DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.
VICEVERSA
Mercedes Rosúa Delgado
DE LA TRANSICIÓN A LA INDEFENSIÓN.
Y VICEVERSA
ÍNDICE
1-Transiciones.
2-Cómo fabricar transiciones (paga tribus y tendrás muchas).
3-La estupidez sin esfuerzo.
4-La Enseñanza como botín.
5-Educación para la indefensión.
6-Salir de la cárcel.
7-Totalitarismo light.
8-El nuevo arte de la guerra.
9-Del latín al bable.
10-La Era de la Marmota.
11-Historia de dos postguerras.
12-Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones.
13-Del Romanticismo y sus estragos. España parque temático.
14-La catarsis de la tomatina.
15-Variantes del Cui prodest?
16-El filtro inverso.
17-De transiciones y de muñecas rusas.
18-Del esperpento a la tragedia.
19-El Monumento al Olvido-11 M.
20-Galería.
21-El ciudadano de Piranesi.
22-La postmodernidad universal.
23-Hay vida ahí fuera.
24-Liberación.
25-Yihadismo y nueva dualidad.
26-El mundo “árabe” y su indefensión. Yihadistas honorarios.
27-En busca del individuo perdido.
28-Rescate.
29-Tiempo de ideas.
30-Tiempo de precios.
31-Transición final de trayecto.
32-Un mundo de transiciones.
Fotografías y portada de la autora
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Y ahora, ¿qué va a ser de nosotros sin bárbaros?
Esas gentes eran, al fin y al cabo, una solución.
P. Cavafis: “Esperando a los bárbaros”
Transiciones
A la transición pacífica, desde un régimen dictatorial a otro realmente parlamentario elegido con todas las reglas del sufragio universal y las normas electorales, sucedió rápidamente en España la generación y mantenimiento de una estructura oportunista, incrustada en la deseable y genuina, de carácter esencialmente parásito, autolegitimada por la mitificación como el Mal absoluto del régimen anterior y sostenida por la publicidad cultural y mediática. Esto ha consistido, y en buena parte aún consiste, en crear tribus que cobran por el hecho de serlo y en favorecer la proliferación de clientelas basadas específicamente en la ausencia de mérito propio y en el monopolio de un poder que se basa en los privilegios de comisariado social, en la unificación de cultura y educación según los tipos de propaganda y en la difusión del temor al ostracismo y la represalia.
La diferenciación rentable, crear tribus y pagarlas por serlo ha sido, desde muy pronto, la argamasa más asiduamente utilizada por arquitectos y albañiles de un entramado pseudoestatal hispano que ha crecido abrazando y asfixiando el árbol original de la Constitución. Siempre bajo el paraguas de proclamas utópicas finalmente a cargo del tesoro público, la metodología se basa en generar, delimitar, favorecer y blindar a grupos a los que se hace beneficiarios y deudores de inmerecidas cuotas de privilegios. Es exactamente la antítesis del Estado de Derecho compuesto por individuos sólo iguales ante la Ley y los derechos cívicos, pero que deberán lo que cada uno obtenga a sus dotes, obras y merecimientos.
La fábrica de fidelidades recibe apoyo y procura seguridad durante un espacio de tiempo, que en España se extiende desde el comienzo de los años 80 del pasado siglo hasta la actualidad, mientras existan fondos para ello. Si la estructura de clanes creada ad hoc persiste y prospera durante décadas, es porque la censura, en buena parte interna y asumida, ha impedido, no ya la denuncia, sino ni siquiera la verbalización de lo que sucede. La implosión, cuando llega, simplemente va haciendo saltar las mallas del tejido. Se carece incluso de terminología para la descripción de un estado de cosas que la percepción omite o justifica.
