DE LA PERSONA A LA TRIBU
2008-M. Rosúa
Publicado en “Foro de Educación” nº 10, ejemplar dedicado a la Transición Española (1975-1982). Salamanca. Ed. J: Luis Hernández Huerta. 2010
La inteligencia es uno de los dones más elevados de la naturaleza humana y el objeto de la inteligencia es el conocimiento. Por tanto, la búsqueda de la verdad es una de las actividades más nobles que puede realizar el hombre y que más pueden colmar sus aspiraciones. Esto se aplica no sólo al conocimiento de la realidad física sino a cualquier tipo de conocimiento.
(José María Benlloch, físico. Entrevista a El Cultural de El Mundo, 19-6-2008)
De la persona a la tribu: El camino debería ser el inverso, el que ha ido logrando mayores conocimientos, desarrollo y albedrío en los individuos, más allá y muy por encima de los límites de su entorno y condiciones inmediatas, pero aquí y ahora la Educación se ha dirigido en sentido contrario, con un ritmo acelerado que pretende confinarla en los rediles de que se sirve, para ordeñar sus beneficios, la red parásita que es, exactamente, el peor y más íntimo enemigo de las democracias.
La tribu es, a corto plazo, más políticamente rentable que cualquiera de los derechos, libertades y valores que ofrece un sistema político considerado preferible por constitucional, garante de una mejor y más digna existencia para los ciudadanos y elegido por éstos de forma periódica mediante general sufragio. La Educación lleva décadas, a todos los niveles, siendo objeto en España de un desplazamiento cuyo fin es confundirla con los intereses de un hervidero de clanes y asegurar definitivamente su confinamiento en el reducto que mejor sirva a quienes la utilizan como fuente de ingresos y de puestos, vivero de votos y plataforma de intereses que nada tienen que ver con la importancia del saber y de su difusión. La Enseñanza se ha alejado, voluntaria y progresivamente, a la velocidad propia de regímenes que gozan de extremo control de la propaganda y los mensajes, de las categorías universales, cualitativamente superiores y formativamente imprescindibles del conocimiento, porque el espacio temporal y físico que a esta actividad corresponde, sus horas, programas, aulas y textos han sido ocupados por clientelas sociopolíticas activas o pasivas, conscientes o inconscientes, militantes del fin justifica los medios o simplemente átonas y resignadas a una situación que parece de imposible cambio y a la que sólo cabe acomodarse.
Esto es así sobre todo en el caso de niños y adolescentes, aunque atañe también al mundo universitario, desmesurado en número, irracional en la relación entre costes, beneficio social revertido y obtención de puestos de trabajo y ampliamente empapado del pensamiento fácil y la servidumbre a la dependencia indefinida y al tópico.
La indiferencia fáctica es proporcional a los lamentos y protestas por el estado lamentable de la Educación. Y es así por simple relación de fuerzas: Cualquier intento serio de mejora está claro, para quien ose defenderlo, que significa pérdida de votos; va a encontrarse con escándalo callejero, ruido mediático, manifestaciones sindicales e improperios nacionalistas, esto sin hablar de las indignadas protestas de agrupaciones estudiantiles y profesionales unidas por el hábito del mínimo esfuerzo, que ha adquirido insensiblemente rango de ley. Únicamente serán bien recibidas las inyecciones de dinero a libre disposición de los mismos que han arrasado el muy buen sistema español de enseñanza pública. Durante tres décadas, desde los comienzos de la ley de educación de 1990, potenciada en su variante actual, se está asistiendo a la evidencia del desastre con la mayor indiferencia, sin que gobiernos distintos a los de su autor, el PSOE, hayan considerado de real importancia el tema. Éste forma parte de un extraño paisaje, un escándalo más que se denuncia con la periodicidad de las jaculatorias, para hundirse luego, como tantos otros, en el silencio algodonoso de la irrelevancia mediática y la indiferencia social. Que no se enseñe ni se aprenda se ha integrado, por la fuerza del hábito, en el rango de los desastres naturales, el peaje de pactos y de cambios demográficos y las servidumbres de la modernidad. Educación no es sino un fragmento más de una realidad pasiva y tan siniestra como esos cuadros surrealistas en los que un paisaje habitual nocturno se recorta en la claridad del día. Se va cada hora, en múltiples aspectos de los que la Enseñanza es uno entre tantos (pero esencial), unos metros más allá en el absurdo, adentrándose en lo obviamente nocivo y caracterizado por una estupidez sin la menor inocencia. A la realidad palpable, escandalosa pero no objeto de verdadero escándalo, se superpone otra virtual en la que no saber es un mérito, esforzarse un elitismo insolidario y eliminar la cultura una estrategia acorde con los tiempos. Y el credo funciona y se multiplica porque distribuye ventajas económicas y sociales, coordina la presentación y ocupación del espacio mediático y se apoya, de manera aparentemente inamovible, en la proporción de las representaciones políticas y en la venta, por puestos y dinero, de escaños.
