UTOPÍAS Y CLIENTELAS
(Historiadores al rescate)
Rosúa, M. (2011). Historiadores al rescate. En Hernández Huerta, J. L., Sánchez Blanco, L., Cachazo Vasallo, A., Rebordinos Hernando, F. J. (Eds.), Historia y Utopía. Estudios y reflexiones (pp. 103-123). Salamanca: Hergar Ediciones Antema. ISBN: 9788493948214.
Se publicó en 2011 en Hernández Huerta, J. L. y otros, Rebordinos Hernando, F.. J. (Eds.), Historia y Utopía. Estudios y Reflexiones (pp. 103-123). Salamanca: Hergar Ediciones Antema. ISBN: 9788493948214
2011-M. Rosúa
Si no fuera por el desastre, educativo y mucho más, que ha marcado las últimas décadas y de no ser por las bajas en forma de generaciones robadas de su herencia cultural, de ignorantes, de dependientes profundos creados a efectos de coreografía y voto, de aspirantes, frustrados, a la independencia laboral y económica, de víctimas físicas y no físicas utilizadas para, subido a ellas, tocar poder, de no ser por esto, cumpliría felicitar a cuantos investigadores se sientan a la mesa de trabajo, cara al futuro, con los materiales del presente y del pasado sobre ella.
Porque éste es tiempo de historiadores, que, como el biólogo que descubre especies nuevas, tienen ante sí fenómenos que no por formados, como el universo, con materias antiguas dejan de ser una excitante novedad. Les esperan batallas difíciles y peligrosas dada la trama de intereses que se nutre del ocultamiento de los hechos, pero es lucha necesaria. Los aplazamientos, como el miedo, se han ido agotando; los sucedáneos y rodeos tienen sabor a marchito y a cansino; el ataque a la prolífica especie parásita que vive en el ecosistema de los tópicos ofrece pocas recompensas y muchos riesgos.
Pero es la lucha por la verdad y la libertad.
La visión de lo obvio
Los historiadores se enfrentan, aquí y ahora, a un enemigo que no pueden percibir como tal porque la mayoría viven inmersos en el espacio comunicativo en buena parte por él determinado y carecen de vivencias que les permitan la comparación cronológica. Son espectadores de un durable y vasto rapto de cuantos valores y sectores enriquecen, en todos los sentidos, a un país. Asisten al expolio y empobrecimiento acelerados de la sociedad en la que viven y tienen asumido, por la fuerza de las reiteraciones, que tribalización equivale a democracia. Incluso podría subyacer, en el inconsciente formado por capas de mensajes efímeros, una neoutopía de redes de socialismos comunitarios, con todas las bondades y ninguno de los males de los sistemas conocidos. En la práctica, ésta se plasma en el establecimiento durable de redes parásitas sostenidas por la demagogia asamblearia al compás del dominio de gran número de los medios de comunicación.
Pero tanto los historiadores como buena parte de la opinión pública son incapaces de reaccionar, denunciar y ni siquiera de percibir y de dar un nombre al enemigo porque están maniatados por el chantaje verbal y mediático. El enemigo son las Clientelas de la Utopía, fenómeno de connotaciones antiguas pero novísimo en sí y digno de estudio por lo original, nocivo y por el silencio que lo recubre.
El rescate del verbo
Y no se trata del Divino (aunque está cerca en la medida en que el despegue de la pura animalidad pasa por la rampa del lenguaje). Izquierdas, derechas, progresistas, reaccionarios, fascistas, proletarios, patronos, obreros, Caín, Abel, las dos Españas, capitalistas, trabajadores, revolucionarios, burgueses, pueblo, patronos, socialistas, liberales, elitistas, demócratas, pacifistas, violentos, imperialistas, tolerantes: Muy más allá de su puntual referencia sociológica, todos estos vocablos son elementos con los que se ha edificado, y mantiene, una cárcel verbal cuyo preso más antiguo es sin duda el pensamiento, pero que nada tiene, en la práctica de abstracta y metafísica. Por el contrario, sirve eficazmente a los intereses de un sector concreto, ruinoso, improductivo y fruto, como la especie nueva que es, de la época. Tales términos, solidificados y en apariencia legitimados por la reiteración y la asociación a referentes-icono presentados como positivos al efecto, se utilizan en dualidades igualmente falsas que fuerzan a la adopción de una visión maniquea de la realidad y que se cargan de un enorme poder de identificación tribal y sociológica.
Amén de que las dualidades pertenecen al mundo de la acción en cada caso, se ha creado, a efectos de posterior uso, una división malos/buenos que iría, a efecto retroactivo, hasta el alba de los tiempos, tomaría cuerpo doctrinal en el XIX, con anteriores referencias a la distribución parlamentaria durante la Revolución Francesa, y asentaría in perpétuum la necesidad de adscripción dual con la Lucha de Clases, de manera que los hechos e individuos en sí, la responsabilidad de cada uno de éstos en cada acción concreta, desaparecerían del reino de la conciencia, se hurtarían al análisis y juicios de valor, para integrarse en primer lugar en un colectivo del que recibirían el marchamo de aceptable o no aceptable. Es decir, la censura previa configuraría el pensamiento, la expresión verbal de éste, los mensajes multiplicados por cuantos medios de comunicación existen en la vida social e incluso en la soledad del despacho del investigador, que se siente forzado a pagar peaje al dios bueno de la dualidad maniquea para hacerse oír, publicar sus libros, dar clase o encontrar un empleo.
La dualidad izquierdas/derechas es, junto con progresista/reaccionario, probablemente el arma más falaz, la trampa más usada y el recurso de facilidad más socorrido de cuantos permiten encarcelar al pensamiento, raptar al legítimo sujeto ético e impedir el análisis de las realidades. Hasta tal punto que aquéllos que, con no poco valor y mérito, han denunciado al clan que vive de esos términos han recurrido sin embargo a su utilización para identificarse a sí mismos, de manera que a la Izquierda correspondería como elemento antagónico la Derecha, en un mundo bipolar que es precisamente el que resulta imprescindible combatir.
Porque sólo deberían emplearse estos términos en contextos históricos y coyunturales precisos, en citas concretas y por exigencias de su valor explicativo sociológico. De lo contrario se perpetúa el rapto espurio del lenguaje y, por simple recurso de facilidad, se bloquean los debidos análisis y descripciones y las muy reales responsabilidades de los individuos.
Medida inicial y profiláctica sería vetarse a sí mismo el empleo de izquierdas, derechas y descalificar de entrada a cuantos recurren a esta taxonomía como argumento de autoridad y de descalificación del oponente. El tratamiento de desintoxicación sería, al principio, duro por la fuerza del automatismo y por el sentimiento de soledad y carencia que el desgajamiento del grupo de los Buenos supone. Navegar ajeno, e incluso con franco rechazo, al mapa bipolar Reprobable/Encomiable significa hacerlo corriente arriba, trillando y juzgando a cada paso múltiples datos, implicándose en juicios personales, aceptando con frecuencia un horizonte ético de valores universales que entra en confrontación con la objetividad que el historiador juzga su mejor instrumento de trabajo. El rescate del lenguaje exige, además, la renuncia a las gratificaciones reflejas que brinda la automática inclusión en el Clan Positivo.
