EL MIEDO A LA CALIDAD
2005-M. Rosúa
La defensa de una ley de calidad de la enseñanza, si no media una separación de Elemental y Media, un desglose de los servicios puramente de vigilancia y asistenciales de las funciones destinadas a la adquisición de conocimientos y una gestión de personal basada en calificaciones académicas, especializaciones y niveles, es perfectamente inoperante. En el contexto actual, los aumentos y repartos presupuestarios equivalen a la distribución de picos y palas para cavar en la mala dirección y que las cuadrillas continúen amueblando sus chalets privados. El procedimiento de parches, en forma de normativa accesoria y espectaculares inversiones, encomendados en buena parte para su aplicación y gestión a responsables, desde los albores, en los ochenta, de la Reforma, de la generalizada reducción a niveles infantiles, la promoción de la ignorancia y la eliminación u ostracismo de las capas profesionales de más extensa y probada formación académica no pasa de ser, en su empeño de contentar a las clientelas políticas y sindicales del partido anteriormente en el Gobierno y a los miembros del actual que no desean sino el mínimo de protestas ruidosas y el máximo de rentabilidad populista a corto plazo con la oferta de aparcamientos igualitarios, una imposibilidad metafísica, patafísica y tan palmaria como el clásico intento de hacer tortillas sin cascar los huevos. Es, sin embargo, a lo que se va, porque la Ley del 90 fue y constituye una reducción a mínimos de la Enseñanza Media (q.e.p.d.) y una ocupación de ésta por aquéllos que tenían-por razones curriculares e intelectuales obvias-el mayor interés en la imposición del criterio del mínimo común denominador. Ha aparecido, con la curiosa simultaneidad y sospechosa prontitud que acompañan a los tímidos intentos gubernamentales de cambios legislativos, en los institutos una floración de carteles, de cuidada factura, que llaman a un alumnado muy bien dispuesto a ello a la ausencia de las clases, la manifestación y la huelga. El texto, en el que no se precisa a Maquiavelo para ver el habitual montaje de partidos de la oposición, constituye en sí mismo un manifiesto contra la calidad: Naturalmente se abre con Contra las “reformas” del PP, defendamos la enseñanza pública en rojo y mayúsculas, y continúa rechazando cualquier criterio de selección (Ni reválida ni selectividad. Acceso directo a la universidad. Basta de no admitidos a los ciclos formativos de grado superior). Incluye una exigencia de Derechos democráticos en los institutos ¡ya! que, dada la situación, sólo puede entenderse como alegre asambleísmo y lapidación opcional de algún que otro docente; no podían faltar la denuncia de la guerra imperialista en Afganistán, el socorrido presupuestos militares para gastos sociales ni las referencias a las dádivas del gobierno a la enseñanza privada. Pese a la transparencia de la manipulación y a lo rancio de los tópicos, el manifiesto cuenta con la cobardía del Ministerio de Educación; y cuenta bien.
Los tiempos, sin embargo, no se prestan a continuar la política de la componenda. Por encima de la madeja de intereses y las mezquindades de uso local, el 11 de septiembre de 2001 ha impuesto una pregunta: ¿De qué bagaje se ha provisto a los adolescentes que se enfrentan al cambio de época?. Por fines que en nada eran los de favorecer el pensamiento, el conocimiento y la reflexión, se les ha privado de la herencia debida, de los milenios que forman ese tejido, tan fácil de destruir como trabajoso de elaborar, que compone la civilización en la que han nacido inmersos y de cuyas ventajas disfrutan, y se les ha sometido a un tratamiento de puerilidad desfasada, irresponsabilidad e ignorancia. Acostumbrados al pase automático y el aprobado inmerecido obtenido por presiones de padres e inspección, hechos al todo por nada, al saldo de derechos ilimitados sin el compromiso de su defensa ni la contrapartida de deber alguno, ¿qué noción pueden tener del precio del entorno en el que viven? Para técnicas, destrezas y habilidades cualquier máquina basta, pero para un discurso de Pericles, para el canon griego, la transparencia de Velázquez, las preocupaciones de la Ilustración hace falta ser humano. ¿Qué valores se potenciaron realmente al decapitar la Enseñanza Media de materias, años y docentes de cursos superiores sino la envidia, la codicia del reparto de puestos, niveles y cargos inmerecidos y la primacía de los propios intereses, los de los amigos y los de la clientela social y política?
