Los Otros

 

Los otros

2003-M. Rosúa

Dualidad Bueno bonísimo y Malo malísimo (Bulgaria, fresco).

Si se despojara al discurso habitual de la docena escasa de términos que, junto con sus antagónicos, ejercen ley de clasificación y definición de la realidad, si personas, obras y actos se viesen reducidos al valor que merecen en virtud de rasgos específicos y de hechos probados en la evidencia de la práctica, entonces el panorama se clarificaría enormemente. Pero aumentarían de forma sustancial las cifras de paro. Porque sin el recurso a izquierdas, derechas, fascista, reaccionario, progresista, burgués, poderosos, socialista, franquista, nazi perderían diversos sectores de la población, no sólo la confortable y rentable imagen que de sí ofrecen y disfrutan, sino también la posición por esos medios conseguida.

Tras la hojarasca verbal espera una desnudez ahora inimaginable a causa de los muchos años de condicionamiento maniqueo, de tabúes que mantienen en el redil de la corrección ideológica doméstica incluso a mentes críticas dadas al análisis. Cuando etiquetas y consignas caigan llegará el momento de que cada cual valga por sí mismo, los hechos por sus efectos, las metas por su proyección realizada; volverán a los libros de historia las páginas borradas, los personajes reducidos a una línea o transformados en ángeles o monstruos; regresará la sucesión del tiempo, sin saltos sobre los siglos ni deformación de los procesos; existirá, sin el recurso al burladero de epopeyas ficticias en épocas pasadas, el análisis razonado de los temas del presente, la visión del mundo en que se vive y la aquilatación de los precios que quieren pagarse por el sistema del que se disfruta y por la libertad que, para sí o para otros, se pretende defender. No es la Edad de Oro, es algo que probablemente ha empezado a ocurrir en España tras varias décadas de forzada amnesia. De ahí la agresiva reacción de cuantos viven de la permanencia de la censura, del monopolio epidérmico del Bien y de la extracción de beneficios del cuerpo social por presión moral y mediática sobre los organismos estatales. Cuando las etiquetas, ajadas y caducas, no justifiquen la prepotencia y la diferenciación respecto a los otros definidos como masa derechista, burguesa, clerical, imperialista, franquista, capitalista, que es la encarnación del Mal, entonces cada cual habrá de valer por los propios merecimientos, obtener en razón de su calificación y su eficacia, convencer por la claridad y pertinencia del discurso, demostrar con evidencias y datos, suscitar, en virtud de su honradez o bajeza, respeto o desprecio. Si el fin no justifica los medios y las personas son individuos dotados de libre albedrío, y no porciones irresponsables del bloque de su clase social, hay bastantes que tendrán que buscarse nuevo acomodo al tiempo que descubren, con amargura, la falta de fondos del cheque ideológico al portador con el que pretendían justificar, y justificarse, el resto de su existencia.