Almenas lejanas
Deshacer los interesados entuertos que acompañan al rapto y tergiversación de las palabras supone batirse en varios frentes, atacar círculos sucesivos de castillos cuyos señores participan de los beneficios de la cautividad de las palabras. El estudioso tiene ante sí una labor de zoom que se extiende desde España hacia Europa, Estados Unidos y luego el resto del mundo, o a la inversa. Siempre habían existido justificaciones políticas, religiosas, ideológicas para despojo, robo, asesinato, pero nunca antes se había instalado una enorme maquinaria dual de alcance temporal y físico ilimitado en la que basta con introducir fenómenos y seres para que éstos salgan clasificados y provistos de etiquetas tan binarias como el código de base de los ordenadores. Paralelamente, tampoco había existido jamás una plaga tan extendida de ceguera voluntaria como la que marca el siglo XX y llega, pese a todas las evidencias, hasta el XXI.
La Era de Cegueras Voluntarias se asienta sobre la monopolización del sujeto ético por los términos de socialismo, comunismo, progresismo e izquierdas. El relato histórico y la conciencia popular se impregnan, con la tenacidad de la lluvia fina, en la creencia, con frecuencia inconsciente, de que cuanto y cuantos se reclamen de esos referentes disfrutan de una licencia que envidiaría el 007. La intención solidaria y la recta filiación les redimen de sus fallos. La razón les asiste por principio porque son de los nuestros, a diferencia de las derechas, un conglomerado difuso de capitalistas, burgueses, y dictaduras con ribetes de fascismos y nazismos, que pertenecen por siempre y por derecho propio al exclusivo terreno de la maldad.
En este mundo dual del pensamiento totalitario, que persiste y que sobrevive a los sistemas que oficialmente lo practicaron, los hechos desaparecen, dependen, para salir a la luz, de su etiqueta. De ahí la importancia de historiadores y de luchadores empeñados en la dura guerra del rescate de las palabras. Yacen todavía en la sombra demasiados millones de víctimas, apenas se ha comenzado a levantar la esquina de la alfombra bajo la que se esconden los muertos, represaliados, desaparecidos en el silencio de campos de concentración, exterminios en masa, hambrunas forzadas, cárceles de dimensiones infinitas ajustadas a cada minuto de la vida cotidiana, ruina, atraso, control, grisura. Es aún una sorpresa para la mayor parte del público occidental, un dato prácticamente ausente de los libros de historia: El hecho de que el totalitarismo de corte marxista haya sido mucho más letal que el afortunadamente breve y localizado del régimen nazi.
Gozan todavía de más discreción, si cabe, los miniestados totalitarios, en forma de bandas cuyos actos, en sí criminales, crueles, fanáticos y repulsivos, pasan a ser simplemente violentos y sus proyectos, que en nada envidian a los de Pol Pot, Lenin, Stalin, Hitler o Mao excepto en el formato, se acogen al sagrado del idealismo y la reivindicación, envuelto el conjunto en la lógica de la guerra inmemorial y, con extrema frecuencia, alimentado por las donaciones y ventajas del sistema objeto de escarnio.
Y esto es a nivel mundial, aunque una fina línea delimita en el mapa aquellos territorios de países que, sea porque sí han vivido en sus carnes sistemas totalitarios y ruinosos, sea por la dureza de la supervivencia, se atienen a su trabajo y a la memoria nefasta de pasadas experiencias. Sin embargo la sombra del chantaje ideológico dual, de la verbología totalitaria, se hace más espesa según se aproxima el observador a los países desarrollados, porque la impunidad de la pertenencia a los buenos y la tergiversación de los términos permite seguir funcionando a pleno rendimiento una multinacional especializada en el ordeño de los individuos productores y en la exigencia de resarcimiento de un inagotable cúmulo de deudas atrasadas.
De ahí que las tareas de rescate de los historiadores estén lejos de limitarse a la clarificación del pasado. Atañen profundamente al presente y de ellas depende el futuro. Porque la escisión entre realidades y comportamientos, entre universo comunicativo y dinámica socioeconómica, entre valores universales que osan decir su nombre e iconos al uso es brutal. Y está sirviendo para que se desvíen cada día generosidad, trabajo, fuerza, fondos, iniciativa, arte hacia un sumidero de inutilidad interesada cuya estructura no tiene, si la despojamos del ropaje terminológico, otro fin que medrar sin mérito, enriquecerse mientras hay de qué y luego, al menos, mantenerse a sí misma.
El más cercano de los muros
Todo lo expuesto es infinitamente más cotidiano, manido y tierra a tierra de lo que parece. Hasta el punto de que en la familiaridad y costumbre de sus manifestaciones reside una de las grandes armas del totalitarismo cotidiano, de ese archipiélago Orwell multiforme, cambiante y adaptable que sustenta la neolengua y cubre, con significantes vaciados y rellenados según exigencias del guión, la mayor parte del espacio perceptivo. Estamos en el reino de los Ministerios de la Paz, el Amor, la Igualdad, el Clima Planetario, las Culturas Protegidas y las Especies Sagradas. Vivimos una censura, caciquismo y repentes de ordenancismo cuartelero, un derecho de pernada respecto a la expresión personal y la vida privada como no soñó ni por asomo la dictadura franquista. Se viene aceptando con total mansedumbre un rosario de falsedades históricas engarzadas en la más completa ignorancia orgullosa de serlo. Hace muchos lustros que los asesinos son luchadores a lo sumo equivocados, que los robos son transferencias de propiedad, los expolios rescates, los chantajes indemnizaciones a cuenta de la interminable guerra poderosos/oprimidos, los terroristas héroes, los muertos por tiro o bomba el lamentable saldo de un accidente, los atracos impuestos revolucionarios, los caníbales y los lapidadores de mujeres respetables representantes de culturas seculares, los gorrones exponenciales receptores de los diezmos que la sociedad debe al que concentra su energía en reclamación, queja, apropiación y/o destrozo de lo que por sí no ha producido.
El último término empleado, y creado en este mismo instante, exige glosa: El Gorrón Exponencial es una categoría sociológica de peculiar y actual cuño. La especie del gorrón común siempre ha existido, pero su proliferación y ocupación de variados nichos ecológicos es fenómeno propio de esta época. No se habían avistado anteriormente bandadas tan numerosas de seres improductivos, ávidos de la cosecha ajena y, simultáneamente, blindados por la capa de justificación verbo-ideológica que segregan. Tampoco se había observado con anterioridad el fenómeno paralelo por el que la sociedad, en principio sana, pierde sus reflejos de defensa y queda inerme y amedrentada ante la amenaza de improperios como derechas, fascista, reaccionario o la exhibición de pendones que remiten a los iconos socialista, sindical de clase, progresista, nacionalista, izquierda.
De haber oposición institucional al expolio, normalmente en el enfrentamiento se produce un acuerdo pactado, que en el caso que nos ocupa tiene un carácter muy especial: Se da por bueno de manera implícita y sine die un estado de rendición permanente en el que toda la victoria moral corresponde al adversario, el cual, graciosamente, acepta que los enemigos se ocupen de las tareas propias del general mantenimiento a cambio de tributos, confiscaciones e indiscutibles derechos del gorrón exponencial a la totalidad. Tales derechos son efectivamente reclamados a un ritmo cíclico, que permita la acumulación de bienes por parte del vencido de forma semejante a los lapsos de descanso de la tierra, meses en que se deja crecer la lana de las ovejas o temporada de veda de la caza en época de cría.