Las tribus prestamente generadas por el alter ego parásito de la Transición española se han formado con elementos cuyo denominador común es la falta de valía que justifique el puesto, prestigio, dinero, preeminencia e inmunidad de los que gozan. Nunca se componen de individuos en un contexto de igualdad ciudadana, no se trata de personas diferenciadas ni de obras concretas sometidas directamente a observación. Pertenecen a la iglesia terrenal de la Clase, la etiqueta política, el Opresor o el Oprimido, el Privilegiado o el Rebelde. La tribu puede serlo por el lugar que habita, por mitologías etnológicas, por hablas locales, por la opción y el género sexuales, por la inferioridad profesional, intelectual, social entendidas como rasgo meritorio, por la marginalidad. De forma que, lejos de paliar deficiencias, favorecer el desarrollo y aspirar y hacer aspirar a mejoras, lo que se potencia es la selección inversa y la multiplicación de lo peor en todos los aspectos, la dictadura del miembro, anónimo e irresponsable, sobre el ciudadano y la mediocridad militante como norma. Ello ejercido según una táctica agresiva que actúa en defensa propia de la numerosa, y bien alimentada clientela. De ahí el apoyo, férreo, largo y tenaz, al sistema por parte de un vivero de población adicta que ha sido moldeada según el baremo de los mínimos comunes denominadores.
Los genéricos anulan el análisis, persecución y castigo real de actos concretos. Este individuo no ha hecho tal cosa, no es persona ni jurídica ni de tipo alguno, no es responsable. Pertenece a un estrato gregario, semianimal, determinado por sexo, lugar, trabajo, usos, ingresos. Por ello nada más fácil, una vez creada esta conciencia de ganadería, que infundir en ella el odio a sus supuestos dueños, a cualquiera que, por cualquier concepto, resulta envidiable y sobrepasa al rebaño. La utilización de falso léxico es, en este caso, indispensable, las grandes palabras dignas de utilizarse con el mayor rigor o se desvirtúan o se vulgarizan de manera que pierdan todo sentido, terrorismo o genocidio pasan a ser cualquier cosa.
El parásito ha cubierto el árbol de tal manera que resulta difícil distinguir el tronco originario, las ramas que pugnan por abrirse paso hacia la copa, la tierra y las raíces mismas que, en su momento, le dieron base y existencia. Porque la Transición española no siempre fue la madeja de excrecencias sin más finalidad que la rapiña y el engorde. Y menos todavía la mutación taumatúrgica del viejo al nuevo sistema. Fue un proceso por el que circulaba la savia de la buena voluntad, de la amplitud de miras, cuyo marco era, no ya parejo, sino exactamente antagónico al horizonte tribal. El árbol incluía en su materia las semillas de voracidades y clanes, pero ni éstas fueron el componente principal ni el único. Las cubría y silenciaba un arranque general hacia arriba, un empuje de ilusión y de esperanza que contó sobre todo con el individuo y que fue sostenido por personas que, o dieron la talla, o engañaron a cuantos confiaron en que podían darla.
Décadas después, el desengaño ha sido proporcional al volumen de la ilusión invertida, al espejismo prometedor de mayor y segura dicha. Y el desengaño es tanto más letal cuanto que sus perfiles no son perceptibles, se difuminan en el vago panorama de generales, casi universales crisis. De forma que el enemigo siempre carece de rostro, de nombre, finalidades y orígenes. Es simplemente un avatar mudable según lo que reflejen las pantallas, y, por lo tanto, nada más fácil que someterse a las tribus cercanas, a la desaparición del país y de los principios y valores comunes, a la negación de las relaciones causa-efecto y a la vaciedad del término historia.
Son muy reales, sin embargo, los lotes y repartos, las gabelas aseguradas para el hoy y los tiempos venideros, las reservas y haberes diezmados hasta la extenuación. Con la grande, inmensa diferencia respecto a los normales casos, en otras naciones, de abusos, corrupción y rapiña de que en la España de la Transición dulce lo que ha crecido, más que hierbas parásitas, es un bosque paralelo sembrado desde su origen a efectos de expolio. Universidades, fundaciones, organizaciones, unidades políticas y administrativas, medios de comunicación, ministerios, cuerpos administrativos y judiciales, currículos de Enseñanza, leyes, aeropuertos se han ido creando ex ovo para cobrar de ellos y a través de ellos. La interminable polémica sobre las reformas educativas que ha producido ya en dos generaciones un bajísimo nivel se resume, tras el maquillaje del ideario, en la necesidad de quitar conocimientos para sustituirlos por consignas. Y esto con el fin inmediato de poder colocar, en lugar de a profesionales, a la fácil y agradecida clientela de comisariado, partido, sindicatos de nómina, votantes, colegas y simpatizantes. Sólo así se comprende el afán por eliminar de los programas de estudios, de las oposiciones y hasta de escuelitas de primaria y guarderías, el aprendizaje real, la jerarquía de importancia en los saberes, la posibilidad de que la inteligencia natural, el trabajo personal y el caudal de conocimientos hallen el hueco social que se les debe.