El proceso de Reforma Educativa en España durante las dos últimas décadas es un ejemplo extraordinariamente concentrado y preciso de la implantación de un vago populismo mítico de corte, fiel hasta en los calcos semánticos y las repeticiones textuales, maoísta. Lejos de constituir un logro progresista y democrático, destruyó una Enseñanza Media que era muy buena, redujo el Bachillerato a dimensiones liliputienses, mezcló, diluyó, eliminó o minimizó las asignaturas fundamentales y proclamó su victoria porque había prolongado la escolarización pública obligatoria y unificada hasta los dieciséis años. Fue, en realidad, la fuga hacia delante de un fracaso en absoluto inocente e imprevisible. La extensión hasta tal edad era preceptiva para cualquier gobierno por homologación con la Comunidad Europea. La maniobra de la que fue fruto la LOGSE correspondía, bajo el ropaje ideológico, a la creación de una bolsa indiferenciada de Secundaria en la que el partido autor de la Ley y sus dos sindicatos podían colocar, en toda arbitrariedad, prácticamente a cualquiera en cualquier especialidad, nivel y puesto; poco importaban materias, edades de los alumnos, diplomas y especialidades de los docentes cuando se trataba fundamentalmente de atender a una vasta guardería de indefinidas áreas de conocimiento, temas menores y entretenimientos diversos. Esto garantizaba la influencia y control entre sectores agradecidos, como Primaria o Formación Profesional, y el manejo de la densa red que, conocida pronto como comisarios logse, se especializó en la acotación de reinos de taifas laborales, el reparto de beneficios y la explotación burocrática de sus colegas. Como en todo modelo maoísta que se precie, los conocimientos, diplomas y categorías académicas pasaban, por su objetividad, a un plano, más que inferior, culpable. El mesianismo igualitario invocaba el catecismo pedagógico, impartido por el nuevo clero que suele encarnarse en expertos, orientadores, formadores, asesores y equipos de apoyo. El alumnado pasaba a ser, en esta lógica interna de clientela sindical y política y externa de distribución automática de diplomas, una masa homogénea y troceable, que convenía retener, contra la voluntad de los estudiantes y hasta edades avanzadas, en el aparcamiento, no por necesidades de formación, sino para garantizar materia prima, a cambio de control y votos, a las plantillas docentes. En tal panorama, frente al Alumno Nuevo y el Trabajador Nuevo de la Enseñanza alumbrados por la bolsa única logse, correspondían al profesor de mérito, oposición y envergadura académica todos los atributos del reaccionario anticuado, siervo de su formación medieval e incapaz de adaptarse a los tiempos y de mostrar el entusiasmo, devoción y polivalencia que los nuevos horizontes requerían. Al no desarrollarse la Ley del 90 en un sistema socialista o comunista, sino dentro de un Estado democrático, burgués y parlamentario, los jóvenes guardias rojos y sus jefes se vieron obligados a limitar sus impulsos. No podían darse sesiones públicas de denigración del profesorado antiguo o disidente, ni llegar-como sí se llegó en otros países-a su eliminación o a su envío al campo para reeducarse sanamente en contacto con el proletariado y las labores manuales. Hubo que contentarse con quitar las tarimas y las Humanidades, pero sí se llevó a cabo una purga tenaz, implacable y continua, se implantó la censura y el miedo a la crítica de la Reforma, se impuso al disidente las peores y más discriminatorias condiciones de trabajo y se obligó a la generalidad del profesorado a comulgar con la estulticia y la vileza manifiestas y a someterse a los comisarios pedagógicos.