En las zonas orientales, asiáticas, africanas, este proceso tiene poco predicamento. Es también el caso de países del este de Europa que ya han degustado opciones políticas que imponían la instalación del paraíso en la Tierra. Asia ha vivido infiernos, trabaja con intensidad y no admite otras cigarras que las justas, como es evidente, por ejemplo, en la ausencia de mendigos y vagabundos chinos en colonias de inmigración. En África el nuevo archipiélago totalitario se vive en un plan más bien rústico, a base de machetes tribales, bombardeos del dictador que se propone salvar el mundo y al que hasta ayer Occidente distinguía con sus mimos y sus ventas de armas, y personas abandonadas a su suerte entre la Edad Media más oscura, la civilización, modernización y progreso que un día entrevieron y el desdén del que se sienten objeto. También ahí la Historia espera a historiadores que osen tener valores y criterio, desbrocen el camino de las falsas palabras, distingan los hechos que marcan mejoras y no se sometan de entrada a la censura y el temor de ser tachados de imperialistas, eurocentristas y parciales. Hace falta gente que se atreva a alzar la vista, que no tema al horizonte, que considere la amplitud y unidad del planeta y la generalidad de unas aspiraciones a la libertad, la justicia y la dicha que no por enturbiadas, traicionadas y revueltas son menos dignas de rescate.
Volver a Alejandría
Si la desaparecida biblioteca de Alejandría pudiera hablar reclamaría de inmediato el regreso de los escritores de la Historia, señalaría los huecos que deberían ocupar volúmenes que nunca o apenas se escribieron, supliría con la simple visión de personas y hechos los largos silencios, componendas y medrosidades que velan, como un confuso palimpsesto, la percepción de África del Norte. El rescate significa aquí vanguardia. No todo va a ser desalojar al enemigo; también habrá que ir por delante, apresurar el paso, esperar a pie firme el futuro. El estallido en cadena de Oriente Medio no resultaría tan sorprendente si le hubiera precedido una adecuada labor investigadora, descriptiva e informativa. Occidente ha preferido, por una parte, la suave trampa de la irracionalidad ofrecida por el enemigo, la Umma, la Gran Madre Islámica, la unidad ideal y futurible de un imperio árabe unificado por la religión que es fuerza política, marco social y ley civil. Mientras, por otra parte, los negocios se trataban con el jeque visible.
Por cómoda que la visión resulte, es y siempre fue perfectamente falsa y esconde, además, una gran traición El área nominalmente islámica encierra un maremágnum de personas de adscripciones, origen, intereses y rasgos muy diferentes, marcadas en sus variadas regiones por la onda expansiva de tribus guerreras de corte clánico, premedieval, con cuyos jefes procedentes de Arabia interesó identificarse en gentilicio, usos, ritos y nombre. El siglo XIX, el siglo XX y el alborear del actual han visto en esos lugares, aparentemente estancados en un callejón sin salida hacia el progreso, la formación de la clave de la modernización y el cambio: Un tejido de clase media, de aspiraciones a la laicidad, la separación de poderes, la liberación femenina (caso de segregación infinitamente superior a apartheid racial alguno que haya visto el planeta), la conciencia de la libertad y el derecho individual. Todo esto, que era visible hace tres o cuatro décadas en tales lugares, hoy se ignora, y se prefiere creer en el eterno peso secular de tradiciones inmutables. Poca historia se ha escrito sobre la fenomenal regresión de los países llamados abusivamente árabes. A esa ola de modernización, a esas gentes genuinamente progresistas las vendieron, por contratos, facilidades y petróleo, lo hicieron desde Estados Unidos y sobre todo en Europa. Y les dieron un golpe de muerte con multiculturalismos y alianzas de las civilizaciones, una forma particularmente viscosa y dañina del racismo inmisericorde. Naturalmente a esto lo acompañó el indispensable rapto del lenguaje, que eliminaba, no la barbarie, sino la palabra que la expresa y, por ende, la posibilidad mental misma del manejo del concepto y la expresión de la denuncia.
Hoy hierve en África y Eurasia una demografía cuya extrema abundancia en juventud puede prometer todos los bienes y todos los males. Tampoco ellos recuerdan que hubo una regresión, otras expectativas y horizonte, hace más de tres décadas. Por entonces se sellaron las grandes traiciones, se expulsó a un emperador para imponer la dictadura teocrática de un imán iraní mimado por la gauche divine francesa y sus homólogos. También se favoreció, en los vaivenes de la Guerra Fría, a patanes del peor cuño. Porque los tiranos dejaban de serlo al convertirse en aliados. Tampoco aquí había crímenes, torturas, fanatismo, matanzas, robos. Sólo usos y costumbres de culturas respetables por lo distintas.
Obligados a veces a manifestar cierto reproche, los medios occidentales expresaban su desagrado por los lamentables, pero comprensibles, actos de barbarie a los que se veían abocados sujetos empujados por la opresión –preferentemente ancestral- , el marco social o la pobreza. Por poner un ejemplo, la abolición en la India por parte de los británicos, del satee, la muerte de las viudas en la pira funeraria de su marido, sería hoy un claro ejemplo de intrusismo cultural, una interferencia foránea en el desarrollo milenario de esa rama zoológica de la especie.
Y sin embargo hubo, siempre ha habido a lo largo de esos años, otros hechos y otra gente, que no hacía ruido, ni se atrevía a oponerse a la fuerza bruta de la policía, los vecinos del barrio liderados por los imanes, los maridos y padres. Su historia simplemente no existe, o espera, en el limbo de los justos, ser escrita y difundida. Ha sido, hasta ahora, laminada por la utilísima censura, por la vasta y perdurable campaña de terror intelectual para no ser tachado de imperialista y enemigo de la paz y la tolerancia. Es tan sumamente cómodo, y, a la vez, práctico, abandonar toda idea de valores universales, de criterio y jerarquía entre civilización y barbarie, y promocionar, con el nombre de democracia como icono útil, las preferencias mayoritarias puntuales, ya sean a favor de la lapidación o del sátrapa. Se obtiene, desde el exterior, un enorme beneficio: Grandes cantidades de soma ideológico para embriaguez de buena conciencia gratuita por parte de la opinión pública occidental y grandes negocios, sin trabas, para las tribus de nuevos ricos europeos (y ahora transatlánticos) del Régimen adeptos a la vasta Iglesia New Age del Pluralismo Cultural.
No por casualidad, surgen en este momento, 2011, en países como Gran Bretaña denuncias, análisis y proyectos de Ley encaminados a rectificar el gran error del multiculturalismo, que ha sembrado de ghettos las ciudades de Europa, alfombrado el camino a los propagandistas de la discriminación, el fundamentalismo y la violencia y ofrecido escuelas, pagadas por el ciudadano contribuyente, donde lo que se enseña está en contradicción con los valores básicos del país de acogida y alimenta la hostilidad y el fanatismo del alumnado («Bagehot: Muscle v multiculturalism». The Economist. Feb. 12th-2011). Conviene subrayar que esos jóvenes ilustrados en el odio a Occidente gracias al Estado de Bienestar occidental no proceden con frecuencia de medios pobres y marginados sino de acomodadas clases medias. Como sucedió en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, como ha ocurrido en España con ETA y con el silencio acomodaticio respecto al 11 M, la indignidad, la cobardía disfrazada de tolerancia no sirven para obtener la paz sino el deshonor y las diversas formas de la guerra. El Gobierno de Londres ha constatado que el aparente liberalismo del apoyo económico a la proliferación de escuelas de confesión religiosa ha servido para que éstas dediquen la mitad del horario a teología y estudios coránicos y eludan las materias humanísticas. El proyecto actual propugna la general defensa de valores que no son negociables ni deben estar sometidos, en nombre del relativismo (por no hablar de la Alianza de Civilizaciones) a abandono oportunista alguno. Se trata, entre otros, de la libertad de expresión, la libertad de cultos, la separación de poderes, el Estado de Derecho, la igualdad sin discriminación de raza o sexo.
