Nuestra Inglaterra.
¿Se habrán dado cuenta los comentadores que se complacen en el mal momento por el que atraviesa Inglaterra, y lo utilizan para azuzar una especie de populismo patriotero barato, de que están yendo en contra de sus propios intereses, de los de sus países y de los de una Europa cuyos principios básicos son y han sido, bajo el oleaje ocasional de las circunstancias, los del Reino Unido?. ¿Advierten que ésta, precisamente, es la oportunidad de mostrar a una Gran Bretaña en momentos difíciles y enfrentada, frontal y fatalmente, al error del Brexit y a otros, el apoyo, la solidaridad y comprensión de los amigos? ¿Se hubiera producido tal error, que apenas gozó del voto afirmativo del cincuenta por ciento del escrutinio, de haber presentado otros países una opción clara y decidida de defensa de la libertad, de los derechos individuales y de afirmación de los sistemas democráticos frente a la rendición económica y moral a dictaduras y a partidos empeñados en la demolición del sistema de valores europeos y en la sumisión a potencias sin escrúpulos y a programas totalitarios?
Algunos medios de comunicación, y comentadores de supuesta inteligencia, se han embarcado en un maratón de mezquindad aprovechando la crisis al otro lado del Canal de la Mancha. Los buitres se están poniendo perdidos camisa y corbata a base de hundir pico y cuello en las heridas de Inglaterra. La anglofobia, nutrida de mal disimulada envidia, de sonrojo reprimido por la constatación, silenciada, de la mansa cobardía hispánica (que no es la única pero sí primus inter pares) y de la impotencia ante la indignidad diaria en el propio país, ha visto su oportunidad en los males que aquejan a la Albión pérfida y aletean alrededor de su cuerpo. Siempre puede rebuscarse en el baúl de los agravios. Si no hubiera Gibraltar habría que inventarlo.
El regimiento de abuelos cebolleta sale frotándose las manos para rememorar el valor de los Tercios de Flandes, el Descubrimiento de América, Isabel la Católica, el Dos de Mayo. Desde entonces, a día a hoy, olvidan que Inglaterra ha creado y mantenido la mayor riqueza que en un país darse pueda: Ciudadanos, auténticos ciudadanos que se sienten partícipes y protegidos por un sistema de derechos y libertades, que conocen su Historia, que aprenden, hablan y valoran su lengua, que se unen en el respeto y la defensa de sus símbolos nacionales, sean bandera, patrimonio cultural o entierro de la Reina. Un país que ciudadanos de otros, por residencia ocasional, permanente o estancia breve han apreciado, además del de origen, como propio. Porque en ninguno se sintieron como individuos tan libres, seguros y respetados y tienen hacia él, además de agradecimiento, cariño y admiración.
A fin de cuentas, las actitudes de anglofobia son el recuelo del no menos resentido y mísero antiamericanismo, porque Estados Unidos tuvo iniciativas imperdonables, dando vidas de sodados y fondos de defensa y reconstrucción en Europa, defendiendo explícitamente Constitución y libertades y alcanzando una prosperidad que hace agolparse emigrantes en sus fronteras. Es mucho más placentero recostarse en la mayor dictadura que ha habido, la china, depender de sus mercancías, productos básicos y de sátrapas que controlan las espitas de petróleo y gas y negocian con vasallos locales y prohibir en suelo propio cualquier iniciativa industrial, energética, militar y alimentaria.
Los abuelos cebolleta del ilustre pasado hispánico no alcanzan a asomarse a la ventana, a ver que el mundo es ancho, que las libertades son frágiles, que el sistema que Europa alumbró y se ha extendido porque es el mejor, más próspero y garante de superior calidad de vida se halla en una crisis infinitamente más peligrosa que la actual del Gobierno inglés, que esa misma crisis, caos, confusión, nombramientos, dimisiones son sólo posibles en un gran sistema democrático, nunca en los infiernos tan defendidos, tan infiltrados, en realidad tan próximos, de teocracias fundamentalistas, de Partido Comunista único que controla, utilización espuria de la informática mediante, a toda una población, de aprendices de brujo a base del chantaje del átomo y de la fuerza, de regresiones al caciquismo de un Presidente al que nunca se votó en elecciones generales y que se ha enquistado en el parlamento de un estado fallido europeo que se pretende democrático y no es sino un zurcido de tribus amantes del desguace de la nación y de la destrucción del Estado de Derecho.
Por las calle inglesas circula el aire, el sabor inconfundible de la real conciencia de ciudadanía. Saldrán delante; se lo merecen. Sobre los hispanos llueven disposiciones ante las cuales están siempre, por absurdas, estúpidas y perjudiciales que sean, indefensos, con la peor de las indefensiones que es la rendición previa,, la que ni siquiera se plantea lucha ni protesta alguna, segura en su fuero interno del poder del cacique y de la muralla intangible de anonimato, lejanía e irresponsabilidad personal instalada aprovechando el Covid y la imposición online. Exactamente lo opuesto a la actitud británica: Cuando atentados terroristas se llevaron por delante vidas de ciudadanos los británicos siempre se unieron como uno solo en el apoyo al Gobierno y a su país y contra los asesinos. En España tras las muertes las manifestaciones no fueron contra los asesinos sino contra el Gobierno democrático. Los Tercios de Flandes tienen poco que hacer en un remedo de Parlamento poblado por defensores de terroristas, mafias especializadas en la rapiña victimista y amigos del caciquismo de reparto. Los Hernán Cortés y los Pizarro irían directamente al paro, o al frenopático, de encontrarse en un país que se ha convertido, por méritos propios, en una nación fallida que se avergüenza de nombre y bandera y en el cual está prohibido en los colegios enseñar en español. Al lado de esto la crisis inglesa, donde los primeros ministros ¡incluso dimiten! y los partidos de uno y otro signo se saben representantes de la nación, resulta de conmovedora insignificancia e incluso envidiable.
En el extremo opuesto, sólo el peligro cercano y el valor, al principio solitario, de un Presidente y de unos hombres y mujeres, los ucranianos, decididos a resistir, a mantener la dignidad al precio de su vida, han logrado zarandear el cómodo edificio de la conveniencia, del tibio buen vivir burocrático, de la inercia globalista mientras paguen y proporcionen materias necesarias otros. Ha hecho falta ese soplo de aire a la casa de paja para dejar al descubierto algo que podría, en su desnudez, ser lo mejor de Europa, su oportunidad de rectificación, de unión, de progreso, una casa con las paredes sólidas de unos valores que defendió y defiende Inglaterra, a la que se necesita ahora más que nunca y que más que nunca ella necesita, los amigos de un hogar que es el suyo y que tienen también, como ella, grandes errores que reparar y mucho más, con nuevos compañeros, por defender, proyectar y construir.
Rosúa
Octubre de 2022