Los otros
2003-M. Rosúa
El rasgo más alarmante del proceso es la completa ausencia de rectificación, el empeño en hacer pasar los intereses locales y sectoriales, los del partido, el sindicato, la alcaldía y el virreinato autonómico por encima del bien común, el de los jóvenes, los niños y, desde luego, el del país. La logse ha hecho, en este sentido, un buen servicio a contrario, porque hay una falta de escrúpulos estremecedora en su encarnizada defensa, en bloque, de un sistema que, desde su redacción y su comienzo, rezumaba vaciedades, enhebraba despropósitos y los cubría de una jerga que pasará a las antologías de la estupidez. Hasta el último día sin embargo sus valedores se han negado al menor cambio, han rechazado la evidencia del desastre, han proclamado las bellezas del paso de un curso a otro sin aprobar, de la desaparición de asignaturas y la disolución de saberes fundamentales para que ocupasen su lugar lasáreas, han defendido la eliminación de horas lectivas de geografía, física, filosofía y lengua y su sustitución en la cuadrícula horaria por variantes de la guardería del tipo de ámbito, transición a la vida activa, estudio dirigido, etc. Han privado a los alumnos de la moral sólida que nace del esfuerzo, la responsabilidad individual y el conocimiento, y les han embuchado un repetidor automático de consignas que llevan a la náusea el hastío de lo políticamente correcto. Han echado a perder una ocasión magnífica, democrática y progresista en el más noble sentido de los términos, de extender, en los años ochenta, la buena enseñanza pública, de ofrecer al conjunto de la sociedad una Enseñanza Media que era excelente, de construir escuelas politécnicas, dar becas en premio del esfuerzo y compensación de la verdadera necesidad. En su lugar crearon un espacio degradado, venal y denigrante. Y lo han defendido porque anteponían a los adolescentes a los que cada día privan de algo valioso la defensa al milímetro de su poder.
La Ley de Calidad, con ser ciertamente mejor que el desastre existente, nació lastrada por temores, amputaciones y componendas con los grupos afincados en el poder fáctico. No se atrevió el nuevo Gobierno a derogar la ley anterior, no se ha enfrentado a los dos puntos fundamentales, que son la política de personal y el programa de estudios, no ha dispuesto la separación niños/adolescentes, Primaria/Media, colegios/institutos; no ha eliminado los centros integrados, ampliado el Bachillerato, establecido un programa sólido basado en las asignaturas fundamentales, no ha dispuesto la estricta asignación de puestos docentes en función de niveles académicos y especialización por edades y materias. Tiene parches loables-como el fin del pase automático de un curso a otro-pero no pasan de serlo. Es probable que continúe la achicoria para todos con un descafeinado total y que cubra con juguetes informáticos caros y partidas indiscriminadas el blando abandono de la enseñanza pública a las mafias políticas y sindicales que la han hundido. Presenta además peligros evidentes de jugosos negocios electrónicos y de contratos-basura. Al no atreverse a ir a la raíz del problema, la eliminación de la bolsa única de Secundaria (de la que viven los que la crearon), deja intacta la confusión enseñanza/asistencia social y la arbitrariedad en la manipulación de materias y plantillas.
Menos visible, pero de extraordinario peso y eficacia, es, en el proceso logse, el monopolio editorial, la masa de intereses financieros que representan los libros de texto. Nunca han sido éstos antes más caros, más pesados y de peor calidad, y jamás las editoriales han hecho con ellos tan pingües negocios, que extienden sus ramificaciones hasta los últimos niveles, de forma que jefe de departamento ha habido depuesto de su cargo por negarse a recomendar a los alumnos un manual deplorable, pero del que obtenían beneficios económicos, por haber colaborado en su redacción, profesores incondicionales de la logse. Las grandes empresas editoriales son parte, a su vez, de un aglomerado que constituye, desde luego, un gobierno tras el Gobierno, dicta las normas de lo políticamente correcto, proporciona o resta votos y concede el derecho de existencia a los miembros del club intelectual. El tema es de envergadura. Se trata, a gran escala, de una sustitución de la democracia por populismo y de un reparto de poder y cargos entre dos partidos y sus respectivas clientelas. Quedaría así un flanco extraordinariamente vulnerable a los autoritarios amantes de acción directa y recorte de libertades.