La Enseñanza se muestra, de nuevo, como el buque insignia del buen o mal gobierno de los países. La política educativa de las Clientelas españolas lleva muchos años utilizando, además del folklore maoísta, una especie de fotocopias borrosas y desfasadas de las directivas británicas, a manera de hojas de parra con las que ocultar el crudo reparto de las seis o siete horas diarias del horario escolar entre sus clanes a golpe de batido igualitario. De ahí la importación de términos –como destrezas, habilidades- que son puros calcos del inglés y cuadran más con el mundo circense que con la adquisición de conocimientos. Esto cuando la experiencia británica de las comprehensive schools se había reconocido allí como un error manifiesto. Siguiendo su tradición de importar alimentos caducos, existe ahora en España el claro riesgo de que se caiga en la constelación de escuelitas alimentadas con cheques escolares y ajenas tanto al cuerpo general de asignaturas de base, a la envergadura real de las materias, como a los valores universales, el sustrato de civilización y los derechos humanos.
Tal vez la esperanza, o, al menos, una parte de ella, está en el trabajo de los historiadores. Tienen ante sí la recuperación, para la conciencia propia y ajena, de la ribera sur mediterránea, de lo que fue el otro batiente de la puerta del mundo grecorromano, de la Tingitana, la Cirenaica, del esplendor de Alejandría. Y, con ellas, no de un imposible y muy lejano pasado, sino de una corriente que dejó semillas y que anegaron invasiones tribales. Harán falta cronistas del final auténtico del Imperio Otomano, del leve, pero quizás premonitorio, rompimiento de nubes que marque la aparición de Estados, en contraposición al ficticio, y letal, mito totalitario-teológico de la Umma. Ocultas por la opacidad y el peso bruto (nunca mejor dicho) de éste, silenciadas por el ruido y la furia, hubo, hay en los llamados países árabes personas a las que se les deben la palabra y la luz de la superficie. Son, además, necesarias para sus vecinos del norte, pertenecen a la borda meridional del común barco mediterráneo y a la nave mayor en la que la generalidad de los humanos es cada vez más consciente de moverse. En un rincón de África está apuntando una nación nueva, la más joven, no definida por la pertenencia religiosa, que podría llamarse Sudán del Sur o Nubia. Hay mucho por describir y por escribir. A pie de Historia.
De la utopía y sus dividendos
En abierta oposición a la facilidad del tópico y a la dificultad de distinguir la estructura del presente, conviene decir que la Historia no se repite jamás, que se asemejan trazos de su superficie, momentos, intervenciones de sus actores, y ahí acaban los parecidos.
Como una caterva de dioses malos, se han instalado en la edad contemporánea sectas de extraordinaria rapacidad y avidez que corren paralelas a lo improductivo de su substancia. Al carecer de valores propios, de aporte real a la civilización, la sociedad y el bienestar de sus paisanos, se definen por la apropiación del sujeto ético y por la invasión y ocupación agresiva del espacio mediático. No hubieran podido existir en épocas anteriores. Aunque, por supuesto, tienen rasgos comunes y familiares con hechos tan habituales y antiguos como la corrupción, la explotación de la credulidad para lucro del gurú o el clero, el fraude y las diversas artimañas de la vida política, se trata de un fenómeno nuevo y, como tal, merecedor de estudio. Su nicho ecológico es el de las sociedades protegidas, las ventajas del estado de bienestar, que pretende ofrecer a su público el apetecible lujo de la superioridad moral y, al tiempo, la gratuidad de cuanto se disfruta, en un clima de compra de voto rápido y lluvia de sensaciones, fatiga perceptiva y ausencia de espacio crítico.
Neolengua y cegueras voluntarias, hábito del mínimo esfuerzo, chantaje, distorsión selectiva y planificado olvido histórico, todo confluye en la creación y alimentación de la nueva especie. La utopía ha podido, anteriormente, ser letal, y también la palanca que ha movido el fondo más generoso de las personas hacia la mejora de la existencia. Pero, en cualquier caso, sus seguidores tomaban iniciativas, renunciaban a otras opciones, luchaban, corrían riesgos. Por primera vez, en el siglo XX y en lo que va del actual, surge la utopía subvencionada, que, en la práctica, consiste en un tejido, similar al de las sectas, nutrido con la regularidad de los fondos oficiales. El anterior edificio se invierte: no hay en primer lugar ideales que amalgaman luego a los interesados en trabajar para lograrlos. Las consignas, aunque se vistan de viejos tópicos, sirven desde su gestación misma para garantizar la colocación, lucro, perdurabilidad y crecimiento de cuantos se apiñan en la pirámide que recibe, con garantizada regularidad, los favores de un poder al que, a su vez, éstos, sea legitiman directamente haciéndose caja de resonancia de sus directivas, sea amenazan –con la inestimable ayuda del chantaje lingüístico dual, la agitación y la propaganda- con hacerle perder votantes de no comprarse su silencio.
El fenómeno va mucho más allá de la dolencia que aqueja a las sociedades modernas: la creación de castas burocráticas que se constituyen en fin en sí mismas. Cuando las condiciones son especialmente propicias, y éste es el caso español, las clientelas extienden una red parásita que se rige por el control ciudadano y la persecución de la excelencia, hasta llevar al país a las peores cotas de ruina material e intelectual. Hay un común denominador en sus miembros: El ingreso y permanencia en situaciones de privilegio, no por mérito personal alguno, sino por identificación genérica, gregaria, social. Se multiplica, incrustada al cuerpo productivo, la red de nódulos que viven, prosperan y votan según consigna, fidelidad al pagador y ruido mediático que son capaces de generar. Las utopías son icono y compañero de viaje de beneficiarios sin otra labor, producto, envergadura ni currículum que la adscripción sexual, de clase, de etnia, de clan local, acompañada de la devoción a iconos siempre vagos y preferentemente lejanos para evitar las consecuencias reales de su puesta en práctica: Mitos obreristas y guerracivilistas, buenismo primitivo, tribus de inocencia primigenia, edenes ecológicos, paz universal y amor planetario. En el área inmediata de acción de las clientelas, se impone el canon del listón más bajo, con exhibición de una auténtica animosidad contra grandeza y excelencia, y difusión, en defensa propia, de una doctrina de la mediocridad preceptiva y del feísmo como normas.
Las Clientelas de la Utopía
Las Clientelas de la Utopía son, pues, un fenómeno nuevo, extraordinariamente peligroso, que aparece y prospera en el siglo XX y principios del XXI. Esta red de núcleos parásitos se hace mantener, acapara bienes y se impone a costa de la extorsión oficializada. El método se basa, sea en subvenciones y transferencias de fondos directas, sea en la implantación, ocupación y gestión de organismos de control cuya función es que los individuos válidos y productivos se vean obligados a pagar peaje y someterse.