Los alumnos no han salido mejor parados. Tienen la vida por delante, pero se les ha robado su herencia cultural y privado del ejercicio de la memoria, la abstracción, la causalidad cronológica, la estima del esfuerzo y del mérito y el derecho al estudio. Precisamente una de las finalidades de la Reforma del 90 era el control de la cultura y de la Historia, que han sido amputadas, mistificadas y reducidas a mínimos hasta extremos difícilmente creíbles por el profano. Entran aquí de lleno, por una parte, la necesidad del partido que accedió en los ochenta al gobierno de crear y difundir un pasado mítico, la avidez autonómica, a cualquier precio, de extensión de competencias y la urgencia de fabricar una cortina de humo populista, teñida de logro social, para distraer la atención de los muchos escándalos económicos. La Logse formó parte de la máquina de manipulación y propaganda destinada a perpetuar el mito de las dos Españas, la película de Malos y Buenos, el escaso manojo de clichés de obligado asentimiento al que, bajo el título educación en valores se recurría para suplantar, con sus raciones predigeridas de consignas, al conocimiento de parámetros universales, relaciones causa-efecto, visión lineal diacrónica, simbología básica, personajes y obras indispensables, sucesos capitales, y, en fin, cuanto constituye la raíz y fundamento del sistema de libertades, ventajas socioeconómicas y derechos humanos de los que los jóvenes disfrutan sin la disposición a defenderlos y sin la menor conciencia de su origen y del alto precio pagado por ellos. Nada tiene de extraño que esta juventud se caracterice por cierta puerilidad amorfa, una prolongación ilimitada de la dependencia y una conciencia localista y difusa en la que el término de España (prácticamente borrado, junto con la historia, geografía y literatura generales, de sus libros de texto), sus referencias y su simbología apenas existen. Las autonomías alcanzan cotas de desinformación, provincianismo cultural y jibarización intelectual más dignas del cómic que del análisis. Pero son trágicas. En su ápice se sitúa el País Vasco, cuyo Kampf coreado en las ikastolas es una especie de apoteosis sanguinaria de la logse, con la exacerbación del particularismo local y los rituales de odio de cuanto es propio de ese espacio común llamado España. Sin asesinatos, en otras regiones se practica la limpieza lingüística y la reducción a mínimos de cuanto por español se entiende. Es de indispensable buen tono la visión desdeñosa y contrita de la historia, la reducción de sus personajes a impresentables delincuentes y la negación de cuanto implique valor, grandeza y concepto de Estado. Contra lo establecido por la Constitución, y en la mayor impunidad, se erradica el estudio del castellano y los porcentajes comunes establecidos en los programas para un territorio nacional cuya integridad cultural el Gobierno de un país llamado por su nombre de forma vergonzante no osa defender. La falta de democracia del procedimiento es notoria: implica que los que deseen obtener educación en castellano para sus hijos se vean obligados, con el sacrificio correspondiente, a recurrir a la enseñanza de pago. La libertad, la envergadura intelectual, la formación sólida, lineal, universalista y extensa han pasado a ser un lujo. La situación es tanto más irónica cuanto que la gens progresista máxima suele practicar la doble moral, enviar a sus hijos a liceos extranjeros, colegios especiales y cursos, no en Cuba o Corea del Norte, sino en Estados Unidos o Alemania. No es tampoco habitual en los apóstoles de la igualdad el reparto de sus bienes ni la afanosa dedicación al servicio gratuito al desheredado (la mención misma de la caridad, lejos de encomiástica, constituye, en estos medios, un insulto), ni suelen rechazar el cargo, los dividendos o la subvención. Mientras llega el mundo nuevo, se observa una encomiable preocupación por vivir de las rentas del anterior y situarse bien en éste.

La Mala siempre mujer (Apocalipsis), ahora Buena (santoral del género)

La Mala siempre mujer (Apocalipsis),

ahora Buena (santoral del género)

El rasgo más alarmante del proceso es la completa ausencia de rectificación, el empeño en hacer pasar los intereses locales y sectoriales, los del partido, el sindicato, la alcaldía y el virreinato autonómico por encima del bien común, el de los jóvenes, los niños y, desde luego, el del país. La logse ha hecho, en este sentido, un buen servicio a contrario, porque hay una falta de escrúpulos estremecedora en su encarnizada defensa, en bloque, de un sistema que, desde su redacción y su comienzo, rezumaba vaciedades, enhebraba despropósitos y los cubría de una jerga que pasará a las antologías de la estupidez. Hasta el último día sin embargo sus valedores se han negado al menor cambio, han rechazado la evidencia del desastre, han proclamado las bellezas del paso de un curso a otro sin aprobar, de la desaparición de asignaturas y la disolución de saberes fundamentales para que ocupasen su lugar lasáreas, han defendido la eliminación de horas lectivas de geografía, física, filosofía y lengua y su sustitución en la cuadrícula horaria por variantes de la guardería del tipo de ámbito, transición a la vida activa, estudio dirigido, etc. Han privado a los alumnos de la moral sólida que nace del esfuerzo, la responsabilidad individual y el conocimiento, y les han embuchado un repetidor automático de consignas que llevan a la náusea el hastío de lo políticamente correcto. Han echado a perder una ocasión magnífica, democrática y progresista en el más noble sentido de los términos, de extender, en los años ochenta, la buena enseñanza pública, de ofrecer al conjunto de la sociedad una Enseñanza Media que era excelente, de construir escuelas politécnicas, dar becas en premio del esfuerzo y compensación de la verdadera necesidad. En su lugar crearon un espacio degradado, venal y denigrante. Y lo han defendido porque anteponían a los adolescentes a los que cada día privan de algo valioso la defensa al milímetro de su poder.