La actual catástrofe educativa española ni arranca de la aurora de los tiempos o la fatalidad de la genética ni es simple consecuencia de la masificación propia de la generalización del acceso al estudio. Menos aún procede de generosos ideales igualitarios desvirtuados, y de ninguna manera de la escasez de medios ni de conjuras contra la enseñanza pública. Se han sustituido los hechos por una memoria y saber ficticios que simplemente construyen el pasado a la medida de los intereses de las tribus que se mantienen, y mantienen a sus miembros, por los repartos en las parcelas de poder, representación e influencia que dan acceso a colocaciones, dinero y rentas vitalicias. Educación es un ejemplo, pero vasto, emblemático e imprescindible, un seguro de vida a inmediato y a largo plazo para las taifas, sean políticas, editoriales, socioculturales o sindicales, y una fuente diaria de ingresos. Cuanto se ha venido disponiendo sobre ella, desde la implantación anticipada y luego definitiva de la Logse por el partido que accedió al poder en los años ochenta hasta la aceleración del proceso, en los días que siguieron al regreso al gobierno, tras el 11 de Marzo de 2004, del mismo grupo político, no es la realización de un proyecto educativo sino la premisa de un reparto. Éste era, y es, de talla. Se trata nada menos que de uno de los sectores del Estado más extensos, rentables y susceptibles de ser controlados por la red tribal: La Enseñanza pública.
La ignorancia e ínfimo nivel de los niños y jóvenes actuales ni es casual ni irremediable, no entra en las categorías de los fenómenos ante los que no cabe sino la perplejidad y la resignación ante lo inevitable, en espera de que el médico del Tiempo vaya poniendo parches y sugiriendo remedios a las carencias más visibles. Hace no tantos años como podría parecer los que salían de colegios e institutos sabían, escribían, calculaban, conocían del arte y de las ciencias y eran conscientes del esfuerzo y trabajo, pero también de las compensaciones, que exigía el acceso al conocimiento y de la necesidad de éste en la posterior integración en la vida adulta. Su formación había transcurrido en una estructura desglosada, respecto a quienes trabajaban en ella, según especializaciones, por edades y niveles de los alumnos, generalista en la infancia y concentrada después en materias concretas, asignaturas para cuya enseñanza se requería una larga formación académica y el éxito en oposiciones basadas en la demostración del propio nivel. Esto se correspondía, entre los alumnos, con la superación, para pasar de una a otra etapa de estudios, de pruebas cuya existencia misma era una garantía de exigencia y una referencia útil que controlaba favoritismos y facilidades arbitrarias. Lejos de ser un sistema de elitismo socioeconómico, era el genuinamente democrático, porque permitía la promoción del individuo según su capacidad y esfuerzo personales. Se precisaban-y hubo-inversiones y becas que extendieran la muy buena enseñanza pública y la mantuviesen a la altura de la composición demográfica y la evolución de los tiempos. El proceso era imparable en la ilusionada España de la Transición.
Pero una Enseñanza con programas generales de asignaturas básicas, importantes e imprescindibles, bien delimitadas y distribuidas de manera preferencial en el limitado horario escolar e impartidas por cuerpos profesionales especializados era difícilmente troceable, no admitía manipulación ni componenda. El proyecto logse no fue la realización de grandes ideales sino éstos últimos su aditamento para la presentación pública y la excusa ética. Jamás hubiera existido la nueva ley educativa-exacerbada por su epígono actual-si no hubiese servido para colocar en puestos que ni por mérito ni por formación les correspondían a la clientela, activa o pasiva, potencial o incondicional, del PSOE en el poder, de sus dos sindicatos afines, Comisiones Obreras y UGT, y de los virreinatos autonómicos.
