DIARIO DE UN PACIENTE
Julio de 2012
Me he levantado llena de inquietud: Nada me duele, ninguno de mis componentes falla, no observo señales de mi seguro fin.
En otras circunstancias, hubiera salido a la calle con la modesta certidumbre de apreciar el frescor de la mañana, el verdor joven de los árboles, el primer café. Pero el proyecto sin más aspiraciones que las cuatro paredes del presente ha sido cubierto, en el consultorio, por una paletada gris.
Mi doctor me guarda, mi doctor me cuida. Y, llevado por el mejor celo, ha emprendido la exploración, por capas y fluidos, de los elementos que componen mi añosa arquitectura, en el lógico convencimiento de que, tarde o temprano, hallará esa cámara oscura en la que ya está activada la cuenta atrás de mi código de barras.
-Hay cosas que no se notan- dice.
La frase cae en terreno abonado, porque en visita anterior ha aludido a ese silencioso devorador de células que se aposenta en el más interno de los órganos y sólo emerge de su verdoso, oscuro nido pancreático para dar, con un rugido, el último golpe a su víctima.
Ha levantado la vista de mis análisis.
–Voy a pedirte que te hagas…..
Prescribe nuevas pruebas en cuyo líquido amarillo, decantado a horas precisas, saldrá a flote la funeraria y escurridiza liebre.
-Me voy al mar unos días. Vacaciones. ¿No podemos dejarlo para el otoño?- sugiero con vehemencia.
-No- insiste implacable, insobornable pese al libro que le he llevado como antiguamente el gallo a Esculapio.
Rastrea el papel según el cual mi fiel cuerpo de superviviente se esfuerza en cumplir objetivos, mantener la vieja alianza que nos une, defenderme mientras yo le defienda. Sigue líneas con el bolígrafo, y con cierta decepción. A estas alturas del periplo vital, es forzoso que se padezcan varias cosas, por lo general malas. Y, si se es mujer entrada en años, lo normal es que sean propias de la edad, aunque vaya con el ojo en la mano o se trate de la peste.
Pero mi doctor se interesa minuciosamente por mi estado, me cuida. Y por ello continúa:
-Ésta es la dirección…-
(¡Una especial!)
-…para los análisis-
Y completa la visita alargándome una nota, con perfume de ambulancia, donde ha escrito su teléfono móvil.
-Me llamas, de día o de noche, con los resultados.
Redoble funeral.
Con puntualidad admirable, cuantos síntomas, molestias, opresiones, hinchazones, inapetencias y acideces existen se asientan como compañeros de viaje, filtran colores, sabores, objetos y luces, rechazan bebidas y alimentos, despliegan un biombo de lapidario gris entre el sujeto y el paisaje que le rodea y se sientan en las cuatro esquinas de la cama para recitar el memento mori. En algún lugar, fuera del alcance de la mano, han quedado el gozo, irreemplazable, de unas horas en el mar, la sonrisa del vino, la caricia del jamón y el pan fresco. Son días de vomitiva vida sana, de austeridad carcelaria y acotada tregua.
A la vuelta, stop en un restaurante de carretera. Apenas mujeres. Y en ese instante el fiel ejército del cuerpo superviviente contraataca. Un cigarrillo con el panorama, a la puerta, de la socarrada y tenaz estepa manchega. Horizonte de cubatas furturos. Pido un bocadillo –media barra- de anchoas, pimientos y tomate. Lo devoro hasta la última miga, que no he dicho que quiten. Luego el café y el flan.
Y sólo me faltó tirarme a un camionero.