DE LA UTILIZACIÓN POLÍTICA DE LA ENSEÑANZA MEDIA.
1984. El desastre educativo programado era evidente ya para cualquiera que lo quisiera ver.
M. Rosúa
Las disposiciones jupiterinas, entre las que se encuentra lo que se ha dado en llamar “reforma de la enseñanza media”, no son sino una forma de justificar puestos y maquillar la galopante regresión que en todos los órdenes del bachillerato se está dando. Dejemos en el más respetuoso aparte a los ilusionados profesores que han creído ver al menos una posibilidad de variación en un medio tan desprovisto de ella.
El proyecto de reforma, que ni siquiera existe sino como sarta de hinchados tópicos carentes de sentido concreto o planificación, se resume en una doble degradación: del profesorado de bachillerato, al que se remite al nivel y deberes de la EGB y de la FP y al que se reduce a vigilante de guardería de niños creciditos, sin más perspectiva que un instituto al que se han cortado todos los puentes hacia la universidad u otros campos intelectuales. Degradación también del alumno, que saldrá de la reforma con un puré de saberes manuales inoperantes para la formación como tal y aún menos para el empleo, y sobre todo carente del nivel de conceptualización y abstracción necesario a esas edades, amén de con una indigencia de conocimientos atroz.
La pantalla de humo populista gubernamental no es sólo inepta ni inocente (la demagogia nunca lo es), sino que esconde la falta de financiación y la ausencia de política honesta respecto al profesorado que llevaría a la única –y modesta porque el terreno no da para más- mejora cualitativa posible. Estamos en el año de Orwell; henos ante bellos ejemplos de neolengua, términos en los que se disfrazan sus contrarios. Donde se nos habla de “remediar el fracaso escolar” hay que leer poner el listón a ras del suelo; por “formación integral” se entiende una incultura aplastante; por “metodología activa” la babel de 40 personas encerradas más de seis horas diarias con un profesor; por “preparación para la vida” se entiende enseñanza media como antesala de la oficina de empleo y vida = mercado laboral = pronta disposición para ser el obrero técnico y el consumista perfecto del mañana.
La piedra clave de cualquier mejora real de la enseñanza se omite reduciendo las llamadas a la dinámica y a la creatividad a puro verbalismo: se trata de la reducción a un máximo de 22 de los 40 –y más- alumnos por aula; la renovación y ampliación de instalaciones (audiovisuales, etcétera), y muy especialmente la consideración profesional de los profesores de enseñanza media, con la inversión, no tanto ni solamente de fondos, sino de respeto y ampliación de horizontes y posibilidades. Sin embargo, la reforma del MEC no habla del docente de bachillerato sino en un tono que, pasando por el ridículo, raya en las proezas circenses. Se suponía que eran personas de aptitudes académicas al menos respetables y cuya función vertebral era dar clase bien. Las previsiones estatales los condenan a ejercer, además, como psicólogos, encargados de guardería, jefes de personal, consejeros áulicos y asesores morales de madres y padres, padres suplentes, animadores de grupos, iniciadores en los ritos del paso de la adolescencia (“el profesor debe introducir al alumno en el mundo de los adultos, mediar en los frecuentes conflictos generacionales y orientar profesionalmente”, MEC, julio 1983) y, con la lógica demencial de las áreas afines, quién sabe si como peluqueros, electricistas o fotógrafos.
El MEC utiliza un original y económico concepto del pluriempleo para ofrecer a la opinión pública, sin mayor gasto de equipos de psicólogos –de los que, naturalmente, los centros carecen y no se habla- , inversión en instalaciones o aumento de personal, una completa gama en la que la plurivalencia transformista del licenciado y doctor de Físicas o Lengua le permitirá cumplir sus múltiples funciones, incluso, si la drástica reducción prevista de las horas de asignaturas fundamentales lo permite, la de dar clase de su materia.
Aislar a los docentes
Nada respecto a la ampliación del techo de posibilidades intelectuales de los profesores de bachillerato; nada encaminado a facilitar la permeabilidad media-escuelas superiores-Universidad; nada en cuanto a investigación, becas y estancias en el extranjero; nada respecto al año sabático, nada, etcétera; entendido no sólo como ausencias, sino como voluntad estatal clara encaminada a aislar a los docentes de la enseñanza media en un reducto profesional, social e intelectual de bajísimo techo de posibilidades y horizontes.
La pantalla de humo es la enseñanza media como panacea decimonónica, ungüento amarillo de la delincuencia, recurso contra el paro, baby sitter de adolescentes molestos, revolución cuando no se han hecho revoluciones, reforma sin cambios, paliativo de la agresividad juvenil, descanso de familias, presentación del profesorado como perezoso hatajo al que se va a meter en cintura a golpe de productividad mecanicista al cronómetro. Tras esta oratoria estajanovista hay la inoperancia más absoluta; el profesor que perderá lastimosamente tiempo, vocación y dinero en café deambulando por pasillos, sala común o diminuto y superpoblado seminario, disponiendo de los lavabos como único lugar aislado de lectura y estudio.
Tras la pantalla se mueven antiguos enseñantes que, con la torpeza agresiva del nuevo rico, justifican el prudente dicho “no sirvas a quien sirvió”…; pero, sobre todo, están unos presupuestos copados por Defensa, Interior y afines; está la OTAN, la dependencia norteamericana, está un Gobierno que intenta distraer la opinión de unas directrices contrarias a su programa e imagen pública. Y está un grupo político dotado del hambre de los jóvenes, pero no de su inventiva ni de su audacia.
(Este artículo apareció en el periódico El País el 26 de junio de 1984. La autora tuvo ocasión de conocer la LOGSE y su desastre educativo mucho antes de que la ley entrara oficialmente en vigor en 1990, puesto que ya desde los años ochenta la LOGSE se implantó, de forma supuestamente experimental y voluntaria; en realidad de manera obligatoria, en diversos centros, entre ellos los llamados piloto. La autora trabajó en uno de ellos. No hacían falta dotes de intuición paranormales para ver la evidencia.
Sí hacía, y por lo visto sigue haciendo falta, valor para su denuncia. El mejor valedor de la destrucción educativa que la LOGSE supone y ha supuesto es su red de intereses creados, clientela tribal y propaganda).