Lo que se presentó como medida progresista y avance democrático fue exactamente lo contrario: el comienzo de una acelerada regresión hacia la ignorancia que dejaba en franca desventaja a los estudiantes de las clases más desfavorecidas y los hacía rehenes de clanes a los que aquéllos servían de justificación y de sustento, al tiempo que segregaba, degradaba y eliminaba al profesorado de mayor nivel académico y profesional. El proceso, sobre el que tanto se ha elucubrado en tonos entre grandilocuentes y metafísicos, es en realidad extremadamente simple: Consiste en transformar lo que era una muy buena enseñanza pública estructurada, en docentes y alumnado, según los niveles de edad y las exigencias, en las distintas etapas, de adquisición de conocimientos, formas de aprendizaje y control de esfuerzo y contenidos, en una bolsa común, llamada deTrabajadores de la Enseñanza, que permitía repartir indiscriminadamente ésta entre la clientela sociopolítica afín, garantizando con la extensión preceptiva de la mediocridad, fidelidad, apoyo, difusión de consignas, futuros votos y presentes ingresos para editoriales y para la infinita constelación de equipos pedagógicos, expertos, liberados, asesores y propagandistas de la vasta empresa de desguace. Lo que antes eran horas dedicadas a Historia, Geografía, Ciencias Naturales, Matemáticas, Latín o Lengua, impartidas por personal-Catedráticos y Agregados-de notable nivel académico y titulación adquirida tras reñidas oposiciones pasó a ser materia troceada, indistinta y a libre disposición de los sectores (Maestros, Formación Profesional, auxiliares) afines al partido y a su clero La Logse y su progenie no hubieran jamás existido de no consistir, fundamentalmente, en distribución de botín y toma de rentables territorios. El interés era y es ajeno al conocimiento y la Enseñanza. El ropaje verbal igualitario, de corte vagamente maoísta con pretensiones de revolución social y jerga de fallidos experimentos anglosajones, no fue nunca otra cosa sino la cobertura final del edificio, y la deliberada confusión entre educación y servicios sociales consumó la erradicación de cualquier asomo de eficacia y confirmó el sistema de temor y de purgas de disidentes, los cuales suelen coincidir con las personas de mayor solvencia intelectual y valores más probados y sólidos en el ejercicio de su labor.
Logrado el objetivo de colocar a cualquiera enseñando cualquier cosa a cualquier número y tipo de alumnos por cualquier periodo de tiempo, la dinámica misma del proceso no puede sino acelerarse. La evidente irracionalidad de una enseñanza que no enseña, ocupa el horario escolar con materias secundarias, consignas e imposiciones localistas y que proscribe categorías, calidad, esfuerzo, mérito y exámenes es sólo aparente y se revela en extremo lógica cuando se analiza la trama del tapiz, su premisa, que no es otra que cortarla a la medida de quienes viven de disponer de ella.
La Educación es, a la vez, campo de prácticas y paradigma de un fenómeno más amplio: el reparto del país y de los recursos y organismos estatales entre una miríada de tribus que se sustentan en redes locales de intereses antagónicos de cualquier concepto de calidad, igualdad ciudadana, universalidad y excelencia, y que se han blindado por arreglos parlamentarios y por la imposición mediática y fáctica sobre una población amedrentada, resignada, dependiente o pasiva. Ni es fenómeno dual ni se restringe a militantes de un partido; su estructura es la de un tejido mafioso y sectario. El volumen de estulticia, perjuicio e irracionalidad generado es tan fenomenal que sólo se explica mediante otro volumen equivalente de cobardía y pactismo por parte de una clase política que, con escasas excepciones, ha abandonado la defensa de los principios básicos cívicos y constitucionales, y por una táctica generalizada de continua lluvia fina informativa que lleva décadas vendiendo la utopía del todo a cien, subvencionada por Presidente y taifas y asimilada a vagos términos identitarios de izquierda, antifranquismo, progresismo, modernidad, etc., como la única opción ética correcta, que, en cualquier caso, se establece y afianza con la impunidad del hecho consumado y la inexistencia de oposición real.
En este panorama de exaltación del mínimo común denominador, multiplicación de parásitos y diseño del antiguo ámbito estatal en función del apetito, características y criterio de los comensales, cuanto pertenece a categorías superiores está abocado a la erradicación del enemigo a abatir. Es, pues, normal, que sólo se estudie, del curso de los ríos la parte que discurre por la taifa del nacionalismo de turno, que se ignore la lengua española e institutos y colegios impongan, en la totalidad de la enseñanza, las locales, que las auténticas asignaturas imprescindibles se disuelvan en áreas, diferenciaciones y transversalidades, que se pasee por las aulas, desde la guardería al campus universitario, sin mayor exigencia que la asimilación, por abajo, al grupo, la conciencia de la impunidad y la reivindicación del particularismo y relativismo de valores y actos. Es lógico que desaparezca el pasado para ser sustituido por las cuatro consignas que permiten infundir una visión cargada de rencores sociales e históricos, es inevitable que la filosofía de Platón y Aristóteles ceda el paso en clases y horarios al trabajo práctico sobre las alcantarillas de la zona y que el latín y la literatura desaparezcan por falta de espacio lectivo, para facilitar el conocimiento del medio y el aprendizaje del bereber o el bantú. Por supuesto el Himalaya, las dos Guerras Mundiales, el Descubrimiento de América, los Totalitarismos del siglo XX, la Teoría Cuántica, el Álgebra, la Química, el Arte, Grecia, Roma, la deriva de los continentes, el Siglo de Oro, el Terror y las Luces no pueden ser sino objeto de casuales referencias filtradas por el imperativo de la corrección política y, sobre todo, por la abismal ignorancia y el victimismo preceptivo del que se nutren los parásitos de la utopía. El alumno en esto es la víctima del robo continuado de su herencia, el rehén de las taifas, el objeto de los abusos de cuantos llevan disponiendo como feudo de la enseñanza pública.