Nacen con el Estado de Bienestar y son su contrapartida cancerígena. Su primera táctica es crear dualidades falsas Buenos/Malos en la opinión pública por medio del recurso totalitario de la neolengua, adaptada a los sistemas democráticos gracias al control mayoritario de los medios de comunicación, de la Educación y de la Cultura.
Las Clientelas viven de los fondos que absorben de los ciudadanos vía Estado complaciente y sumiso, y hacen depender a aquéllos y a éste de ellas de dos formas: Por el miedo si el Gobierno no les es afín o integrándose como propagandistas y correos de transmisión del Partido en el poder. Éste último es particularmente el caso, interesante para el historiador por lo descarnado y nítido, de la España actual y reciente. Las Clientelas se diferencian radicalmente de anteriores grupos en apariencia similares: Son institucionales; no corren riesgos ni se lanzan, en pro de un mejor futuro, a inciertas empresas. La causa, la adhesión al ideal, no precede al efecto. Su proceso clientelar es inverso al de los utópicos tradicionales: Las normas, disposiciones, leyes, entidades, organismos se crean porque sirven al grupo de presión, cuya voracidad y tendencia expansiva son proporcionales a su necesidad de cubrir el vacío con el ruido. La utopía invocada (Igualdad, Paz, Pueblo, Progreso) es puro revestimiento. El combustible psicosocial del que se valen consiste en cualquiera de las formas de anular al individuo como sujeto responsable, ya que los elementos que forman su ecosistema funcionan en tanto que unidades gregarias alimentadas en buena parte de victimismo y de premisas antagónicas respecto a los demás, de forma que el parásito quede definido, y justificado, por su pertenencia al grupo del Bien.
En términos más pedestres, y apegados al terruño, pululan los comuneros de la vida natural y la energía alternativa subvencionada siempre y cuando el dentista (que no el brujo de la tribu), el tratamiento hospitalario y el todo terreno para desplazarse hasta el refugio campestre estén a su disposición. Son legión las arriesgadas amazonas del feminismo igualitario y los valentísimos luchadores sexuales contra la Iglesia y el sistema que viven en la guardería indefinida que les procura el Gobierno y se entretienen con la guerrilla gratis total en términos de esfuerzo y coste. Proliferan los amantes de la Tierra (que nunca tuvo tantos amigos como desde que se los pagan), los adeptos a la irracionalidad total, parcial o ecolátrica confortablemente aferrados a la ubre de las catástrofes. Por no hablar de los defensores a ultranza, y a toque de manifestación y de consigna, de la paz y del amor mientras con ello puedan atacar a las encarnaciones cercanas de su dios del Mal y la oportuna ceguera les permita obviar, como si no existieran, criminales, dictadores e injusticias manifiestos.
Pero los ruidosos defensores de la utopía todo a cien y el socialismo con facturas a cargo del capitalismo odioso y de la abominable burguesía de mercado no pasan de ser la espuma folklórica, los coros esporádicamente convocados ad maiorem gloriam del distribuidor de mercedes. La fiel infantería de las Clientelas, el grueso de la tropa, consiste en un híbrido de clonación y holograma que extiende su red por toda la Administración y organismos del Estado, vigila, exige, consume y vive para mantenerse a sí y a los suyos. El fenómeno sobrepasa con mucho cualquier tipo de corrupción clásica, es estructural, se multiplica en sucesivas metástasis por todo el cuerpo burocrático y por los puntos de contacto de los sectores socio-laborales y se envuelve en banderas de falsa libertad. La masa parásita no se conforma con ser pagada: No perdona la superioridad ajena. A la clientela puramente gástrica se superpone y mezcla la psicológica, que recibe de la Iglesia-Secta sociopolítica su reconfortante cupo cotidiano de identidad y seguridad. Los fieles repiten los mantras de rigor, participan en liturgia y exorcismos y, en el mejor estilo de las sesiones orwellianas de odio, sostienen al Gran Economato (que sustituye con ventaja al Gran Hermano) con el mantenimiento, para ellos vital, de un Mega Enemigo Reaccionario.
Estas huestes de nómina y prebenda vienen recibiendo en España sucesivas hornadas de tropas de refresco salidas del horno de un guerracivilismo y guerracristianismo montados y mimados para mantener indefinidamente la gallina oficial de los huevos de oro, a cuya puesta se deben, por ejemplo, las películas más aburridas y reiterativas de la historia del cine español, las agresiones más cobardes a gente indefensa y la estupidez más impresionante, extensa, abrumadora y cerril en el campo de la Enseñanza.
Estamos, en lo que respecta a las clientelas actuales, no ya a años luz, sino en el extremo opuesto del universo de los defensores de utopías. Ninguna relación, excepto la perversión antinómica, con los que abandonaron todo para fundar, en territorios ingratos y durísimas circunstancias, comunas; nada que ver con las feministas de pro y de nobleza; ni asomo de semejanza con los líderes sindicales sostenidos por su honestidad y sus afiliados; distancia astral en cuanto a los solitarios luchadores en defensa de la verdad, el bien, los valores humanos universales, la libertad, la belleza. Los miembros de sectas, clanes, tribus y coros oficiosos que guían sus actos por la envidia, el odio a la excelencia ajena y el deseo de adueñarse de lo que no se han ganado ni merecen difícilmente pueden comprender la mera existencia de una calidad y unos seres que pagaban sus ideales con sus actos.
Las Clientelas de la Utopía no pueden asimilarse a los grupos mafiosos aunque se valgan del miedo, de la violencia (véanse sindicatos del partido en el poder) o, continuamente, del chantaje mediático. Son oficiales, perfectamente legales e incluso, como viene siendo el caso de España, instrumentos del Gobierno. En términos generales, ofrecen seguridad a cambio de la imposición del mínimo común denominador personal, ético, profesional e intelectual. Su arma más poderosa es la exclusión, para lo que se adueñan de los sectores productivos, especialmente de Enseñanza y Cultura, generando e implantando controles (cursillos de capacitación, certificados de formación, etc.) que impiden y anulan el paso directo al mundo laboral por conocimientos, diplomas, oposiciones y selecciones objetivamente comprobables. Esto se efectúa en un ambiente de indefensión ciudadana generalizada, que difumina las fronteras de lo público y lo privado, crea inseguridad, culpabiliza la libre expresión y actuación individuales y monopoliza por parte del Estado el sujeto ético, debilitando y desprestigiando, de forma simultánea, a todos los posibles competidores (círculos amistosos, familiares, cuerpos profesionales, entidades religiosas). Paralelamente, la libertad crítica es sustituida por su simulacro en forma de zafiedad impositiva, con el fin de asimilar democracia a la adopción de las formas más bajas, fáciles y míseras de moral, pensamiento, artes plásticas y conducta. Las Clientelas incrustan así en la sociedad una red de candados, un sistema que irremisiblemente causa el empobrecimiento del país y la degradación de ciudadanos e instituciones. Mientras, se produce paralelamente el engorde del cuerpo parasitario, en una dinámica normalmente periódica, al ritmo de los nutrientes acumulados por la víctima-huésped, sin que, a falta de una toma de conciencia cívica, el ciclo pueda romperse si no es por la completa bancarrota.
