NO LOS MOVERÁN

No los moverán

2008-M. Rosúa

Tal vez tan inmovibles como ellos. ¿O no?

Tal vez tan inamovibles como ellos. ¿O no?

Como profetizaban las entrañas de los animales sacrificados (mayormente de Enseñanza Media) y las previsiones sobre la audacia de quienes firman el Boletín Oficial del Estado, en Educación hay serio peligro de que se cambie algo para que nada cambie. Aquí no salimos de Sicilia. Bien entrado el segundo mandato del Gobierno y con la reticencia de un molesto deber ya inaplazable, se anuncian nuevas disposiciones, pero, eso sí, con un preludio de contradicciones y miramientos que, al garantizar la perdurabilidad intercambiable de cuantos subsisten gracias al antiguo entramado, no puede sino avalar la continuidad del desastre que éste significa. El método de los parches está llamado a anular cualquier aspiración a un cambio de, al menos, igual envergadura que la Ley que dio origen a la miseria presente, y desde luego es el promocionado como mal menor por ese bastión del partido anteriormente en el poder y de sus dos sindicatos afines que no pretende ceder un ápice del terreno que su clientela, y no precisamente por méritos, ocupa en la Administración del Estado.

Las etapas estratégicas de la justificación de unas disposiciones educativas tan demagógicas como incapaces de resistir el menor análisis crítico han sido las siguientes:

Durante su gestación, en los ochenta, la Reforma se concibió como una cortina de humo propagandística por la que, sin mayor gasto de presupuesto ni neuronas, se abría una época de prodigiosos logros igualitarios, grandes rebajas académicas y reparto gratuito de diplomas.

Paralelamente, en los diversos aspectos de la vida social y la gestión del erario público, la dinámica real iba más bien en sentido contrario, con una progresión de enriquecimientos rápidos, repartos de comisiones y desguace administrativo que precisaba de igualitarismos cara al respetable y distribución periódica de sopas populares.

La LOGSE, que decapitó y destruyó una Enseñanza Media muy aceptable y con potencial excelente y, lo que es más grave, malogró la posibilidad de ofrecerla gratuitamente, sin perder calidades, al conjunto de la población, justificó la patente vaguedad y estulticia de sus tópicos y la cruda evidencia de su ausencia de financiación con el recurso al superior valor social y democrático que la inspiraba y justificaba en su conjunto: ampliar la enseñanza pública obligatoria hasta los dieciséis años. Que tal premisa fuera de obligado cumplimiento en un contexto cada vez de más generales rasgos europeos y que en absoluto constituyera una patente contra atropellos e incongruencias fue sistemáticamente silenciado, de forma que la Ley apareciera como el granado fruto progresista de un Gobierno caracterizado por su preocupación social y formase un escudo contra críticas a cuyo resguardo los fieles pudieran tallar, repartir, disponer y conservar a su antojo.

Para esto, de puertas adentro, lo que significaba en la práctica era la anulación de especialidades, oposiciones, valores objetivos, niveles y méritos académicos, de forma que, demolida la Enseñanza Media y borrados de un plumazo-versión BOE de la patada en la puerta-los cuerpos profesionales de Agregados y Catedráticos, el goloso espacio de la Enseñanza Pública se transformase en una bolsa única e indiferenciada de docentes en la todos dieran clase de todo e hicieran su agosto las clientelas políticas y sindicales de elemental y primaria, sectores que pasaban a ocupar las arrasadas zonas antes dedicadas a unos adolescentes que ahora se condenaba a la infantilización obligatoria. Esto tenía grandes ventajas estratégicas y un nada desdeñable rendimiento populista. Permitía poner a cualquiera en cualquier puesto y condenar al ostracismo y degradar a quien conviniera cuando pluguiese, supervisando el conjunto con un Santo Oficio de celosos vigilantes del cumplimiento de la Ley que hallaron en ella una fuente de diezmos y primicias por sus propios méritos inalcanzable. Respecto al alumnado, el aprobado automático y la sustitución de los cursos por ciclos eliminaban el fracaso escolar; la jibarización del Bachillerato y de las asignaturas fundamentales-minimizadas en los horarios o desaparecidas-y la floración de un variado repertorio de materias transversales, destrezas y habilidades hacía de la obtención de diplomas un simple formulismo. En cuanto al gran público, a pocos amargaba el dulce de la oferta de guardería social permanente en que se convertían los centros, aunque los supuestos niños afeitaran barba, practicasen en los segmentos de ocio (otrora recreos) el tiro al pichón sobre el profesorado e incluyeran en sus reivindicaciones la distribución automática de preservativos. Detalles como su ignorancia y localismo, la humillación y abuso de los que ya no debían enseñarles sino sufrirles, la inutilidad burocrática de la insaciable policía pedagógica, el espectacular hundimiento de la Enseñanza Pública, que, con tal sistema de filtros, quedaba como una reserva de marginados e indigentes, no han provocado en los responsables de la LOGSE otra reacción que la fuga hacia adelante al grito ¡No nos moverán!, en defensa cerrada de esos puestos obtenidos por la fidelidad del comisario político y el seguidismo gregario de quien instintivamente teme a la reflexión, el mérito personal y la diferencia.

