NO AMAMOS AL GRAN HERMANO
2011-M. Rosúa
Estáis esperando que toda la población, menos los irreductibles que se escupen al lado como el hueso de la fruta, se sume a la conmovida gratitud, al irreprimible espasmo sentimental que produce ver llorar a los dirigentes a lágrima viva porque han logrado acabar con un grupo terrorista, porque han devuelto la libertad, la felicidad y la completa democracia a todo el país. Ésa es la calificación con la que presentáis vuestra hazaña, envuelta en ramos de flores, brindis, vítores y promesas nada menos que del premio Nobel de la paz.
Debajo de la p, de la a y de la z, y de cada una de vuestras sonrisas y lágrimas (“Retenedme, que rompo en sollozos”, “Mirad, sin perder detalle, hasta qué punto estoy emocionadísimo”) hay, exactamente, el fenomenal pago de un soborno, la cuota -más espectacular de lo acostumbrado- de los numerosos pagos de la deuda que generó un compromiso. Hay la rendición absoluta, en plazos visibles y bien establecidos, a una tribu que siempre recurrió al asesinato, el de mil compatriotas vuestros, una más entre otras tribus ansiosas de repartirse asimismo las presas de la caza, el cuerpo desnudo de lo que debía ser un país de ciudadanos libres e iguales. Gracias a vosotros, que odiáis la libertad hasta el punto de tomar su nombre en vano para recubrir exactamente la situación que le es más contraria: la servidumbre temerosa, el halago perruno para congraciarse a los matones y los criminales, la promesa de dádivas con el dinero, la generosidad, el perdón, la dignidad que son todos ellos de otros, que nadie os ha cedido, que no os pertenecen.
Lleváis demasiadas horas presentando como una hazaña, en cuantas cajas de resonancia tenéis a mano, que son la inmensa mayoría, la venta a un grupo chantajista y mafioso, feroz en la barbarie y homicida, de la dignidad, haberes, cargos y recursos de la nación entera a cambio de que por un tiempo afirmen que dejan de matar. Habéis bautizado como victoria la derrota perfecta que consiste en sobreabundar en el abono del chantaje, en inundar de oro, nombramientos, seguridades futuras, mimos e impunidades a quien ha matado, no en guerra alguna, sino en el ejercicio puro del asesinato. Todos y cada uno de los titulares de prensa con los que pensáis procuraros trozos de la presa blanda de la opinión pública, cada decibelio que proclama a los cuatro vientos el acuerdo idílico que aseguráis haber conseguido exhalan ese olor de las grandes mentiras, mezcla de perfume violento y extensa corrupción.