La incultura como poder
El desastre programado de la Enseñanza española es un ejemplo perfecto de la actuación de las Clientelas. La Ley –LOGSE, LOE y sus secuelas-eliminó los conocimientos y el valor mismo del hecho de adquirirlos, junto con el mérito del estudio, la valía intelectual y el esfuerzo. Se trató de un vasto golpe de Estado, que perdura, contra la jerarquía de los saberes, los derechos y valores individuales, la civilización, el Humanismo y la inteligencia. La imposición de una bolsa global de Trabajadores de la Enseñanza, al tiempo que infantilizó y mezcló todo tipo de asignaturas, alumnos, edades y niveles, permitió la sustitución de los Cuerpos Profesionales, la titulación y los méritos objetivos por una red de comisariados pedagógicos, apoyados en los sectores de Maestros de Enseñanza Primaria y Formación Profesional, a los que ofrecieron promociones vertiginosas dando clase a alumnos de cualquier edad de cualquier materia. De no servir a la clientela de los dos sindicatos del partido del Gobierno, Comisiones Obreras y UGT, al PSOE y a las tribus autonómicas que lo sostenían en el poder, la LOGSE no se hubiera promulgado jamás. El maoísmo revenido de su fachada no fue sino decorativo aditamento.
Un país en la UVI
En términos más amplios, España es el hombre enfermo de Europa por el largo chantaje dual del que las Clientelas de una supuesta e interminable batalla antifranquista vienen haciendo objeto a todos los sectores valiosos y válidos del país. La tergiversación y el secuestro continuo de la Historia, la manipulación comunicativa, la cultura impuesta como única y la omertá cotidiana son proporcionales a la ruina, desguace, saqueo y endeudamiento de la nación. Lógica y paralelamente, feísmo, relativismo, zafiedad e incultura son recompensados e impuestos en todas sus formas. Porque cualquier superioridad individual es el enemigo a abatir en un sistema que se quiere in péctore de partido único mantenido en o por el poder.
Para aquéllos a los que es difícil ver lo obvio, los que desconocen el pasado próximo y son incapaces de llamar a las cosas por sus nombres (robo, mentira, extorsión, barbarie, estulticia), que sepan que las cosas no fueron así siempre, que tampoco son como se las imponen los dogmas de obligatorio asentimiento, y que podrían ser de otra manera. Los comisariados de capacitación, accesos, cursitos y cursillos y sus correspondientes liberados sindicales instalados en la prebenda de impartirlos así como el enjambre tribal de promotores de la diferencia lingüística podrían suprimirse. El nivel de inteligencia, formación, productividad comenzaría a elevarse instantáneamente. La salud del hombre enfermo de Europa pasa por la liberación de ese entramado de cadenas que está asfixiando a su sociedad.
La fabricación del olvido
Irremisiblemente, se extiende ante los historiadores una nueva tarea, impuesta por la sociedad de la comunicación, los mensajes numerosos, la información volátil y la formación paupérrima. Además de la incidencia telemática en el curso de la historia, habrán de estudiar dos técnicas inseparables del fenómeno mismo comunicativo: La fabricación del silencio y la fabricación del olvido.
Afirma el ex Secretario de Estado estadounidense, Dr. Henry Kissinger, en sus memorias y consideraciones sobre la época actual, que los políticos son hoy mucho peores, menos fiables y de escasa envergadura precisamente por su dependencia del mundo instantáneo de los mensajes, que les hace tener menor rigor intelectual y solidez de criterio. Precisamente por la inmensa cantidad de palabras que circulan, nunca antes fue tan importante el papel del silencio. Lo omitido, lo minimizado, las noticias que se deslizan hacia las últimas columnas y páginas de un periódico, la envergadura de personajes y hechos medida en telediarios, la nada de la pantalla y de las ondas rápidamente ocupada por referentes que no añaden, sino que borran lo anterior y lo reducen en breve a la absoluta inexistencia, todo ello funciona con mecanismos que configuran, de forma tan eficaz y sólida como el buril de un escultor, la masa de realidad perceptible. En el archipiélago totalitario de los Economatos, la represión y la censura son tareas prescindibles, para la aniquilación del adversario, el tiro en la nuca y el cadáver en la cuneta son tosquedades de mal gusto. Basta con la adecuada dosificación televisiva, con la vacuna repetida y oportunamente aplicada de imágenes y mensajes destinados a ocupar lo que podría haber sido el espacio mental y receptivo de la realidad indeseable. Por ello, se hará mal en desdeñar las anécdotas. En la historia del olvido no puede faltar, como botón de muestra, alguna tan reciente -2010, 2011- como el veto en todas las salas de cine y en todas las televisiones de la última película de un director que, casualmente, rechaza las subvenciones y es ajeno a las clientelas fidelísimas al régimen. (Se trata de La sombra prohibida, segunda parte de La herencia Valdemar, de José Luis Alemán. Sea cual fuere su calidad, el fenómeno de su completa desaparición, simultánea al estreno, de todo medio visual es en España insólito. El autor es objeto de un asombroso bloqueo incluso en la web. El tema de sus películas es terror basado en los ritos y mitos demoniacos de Cthulhu, de Lovecraft. El caso Valdemar era atractiva y desde luego superior a gran cantidad de bodrios hispánicos exhibidos en cine y televisión). Raya en el misterio la animosidad mostrada por algunos comentaristas, que incluso prohiben al espectador verla; sin duda para salvaguardar el alto nivel de exigencia estética del público español.
España se ofrece de nuevo como perfecto espécimen de muestra. Sólo los pacientes investigadores podrían saber, de lo hecho público desde hace, el mes en que esto se escribe, siete años, que hubo manifestaciones grandes, pequeñas, medianas pidiendo que se supiera la verdad de la matanza del 11 M, que existieron concentraciones de las que apenas dan fe otros que los que las vivieron y un puñado escaso de medios de comunicación, y que esas manifestaciones tuvieron un carácter extremadamente irreal, el de una multitud que desfilaba en el orden de la dignidad y la tristeza, con carteles improvisados, por un centro urbano casi vacío, entre balcones y ventanales que se entreabrían en ocasiones para dejar paso a un rostro curioso. Las televisiones los ignoraban, las cámaras y las torres de transmisión estaban ausentes. Los participantes podían ser miles pero todo se producía en el ambiente onírico de las realidades paralelas, en el silencio que sólo se da en las ciudades de los sueños.
Una y otra vez, uno y otro año, la pila de muertos del 11 M ha yacido ahí, en el centro mismo de la sociedad, del país, de su historia, de las conciencias, y un día y otro se barría con silencio, con la distancia de lo incómodo y lo zanjado, y se esparcía, para anular el olor de un cadáver que no ha cesado de aflorar, el ambientador de la vileza generalizada y asumida. Los jóvenes historiadores comprenderán difícilmente que hubo un tiempo en el que se acusó de asesino, no a los asesinos que volaron trenes en Madrid, sino al entonces Presidente legítimo de la nación, un tiempo en que se derramó y encauzó sabiamente sobre la sociedad, tres días antes de las elecciones generales, un baño de bien dirigido odio. Y no entenderán en absoluto cómo desapareció, casi en horas veinticuatro, el vasto escenario de metales retorcidos. Igualmente se fue esfumando un hecho turbio y enorme, del que pronto sólo asomaban puntos testimoniales, sin gran transcendencia pero bañados por los focos que les conferían la importancia de lo únicamente existente.
