Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones
Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. El vistoso capote de delincuencias menores agitado por los medios televisivos en momentos oportunos torea y dirige a su antojo al votante y la opinión ciudadana. En España han campeado y campean a sus anchas intocables de todo tipo y condición, familias enteras de los feudos nacionalistas, sindicatos y empresarios administradores seculares de los fondos europeos, con tal pericia que el país está en cabeza del paro, nubes de expolíticos venden sus contactos y hornadas de licenciados se expatrían provistos de sus diplomas inútiles sin que ninguno de los hacedores de las nefastas leyes educativas se responsabilice.
Naturalmente para la trama de intereses de Gobiernos prácticamente nacidos en el escaño del Parlamento las Clientelas de la Utopía subvencionadas y amamantadas son tan indispensables como el ying para el yang: Hay que exhibir hordas agresivas de revolución total para evitar que se repare en la perversión del libre mercado y el Estado de Derecho en forma de consejos de administración de bancos y grandes empresas formados por políticos, ministros y ex ministros, hace falta ruido mediático de fronda para ahogar la alianza oficial con la Justicia, a cuyos miembros nombran los partidos y apoyos virtuosos al “derecho a la vida” como si los demás sostuvieran sin discriminaciones la muerte, y ello por parte de los que no se han manifestado jamás contra la pena capital ni propuesto medidas prácticas reales en el marco legal y económico ni denunciado las causas que, integradas en el sistema, favorecen lógicamente la corrupción.
Paralelos, hasta juntarse en un charco estancado, corren los dos arroyos, el de la corrupción oficializada y el de los robos clásicos a base de comisiones fraudulentas, desvío de fondos, apropiación de capitales. Desembocan en el agudo sentimiento de indefensión ciudadana, se mire hacia donde se mire, sin hallar recambio ni desagüe al cauce del charco, alimentado además subterráneamente por una oscura, silenciosa y silenciada, pero cierta conciencia de culpabilidad vicaria, de cegueras oportunistas y selectivas, de 11 M que se descompone lentísima, inacabablemente, de embriaguez temporal a base de consignas que alababan paraísos en los que no se deseaba vivir, de historia de una lucha inexistente para gozar de los privilegios del eterno adversario.
Del pastel de más de treinta años de componendas y reparto del Estado se escoge oportunamente alguna guinda para exhibirla como implacable actuación contra los corruptos, se crean comisariados de buenas costumbres según conveniencia y audiencia, se inventa un chantaje en forma de denuncia sin pruebas que implica la muerte política del chivo, inocente o no, más a
mano. El puritanismo selectivo es un arma de letal eficacia. Y es perfecta para desviar tiempo y energías y omitir la aplicación de leyes básicas existentes pero cuya transgresión nunca se paga, nadie devuelve jamás las inmensas sumas desaparecidas en el sumidero del despilfarro, la propaganda y los rentables acuerdos con grandes empresas. En cambio, aparecen y pueden aparecer en cualquier momento remedos de los ministerios orwellianos: Ministerio de la Transparencia, De la Gestión de Imputaciones, De la Defensa del Género Epiceno, De la Corrección Lingüística, De la Corrupción Preventiva (todo un clásico en la tradición del “crimental” de 1984), que ofrecerán la obligatoria Formación para la Ciudadanía en forma de cursos como “La bisexualidad sin esfuerzo”, “Lesbianismo para principiantes: teoría y práctica”, “Reciclaje de rosarios y belenes obsoletos” o “Las chirigotas en la literatura universal”. En todas las lenguas y dialectos peninsulares, por supuesto. Y, como nunca antes la cuota de pantalla, palabras y tiempo otorgada a grupos e individuos tuvo tanta importancia, organismos y consignas tendrán un éxito prácticamente asegurado, sobre todo los que cobren por ello. Es probable que la oposición se vea reducida a la impresora y el folleto semiclandestinos.
A mayor escala, las peores dictaduras están ciertamente exentas de corrupción. Son, como Corea del Norte o la China maoísta, infiernos de perfecta pureza que no dudan, como en el caso coreano, en inaugurar una nueva forma de pena de muerte que ha sido su única aportación original a la
historia actual de la humanidad: En Pyongyang el Ministro de Defensa se durmió durante el desfile nacional y el Gran Líder ordenó su fusilamiento (término impropio en espera de que se invente el adecuado) con un misil: He aquí un ejemplo de severidad y de responsabilidad en la aplicación de las leyes. Cabe imaginar la suerte, en parecidas circunstancias, de su homólogo español que afirmó que prefería morir a matar. Los sistemas totalitarios comunistas son vivos ejemplos del Paraíso de la igualdad, la felicidad y la ausencia de delincuencia por decreto y de la Revolución, el inconformismo y el perfecto progresismo universales. Los millones de muertos muy reales, las hambrunas, la falta total de libertad y vida privada han sido y son simples tropiezos a beneficio de inventario. Mientras el Paraíso llega, todo vale contra el Estado existente, puesto que legalidad, normas y usos y la existencia y patrimonio de sus gentes no son sino brotes de la injusticia radical, productos de una sopa primordial mal hecha que hay que rehacer. Llegado el advenimiento, los pequeños peces-víctima pasarán sin soluciones de continuidad a ser grandes depredadores (la semántica de la violencia en el discurso pacifista e idílico es cuanto menos sorprendente) guardianes del edén futurible.
En Occidente en el sentido más lato de tipo de civilización (la aburrida fórmula tradicional democracia, libertad individual, pensamiento racional, derechos humanos, propiedad, comercio) los paraísos se han apoyado por control remoto y con gran entusiasmo vicario. En España se ha reforzado el general edén platónico con otro superpuesto: el Paraíso truncado por la Guerra Civil. Es la República Dorada, reducto de prosperidad, paz y justicia, que, de continuar más allá de los años treinta, hubiera dado lugar al país soñado. Lamentablemente la historia es complicada y su estudio trabajoso. No hubo jamás aquel todo a cien para todos. Pero al menos la prolífica serpiente entregó a las generaciones venideras la posibilidad de ser siempre víctima. Junto con la expectativa de la Gran Pureza, que garantiza aquí y ahora la irresponsabilidad personal (por las vías del asambleísmo, el dominio mediático y la acción directa) y legitima todos los actos.
La China tradicional ofrece sin embargo un dicho digno de encomio: “El agua pura no cría peces.” Esta sabia máxima, junto con “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Cada cual es hijo de sus obras” debería figurar, grabada en mármol, en salones, despachos y Congreso.