El atraco perfecto al hispánico modo ha consistido, y consiste, en crear y adueñarse de vastos sectores públicos y/o subvencionados y en diseñar, acotar y fidelizar rebaños de diversos hierros; véanse minorías raciales, sexuales, sociológicas, que se constituyen en receptores naturales de indemnización por ancestrales agravios, ofensas al orgullo de género y traumas debidos al represivo rojo de los semáforos o al aprendizaje de la ortografía[1]. En el amplísimo club tienen cabida amantes del patín solar y de la bicicleta urbana, defensores del carril para jabalíes y de la reintroducción del oso madroñero, amigos del piojo verde (en peligro de extinción) y, hablantes del castrapo o de las formas dialectales catalano-árabes del área barcelonense. Paralelamente, se elimina a un ritmo cada vez más acelerado el respeto a la vida privada y derechos del ciudadano sin mayores distingos, de forma que se acorrale a éste en el reducto de una libertad vigilada bajo sospecha de incorrección sociopolítica. Nadie será hijo de sus obras. No hay personas. Las que vayan quedando sirven para pagar, callar y ofrecer periódicamente sacrificios a los dioses Solidaridad, Progresismo y Democracia.
Cómo fabricar transiciones:
Paga tribus y tendrás muchas
En la España de las postrimerías del franquismo, en los años setenta y principios de los ochenta, hubo un primer proceso admirable por su pacifismo. Pero a la Transición A, la genuina, basada en valores tan positivos como el general deseo de concordia y la búsqueda del bien común ciudadano enmarcado en instituciones estables, libres, democráticas y similares a las de los países desarrollados europeos, siguió con lamentable rapidez la Transición B, que se desarrolló a partir y en el cuerpo mismo de la anterior, aunque con miras opuestas. Se sustenta en la elaboración y capitalización del antifranquismo como mito legitimador, y esto a todos los niveles, grupos, comunidades, áreas, individuos, por medio de la definición a contrario, de manera que no existan hechos concretos, que nada ni nadie valga por sí, sino que reciba bienes, remuneración, reconocimiento social y blindaje legal con la simple invocación de oponerse a la pasada dictadura y mediante la amenaza de incluir, a efecto retroactivo, a los demás en ella. Estamos ante un proceso eminentemente económico, aunque la profusión de verbología ideológica pudiera hacerlo parecer lo contrario. Tras disposiciones, leyes, iniciativas, declaraciones empedradas de solidario, igualdad, poderosos, social hay a poco que se mire una finalidad previa, que consiste en favorecer a las diversas tribus que se han ido creando para que, a su vez, apoyen al creador que garantiza su sustento. Esto sólo podría haberse dado en el siglo XX y principios del XXI porque únicamente ahí, como apéndice enfermizo del Estado de Bienestar, se da el fenómeno de las utopías subvencionadas, del victimismo rentable y de un chantaje ético que alcanza dimensiones inusitadas cuando impregna los medios de comunicación y la sobreabundancia de mensajes elimina el espacio crítico. Este proceso, ocasional, sectorial en el resto de países, alcanza en España un grado cualitativo y cuantitativo sin parangón porque la máquina de fabricar tribus adictas no se enfrenta a oposición alguna. La sociedad está intimidada, condicionada y cebada por la imagen que se le ofrece de vencedora en una batalla póstuma contra el enemigo ancestral y siempre alerta. Y desde el extranjero resulta halagador asimismo apoyar a los que se presentan como vencedores tardíos de la triste y lejana contienda, cuyo vago perfil es simplemente el de la última romántica guerra de antaño.