En lugar de conocimientos y hábitos de reflexión que sólo pueden ser adquiridos en espacios de tiempo razonablemente extensos, han llovido y llueven sobre esos niños que no lo son y que nunca debieron ser tratados como tales consignas predigeridas de la educación en valores mientras se ha tirado al sumidero el auténtico alimento intelectual de base, el aprendizaje de cuanto ha formado durante largos siglos el tesoro que llamamos Estado de Derecho, Renacimiento, patrimonio cultural. Era más fácil abolir el concepto de individuo y el de esfuerzo, abominar de la calidad y la élite, tolerar la coacción y la violencia, promocionar la sumisión al matón de aula, amedrentarse ante un comisario político y sindical experto en el terrorismo burocrático a golpe de exigencias, amenazas de máximo legal, convocatorias, encuestas, reuniones preceptivas y halago de supuestas demandas sociales que sirven de excusa al más burdo populismo. Es menos conflictivo imponer como norma el rasero mediocre, practicar por activa o por pasiva la colaboración con la pequeña vileza, la inutilidad humillante de tareas de puro formalismo, la injusticia cotidiana, arrancar a la situación para sí y los afines unas briznas de provecho, buenos horarios y cursos, reducciones lectivas, cargos, licencias, estabilidad en la plaza, asegurarse-a cualquier precio-los alumnos mermados por el descenso demográfico y sobre todo por la fuga hacia la enseñanza privada originada por la degradación logse. Resulta más sencillo perpetuar la miseria intelectual duplicando clientelas, reforzando las patrullas del comisariado pedagógico, repartiendo las variantes de carnets del Movimiento que serán los certificados otorgados por centros supuestamente imprescindibles de formación de profesores, cuando es obvio que el descenso en picado se debe sustancialmente a la amputación y saqueo de la Enseñanza Pública y a la laminación de los que antes podían ejercer su labor en condiciones de respeto, libertad y especialización y en un marco de adecuada amplitud horaria. Es de esta carrera por la ocupación de parcelas muestra patética, valga como ejemplo, el editorial del boletín del Colegio de Doctores y Licenciados (Madrid. Sep. 2001), que, bajo el título Pedagogos, se lanza a un desgarrador planto por la debilitación y fragmentación de los Colegios Profesionales y a una no menos ardiente loa de los pedagogos que dan forma a todos los demás en cuanto a su actuación como profesores, quienes incorporan los elementos que transforman, por ejemplo, al químico en profesor. Naturalmente el Colegio conoce a la perfección que en la Enseñanza Media, ahora bien llamada Secundaria por lo ínfima, hasta el desastre de los noventa se había venido dando clase con muy aceptables niveles de profesionalidad y calidad, sin el plácet de pedagogo alguno pero sí con el respaldo de largas carreras, arduas oposiciones y periodos de prácticas, y ello porque se hacía en el marco, condiciones y por el personal adecuado para ello. El CDL sabe que la reducción al mínimo común denominador y la globalización e interesada confusión del todos haciendo y dando clase de todo y ocupándose de alumnos de cualquier edad en el aparcamiento en el que se han transformado los institutos es la desdicha cardinal contra la que él hubiera debido clamar sin ambigüedades ni paliativos; Nada tiene que ver este clero pedagógico supuestamente indispensable, cuya función se ha revelado nefasta, con la normal existencia de cursos de reciclaje, ampliación y formación, adaptados a especialidades y niveles, los cuales deberían, por cierto, ser gratuitos. En la portada del Boletín se exhibía un espectacular llamamiento a la ¡Lectura! ¡Lectura! ¡Lectura!, pero en su interior no se menciona el simple y matemático hecho de que, donde en el bachillerato anterior se impartían ocho horas semanales, cuatro de Lengua Española y cuatro de Literatura, hay en el actual tres en total para las dos materias mezcladas; y que esto se sitúa a su vez en el marco de que lo que fue Bachillerato de cuatro años haya quedado reducido a dos. Eso no se arregla con certificados pedagógicos. Tampoco los cursillos milagrosos, ni toda el agua de Lourdes, transforman en buen profesor de matemáticas al de dibujo ni en buen maestro de párvulos al catedrático de filosofía.
El desguace ha eliminado o reducido a mínimos Latín, Griego, Matemáticas, Geología, Biología o Física, a lo que se añade Religión en el sentido de que, de manera independiente de que la enseñanza sea laica y no confesional, estos adolescentes no tienen ni idea de la Biblia, cuya iconografía, referencias y simbolismo resultan imprescindibles para entender dos mil años de Arte y Literatura europeos. Por supuesto también desconocen las demás religiones. Al menos en otras latitudes algo saben de lo que es componente significativo de su pasado y su presente. Los representantes del talibanismo local cultivan, como sus colegas del frente teológico (véase como ejemplo el artículo de Alicia Delibes El talibán de matemáticas, publicado el 10-IX-01 en www.docencia.com), el fundamentalismo de la Reforma y el desdén por la Enseñanza propia de los otros, los anteriores, los viejos. En las prioritarias horas de Informática, los jóvenes se inician a la realidad virtual y a los placeres de la hipnosis. Se les ha escamoteado con los años y las horas de estudio amputados, la percepción en anchura, evolución y profundidad, del planeta y se ha reducido su universo a un zurcido de distracciones, localismos, horizontes provincianos y temas monográficos esparcidos entre espacios perdidos que, a falta de voluntad de estudio, escuelas de formación profesional y alternativas laborales, responden a los sonoros apelativos de ámbito, garantía social, SCR, y a una miríada de optativas inútiles y pomposos ejercicios espirituales en formas de tutoría colectiva.
La oferta de confinamiento de los alumnos en los colegios también durante veranos, tardes y fines de semana se apoyó en el ambicioso populismo de los dirigentes gubernamentales y del consejero áulico, que necesitaba, por razones propias, del estruendo protector de anuncios espectaculares, y en el no menos ambicioso clientelismo de los dos sindicatos que fueron, con el PSOE, puntales de la logse, pero desde luego la iniciativa merecería una venganza por parte de los chavales del estilo de la magnífica película ¿Quién puede matar a un niño?, de Ibáñez Serrador. Sería además de justicia que la medida provocara inmensas manifestaciones infantiles, abandono definitivo del-por llamarle algo-hogar paterno y condena a arresto permanente de progenitores, Presidente y asesores de la Comunidad de Madrid en sus respectivas oficinas. Dentro de esta línea de actuación, ¿creía alguien que el aumento del calendario lectivo, el recorte de esas vacaciones que son para los docentes vitales y constituyen la única compensación de un trabajo cada vez más degradado, tiene algo que ver con la calidad de la Enseñanza, cuando no se trata sino de una muestra contraproducente más del desprecio, la prepotencia y la demagogia del jerarca de turno. Ya existían hoteles para perros, y el abandono de ancianos en hospitales. Pero el de niños es nuevo.
Cualquier Ley de la Calidad pasa, previa e irremisiblemente, por un cambio en la política de personal, por una reestructuración de la Enseñanza Media, y esto es incompatible con el mantenimiento medroso de la situación para no molestar a los que viven de ella.
Rosúa