Panorama en altura de la Estación de Atocha -Madrid, marzo de 2021 (in memóriam del 11 de Marzo de 2004)

Estación de Atocha. Las vías a ninguna parte.

Panorama en altura de la estación de Atocha.

Madrid, marzo de 2021 (in memoriam del 11 de marzo de 2004)

La noche pone una máscara de terciopelo sobre los peores desastres. Desde el último  piso del edificio frente por frente, al otro lado de la corola de intercambiador, vehículos y viajeros, llegadas y salidas, el círculo es una diadema de luces, acompañada del ir y venir de faros, del parpadeo de letreros, de las diminutas figuras que se dibujan tras las cristaleras. A izquierda y derecha se adivina la penumbra, casi subterránea, de vías, salas, escaleras, aparcamientos. Más allá, hasta la última distancia, se extiende la larga y ancha alfombra del Madrid sudeste, porque el edificio se alza sobre un montículo y la visión desde allí es amplia y abarca, como desde un acantilado, la oscura superficie cuyas luces se van espaciando hasta unirse a la incierta línea del horizonte.

La Estación de Atocha nunca será la misma para quienes la conocen, y la vivieron el 11 de Marzo de 2004.

Frene a ella, como un bolardo aquejado de gigantismo, aderezado de una envoltura blanda y globulosa de un sucio blanco-gris, se alza el cilindro supuesto homenaje a las víctimas de la masacre terrorista que, con la explosión de varias bombas en los trenes, se llevó por delante por la mañana temprano las vidas de doscientas personas y tiñó, para siempre, de recuerdo, incertidumbre y oculta vergüenza el aniversario.

Fue tres días antes de las elecciones generales. Y tras el crimen múltiple ocurrió algo terrible, en Europa nunca visto: El partido que en principio no tenía posibilidades de victoria utilizó el horror, el miedo, la indignación y el desconcierto, para azuzar grandes manifestaciones, en la calle y en los medios de comunicación, culpando del atentado, no a los asesinos, no a los que habían puesto las bombas, sino al partido democráticamente elegido y en el Gobierno. Con el resultado de alzarse aquél con la victoria electoral y de, rápidamente, emprender un giro populista, fanático y ruinoso de la dirección política española.

Estación de Atocha, (Madrid). Memorial a las Víctimas del 11 M (Monumento al olvido)

Nunca se aclaró y demostró la autoría intelectual del mortal atentado terrorista de Madrid, jamás se denunciaron y juzgaron individual y claramente a todos sus autores, ni fueron escuchadas ni respondidas las escasas voces que se alzaron contra la apresurada versión oficial. Hubo después víctimas, las del obligado silencio, las de la impotencia y la amargura, los incapaces de recurrir a la ceguera voluntaria y a la oportuna desmemoria de lo que siguió al suceso, los que nunca ya olvidarían la utilización del horror, aquellos que jamás han podido ya apreciar su país como solían porque lo cubre, invisible, sorda, algodonosa, la capa del color de la vergüenza. La que no han sentido quienes, desde entonces, se lavan inútilmente las manos tras cosechar los grandes beneficios a la medida de un crimen de tales dimensiones. Ahí empezó, y es de largo alcance, la inmensa e invisible imposición de una historia ficticia en la que es forzoso enrolarse en la rentable dualidad, creada al efecto, de Buenos y Malos. La técnica ha sido desde entonces la misma, pero diluida, que la de la brutal y rápida manipulación del atentado y los centenares de muertos del 11 M.

El cilindro, en el centro de la plaza, lejos del contacto y confundido con el polvo y con la bruma, consigue ser metáfora del recuerdo inoportuno y del cuidado silencio. Blindado a comentarios, En él se desdibujan nombres, dolores, fechas insistencias en saber los culpables y las manos que tejieron con bombas el esquema y se anotaron luego dividendos. En el cilindro se hunden, y enmudecen, indignación, preguntas, omisiones, gritos, viejo dolor mal enterrado y quemaduras de vergüenza ajena.

Visión desde la altura de la Estación de Atocha. La corona no será nunca igual de luminosa.

Rosúa