Tiempo de Ideas
Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, en algún momento, proyección de voluntad y deseo, antes de germinar, prosperar e ir cambiando lo que conforma el medio vital y teje ciencia, técnica, arte, filosofía e historia. El Renacimiento, el Humanismo, la Ilustración, los Estados de Derecho, los valores universales y los derechos humanos han impulsado cada vez, con millares de palabras, intentos, instituciones, leyes y empresas henchidas de ilusión sociedades mejores cuyos logros sobrenadan a los naufragios, las aberraciones y los monstruos creados en el camino. La conciencia de esa universalidad de valores cara al Siglo de las Luces es extraordinariamente importante, pero de nada sirve sin su verbalización, sin que se encapsule en las palabras adecuadas y sea expresada por cualquiera en cualquier ocasión que lo requiera, aunque no existan medios materiales de cambiar las situaciones y se transija, acuerde y pacte según el peso económico y diplomático. Esto no impide que se eluda la denuncia y la defensa de lo que debe ser defendido. Muy por encima de un supuesto respeto a la pluralidad de religiones y costumbres que no es sino oportunismo, ignorancia y tibieza se alza la universalidad de los derechos, la responsabilidad en los actos, la insobornable realidad. Cada expresión, pública y privada, de desacuerdo, cada análisis y juicio claro desprovisto de consignas son un medio de socavar situaciones que, lejos de ser eternas e
inalterables, son vulnerables en extremo a la imagen externa, el común sentido y la fluidez global de datos. El dos y dos son cuatro y no cinco de Orwell sigue teniendo toda su vigencia.
La idea de espacios de igualdad de Derecho fue invadida por la ola parásita de clientelas a cargo del contribuyente, las cuales, mientras se nutrían del huésped, seguían el mandato de multiplicaos y poblad la tierra mientras en ella quede algo que roer. Sin embargo se está invirtiendo el desdichado proceso que, en dinámica inversa a la de Las Luces, ha llevado de la persona a la tribu. Y es tiempo de recobrar el camino anterior y opuesto, el de la tribu a la persona, ese indispensable espacio de la nación como sede de ciudadanos y de ciudadanía, de gentes libres e iguales con derechos en nada condicionados a rasgos localistas, lingüísticos, raciales o históricos, un perímetro de seguridad legal desinfectado de superioridades míticas, amante de lo propio y precisamente por ello abierto a la apreciación de lo ajeno, día a día más propio también en una sucesión de círculos perceptivos que cada vez se extienden a mayores distancias.
Una vez desinfectado el panorama del chantaje Izquierdas/Derechas quedan otras dualidades, no
por subrepticias y en apariencia inocuas menos peligrosas. Son las hermanas menores, las damas de honor del grande y engañoso atajo hacia supuestas verdades superiores y globales que liberan de la enfadosa tarea de pensar, de asumir las propias responsabilidades y de reconocer que el mundo ni es justo ni gratuito ni fuente de felicidad por decreto ley y que cada día representa un esfuerzo de lucidez y de solidaridad procurar que, en parte, lo sea. El Gran Enemigo puede adoptar tantos nombres como la legión satánica, véase Sistema, Estado, Capital, Conjura de Poderosos u Organizaciones Mundiales. El sujeto puede variar pero la dinámica es siempre la misma: Situar a un lado al diabólico dueño del poder y al otro al pueblo caracterizado por su inocencia y por el daño que el reino infernal le ocasiona. Poco importa, sorprendentemente, que se viva, con todas sus imperfecciones y fallos, en Estados de Derecho y sistemas democráticos con políticos y partidos electos. Entre otras dualidades que el Gran Enemigo cobija bajo sus alas se encuentra el mito del buen vasallo, tópico literario castellano en tiempos con base real apoyada en la noble figura del Mío Çid, pero luego amplia, oportunista y anacrónicamente asumido. Ocurre que los vasallos ni son desde hace largo tiempo vasallos ni son homogéneos ni son buenos por definición. Como todos los colectivos, éste también es una trampa, semejante al empleo del “Todos somos….Todos hacemos…Todos queremos….” cuando se hace participar a otro de rasgos y comportamientos que no tiene. Lo que se reprocha al sistema educativo, a los nacionalismos tribales, al sindicalismo de nómina estatal es lo que se ha apoyado, subvencionado, contemplado con indiferencia, admitido con la vaga permisividad de la cobardía y el pensamiento mínimo. Cuanto ocurre no es ineluctable resultado de alguna catástrofe meteorológica; llega arropado por el lenguaje impropio y tibio, por la dejación en el cumplimiento de las leyes, por el cansino
asentimiento con tal de garantizarse la aceptación social y recibir los restos de la tarta dejados en el mantel.