No es el único. Le obligan a moverse en la perpetua infancia y la inacabable adolescencia de una ficción sin responsabilidades ni riesgos que superpone su realidad virtual a los hechos y se extiende mucho más allá del perímetro de colegios e institutos, hasta anegar el conjunto del país, transformado en una nación sin nación y sin apenas nombre, de referencias e historia vergonzantes, que vive de la energía ajena y de la doctrina, que vende bien, de que todo el mundo es bueno; y si no lo fuera, ya se encargará el enemigo norteamericano de sacarle, como de costumbre y como lleva haciendo desde la Segunda Guerra Mundial, del fuego las castañas.
El proceso español participa de la blanda rendición europea, de su gustoso abandono de toda onerosa y valiente iniciativa para refugiarse en el regazo cálido de un indefinido estado de bienestar. Pero en España concurren otros factores que la destrucción de la Enseñanza exhibe con la concentrada nitidez de una muestra de laboratorio. Aquí la estructura pública ha sido limpiamente tomada, aprovechando Transición y postfranquismo, por una capa parásita para la que la mediocridad preceptiva es esencial. Se trata de un proceso infinitamente más peligroso, para el genuino funcionamiento democrático, que las corruptelas, los actos delictivos y los escándalos, que se hallan en cualquier gobierno. De hecho, es la antítesis de la democracia sana, y mucho más inatacable que las dictaduras. La capa parásita trabaja intensamente en la regresión feudal, el control cercano de privilegios y la generación del mosaico blindado de clientelas y supuestas víctimas de un pasado diseñado estrictamente en función del plan de invención de memoria histórica y de suplantación ética.
Como en la escuela, a todos los niveles públicos el currículum vitae se invierte, es el anticurrículum: Los representantes de la clase dominante no habrán acabado los estudios, no poseerán, o apenas, el Bachillerato, nohabrán sacado oposiciones, ni brillado en profesiones, ni ocupado puestos ni producido obras, no hablarán idiomasni conocerán otros países, no tendrán peso internacional ni defenderán opciones políticas, militares y económicas. En realidad las Clientelas de la Utopía lo son más de la Quimera en su sentido etimológico y de ingeniería biológica: una especie de híbrido de exigencias de comunión de bienes y gratuidad socialistas, de partido único administrador del dogma y de clero laico injertado en economías de mercado y sociedades que se quieren libres, plurales y abiertas, de las que extrae el utópico generosa pitanza y buen vivir. La virulencia de esta iglesia tribal obliga a numerosísimos disidentes, religiosos, cristianos, ateos, agnósticos o simplemente lúcidos respecto a los evidentes rasgos totalitarios del proceso, a refugiarse de los nuevos inquisidores en los pocos reductos que les ofrecen decencia, defensa de valores, atención a las personas inermes y no económica o políticamente rentables y resistencia explícita. Es un fenómeno nuevo, de demolición del producto de una larga civilización y de exaltación de lo inane, que probablemente no puede darse sin la confluencia de una coyuntura histórica providencial, sin el dominio mediático sobre los mensajes que llevan tres décadas derramando sobre los españoles la lluvia fina deDerechas-Franquistas-Malos/Izquierdas-Socialistas-Buenos en todas las variantes del más burdo maniqueísmo dual, y sin las enormes coimas legales que nutren la viscosa red de fidelidades y pactos y hacen probablemente en este momento a España una de las naciones más desangradas por el cohecho por decreto, los reyezuelos ebrios de gastos suntuarios y la turba de manos, muertas pero generosas en el reparto a sus próximos. Cabe preguntarse qué hubiera sido de ellos sin el recurso a posteriori al enemigo franco-fascista.