La estupidez sin esfuerzo
De la categoría a la anécdota: La ignorancia, vagancia y desánimo plañidero es la generosa cosecha de una vasta y pertinaz siembra, el fruto del filtro a contrario favoreciendo la mediocridad por decreto y la generalización de la ingeniería social basada en el victimismo, extraordinariamente rentable en tramos electorales de corto plazo y gran control de los canales comunicativos. Por ejemplo: No existe una maquiavélica conjura para lograr que los estudiantes nada sepan, que sean legión los jóvenes sin oficio ni beneficio que, cargados de títulos inútiles, se vean obligados a buscarse la vida en otros países. La aparentemente misteriosa razón por la que se han reducido, eliminado o minimizado en los programas de enseñanza de niños y adolescentes materias fundamentales como Ciencias Naturales, Lengua, Matemáticas, Filosofía, Geografía, Latín, Griego, Historia, la causa del mísero nivel actual, de la Primaria, donde se aprende a leer lo más tarde posible y el dictado está tan perseguido como los libros en Fahrenheit 451, y de la Universidad, que es un Parnaso del graffiti y un vertedero de envases del todo a cien, es de una sencillez meridiana: Había que repartir las horas lectivas y los puestos docentes entre aquéllos que llamarían los clásicos de menos valer, una masa sin profesionalidad, formación ni solvencia académica, cuya fidelidad a la repetición de consignas es directamente proporcional a los beneficios, prestigio y empleos recibidos. La diferenciación entre fanerógamas y criptógamas o la traducción de La Guerra de las Galias no están al alcance de cualquiera, pero los afiliados y miembros de los dos sindicatos mantenidos oficialmente a peso de oro hallaron amplio acomodo lectivo en la desastrosa Ley educativa de 1990, la nunca bastante denigrada, y, en la práctica en su mayoría aún vigente por la cobardía de los pretendidos gobiernos de la oposición, la LOGSE. La parafernalia ideológica que la cubría esconde una verdad sencillísima: De no haber servido para anular a los cuerpos profesionales y a los profesionales mismos para, así, disponer de sus puestos y colocar en ellos a clientela sociopolítica, la LOGSE no hubiera existido jamás. Las preguntas de los temarios de oposiciones que versaban sobre conocimientos se vieron sustituidas por adhesiones memorísticas a las jaculatorias del ideario con el que la clase dueña del discurso ha vestido su programa básico de toma del Estado como fuente de beneficios, y ello siguiendo al pie de la letra la táctica de la multiplicación selectiva de lo peor y los peores como garantía de adhesiones multitudinarias. A menor coeficiente intelectual, profesional y moral, mayor y más entusiasta apoyo a convocatorias de reuniones, cargos de coordinación, comisiones de seguimiento, especialistas en enseñar a enseñar, en aprender a aprender, tutores de tutores, inspectores de equipos, supervisores de aplicación de los principios (de género, igualdad, valores, ecologismo, derechos de los animales, amor planetario, fraternidad sostenible, etc. etc.).
Es infinitamente más fácil repetir los mantras de rigor que estudiar y aprobar cursos académicos, publicar investigaciones de enjundia, superar en buena lid pruebas serias y transparentes, cumplir rentablemente en una empresa, trabajar ocho horas, arriesgarse en un negocio propio. Cuando esta ingeniería social se aplica en dictaduras convictas y confesas tenemos una Democracia Popular. Cuando funciona paralela al Estado que se supone parlamentario y lo hace de forma creciente y con claras aspiraciones a absorber la mayor parte de los recursos tenemos el caso español, en el que los iconos Democracia, Igualdad y Justicia no pasan de ser caricaturas multitudinarias de sus referentes, significantes utilizados a modo de pancarta que han sido vaciados, durante décadas de aprovechamiento parásito, de su significado.
La maquinaría no se limita a la cooptación inversa, la de aquéllos de menos valía: Los fabrica. Y es profundamente antidemocrática porque se ensaña en los más débiles. Empeora, envilece, elimina los caminos de ascenso de cada persona a mejores categorías humanas, siembra, continuamente, con todo tipo de mensajes supra y subliminales, la aversión a la grandeza, la altura de miras y de pensamiento, a la jerarquía de valores, a los frutos del saber, a los términos mismos civilización y cultura. Esos peores que son su resultado y su más fiel y dependiente apoyo no son peores congénitos ni así marcados fatalmente por su origen socioeconómico. Se les ha privado, desde la escuela, de la conciencia de la mejora por el propio esfuerzo, se les ha arrebato su legítima herencia cultural, los conocimientos que les eran debidos, para encerrarlos en un reducto ovejuno y miserable, sin más horizonte que la vecindad, lo inmediato, la grey y el terruño; se les han quitado la filosofía y las lenguas clásicas, la amplitud de la geografía del mundo y la de su patria; les han arrebatado la literatura, el arte, la certidumbre de que, por el estudio y el trabajo, podían llegar lejos independientemente de sus orígenes y posibilidades económicas. Les han robado lo mejor de la Democracia, en su sentido real, universal, noble.
