EL OTRO 98
(Este artículo fue publicado en el diario Ya del 9 de mayo de 1995. Aún fresco el derroche, en 1992, de millones que sirvieron, exclusivamente, para disculparse por el descubrimiento de América, subvencionar actos hueros, pabellones ruinosos y películas cutres y llenar los bolsillos a los promotores sin dejar tras de sí otra cosa que instalaciones abandonadas y terrenos baldíos.)
Es menos grave haber perdido colonias ayer que dejar escapar hoy oportunidades. El cono sur de América es un lugar cercano a miles de kilómetro. La red de lengua, usos y orígenes establece entre él y la península Ibérica un prodigioso puente de afinidad. El contacto directo con esos países y sus habitantes deja perplejo al viajero español, porque descubre que su prensa nacional le ha engañado durante años. En Chile le llueven opiniones que concuerdan en que el período de Salvador Allende fue desastroso: las colectivizaciones contraproducentes, el papel de las brigadas socialistas y comunistas negativo, y que ello creó la crispación social, que abonó el terreno para el golpe militar. Su situación recuerda a la española del 34-35: como Allende o Vargas Llosa, los profesores de la República española fueron excelentes personas, brillantes intelectuales, pero no por ello eficaces políticos. De Pinochet no se olvidan los asesinatos, pero se coincide en Chile en que sus medidas económicas beneficiaron al país, asentando las bases de la modernización laboral, eliminando la deuda externa y dejando después paso a un sistema democrático que lleva ya funcionando satisfactoriamente cinco años. Mejora semejante se aprecia en el Perú de Fujimori: la población ha apoyado mayoritariamente los visibles procesos en seguridad y economía. La disolución del Congreso en 1992 y la autocracia presidencial pesan menos en la opinión de los peruanos que la victoria sobre el terrorismo de Sendero Luminoso y el control de inflación y oligocracias. En esta línea de privatizaciones, apertura de mercados y política estabilizadora monetaria y fiscal se están situando también la Argentina de Menem y otros países latinoamericanos, cuyo despegue económico es evidente. Chile tiene un bajo índice de inflación y un paro de aproximadamente el 5 por 100, y su crecimiento en exportaciones, PIB y desarrollo de la zona sur y antártica son más que notables.
La acomplejada prensa española ha confundido las declaraciones de fe democrática con la información de la realidad, ha reiterado la sangrienta represión de Pinochet –pero no la larga dictadura de Castro-, ridiculizado a Menem, denigrado profusamente a Fujimori, en líneas que apenas dejaban espacio a los datos objetivos sobre las mejoras en esos países y mostraban una pobre opinión sobre la capacidad del lector para sacar sus propias conclusiones sin guía ideológico. Probablemente esos datos objetivos no vendían y era más fácil apelar al consenso visceral, confundiendo el debería ser con el es. El Gobierno temía además el contraste entre el resurgir americano y la regresión española: mientras aquellos países aprendían que el progreso y desarrollo verdaderos no estaban en lo que se presentaba como izquierda ni en el paternalismo corporativista de derechas y optaban por la modernización y libertad de mercado, en España se recorría el camino inverso: del incipiente liberalismo de los setenta y principios de los ochenta al ruinoso populismo posterior.
A esto se suma la increíble torpeza política, la falta de miras: mientras mendiga un hueco rápido en Europa al precio de malbaratar a largo y medio plazo sectores básicos de la economía, España está ausente en lugares en los que goza de comunidad de lengua y de un conmovedor caudal de simpatía, países de vastas extensiones y posibilidades, claro despegue económico y pujante clase media. Valga el ejemplo de las enormes inversiones japonesas y alemanas en el sur de Chile contrapuestas a la nula presencia del capital hispano.
No es extraño. También, pese a vanas apariencias, la cultura hispánica carece de proyección y alcance. España se ha avergonzado de serlo, de su papel en América y de su historia. Parece que los centros Cervantes dedican en realidad poco espacio a la enseñanza del castellano en sí y gozan, en cambio, de generosas partidas para la difusión del catalán. En nuestros libros escolares están ausentes los relatos, en espléndido español del dieciséis, de esos cronistas de Indias que son, pese a sus sombras, de una grandeza extraordinaria. En Madrid, el recientemente inaugurado Museo de América es notable por muchos conceptos, pero dedica un espacio mínimo a la América hispana y resulta más bien un museo precolombino.
Había demasiados temas en España que no vendían. Se omitieron y se ha hecho un mal negocio.
M. ROSÚA