SALVEMOS AL CAPITÁN TRUENO
Apelo al Defensor del Menor, para que actúe de urgencia porque el caso lo requiere. En este mismo momento niños indefensos, al socaire de que la gran pantalla les ofrece una película autorizada para todos los públicos, se exponen a verse sometidos, durante el tiempo del largometraje, a indecibles sevicias que, sin embargo, intentaremos decir en un desesperado intento por salvarles y salvar al ultrajado y descafeinado héroe. Surge una de las peores películas del cine español, categoría en la que, de por sí, dado el habitual nivel cualitativo, es difícil competir. Capitán Trueno y el Santo Grial lo ha logrado.
Nada falta, en la forma y en el fondo, a la traición absoluta al querido Capitán Trueno, a sus compañeros, a sus enemigos y al creador del protagonista del cómic. En lo puramente técnico, los actores no pueden ser más lamentables, sus diálogos parecen transmitidos por un móvil de escasa cobertura y aún menor batería, los gestos no desmerecen de la estolidez del guión y los efectos especiales se sitúan entre el cartón-piedra, el miedo todo a cien y el matasuegras gigante. La relación con el cómic supuestamente inspirador no pasa de la vil usurpación de nombres y referencias. Pero nada de esto justificaría por sí solo la desesperación de esta llamada a la defensa del Niño (Los niños, dado el nivel actual de cultura española, pueden tener bastantes años). La película alcanza el grado de virtuosismo en lo que al cumplimiento estricto del decálogo de la obediencia debida, sin el cual no hay salvación ni subvenciones. Y, justo es reconocerlo, en su modestia incluso supera a la larguísima y monótona filmografía española en la que los siervos de la gleba estatal recitan, con variaciones mínimas, idénticos tópicos y guión. Con el mérito añadido de que el destino al público infantil (Herodes hubiera aplaudido) ha impedido a los creadores incluir las escenas de sexo ginecológico de ejemplar cutrez que normalmente son de rigor. Otro reto ha sido que la ambientación siglo XIII difícilmente permitía las preceptivas referencias a la Guerra Civil, a la Guardia ídem y a lo más granado del lumpen urbano.
Pero el catecismo se ha cumplido con una minuciosidad modélica; para agravio del Capitán Trueno y de los suyos, que sin duda se revuelven indignados en ese glorioso mausoleo donde descansan los héroes de nuestros amores. Los cupones de racionamiento cinematográfico se rigen por reglas muy estrictas según las tres líneas maestras:
Consigna número 1: Alianza de Civilizaciones a todo pasto
Concordia universal. Fraternidad de razas y colores. Igualdad de religiones; con la salvedad del Islam, al que hay que dar coba o no se cobra, y del Cristianismo, al que hay que dar caña o, en su defecto, ignorar o minimizar sus símbolos y referencias, y, si hubieren de aparecer, borrarlos inmediatamente de la memoria del espectador con otras imágenes.
Adiós al Santiago y cierra España, que el protagonista se guarda muy mucho de pronunciar. Sarracenos malos hay pocos y al comienzo; pronto desplazados por rígidos fantasmas de un Halloween paniaguado y rural y por dos traidores y cuatro brujas con mucho menos nervio escénico que las bailarinas de La Venganza de Don Mendo. Aunque su padre era de conducta discutible, el príncipe moro, especie de alter ego oriental del Capitán, es buenísimo, tan impecable en lo moral como su maquillaje y turbante. De la primera a la última escena consigue que no se le corra el rímel ni se le tuerza un centímetro el tocado. Se llama Hasan, como la conocida familia regia al sur del Estrecho. Es el providencial salvador de los cristianos desvalidos y recibe en su despedida todos los plácemes y bendiciones para cuando ocupe el trono que le espera, probablemente en Marruecos.
La apoteosis de la susodicha Alianza multirracial y plurirreligiosa se da en las escenas finales, con la Ascensión, en globo, de ejemplares escogidos de variadas culturas. En este vuelo de bajo coste se incluye, como en el Arca de Noé, un representante de cada especie, véase la alegre pagana nórdica, mientras el pueblo, ya convenientemente iluminado, se organiza abajo, en la llanura. Como otras civilizaciones les esperan, el director amaga con la continuación de las aventuras según transcurra el viaje aerostático.