Junto con la libertad, la víctima a abatir en tal sistema es lógicamente el individuo con cuanto le protege y defiende. De ahí el desplazamiento, a todos los niveles, de la persona a la tribu, lo que equivale a la eliminación del lazo entre sujeto y objeto y, por ende, a la anulación de la responsabilidad en la propia vida. Los actos mismos no existen, como la realidad tampoco. Unos y otra pasan a ser manifestaciones transitorias y subjetivas de condiciones mudables según la conveniencia, favorables si así se obtiene beneficio y desfavorables e injustas si contravienen las consignas que caracterizan al clan. Cobijadas todas ellas bajo el paraguas ficticio de la doctrina del Mal Sistémico, fuente continua de injusticia y, por lo tanto, de legitimación. El llamado mundo de la cultura se vuelve una parodia de la libertad e inteligencia que la palabra cultura evoca. Nada que ver con riesgo, esfuerzo, amplitud, altura, sabiduría. Es sólo una reiterativa fábrica de tópicos duales destinada a empapar sin descanso a la masa social con la visión propia del mito rentable. Poco importa que sea creído, que resulte a todas luces incompatible con la Historia real, con la evidencia y con la lógica. Lo fundamental es que esa sociedad se perciba a sí misma embarcada en un movimiento que la transciende, una onda que recorre y explica presente, futuro y pasado y delimita, sin esfuerzo personal crítico alguno, los Benditos y los Malditos de un padre que es el padrino de los coordinadores de la distribución de papeles en la obra.
Sin subvenciones, sin apoyos, el otro mundo de la cultura bracea para respirar, crear y persistir. Hay jóvenes actores que se niegan a pertenecer a tribus, homosexuales que rechazan exhibirse con el grupo al que le pagan por serlo y resguardan su amor y su vida privada, hay intérpretes de vocación y de valía que aceptan, para comer, el enésimo papel secundario en el metraje alusivo a la Guerra Civil, hay músicos, pintores, poetas, guionistas que prefieren la sombra a la incondicional, secular y preceptiva adhesión a la corrección política, héroes anónimos de la cultura que sí merece el nombre, y el renombre.
Un expresivo cartel de la concentración-acampada de mayo de 2011 en Madrid pedía ¡Empleos públicos para todos!, otro No al exclavismo (sic) laboral seguido de Complot (sic; probablemente por boicot) a Mercadona. También, en el mejor estilo del 68, Lo queremos todo, y lo queremos ahora. Hay que reconocer que el gratis total es la madre de todas las leyes que conforman la Transición B, y que su originalidad es cero porque, bajo enunciados diversos, esas dos palabras resumen la oferta programática de numerosos líderes. Ahora bien, tal consigna, mediante el sabio uso del chantaje dual de quien lo niegue franquista, ha alcanzado en España, a fuer de cantidad en el empleo, una específica calidad. Desde niños, los futuros ciudadanos han sido convencidos de que se les debe todo, de que una oscura injusticia les ha privado de la seguridad, el bienestar, los artículos de consumo ofrecidos por la televisión y el sexo satisfactorio. Y ello de la cuna a la tumba. La ingesta de cantidades industriales de premisas, no sólo rigurosamente opuestas al principio de realidad sino perfectamente inviables, les ha infundido ante el primer asomo de exigencia de esfuerzo, indignación estéril, desahogo en forma de rabietas urbanas e impulsos de adhesión a las tribus parásitas y el pensamiento no ya débil sino paupérrimo. Han aceptado mansamente que se les adoctrine en la ignorancia histórica y geográfica, que estudien de los ríos tan sólo el tramo que pasa por su zona, que nada se deba al individuo y todo al medio. No han salido a la calle jamás durante décadas de adoctrinamiento descarado, no han denunciado nunca el robo de la herencia cultural del que han sido y son objeto, han aplaudido a los sátrapas del terruño porque les daban ocio, botellón y circo. Son los únicos en Europa que no tienen país, ni bandera, ni símbolos y referencias patrias, porque se les ha acostumbrado desde la infancia a considerarlo vergonzoso, de manera que su vacío intelectual formativo interno se corresponde con el gran vacío externo de referencia, que se suplanta con mitos locales y euforias deportivas.