La Ley de Calidad, con ser ciertamente mejor que el desastre existente, nació lastrada por temores, amputaciones y componendas con los grupos afincados en el poder fáctico. No se atrevió el nuevo Gobierno a derogar la ley anterior, no se ha enfrentado a los dos puntos fundamentales, que son la política de personal y el programa de estudios, no ha dispuesto la separación niños/adolescentes, Primaria/Media, colegios/institutos; no ha eliminado los centros integrados, ampliado el Bachillerato, establecido un programa sólido basado en las asignaturas fundamentales, no ha dispuesto la estricta asignación de puestos docentes en función de niveles académicos y especialización por edades y materias. Tiene parches loables-como el fin del pase automático de un curso a otro-pero no pasan de serlo. Es probable que continúe la achicoria para todos con un descafeinado total y que cubra con juguetes informáticos caros y partidas indiscriminadas el blando abandono de la enseñanza pública a las mafias políticas y sindicales que la han hundido. Presenta además peligros evidentes de jugosos negocios electrónicos y de contratos-basura. Al no atreverse a ir a la raíz del problema, la eliminación de la bolsa única de Secundaria (de la que viven los que la crearon), deja intacta la confusión enseñanza/asistencia social y la arbitrariedad en la manipulación de materias y plantillas.

Menos visible, pero de extraordinario peso y eficacia, es, en el proceso logse, el monopolio editorial, la masa de intereses financieros que representan los libros de texto. Nunca han sido éstos antes más caros, más pesados y de peor calidad, y jamás las editoriales han hecho con ellos tan pingües negocios, que extienden sus ramificaciones hasta los últimos niveles, de forma que jefe de departamento ha habido depuesto de su cargo por negarse a recomendar a los alumnos un manual deplorable, pero del que obtenían beneficios económicos, por haber colaborado en su redacción, profesores incondicionales de la logse. Las grandes empresas editoriales son parte, a su vez, de un aglomerado que constituye, desde luego, un gobierno tras el Gobierno, dicta las normas de lo políticamente correcto, proporciona o resta votos y concede el derecho de existencia a los miembros del club intelectual. El tema es de envergadura. Se trata, a gran escala, de una sustitución de la democracia por populismo y de un reparto de poder y cargos entre dos partidos y sus respectivas clientelas. Quedaría así un flanco extraordinariamente vulnerable a los autoritarios amantes de acción directa y recorte de libertades.

Malos, Buenos y tráfico

Malos, Buenos y tráfico

La notable censura en el mundo cultural (de la que da quizás una ligera idea, por ejemplo, el hecho de que durante lustros prácticamente no han podido publicarse críticas a la logse en la prensa), el encarnizamiento con el que se defiende la división Buenos/Malos, Izquierdas/Derechas, Socialistas/Franquistas, Progresistas/Conservadores, están adecuadamente canalizados por un sistema de monopolio de la información que elimina de la escena cultural y mediática a los que no considera sus seguidores. El caso es, por sus dimensiones, inusitado, pues supera en la omnipotencia de su control social y en la durable eficacia de su chantaje lo hasta ahora conocido. Se inserta en la ceguera voluntaria de una parte sustancial de los intelectuales del XX y no es ajeno al fenómeno el deslumbramiento de la estética revolucionaria elevada a icono de culto por el siglo de la imagen, que sustituyó ésta a la realidad e impuso, a distancia, el reino de la política y las revoluciones virtuales. La peculiaridad hispánica de una extrema concentración y manipulación comunicativa, que, en otros países, se da con menor intensidad y de forma más plural y fragmentaria, se debe a la conjunción de ciertos factores. Son éstos la necesidad de mito legitimador (elaborado de forma paralela a los regionales de autoctonía), el cual se construye con la apropiación del de las dos Españas, la explotación de la fábula dual, la reducción victimista de la Historia a una lucha Poderosos/Oprimidos y la presentación de un siglo XX y una guerra civil reducidos a la pureza maniquea de una república homogénea e idílicamente buena destruida repentina y exclusivamente por un ataque militar fascista. Siguen, en los textos, cerca de cuatro décadas-resumidas en unas líneas-de silencio y Mal absoluto, personificado por Franco, treinta y seis años de dictadura cuyo supuesto páramo cultural desmienten librerías de viejo y hemerotecas, y el todo desemboca en el hallazgo del perdido Grial por los descendientes de un socialismo que había emprendido su búsqueda mucho tiempo antes de que se señorease de la Tierra la Fuerza Oscura. El corpus difundido por el monopolio de propaganda proporciona, claro está, dividendos sustanciosos a la empresa que lo gestiona, pero no son descartables cambios de tono según la lógica del mejor postor y la oferta más tentadora que conjugue la perspectiva de rentabilidad, la sumisión al poder fáctico y la ausencia de principios. Con la misma estrategia con la que se ha borrado de la mente de los adolescentes el sentido del precio de las cosas, se ha saltado a la pértiga sobre el presente lato y su crudeza, para enlazar, hacia atrás, con referencias utópicas y hacia adelante con futuros edénicos donde la paz madure por inercia semejante a la de los frutos. Naturalmente esto casa mal con la evidencia (que cada vez es mayor al salir a la luz documentos antes reservados) del desastre y decenas de millones de muertos de los sistemas marxistas y las dictaduras del proletariado y las consignas soviéticas respecto a España en los años treinta, y es incompatible con el hecho de que la transición democrática provenga, no de un masivo levantamiento y lucha heroicos, sino del sistema mismo y de los personajes del tardofranquismo, así como de una clase media, prosperidad económica y deseo de europeización y modernización que ya habían comenzado en los años sesenta. Cada día es menos legítima la exhibición de símbolos que lo son del gulag y el genocidio camboyano tanto como la cruz gamada del nazismo, ni el monopolio de superioridad moral soporta la reflexión, el análisis histórico de un tiempo tan complejo como desdichado y la tenacidad de fondos documentales y bibliotecas, pero aún sirve, cara al gran público, como excitante y seña de identidad ocasionales. Aunque hay serios riesgos de que la élite se quede, más temprano que tarde, sin camiseta que ponerse.