Consigna número 2: El Cristianismo estará francamente mal visto. De no poder denigrarlo o ridiculizarlo, se le ignorará
Con un caballero de las Cruzadas como protagonista el cumplimiento de esta regla, sin la cual no hay pasta ni cobro posible, era difícil para director y guionista. Pero no parece haber supuesto problema alguno. Bastaba omitir la más leve verosimilitud histórica, y no por creatividad y juego libre de la fantasía. Sólo por mera dejadez y seguidismo del tópico, hasta extremos francamente gozosos. La censura impuesta por el catecismo de la subvención estatal es tan feroz que los campesinos españoles de la película responden a los nombres de Júpiter, Venus y Saturno, muy usados como se sabe entre los campesinos aragoneses de la Edad Media. Evidentemente Pedro, Cosme o Juana hubieran delatado una generalizada propensión al bautismo. El espectador infantil, y el más talludito carente, gracias a la LOGSE, de conocimiento histórico alguno, integra con toda naturalidad lo que sucede en las pantalla con una de romanos. También asistimos al curioso fenómeno de un escogido grupo de caballeros cruzados sin cruces, que ignoran invocaciones piadosas y santoral. La cámara se esfuerza en pueblo y fortaleza por no captar iglesias, cruces ni catedrales, excepto si se precisan para el culto satánico. El Grial está diseñado según el modelo del as de copas, con un rubí diabólico tan ajeno a la leyenda artúrica como las vajillas de La Cartuja, y su relación con las fuerzas del Mal y la serpiente subterránea inquieta no pasa del producto de un sopor etílico. Evidentemente el guión ha pretendido reemplazar la médula del cómic originario, los explícitos ideales del Capitán Trueno, por una paupérrima imitación del Bien enfrentado a los malignos seres de Lovecraft.
Consigna número 3: Nada de valores individuales, iniciativa, mérito ni héroes buenos que ganan. Colectividad, relativismo y modestia
El cabo Centella, porque así deberíamos llamar, como mucho, al falso Capitán Trueno del la película de 2011, no para de perder el pobre. Pasada su gloria inicial, con el salvamento en la fortaleza al comienzo de la película, se aplica a que le derroten, golpeen, encarcelen y torturen. El moro bueno se aburre de perdonarle la vida y se va a su reino dejándole por imposible. Y, por si esto fuera poco, el protagonista, cuando nadie le ataca, se lanza por aparente placer, con metal, cota, espada y todo, de espaldas en un río. En otra ocasión desdeña el uso de cuerdas y gancho para la escalada y asciende por la muralla al estilo de Drácula. Afortunadamente los del pueblo completan su formación bélica, deciden que prefieren matar a morir y, cual si dominaran los autores marxistas, se imponen como sujeto histórico.
Goliat y Crispín también se atienen a la regla del justo medio, con físico y edad más bien discretos que hacen echar de menos con nostalgia las gigantescas anchuras del primero y la gracia quinceañera del segundo. Los héroes originales hubieran dado mal ejemplo de, respectivamente, exuberancia corporal y trabajo infantil. Sigrid tiene aproximadamente el atractivo de una cerveza tibia de poca graduación. Verdad es que su trabajo escénico resulta incluso muy inferior a su caracterización del personaje y a su recitado de las contadas frases que el guión le asigna. Tampoco la ayuda mucho el vestuario, escasamente propio ni de la época ni, vikinga o no vikinga, de los trabajos por tierra y por mar.
Los niños deben ser protegidos, al Defensor del Menor le corresponde tomar cartas en el asunto. Ahora bien, la película sobre el Capitán Trueno tiene grandes méritos. Consigue, en una competición reñidísima, el galardón de película española rematadamente mala y cumple con el catecismo para conseguir subvenciones, aunque la tierna edad de sus potenciales espectadores le vete los habituales e imprescindibles recursos del cine español (un taco por cada tres palabras, sal gorda, escenas de cama sin venir a cuento con desnudos integrales pasablemente celulíticos y decorado de rebajas de sex-shop, malos-fachas-poderosos frente a marginales-víctimas-oprimidos, Guerra Civil que no falte; desdichas, mal humor, finales desgraciados, propaganda inmisericorde de los más manidos tópicos del verdor planetario). La obra merece la alfombra roja por su fidelidad a los mandamientos cinematográficos de la Celtiberia infeliz.
Todavía estamos a tiempo. No a una continuación. Descansa en paz, querido Capitán Trueno.