Tal estructura se engloba en una nueva variante de Estado, el Parásito per se, con el que inauguramos el siglo XXI. El clan de las Clientelas de la Utopía es, en su ápice y correas de transmisión, una especial plutocracia sin otra rentabilidad que la que obtiene para sí misma. Se trata de un ecosistema instalado aquí en Administración, prensa y medios audiotelevisivos, Educación y Cultura, todo ello multiplicado por las diversas Autonomías. El fenómeno no es, en aspectos parciales, exclusivo de España, pero adquiere en ella envergadura, virulencia y rasgos peculiares por el antecedente bien aprovechado de la dictadura franquista y el quasi monopolio de la comunicación de masas. Hay que reconocer, empero, que, lo mismo que la lluvia de millones no ha hecho musicales las lenguas locales cacofónicas, a la novia no la ha embellecido la dote. El castigo de esta maniobra está en lo horrible de sus productos, en la sarta de películas idénticas respecto a la sumisión al catecismo de quien paga y manda, en los infalibles tópicos de obligado cumplimiento que pagan su cuota de feísmo, curas pederastas, proporción de un exabrupto cada cinco palabras y escena sexual ginecológica cada pocas más, paleoantifranquismo, militares embrutecidos, políticos venales, jefes explotadores, guardias civiles sádicos, y minuciosa sumisión al libreto del inconformista marginal. Sin embargo, tras la realidad virtual que se pretende imponer como única, existe la auténtica, aunque muy pocos confiesen percibirla. La radiografía de números-y de letras-no engaña: en los cuatro años del Gobierno salido de las elecciones de 2004 ha aumentado un cincuenta y cinco por ciento el número de altos cargos del Estado, se han clonado y multiplicado burocracias, creado miles de organismos sin más utilidad que la propaganda y la fidelización de clientela, ha aumentado de manera vertiginosa el tamaño y distancia del común de la burbuja de enriquecidos y se han derrochado en tiempo record las reservas destinadas a paliar las crisis. Lo que es peor, se ha consagrado la actuación negativa en los campos que más determinan el futuro: formación, educación, suministros de energía, saneamiento del sector público, solvencia jurídica y fiabilidad de las instituciones.
Como el modelo negativo, la definición por ausencia de acción y de principios, vende precisamente a causa de su comodidad y nula exigencia de esfuerzo físico y mental, no es extraño que la ducha mediática cotidiana ensalce valores caracterizados por la cobardía, la inhibición, la irracionalidad y la ignorancia. Puesto que el Estado de Bienestar ha creado en el siglo XX un nuevo fenómeno, las utopías subvencionadas (cuyo estudio sin duda apasionará a los investigadores que sobrevivan a la ruina y la segura bancarrotas), la tribu del Botín y del Reparto no tiene elogios bastantes para esta variante retro del pensamiento débil y la rendición preventiva bajo las banderas de alianzas con las culturas más peligrosas, agresivas y nefastas del planeta, y le falta tiempo para entonar suficientes himnos al relativismo que no obliga ni a tener valores ni a juzgarlos ni a defenderlos.
Colegios e institutos son los buques insignia de este vertiginoso retroceso, no ya a eras medievales, sino a una amalgama sólo cohesionada por la ausencia de calidad, trabajo y mérito. La Confederación de los Dolientes, lo sean éstos por reivindicación nacionalista o por eterno agravio y rencor social, tiene un apetito de lo ajeno proporcional a su carencia de logros propios. Se trata, substancialmente, de un gran timo apoyado en la fidelidad, de corte mafioso (por el miedo que inspira a los disidentes) a dualidades falsas que vacían de responsabilidad y posibilidad de análisis objetivo a los individuos y actos concretos y los adscriben de inmediato, como dos polos imantados, a clanes que llevan, no sólo pero muy particularmente en España, décadas viviendo o de ello o sometidos a ello. La voracidad de las clientelas de nómina, de los parásitos de la utopía y, al extremo opuesto, de sus víctimas y huéspedes es la única dualidad real. No lo son las Dos Españas, los Pobres y los Ricos (dentro de la igualmente falsa asunción de las Clases Sociales como entidades prácticamente zoológicas, inmutables y estancas), las Derechas (epicentro del Mal) y las Izquierdas (territorio de la Luz), la hagiografía republicana y la saga guerracivilista, tampoco la historiografía mítica, la pugna que, desde los albores del neolítico, desemboca en franquismo-fascismo-instituciones (suma de todos los males sin mezcla de bien alguno) y, frente a ello, última república-socialismo-comunismo (concentrado de todos los bienes), ni tiene más existencia que la impostada el recurso al ancestral agravio de las tribus del Club de los Dolientes.