Las únicas propuestas educativas con un asomo de cordura vinieron de la anterior Ministra de Educación, y se encontraron, pese a su timidez, con el ataque en banda de los inversores en tan provechosa situación y con el abandono del Gobierno. No en vano menudearon los chascarrillos sobre su supuesta incompetencia: La estrategia de crear una imagen risible de un político que ha hecho afirmaciones de sustancia no es nueva en el panorama español. La exministra nada pudo hacer, y continuó el hundimiento educativo del que el tendencioso y ridículo aprendizaje de Historia y Geografía no es sino una de las puntas del iceberg.

Como el principio de realidad, pese a todo, aflora y el desastre es difícilmente refutable, los causantes de la Reforma han desplegado una táctica que consiste en copar puestos que les otorguen la aparente categoría de interlocutores sociales, achacar exclusivamente los problemas a necesidades de financiación y detalles formales, canalizar partidas presupuestarias y cursillos pedagógicos y monopolizar la defensa del progresismo y la democracia asociándola con ellos mismos y con la estructura de la Ley. Paralelamente, han hecho correr la afirmación de la imposibilidad de derogación y reemplazamiento de la LOGSE-y ello, independientemente ya de sus defectos e incluso aunque éstos sean obvios-a causa de la complicadísima trama administrativa y la red de accesos fulgurantes y nombramientos vitalicios con los que sus autores la blindaron y se blindaron a sí mismos. Añaden a ello la incompatibilidad que existiría entre una gratuidad y obligatoriedad de la enseñanza hasta los dieciséis años, que ya es derecho inamovible, y la modificación de la franja de estudios que corresponde a las edades del bachillerato. Todo esto confluye en un sucedáneo de reforma que, como la últimamente propuesta, mantendría intactos los huevos y haría al tiempo con ellos ciertas tortillas para parche de temas en que la estupidez ha alcanzado rango de notoriedad. El argumento oficial de que conviene no apresurarse a cambiar la normativa porque esto obligaría a hacer lo propio con los libros de texto es, quizás, la página más cómica de este libreto. La Ley del 90 hizo la fortuna de grandes editoriales, algunas muy próximas al partido entonces en el poder; en formato más modesto, proporcionó unas pesetillas a docentes colaboradores en el sofrito pedagógico. Y ahora resulta que hay que invertir causa-efecto y conservar el virus para garantizar la compra de fármacos.

El problema actual es de calado por la imposibilidad de mantener a la vez el entramado de intereses y de puestos de aquéllos que son responsables directos del desastre actual y luchar contra dicho desastre. No siempre es viable, ni aceptable, el compromiso. En este caso es, incluso, un absurdo lógico. Sin hablar, claro está, de justicia, según la cual los autores y colaboradores en el caso LOGSE merecen por sus preclaros méritos mayor pena que los pintorescos estafadores que se limitaron a desviar los millones a miles. Puede que no sea factible enviarlos a galeras o encerrarlos en mazmorras lúgubres, con textos de la jerga logse como única lectura, pero, por mucho que el corporativismo entre políticos aconseje el hoy por ti, mañana por mí, es inaceptable mantenerles los virreinatos in aeternum. Las víctimas seguirán siendo víctimas de cada uno de los que continúan en sus despachos y claman por guardería permanente, mantenimiento de ciclos, infantilización y aprobados automáticos. El dinero será continuamente exigido por los interlocutores sociales, sin que esto implique mejora académica. Por la ley de las minorías autonómicas, y mientras la defensa de los localismos más risibles sea fuente de poder y presupuestos, se impondrán auténticos despropósitos en Lengua y en Historia. El idílico consenso obtenido por el MEC con las autoridades autonómicas y los autores y defensores de la LOGSE no puede producir sino inquietud, por no hablar de la certidumbre de la inoperancia, del continuismo y del timo. Porque hay incompatibilidades y opciones ante las cuales se impone la solitaria, impopular y nada placentera toma de decisión, en temas que sólo ofrecen la satisfacción de obrar según lo verdadero, lo beneficioso y lo justo, pero que nada tienen de rentable en votos y no anuncian a corto plazo sino protestas, diatribas y la seguridad de enemistades.