Cierta sonrisa: Malo que fue ballena buena

Cierta sonrisa:

Malo que fue ballena buena

No es extraño que en esta vuelta a lo que los anglosajones llaman Edades Oscuras, en este regreso a una edad media de analfabetismos funcionales, mordiscos de ratón, exaltaciones populistas y señores de la tierra mediática, por un proceso semejante al que dio lugar otrora a los Estados modernos, sean vistos el horizonte amplio, los valores universales y el Estado central como el terreno del hombre libre, los espacios de inteligencia, razón y equidad que hace siglos fueron para aquéllos que dejaban atrás el asfixiante reducto de los feudalismos medievales, la miseria del cacique próximo, la dictadura del clan y los ritos tribales. Al individuo le viene estrecha esa cuadrícula de campanarios. Hay cierta rebelión que se percibe contra la larga esquizofrenia obligatoria, la tiranía gregaria, el reino preceptivo de lo mediocre, la fragmentación de la Ley y del Derecho, la negación de Civilización y Cultura, la manipulación impune de la evidencia. No es ya admisible el mito los Buenos y los Malos, Nosotros y los Otros. Amén de una incongruencia con los tiempos, representa un derroche insostenible de material humano La partida puede volverse injustamente en contra de gente de valía del Nosotros, la que respalda con su actitud-e incluso, en el País Vasco, con su vida-ideales solidarios y corre el riesgo de ser confundida con el oportunista. Se impone la sabiduría cervantina de que cada cual es hijo de sus obras. Porque existe además un peligro evidente de que, de la repugnancia misma y del hastío de la situación, del desprecio por la venalidad de sus actores y por la cortedad de sus miras, broten y se fortalezcan, en la tensión malsana de esta dinámica, peligrosos sectores nada amigos de la inteligencia, la solidaridad, la libertad y la democracia. Hay una Historia por asumir y por enseñar, un marco más espacioso que el inmediato, un mundo nuevo y complejo que pide análisis concretos, principios firmes y una humildad intelectual incompatible con la pretensión de monopolios éticos hereditarios. La tarea no es fácil, y para ella será precisa cada persona que anteponga a consignas, intereses, presiones y ambiciones su lucidez y honradez individual. Harán falta todas, de los Unos y de los Otros.

(Este artículo se publicó en Razón Española, revista bimestral de pensamiento, nº 120-Año 2003)