Los libros de texto, especialmente los de Cataluña, País Vasco, Galicia o Baleares, son un breviario de consignas y una representación geográfica e histórica de puro, pero desde luego no inocuo, carácter legendario. Basta con una visita somera a diversas zonas periféricas de España para comprobar que los supuestamente agraviados son más ricos porque se que se han beneficiado de mayores inversiones y de una atención y desarrollo tempranos y permanentes, como en Cataluña y el País Vasco. La prosperidad de estas víctimas no admite comparación con las desatendidas y parameras regiones mesetarias que las rodean. Esto desde hace muy largo tiempo, antes de Franco, con y después de él. Como los sujetos de derechos son las personas y no las lenguas y, por otra parte, éstas no son ni valen más ni menos que lo que es y hace la gente que las habla y no se extienden ni arraigan de manera forzada y artificial, que el descubrimiento y asentamiento en América se llevase a cabo mayoritariamente por hablantes del castellano es algo cuyos resultados son tan difíciles de modificar, por abundante que sea el llanto, como el que la lengua de la informática sea el inglés de los que, junto con la revolución industrial, la inventaron, y no el swahili o el gallego.
La utilización de izquierda/derecha es la cárcel verbal dentro de la que se hace evolucionar, insensiblemente, a la población. El clan dominante se vale, desde luego, también del miedo, porque su poder fáctico y fático es enorme y consustancial al populismo y al rapto lingüístico de significantes y significados, como en los casos de los términosviolencia, tensión, crisis, diálogo, alianza, paz. Son palabras-inversión que abonan sus dividendos en las prósperas oligarquías de enriquecimiento reciente, dotadas del buen apetito de las segundas generaciones y provistas por la precedente del know-how en el manejo de un tipo de totalitarismo fragmentario y un credo virulento, tipo iglesia laica que procura beneficios muy de este mundo. Otro de los iconos verbales, la palabra centro, se traduce como dejar en sus puestos, duplicando cargos y emolumentos, al bloque parásito en el poder y a los pactistas de signo político contrario. En Enseñanza, y en gran parte de la función pública, significa reservar el coto para el clan que ha hundido la Educación española y está instalado en ese territorio desde los años ochenta, sin que sus supuestos adversarios políticos hayan jamás presentado batalla ni defendido a alumnos, profesores, saberes y derechos.
Inseparable de la destrucción de la memoria, valores y conocimiento es la implantación de otra dualidad: el Pasado es el Mal, el Futuro el Bien, y basta con reivindicar logros anteriores, exigir cuentas por delitos, sacar a colación hechos y datos, para ser excluido del juego político y de la vida social. La memoria se administra en las dosis y momentos dispuestos por el régimen, que goza así de la impunidad y del acceso permanente al chantaje mediático. España vive una realidad virtual coercitiva, absurda en apariencia pero nada inocente, en la que sobreviven, avergonzadas de su país, silenciosas y perplejas, gentes a las que se hace el vacío, en cuanto osan expresarse. Los autores y los beneficiarios de la matanza del 11 M lograron, entre otros, un éxito extremadamente durable: la complicidad de la vileza asumida por miles de personas, que apoyaron la victoria política del golpe terrorista y la rendición interminable ante el miedo que lo han seguido. A las víctimas de las bombas de los trenes de Madrid, doscientos muertos y mil quinientos heridos y mutilados, se añade la gangrena que no ha cesado de extenderse desde entonces. El olor es el de un cadáver mal enterrado por homenajes oficiales, desafortunado monumento y apresurado olvido. Se lleva ya un lustro viviendo con una matanza cuya planificación y cerebros se desconoce y cuyo recuerdo se intenta recluir en el reproche de la inconveniencia. El país en el que una parte considerable de la población, convenientemente azuzada por el partido que así se instaló en el poder, tachó de asesino al que en el momento del atentado del 11 de Marzo de 2004 era su presidente legítimo, y no a los asesinos mismos, es actualmente la capital de las rendiciones y el centro olímpico de las alabanzas al islam del apartheid femenino y del odio al laicismo y las libertades. El Gobierno, llevado en andas por los clanes de los que es deudor, se distingue en los foros internacionales por el ridículo, la levedad y la ausencia. Mal puede desentonar, en este mosaico, la tesela de la situación educativa, consecuente con sectores de superior vistosidad y enjundia, pero no de mayor importancia.