El historiador avezado en la paciencia y en la exploración del aparente vacío descubrirá que muy pronto nada pareció haber sucedido, y se extrañará del empeño con el que políticos, en y sin el poder, borraron las imágenes, pasaron fugazmente, cuando pasaron, por las conmemoraciones y ritos de rigor, y el investigador observará cómo se despliegan ante él lentamente los hilos finísimos de la retícula que envolvió a la mayor parte del cuerpo social haciéndole participar, de manera activa o pasiva, en la comunión con la actitud oficial respecto a los hechos. La fabricación del olvido corre pareja a la de la impunidad y ambas confluyen en el trazado de un pavimento por el que avanza el usuario sin reparar en que únicamente se le han proporcionado fragmentos del suelo. Ha transcurrido más de medio siglo desde que en 1946 el disidente Arthur Koestler vendió en Francia cuatrocientos mil ejemplares de El cero y el infinito, y conviene recordar que por entonces el Partido Comunista Francés adquirió partidas del libro para destruirlas y amenazó a los editores. Mientras, en la universidad, un conocido intelectual aseguraba que toda crítica contra la URSS era un acto de guerra. Los métodos han cambiado menos de lo que pudiera parecer; son menos rústicos, de coacción y agresión físicas maquilladas; están inmersos en la revolución telemática. Pero las horas del día y la capacidad de percepción y de atención del ser humano continúan siendo limitadas. El estado bélico potencial y perpetuo frente al Enemigo Malo es, ayer y hoy, instrumento indispensable para el sistema de clientelas y clanes y suele ir asociado a la defensa angélica y abstracta de la paz universal.
El mundo ya sabía de cegueras selectivas, pero el ejemplo de España es extremo. No hay en Europa nación tan avergonzada e insegura, de libros de texto cortados al servicio de tribus y caciques, no hay país en el que se prohíba la enseñanza y la expresión en la propia lengua como ocurre en grandes regiones españolas con el español. Durante décadas se ha cultivado un relato del pasado hemipléjico, un guerracivilismo de supervivencia, por ordeno y mando de la Clientela. Los sucesos de 2004, la matanza de la estación de Atocha y su utilización deliberada para cambiar el Gobierno, el brutal giro político, la ocupación, apropiación en beneficio de los innegables clanes del cui prodest y las irremisibles ruina y endeudamiento del país, en el sentido más amplio, han marcado una inflexión que carece de parangones. Al historiador le tocará investigar el más difícil de los documentos: El de las páginas cortadas y el silencio.
El rescate del tiempo
No se trata de un relato de ficción. De los libros de texto, y no de texto, se ha eliminado la sucesión lineal. Sus páginas son un puñado de hechos escogidos al albur de los intereses de la clientela en plaza y mando. Paralelamente, el espacio geográfico está sujeto a la misma metodología, y en ambos casos el interés esencial es reducir lo percibido a un maremágnum arbitrario cuya clave e hilo conductor proporciona el comisario que en cada caso corresponde. No hay jerarquías: El descubrimiento de América, si se cita, no tiene mayor rango que las expediciones comerciales del gremio de tenderos local desde su pueblo a la costa; la cerda trasladada por dos vagabundos sustituye, con ventaja, a Babieca y a Bucéfalo; las últimas pateras arribadas a Canarias desbancan a La Pinta, La Niña y la Santa María. En esa bruma confusa en la que han desaparecido o se confunden personas, fechas y cosas es extraordinariamente fácil seleccionar, moldear y falsear la Historia, empobrecerla hasta los insospechados límites que permiten la mediocridad normativa, la tribalización acelerada y la infantilización simplista de los planes de estudio.
Sin cronología lineal ni localizaciones espaciales no hay tampoco posibilidad de juicio ético alguno porque, al eliminar el tiempo, desaparecen las relaciones causa-efecto, la responsabilidad moral y el perfil existencial de cada individuo. Éste sobrenada, fugazmente, en un mar de sensaciones digitales a las que responde con actos prácticamente reflejos y originados por las substancias que, como también ocurre con sus congéneres, discurren por su persona. A partir de ahí el mecanismo de vileza asumida, que convierte en cómplices de las acciones del Gobierno, por muy canallas que éstas sean, a los ciudadanos, tiene paso franco, como lo tiene la división de la sociedad en, por una parte, la grey de clientelas-víctimas y, por otra, los trabajadores expoliados para cebar a los primeros con el producto de su esfuerzo.
La memoria está, lógicamente, proscrita. La habitación mental de los conocimientos personales, de esa sabiduría intransferible que cristaliza desde edades tempranas de la vida y constituye a partir de ahí el seguro alimento de la existencia, se encuentra desvencijada y casi vacía. Por su puerta abierta entran y salen las corrientes de mensajes demasiado numerosos, breves y preparados para el inmediato consumo como para ser transformados en sabiduría. Ninguno de esos retazos de sapiencia tiene el marchamo del esfuerzo propio, de la lentitud laboriosa y la gratificación final del hallazgo, de la plasticidad y ambición sin límites de la primera juventud y de la infancia.
Hay una habitación vacía en quienes tienen derecho a saber. Y espera a los historiadores que recuperen las eras, los siglos, las épocas, los grandes sucesos, las figuras señeras, los hitos que marcaron la singladura de millones de vidas, el mal y el bien que no llovieron de los modelos platónicos sino de seres con apellidos y nombres. Como los de los que arrebataron la enseñanza, la cultura, el saber, la excelencia, hasta el día de hoy.
Quizás éstos nunca contaron conque los historiadores acabarían viniendo al rescate.
Rescate de presos
Derribado el castillo del lenguaje, totalitario por parcelas y al hispánico modo, abiertas las mazmorras, el rescate de presos deberá complementarse con una larga recuperación. Ha sido muy larga la imposición dual, la ficción maniquea. En principio existirá el instintivo miedo a la herejía ante afirmaciones como que nunca hubo dos Españas, que jamás existieron dos bloques monolíticos, caínes y abeles, república idílica y fascismo malvado; que lo que vale en poesía o como expresión coyuntural sociológica no es de recibo en análisis dignos de ese nombre. Será difícil la renuncia al automatismo derechas, izquierdas. Y no sólo en el caso de los que así se consideran, sin mayor trabajo intelectual ni moral, incluidos en el grupo de izquierdas, ergo, de los buenos, sino también entre los que, por reacción a la manipulación neototalitaria de los términos y a la ruinosa opresión de las clientelas, han adoptado verbología y formas del adversario, se confiesan orgullosamente de derechas y, con la alegría del converso, se dejan llevar por el entusiasmo más allá de la lucidez, claman por la privatización de absolutamente hasta el último servicio y resumen la solidaridad al ejercicio de la caridad en casos extremos. En este sentido, una notable y no poco irónica distopía sería la justificación de agresiones de todo tipo a países y gentes sin sistemas democráticos en nombre de la democracia. La utopía seguirá mereciendo la pena, y también habrá que salvarla, no sólo de los que han vivido oficialmente a su costa, sino también de la lógica reacción contra ellos.