La notable censura en el mundo cultural (de la que da quizás una ligera idea, por ejemplo, el hecho de que durante lustros prácticamente no han podido publicarse críticas a la logse en la prensa), el encarnizamiento con el que se defiende la división Buenos/Malos, Izquierdas/Derechas, Socialistas/Franquistas, Progresistas/Conservadores, están adecuadamente canalizados por un sistema de monopolio de la información que elimina de la escena cultural y mediática a los que no considera sus seguidores. El caso es, por sus dimensiones, inusitado, pues supera en la omnipotencia de su control social y en la durable eficacia de su chantaje lo hasta ahora conocido. Se inserta en la ceguera voluntaria de una parte sustancial de los intelectuales del XX y no es ajeno al fenómeno el deslumbramiento de la estética revolucionaria elevada a icono de culto por el siglo de la imagen, que sustituyó ésta a la realidad e impuso, a distancia, el reino de la política y las revoluciones virtuales. La peculiaridad hispánica de una extrema concentración y manipulación comunicativa, que, en otros países, se da con menor intensidad y de forma más plural y fragmentaria, se debe a la conjunción de ciertos factores. Son éstos la necesidad de mito legitimador (elaborado de forma paralela a los regionales de autoctonía), el cual se construye con la apropiación del de las dos Españas, la explotación de la fábula dual, la reducción victimista de la Historia a una lucha Poderosos/Oprimidos y la presentación de un siglo XX y una guerra civil reducidos a la pureza maniquea de una república homogénea e idílicamente buena destruida repentina y exclusivamente por un ataque militar fascista. Siguen, en los textos, cerca de cuatro décadas-resumidas en unas líneas-de silencio y Mal absoluto, personificado por Franco, treinta y seis años de dictadura cuyo supuesto páramo cultural desmienten librerías de viejo y hemerotecas, y el todo desemboca en el hallazgo del perdido Grial por los descendientes de un socialismo que había emprendido su búsqueda mucho tiempo antes de que se señorease de la Tierra la Fuerza Oscura. El corpus difundido por el monopolio de propaganda proporciona, claro está, dividendos sustanciosos a la empresa que lo gestiona, pero no son descartables cambios de tono según la lógica del mejor postor y la oferta más tentadora que conjugue la perspectiva de rentabilidad, la sumisión al poder fáctico y la ausencia de principios. Con la misma estrategia con la que se ha borrado de la mente de los adolescentes el sentido del precio de las cosas, se ha saltado a la pértiga sobre el presente lato y su crudeza, para enlazar, hacia atrás, con referencias utópicas y hacia adelante con futuros edénicos donde la paz madure por inercia semejante a la de los frutos. Naturalmente esto casa mal con la evidencia (que cada vez es mayor al salir a la luz documentos antes reservados) del desastre y decenas de millones de muertos de los sistemas marxistas y las dictaduras del proletariado y las consignas soviéticas respecto a España en los años treinta, y es incompatible con el hecho de que la transición democrática provenga, no de un masivo levantamiento y lucha heroicos, sino del sistema mismo y de los personajes del tardofranquismo, así como de una clase media, prosperidad económica y deseo de europeización y modernización que ya habían comenzado en los años sesenta. Cada día es menos legítima la exhibición de símbolos que lo son del gulag y el genocidio camboyano tanto como la cruz gamada del nazismo, ni el monopolio de superioridad moral soporta la reflexión, el análisis histórico de un tiempo tan complejo como desdichado y la tenacidad de fondos documentales y bibliotecas, pero aún sirve, cara al gran público, como excitante y seña de identidad ocasionales. Aunque hay serios riesgos de que la élite se quede, más temprano que tarde, sin camiseta que ponerse.
No es extraño que en esta vuelta a lo que los anglosajones llaman Edades Oscuras, en este regreso a una edad media de analfabetismos funcionales, mordiscos de ratón, exaltaciones populistas y señores de la tierra mediática, por un proceso semejante al que dio lugar otrora a los Estados modernos, sean vistos el horizonte amplio, los valores universales y el Estado central como el terreno del hombre libre, los espacios de inteligencia, razón y equidad que hace siglos fueron para aquéllos que dejaban atrás el asfixiante reducto de los feudalismos medievales, la miseria del cacique próximo, la dictadura del clan y los ritos tribales. Al individuo le viene estrecha esa cuadrícula de campanarios. Hay cierta rebelión que se percibe contra la larga esquizofrenia obligatoria, la tiranía gregaria, el reino preceptivo de lo mediocre, la fragmentación de la Ley y del Derecho, la negación de Civilización y Cultura, la manipulación impune de la evidencia. No es ya admisible el mito los Buenos y los Malos, Nosotros y los Otros. Amén de una incongruencia con los tiempos, representa un derroche insostenible de material humano La partida puede volverse injustamente en contra de gente de valía del Nosotros, la que respalda con su actitud-e incluso, en el País Vasco, con su vida-ideales solidarios y corre el riesgo de ser confundida con el oportunista. Se impone la sabiduría cervantina de que cada cual es hijo de sus obras. Porque existe además un peligro evidente de que, de la repugnancia misma y del hastío de la situación, del desprecio por la venalidad de sus actores y por la cortedad de sus miras, broten y se fortalezcan, en la tensión malsana de esta dinámica, peligrosos sectores nada amigos de la inteligencia, la solidaridad, la libertad y la democracia. Hay una Historia por asumir y por enseñar, un marco más espacioso que el inmediato, un mundo nuevo y complejo que pide análisis concretos, principios firmes y una humildad intelectual incompatible con la pretensión de monopolios éticos hereditarios. La tarea no es fácil, y para ella será precisa cada persona que anteponga a consignas, intereses, presiones y ambiciones su lucidez y honradez individual. Harán falta todas, de los Unos y de los Otros.
(Este artículo se publicó en Razón Española, revista bimestral de pensamiento, nº 120-Año 2003)