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TRISTEZA
Tristeza.
Sin límites, tristeza.
Sin excusa.
La del que pisa el cadáver hecho trozos
del que creyó país al que regresa.
Tristeza de vergüenza viscosa y de sonrojo
que cubren los recuerdos de la infancia,
las calles y los nombres de los pueblos
que tuvieron nobleza y un sentido,
que no fueron de nada ni de nadie,
que tuvieron grandeza sin rencores
y se quisieron por igual de todos.
Manjar de ratas hoy, de subasteros,
de feriantes de feria de desechos,
elogio de avidez y alcantarillas
de los repartidores de carroña.
Donde había montañas sumideros.
Donde Historia censura. Donde Arte
zafiedad obligatoria.
Dónde está, qué habéis hecho,
Qué fue de mi país, hoy desguazado.
Quién robó mi regreso, mi esperanza
y ha teñido el lugar de mis recuerdos
con el color viscoso de la envidia,
con la codicia torpe y sin valía.
Nunca debí volver. No merecía
mi país ser país, ni ciudadanos
los que viven en él.
Son y serán criados
de los países que merecen serlo.
Hicieron su bandera
del pálido terror a la grandeza,
del miserable afán del pedigüeño
que se esfuerza en lamer a los tahúres
por si le arrojan gratis de sus sobras
con dedos largos, fríos, enjoyados
con anillos tramposos de la timba.
Nunca debí volver. No había suelo
donde poner el pie, sólo migajas
y un horizonte hecho de repartos
a ras de conveniencia,
sin futuro, sin leyes, sin Historia.
Mapa para roer el pan ajeno
y no ver más altura que el hocico.
Tristeza del país que no fue nunca.
Capital de la envidia y de no serlo.
Mercedes ROSÚA.2019