagradable si nos falta tu apostura, tu sonrisa, tu perfil de jefe nato, tu desdén hacia la masa vulgar de tus enemigos que sirven tan sólo para sustentar el podio sobre el que reposa tu figura. Necesitamos tu ley implacable de imposición del mínimo común denominador, tus miles, millones de policías para la erradicación de la excelencia. Porque eres el que todos quisiéramos haber sido, el rey del barrio, de la cama, del chalet grande y con muchas plazas de garaje, y al tiempo, ¡oh prodigio que sólo tú logras!, nos has saciado o prometes saciarnos a todos transformando en odio la masa de envidia que llenaba nuestros cuencos. transformándonos a cada uno sin excepción, excepto a los ingratos, subversivos y peligrosos enemigos de clase y de la democracia igualitaria (no hay otra), en víctimas, en tribus infinitas sin individuos en las que que cada cual no es hijo de sus dotes ni de sus obras sino de rasgos afines a la ley planetaria y zoológica: sexo, villa, raza, lenguas, determinismos de la bilogía y de la historia, factores todos que eliminan cualquier asomo de responsabilidad individual.
Y de repente, si te vas, la buena vida, la casa, el prestigio, el diploma, el sueldo, la personalidad misma habrá que ganárselas. Es el reino del vacío el que nos espera, y sin manutención diaria. ¿Podremos todos justificar nuestras vidas y puestos con el ardiente amor por nuestras mujeres, hijos, suegras y perros? ¿Seguirán los allegados por rama política apoyándonos con los frutos de sus prósperas finanzas? ¿Servirá, como en el fondo esperas, la amenaza de tu marcha para que los jefes tribales de los que dependes renuncien provisionalmente a la aceptación de algunos de sus privilegios? Saben sobradamente que eres la garantía, providencial y quizás irrepetible, que los avala. Sobre tu mesa reposan, ya redactadas y pendientes de firma, las leyes que te han presentado como condición para que no te retiren su apoyo, véase la de extensión y promoción mundiales de óperas cantadas en la lengua de la tribu del lloroso y quejoso pueblo del nordeste, que ha sido rechazada por las Delegaciones de Derechos Humanos a causa de su insufrible e irremediable cacofonía. ¿Comprenderán estos ingratos, por los que te has desvivido, tu situación y aceptarán un compás de espera.
Y, lo peor, la catástrofe más grande que podría sobrevenirnos con tu ausencia, tan insólita, tan incrustada en nuestro horizonte que ni siquiera en ella se repara: ¿Y si desaparece de repente la ficción Izquierda/Derecha? ¿Y si se descubre que esa universal filiación dual que parece tan anclada en el mundo social y en físico no existe sino en , puntualmente, épocas y actos y hechos concretos en estudios de sociología e historia por razones metodológicas? ¿Qué tal dualidad, como la utilizada de las dos Españas por un escritor, no pasa de ser una metáfora poética y que Derechas/Izquierdas no son sino los dos polos manejados e impuestos en una especie de hipnosis colectiva para proporcionar una filiación ficticia a la población manipulable y deseosa de acogerse a la facilidad mental y a la ficción de superioridad de grupo encarnado en entidades sin relación real con sus actos y entorno? De derrumbarse el mito del Gran Enemigo del fantasma Derechas y del recurso al dictador tiempo ha difunto y la Guerra contra los Malos, siempre por ganar, entonces, si te vas, Papá, ¿qué hacemos? ¿Qué contamos, para que nos sigan manteniendo, dando voz y preferencia en la inmensa mayoría de los medios , para que incluso los de los grupos resistentes acepten intimidados el chantaje dual y la inclusión en la esfera del enemigo vil? ¿Cuál será nuestra suerte, dónde hallaremos sustento si nuestra gran arma nuclear, el vocablo Progresismo, pierde su poder y se deshincha como un globo?
Papá, no nos condenes a la inanición y a la nada, aún no. Es muy goloso el botín de un país entero de cuarenta y siete millones de habitantes. Ni comparación con latrocinios privados. Papá, ¡no te vayas, no te vayas todavía!
ROSÚA
28 de abril de 2024