El lado más oscuro de esta realidad virtual, la de ceguera selectiva y censura interna y generalizada que producen desde fuera la extraña sensación de caminar entre cuerpos invadidos por alienígenas, desemboca en el terrorista, un arma de nuestro tiempo. Terrorismo, fundamentalismo y cultura de la imagen son inseparables de un atractivo populista que los hace admirados y justificables. El viaje de la persona a la tribu también pasa por el filoterrorismo europeo, que se extiende desde los años sesenta hasta hoy. Sus fieles contemplaron embobados a Jomeini, a sus homólogos y a cuantos adversarios de la civilización occidental, de las democracias y de la vida se han dedicado a poner bombas. Al adoptar la tribu como marco, los que antaño fueron izquierdistas, progresistas y liberales hicieron suyos el mecanismo del agravio permanente, la envidia como energía renovable, la beatificación del perdedor asesino y la consigna de victimistas al poder. Con el ejercicio de la capacidad de matar el terrorista lleva a sus últimas consecuencias la pedagogía de la coacción, el impacto visual, la realidad instantánea y el dominio telemático. En el sujeto-masa se disuelven el deber, la responsabilidad y la culpa, y de él se reciben sin esfuerzo los necesarios conocimientos ocasionales. Se extiende el guerra no, muerte sí; y el sí a los pactos con el terrorista útil, ese oportuno asesino purificador que puede cambiar gobiernos, manipular elecciones y presentarse, de los libros de texto a las camisetas pasando por pequeña y gran pantalla, como un atractivo héroe.
El panorama de defensa encarnizada de la ficción irracional sería curioso, interesante para los investigadores y simplemente anecdótico si no perjudicara a millones de personas, se nutriera del producto del honrado trabajo de los ciudadanos de a pie y si no mantuviera en sus redes a cientos de miles de niños y adolescentes que están indefensos. En la evolución de la Enseñanza española, de la Logse hasta su exacerbación, con la LOE, a partir de marzo de 2004, pasando por la ocasión perdida de las dos etapas de gobierno del PP desde 1996, con la excepción del saboteado intento de Ley de Humanidades de la entonces Ministra de Educación, Esperanza Aguirre y de la timidísima y prestamente abortada Ley de Calidad de 2002, se concentra y escenifica un desguace (más intencionado y cuidadoso de lo que parecer pudiera) de límites infinitamente más amplios que el puramente educativo. Es un ataque plural a lo que ha sido el fundamento de una civilización que se extendió, por la sencilla razón de que conlleva mejores modos de vida, por el resto del planeta. Lo que se ataca es el proceso que, a través de siglos, ha permitido despegarse de la Tribu a la Persona, hacerla objeto de libertades, obligaciones y derechos y reivindicar como meta el acceso individual, mediante el ejercicio de las propias facultades y opciones, al desarrollo de la inteligencia, al humanismo y a la felicidad.
El clero de la nueva iglesia tribal milita, por supuesto, en la amplia parroquia que, desde los años sesenta y gracias a los frutos del estado de bienestar, se paga el lujo de la dualidad multiuso, la afiliación al Club Progresista y la excomunión de los reaccionarios. No en vano el modelo mediático es el joven que aún nada ha hecho, quien menos méritos tiene, el que no posee más principios que la repetición de los mantras de la corrección política y la vistosa adhesión al antiamericanismo y a la denigración de la identidad y herencia cultural europeas. El adulto acobardado halaga al adolescente, ante el que el profesor, el padre o el Presidente del país se guardan muy bien de mostrar superioridad alguna, ni de conocimientos ni de orientación ni de la autoridad que conlleva la madurez. Para ello se precisa del uso continuado de la falacia según la cual democracia y captación de votos son el único criterio del bien y del mal, aplicable, amén de a economía y política, a todo rasgo y actividad humana, como moral, arte, filosofía, fe, valores. Esto da un ilimitado margen de manipulación a las oligarquías tribales y deja en indefensión completa a los individuos, para los que no hay institución (ley común, familia, escuela, religión, cuerpo profesional, país, enseñanza) que ofrezca autoridad, marco de referencia, valores asumibles o no pero necesarios para la construcción del entramado adulto de la vida. La prostitución de conceptos ha sido feroz: Términos como igualdad,extrapolados a terrenos que nada tienen que ver con los derechos sociales y políticos, significan simplemente la dictadura de lo peor y de los peores; palabras como paz sirven tan sólo para excitar adhesiones automáticas a la más pura cobardía y el más peligroso engaño sobre las ásperas realidades de la situación internacional; reaccionarioy fascista son el nihil obstat de los inquisidores de nómina, los cuales nunca, ni en los tiempos del dictador Franco, habían alcanzado cotas semejantes de venalidad e indignidad.