Utopías segunda fase
Tímidamente, a través de la espesa capa de desilusión que cubre lo que fueron proyectos, esperanzas, ideales, emergen análisis nuevos en los que la crisis económica actúa a la vez como enterrador de confortables credos platónicos y como partera de un porvenir y una toma de conciencia apegados a la tierra. Como observan algunas publicaciones («Charlemagne: Calling time on progress». The Economist. July. 17th-2010), los europeos gritan, gimen y se indignan ante la idea, probada por los hechos, de que el sistema de bienestar gratuito para todos, la seguridad de la cuna a la tumba y el progreso continuo tan fiable como la aparición del Sol y de la Luna sólo fueron hermosas quimeras ajenas a los imperativos de la realidad. Fue bello, mientras duró, apurar sorbitos de utopía con las espaldas bien cubiertas y las fronteras, en caso de auténtica necesidad, defendidas por los soldados y el dinero de otros. De repente la necesidad de trabajar y producir más y mejor, de vivir con menos, de sentirse seguro y de buscarse las formas de mejorar la propia existencia ha sacudido y hecho caer un edificio fragilísimo porque carecía del cemento y del cimiento de la clara conciencia del esfuerzo y de los precios: Ha volado de un soplo la casita de paja de la felicidad progresiva y por decreto, en la que, una vez todas las necesidades básicas ampliamente garantizadas, se podía incluso jugar a la angustia de buen tono y a la manifestación antisistema semanal.
La desaparecida felicidad de renta fija no deja como panorama el vacío, sino algo mucho más peligroso: La rapiña inmisericorde de las hordas que han vivido, y aún viven, del moribundo mito del Seguro Progreso y que tienen larga práctica en picotear víctimas y en arrebatar despojos. Porque la regresión puede ser durísima y llevarse por delante logros, en derechos humanos y laborales, en equidad legal y en protección de los más débiles, que en Europa constituyen la médula de su idea de civilización. Ésta puede ser salvada, pero no sin la eliminación del cáncer tribal de cuantos aspiran a vivir de las indefinidas rentas del chantaje en nombre de las profesiones de fe angélicas y gracias a los dividendos de la partitocracia. Cuanto más sube el petróleo y cuanto más inseguras e imprevisibles se hacen las fuentes de aprovisionamiento y la situación mundial, más se desmorona la fachada de hipocresía que ha permitido, a gobiernos de corto plazo electoral y muchas ganas de reparto del pastel estatal, prometer el trabajo, estudio, vida laboral y productividad mínimos y el bienestar máximo.
Por supuesto, es perfectamente posible retirarse a una comuna rupestre, trabajar dos horas al día, enmarcar diplomas de estudios sin el menor rigor ni relevancia, desplazarse sin gastar energía externa alguna, jubilarse a los cincuenta años. Pero esto no se compadece con moderna atención hospitalaria, calor en invierno, tres comidas al día, posibilidad de largos desplazamientos, envejecimiento soportable y larga esperanza de vida. Por no hablar del panorama que hallarían los amigos del todo el mundo es bueno en un simple periplo por África, en cuyas profundidades podrían, por ejemplo, disfrutar del espectáculo de la esposa a la que, tras cortarle la pierna en un rapto de mal humor, el marido ha dejado tranquilamente desangrarse y que las fieras se encarguen de la limpieza de restos. Un evento más entre los masai, esos chicos tan fotogénicos, a cuyas mujeres no hay feminista que les escriba. Porque se da otro fenómeno perfectamente nuevo en espera de cronistas: Coexisten por primera vez en el Planeta todas las eras de la especie humana, de la espacial a la de piedra, de la magia y los ritos tribales como únicas leyes al código de derecho internacional. No hay mito del Progreso que valga sin que los individuos lo vayan construyendo con la adaptación y cambio de sus formas de vida y con la lucidez respecto a los precios y las consecuencias que tienen todos y cada uno de los bienes y de los actos. En este sentido, con un poco de suerte, podríamos estar asistiendo, no al final de las utopías, sino al de sus clientelas.
El desolador panorama de las Clientelas de la Utopía tiene como víctima principal cuanto de positivo las utopías representaron y representan. El sistema de Clientelas no es un error, ni un desvío en la aspiración a mundos mejores. Es exactamente su perversión, su opuesto. Las clientelas se nutren extrayendo la sustancia misma de lo que fueron nobles ideales, generosos sentimientos, y dejan la cáscara gris, el señuelo de lo que fue solidaridad, desprendimiento, audacia. El rescate es posible, pero sólo si se extiende la clara conciencia de que quienes viven –y son multitud- de esta trama no abandonarán sin áspera lucha la piel y venas de su huésped, el rosario de feudos, tribus localistas, comisariados sociales, políticos, sexuales, pedagógicos, las células de vigilantes para la igualdad y la fraternidad, las agrupaciones pro reparto de ayudas para películas edificantes basadas en el catecismo de la iglesia política oficial, la nómina, casi infinita del victimario que, además, en España se nutre del cuerpo de una nación débil, desmembrada, acomplejada y acéfala en la que, durante décadas, ha bastado con la amenaza ¡Que te digo franquista, que te digo facha! para silenciar al oponente y cometer, con patente de corso, las peores tropelías. El vasto sector de los utópicos subvencionados tiene a su favor un arma primordial: la falta de escrúpulos soldada a la imposibilidad de vivir de otra manera, puesto que no les asisten valía, trabajo, obra ni mérito. Es un formidable blindaje.
Y sin embargo la aspiración a lo mejor, a la humanización de lo humano, posee una fuerza irrenunciable que impulsa hacia arriba cuando se toca el fondo, que perdura como el sabor de la verdadera libertad. Hará falta una larga tarea de limpieza y rescate, será difícil renunciar a los cómodos automatismos duales, a la aparente bondad garantizada por simple imposición de lo mediocre. A España le espera la tarea de su verdadera transición, la más difícil, sin tribus y contra las tribus, con Educación, conocimientos, sabiduría, Humanismo, Historia. Sólo con un mosaico de libertades e individuos puede hacerse. Vivimos en un movible, cambiante archipiélago de parcelas totalitarias. Y, asimismo, el idealismo utópico configura de continuo sus propios archipiélagos, que pueden ser benéficos
Las utopías han servido, y continuarán aún sirviendo, a fines tan espurios que éstas pueden parecer irrecuperables, patologías de edades pasadas afines al fanatismo. Han tenido, con los totalitarismos, los más letales y después, con las clientelas, los más viles compañeros de viaje. Pero, de perderse las utopías de manera absoluta, las iglesias del clero estatal podrían instalarse como sujeto histórico que miraría con el mayor desdén, desde su trono papal, cuanto no fuera ellas mismas, englobado en el calificativo de superstición e idealismo improductivo. El objeto sería reemplazado por la cantidad y rapidez de su elaboración, por la accesibilidad inmediata, como la copia en tres dimensiones que está anunciando la posibilidad de inundar el mercado de auténticos Stradivarius («Print me a Stradivarius». The Economist. Feb. 12th-2011), perfectos y perfectamente ajenos al desarrollo individual, a lo irrepetible del factor humano.
La utopía será el último, necesario reducto de valores universales, incómodos, no rentables, a la vez imprescindibles e imposibles por su propia naturaleza.
Y, como las guerras justas y perdidas, la utopía y su rescate, valdrán, una vez más, la pena.
M. Rosúa
2011