M. Rosúa
(Continuación a La huida en Egipto sobre el discurso de Obama en El Cairo en junio de 2009; tres meses después)
Entre junio pasado y el discurso de Obama en El Cairo y el anuncio de retirada de una parte del escudo protector europeo (aplausos de la siempre traicionada Polonia y vecindario) se extienden menos de tres meses. La exhibición de amenazas y chantaje nuclear de Corea del Norte y de Irán ha sido casi simultánea a las primeras muestras de cambio de estrategia de Washington.
A ello sigue ahora un aumento exponencial, tanto en número como en intensidad, del poder de las dictaduras desde que han adquirido nuevo peso en la ONU y sus organismos económicos, sin la menor contrapartida de compromiso de ajuste a normas y derechos cívicos universales. Muy al contrario, la promoción dictatorial se ha producido bajo la batuta de reconocidos patronos del terrorismo, véase Khadafi, que ha comprado a golpe de millones su readmisión al club y se permite insultar en él a todo aquello por lo que mucha gente murió hace 70 años, incluida la carta fundacional, con la que no se limpia porque le estorba la túnica. La galopada hacia atrás occidental y el cambio de fichas -comprensible- estadounidense, más que políticas innovadoras, recuerdan a otras bien conocidas maniobras.
Materialmente hablando, Estados Unidos atiende a sus propios intereses y Europa tiene lo que merece (acabarán pintando por doquier Americans come home!). EEUU ha reajustado previsiones energéticas, mercados y gastos de defensa. La denostada guerra de Irak y el conflicto afghano hubieran ciertamente tenido otro desarrollo si, en vez de criticar la torpeza de Bush contemplando su desarrollo desde el patio de butacas, muchos países europeos hubieran tenido desde el principio un compromiso real en todo el proceso. Ocurre que ahora la Casa Blanca se ha cansado de pagarles las palomitas, y no creo que se eche a llorar, sino que abandone a su suerte a los que prefieren enfeudarse de todas las formas posibles, y marcando bien claro su vasallaje, a los jeques del sur.
De haber querido aliarse con los árabes no necesariamente islámicos, nada fundamentalistas y sí deseosos de libertad y progreso, Obama hubiera hecho un discurso (otro) también para ellos, en sitio distinto, para la mucha gente oprimida, en ese magma confuso, por la barbarie y el islamismo, para los que quieren ser laicos y modernos, para los que saben que ha habido una regresión enorme, que continúa a ojos vistas en todos estos países, de Turquía a Egipto, del Yemen a los rebaños de mujeres de trabajadores a las que, en Alemania, se permite ir veladas. Pero no. Hizo el juego precisamente a los opresores identificando al conjunto con los islámicos. Su discurso era exclusivo para ellos. Sin embargo lo peor quizás no es los llamativos terroristas, que están, por cierto, encantados de utilizar la ciencia, la electrónica, la educación superior y la ingeniería, lo cual es perfectamente compatible con la barbarie moral. Lo peor es que de esta forma Estados Unidos, por boca de su Presidente, dejó a los pies de los camellos a los laicos y progresistas, y a ellas abofeteadas encima con argumento de autoridad. Ahora hasta los gatos les dirán, en Oriente y Occidente, que el Corán es el colmo de la tolerancia, la espiritualidad y la belleza. Cualquiera que lo haya leído sabe que no es cierto y su principal belleza es la caligrafía de los ejemplares.
El discurso de Obama, aquél y sus posteriores, y la resonancia beatífica que le proporcionan sus admiradores valen para una estrategia a corto y medio plazo. Más allá se extienden la sumisión, el vasallaje y, más temprano que tarde, las facturas de una facilidad oportunista que, para los más débiles e indefensos, es una canallada. Aunque hoy por hoy parezca prudente y obligada por los principios de adaptación y realidad.
Al tiempo.