Asistimos a una ofensiva extraña, pero no sin fundamento puesto que sirve a muy corto plazo para que las tribus (se adscriban éstas a mafias, localismos nacionalistas, clases socioeconómicas, multiculturalismos religiosos, rasgos sexuales o simplemente a cualquier minoría victimista creada al efecto) se superpongan a la persona como núcleo social, político y filosófico y como sujeto de derechos, y exploten lo que no les corresponde, imponiendo además el chantaje del temor a ser incluido en bloque maniqueo maldito. Es lo que ocurre, se transmite y se enseña en los centros educativos. Adiós a filósofos, a Grecia, a Roma, al evangelio cristiano, a las grandes hazañas y las figuras señeras; adiós a la coordinación temporal y espacial, a los universales, al conjunto de la geografía terrestre y a la consideración del mérito; adiós a la pureza de las ciencias, a la altura de la abstracción y a la conciencia del alto e indispensable precio del logro intelectual; adiós al profesor que se admira y a la esperanza en el trabajo propio. Lo que conviene, y se lleva haciendo largos años, es exaltar el grupo, el anonimato, la adhesión, el equipo; pero no el necesario a la investigación y las empresas concretas, sino el forzoso diseñado para asfixiar al individuo y denunciar los incumplimientos a la Ley de Procusto, que vigila el sometimiento a la Mediocridad como sinónimo de democracia.
La desaparición de ese gran hallazgo que fue la Persona y el sometimiento a la Tribu son rentables para ésta última a corto plazo, pero forzosamente letales en sus consecuencias. La plástica cinematográfica, molde de las corrientes que circulan bajo la epidermis de las sociedades, está ofreciendo fiel reflejo de la vasta tendencia suicidaria. Desde mediados del siglo XX, a partir de un momento preciso, comenzaron a triunfar (también por exigencias de las sagas) en las películas “los malos”: El criminal al final sí gana, el vampiro se aleja a extender su simiente por el mundo, el asesino en serie queda libre e impune, el monstruo pone el huevo de su progenie. La repesca histórica boga también, con entusiasmo, en la misma dirección: Calígula, Nerón, Atila han sido difamados, mientras que Alejandro Magno fue un vil militarista. El esquema es siempre previsible: Los perdedores y/o villanos son los que intentan ser honrados, la civilización, Europa, Estados Unidos, la técnica, el progreso, la forma de vida occidental. No existen criminales sino víctimas, no hay monstruos sino diferencias, la responsabilidad personal ha pasado a mejor vida, los criterios de Bueno, Malo, Justo, Injusto, Verdad, Mentira, Fealdad, Belleza desaparecen del horizonte cognitivo junto con la exigencia ética. Se disuelven, asimismo, el espacio y el tiempo, la historia (de la que sólo sobresalen los hechos oportunamente trillados o creados al efecto) y la memoria (que únicamente puede ser inmediata, apoyada en la aquiescencia del entorno y guiada por la corrección política). Esto es tanto lo que se enseña como lo que se derrama a diario en lluvia fina sobre la opinión pública. Fiel el arte (excepto cuando, como en España, es en buena medida siervo de la subvención y del catecismo oficioso) a su papel de profeta y mensajero, trae a las pantallas plagas de suicidios colectivos (por supuesto en las zonas más desarrolladas del planeta; nunca en China, Irán o Corea del Norte), con escenas en las que ya se representa, directamente, y a corta distancia, el asesinato de niños, mientras fauna y flora suspiran por la desaparición de la nefasta especie humana. La meditación sobre la trascendencia planetaria sirve de maravilla al buen vivir de las mafias dominantes, especializadas en la manipulación de masas contritas y en la de una Europa que se disculpa a diario ante la madre Naturaleza y ante los peores dictadores por el simple hecho de existir.
El regreso de la Persona a la Tribu está muy lejos de ser una simple repetición, maquillada por la revolución técnica, de etapas medievales. Sólo en la época contemporánea había permitido el Estado de Bienestar la proliferación de grupos dispuestos a vivir, sin riesgos, a costa de la Utopía y a ejercer un chantaje continuo sobre el cuerpo productivo social. Únicamente ahora se ha elevado el ideario del parásito, para el que son letales conocimiento y excelencia, al rango de cultura dominante. Frente a la realidad virtual, la verdad omitida, la indiferencia, el saber proscrito, el vasallaje a la dualidad y el tópico, queda la valentía de los individuos cabales y conscientes. No resta ahora sino combatir el monopolio mediático con la voz propia, en todas y cada una de las ocasiones, en despachos, charlas, tertulias y muy particularmente en las aulas, sin esperar a una materialización de Fahrenheit 451, de Ray Bradbury, en la que haya que memorizar los libros. Hoy por hoy, denunciar la realidad virtual, reivindicar el dos y dos no son cinco, requiere valor, y, desde luego, es el camino. El camino que regresa, desde a Tribu, a la Persona.