Madagascar, enero 2017
Estoy sentada frente al lago que fue cráter, recuerdo de una actividad volcánica hoy desaparecida. Círculos de muchos peces. Dos pescadores.
De repente, cortando la escena, una hilera de doce patos en perfecta formación.
El agua siempre es como la eternidad.
Vuelven los que quizás son ocas. Sin abandonar su formación saltan a tierra. Se posa cerca un pájaro como un gorrión rojo. Los animales traducen cada cual con sus sonidos la puesta del sol. Da miedo moverse, como romper un cristal. Lento, azulado, gris perla, termina el día del trópico.
Incluso la muerte, que aquí está tan cerca de la vida, en estos momentos descansa.
La luna, creciente o menguante, por debajo del Ecuador es inversa.