La gratuidad ha sido ubicua, para ellos y para sus padres. En todos los sentidos, de manera que ni siquiera había que comprometerse en opciones morales, en denuncias de la injusticia flagrante, de la violencia próxima, del asesinato y el robo impunes, de la reincidencia descarada. Porque estaba mal visto, porque ni siquiera se nombraba, porque lo cubría el velo de idearios de lucha nacionalista, penuria económica, determinismo psicológico. Lo propio era que, en pleno sistema democrático parlamentario, las víctimas de los grupos independentistas parecieran leprosas, culpables y debieran llorar en silencio su muerto y su pena. Lo natural ha sido, y es, que el crimen común gozara de impunidad o de lenidad en casos múltiples y que fuera normal tener que codearse con el liberado asesino de su familia, que se destruyeran con rapidez inaudita las pruebas del mayor atentado terrorista de Europa, que las leyes se aplicaran a capricho de las taifas y los tribunales estuviesen al servicio del partido que los nombra. En tal contexto, la anécdota educativa, de cuyos polvos vienen buena parte de estos lodos, el exigir estudio para pasar de un curso al otro, buenas notas para merecer becas, exámenes de control de conocimientos, abono de parte de las matrículas que la sociedad subvenciona, reparación de destrozos causados en las instalaciones públicas, oposiciones basadas en un temario compuesto por materias esenciales, esto es absurdo, y por ende insultante.
A los jóvenes les han quitado mucho, pero el bloque parásito que ha hecho llover sobre ellos juguetes en forma de universidades inútiles, campus que son un vertedero, diplomas sin valor, cursos que ni se inauguran ni vale la pena que presida claustro de prestigio alguno, esa misma generosa fuente de barato barato y títulos todo a cien les ha ofrecido sin embargo un don inestimable: Les ha proporcionado un Enemigo, sempiterno, multiuso y económico puesto que no pide más esfuerzo que el del exorcismo esporádico.
Y ahí están, en pleno siglo XXI, utilizando, con ejemplar e inconsciente fidelidad al guión, reaccionario, franquista, fascista, inermes ante la desesperanza de un horizonte frente al que bruscamente se encuentran y en el que la vida no es gratis, sino difícil. Son muchos años de guardería para pasar, directamente, a la jungla.
La Enseñanza como botín
¿Para qué Leonardo? (Leonardo Da Vinci. Fragmento de “La Virgen de las Rocas”).
Pocos atracos pueden compararse a la apropiación, como botín, del entero sistema de Enseñanza. Merece el honor de clasificarse entre los robos más grandes jamás contados. Prueba de ello es la virulencia con la que se defiende, por sus ocupantes, el dominio del coto. Se trata, además, de un robo al que difumina la aparente inocuidad del sujeto. La Educación es un tópico al que siempre se rinde pleitesía verbal, pero que jamás se considera del rango de los temas que ocupan la portada de los periódicos. Y sin embargo no ha habido golpe de Estado tan determinante como el educativo. Imagínese lo que representa disponer a entera discreción de las seis o más horas del horario lectivo de todos los alumnos, del parvulario a una universidad cada día más infantilizada por el bajo nivel con el que a ella se accede, multiplíquense las jornadas en las aulas por los días del curso, por el número de individuos matriculados y por cada uno de los locales destinados a este fin y rellénense esas seis o más horas con el contenido que plazca impartido por quien convenga según afinidades, dependencias y fidelidades. Cuando se dispone de tal botín utilizable a efectos que nada tienen que ver con la transmisión de conocimientos y el desarrollo de la inteligencia, con barra libre para minimizar lo que fueron propiamente asignaturas y sustituirlas por populismos, nacionalismos, victimismo y consignas, entonces se tiene un poder mucho mayor y durable que el del dinero. Se dispone, y se ha dispuesto, como es el caso español, de miles de sujetos absolutamente vulnerables en los que verter desde la temprana infancia la completa ignorancia histórica, a los que privar de su herencia cultural inserta durante milenios en el área de Europa y en el devenir secular de su antiguo país. Se les priva del capital personal, del viático irreemplazable que es lo almacenado en la memoria, el único del que nadie podría despojarles, muy distinto a la información puntual y dispersa que irán hallando según necesidades del momento. Es una tropa a la que, en vistas al futuro y al presente mismo (no en vano se pretende hacer del niño sujeto político), se ha ejercitado en el abandono de la causalidad y la cronología y en la sumisión a los canales de datos y sucesos de los que dependerá su existencia entera, de forma que ellos no serán nada si el canal, de por sí en continuo cambio, les falla. Imposible y vetado que comprendan la riqueza de unos clásicos expulsados del espacio lectivo, que aprecien la guía señera de obras y personas de las que, como de las estrellas lejanas, sigue llegando su luz.