El programa de parches mínimos de la actual Ministra no repara en la conveniencia, por esta vez, de empezar la casa por el tejado. Dada la dificultad-y sin embargo necesidad-de desmontar la LOGSE, lo más urgente es ocuparse en primer lugar del nivel superior, porque es ahí donde se encuentran los problemas de mayor envergadura y la posibilidad de encontrar apoyo y tirar hacia arriba del resto. El ataque cerrado al Bachillerato no ha sido casual porque en esa franja de edad adolescente se encuentra el florecimiento irrefutable de la diferenciación. La Enseñanza Media ha sido la carne de cañón de un socialismo que jamás fue, que no se pretendió realmente que fuera y en el que nadie quería vivir. Pero sí vivir a su costa. Lo que se ha vendido como igualitarismo democrático en la Educación cubre de vergüenza a sus responsables. Es tiempo de reclamar la verdadera igualdad, la de oportunidades en la Enseñanza Pública para los que no tienen posibilidades de otra, el derecho-estamos en las conmemoraciones de Ortega-al elitismo del mérito, la capacidad y el esfuerzo para aquéllos sometidos ahora a la dictadura de los peores, confinados a un ambiente pueril, asfixiados por exigencias burocráticas y abusos laborales de un mandarinato de la Reforma que no es nadie sin tropa a la que reunir y someter a sus exigencias.

La clientela logse quiere atraer primero al MEC a las zonas grupales e infantiles que le son propias, a pantanosos terrenos de consenso donde será imposible mover pie ni mano sin el beneplácito de los supuestos grupos de interlocutores sociales, antagónicos y alérgicos a la individualidad, el mérito, la profesionalidad y la especialización. Lo ocurrido con la Educación en España desde los ochenta nos da un ejemplo de manual de la claridad perceptiva de Ortega, porque ni sindicatos ni mayorías pueden decidir el resultado de la suma de dos y dos, la fecha del descubrimiento de América o el ritmo de estudio en Matemáticas o Lengua. No se aprueban las Leyes de Kepler por votación asamblearia, ni se decide por presión sindical que los profesores de Inglés darán clase de Música y los de Griego vigilarán párvulos, ni, por conveniencias de clientela y partido, se coloca a jóvenes que por su edad son de Media en una prolongación de Básica muy justamente llamada ESO.

En un claustro de profesores de instituto, y ante un tema que concernía a la integración o no, en un futuro próximo, a un colegio de primaria, alguien, expresando sin duda un sentir bastante general, dijo :Nosotros somos funcionarios y no podemos decir nada. Que se haya llegado a tal extremo de desmovilización y temor, que las reuniones se vean reducidas en los centros a la silenciosa aceptación de las órdenes que de la Administración dimanan, da la medida de la profundidad y anchura del desastre y es inseparable de la degradación de docencia y alumnado. Nunca había existido en los institutos clima de indefensión, desánimo y pasividad semejante, ni con Franco ni con Viriato. Se dice que viene desde la abortada huelga de los ochenta, pero en realidad es la LOGSE. su entramado de arbitrariedad e intereses, su promoción de la mediocridad y la envidia, la doblez a la que obliga la fidelidad a supuestos representantes del progresismo y la evidencia de la estupidez lo que ha gangrenado hasta tal punto a un colectivo profesoral que se distinguió en otro tiempo por la libertad, el espíritu crítico y la respuesta pronta.

Llega a los centros una clase de alumnos respecto a los cuales el trato será la piedra de toque de la existencia, o no, de una enseñanza democrática. Los hijos de los emigrantes, lejos de traer en sí un peligro de degradación de la calidad -¿más todavía?- y de delincuencia, se suelen caracterizar por el deseo de ascenso social y aprovechamiento propio de las familias pobres. Quien haya viajado por el Tercer Mundo sabe de esa impresión penosa que produce el hambre de estudios en jóvenes que carecen de recursos, de la avidez con que reciben cualquier posibilidad de escolarización y mejora, y del sentimiento de injusticia que el occidental experimenta ante los mimados adolescentes de su país que desprecian y tiran la educación al suelo como la comida. Los hijos de emigrantes valorarán en los institutos españoles lo que sus compañeros desdeñan por gratuito, pero siempre y cuando no se encuentren rodeados de lo peor de la cabaña local porque los centros han pasado a ser el ghetto de los que no pueden pagarse la enseñanza privada.

Acabarán moviéndolos

Acabarán moviéndolos

Se impone recuperar ese zona específica de la enseñanza que es la Media, prolongarla, eliminar adherencias pueriles y ribetes de guardería, establecer criterios de exigencia en su paso a ella desde la Básica y garantizar a los que llegan una formación digna tanto en las ramas profesionales como en un Bachillerato que merezca, por su extensión y contenido, tal nombre. David tiene enfrente al Goliat de los intereses que ha creado la actual Ley de Educación. Razón de más para dar muestras de que en el zurrón no hay sólo economía y consideraciones de política internacional. 

Rosúa