Educación para la indefensión
Véase indefensión por inanición. Ninguna falacia mayor que la pretensión de educar a los alumnos para la vida, es decir, privarles, en una edad crítica de gran plasticidad, de lo más esencial: Aquello que en apariencia para nada sirve, ninguna utilidad práctica inmediata tiene y que, precisamente por ello, es lo que posee mayor importancia. Se trata del pensamiento, el saber, el sabor inconfundible de la excelencia que puede alcanzar lo humano. Los territorios de altura alguna vez, pese a todo, avistados son eliminados prestamente por la amnesia inducida cuando no por la denigración en nombre del igualitarismo. Están vetados la energía y el tiempo que debieron dedicarse a la reflexión, a la conciencia de la dificultad y el esplendor del razonamiento y de lo abstracto, a la imprescindible humildad del reconocimiento en otros de la grandeza que es el único camino para desarrollar la propia. Se les ha robado la riqueza y autonomía que dan lo aprendido, las páginas de filosofía, ciencias naturales, lenguas vivas y lenguas clásicas que, con su espléndida estructura, claridad y contenido, siguen siendo la savia de la civilización a la que ellos pertenecen y a la que se ha sumado, comprensiblemente, buena parte del planeta. En verdad la consigna Aprender para la vida adquiere pleno fundamento en el caso de la vida de sus defensores, que la enuncian en beneficio propio y llevan viviendo cómodamente de ella y sus sucedáneos.
La barbarie utilitaria, vestida de falso tecnicismo y no de la grandeza que la Ciencia posee, ha extendido la virulencia de su plaga por el mundo desarrollado, de Japón a Estados Unidos pasando por Europa, con desigual fortuna pero importantes daños. La consigna es erradicar las Humanidades, concentrar las horas de aprendizaje en lo que se presenta como de inmediata aplicación y aplicable uso, véase matemáticas, física experimental, lenguas, informática y poco más. Filosofía, arte, latín, griego, literatura, historia quedarían como el lujo complementario, el patrimonio de una clase privilegiada que emprendería el sendero vital con una mochila mucho mejor provista intelectualmente que el resto. Queda para la gran mayoría que tenía como seguro plato de resistencia la enseñanza pública la indefensión intelectual por inanición. Porque los clásicos no han sido a través de los siglos considerados como tales por mero azar, porque nadie podrá robar el haber visto el cántaro de “El aguador de Sevilla”, de Velázquez, el rostro del ángel de Leonardo, la figurilla tallada en mármol en el Egeo en la que ya están los ideales mediterráneos. Sin la humanidad inmensa de Cervantes, sin la reflexión sobre la verdad, el ser, la nada, la bondad, el mal, el bien y la belleza, sin la ingeniería perfecta del latín, sin los coloquios de Sócrates y de Platón y la grandeza de los héroes de la Ilíada, sin el tejido de ideales, imágenes y mitos que permea y nutre con su leche el espacio cognitivo universal y europeo mal pueden afrontarse cuestiones clave como el terrorismo, la eutanasia, la incomprensible perfección de la maldad del Holocausto, la guerra justa, el tipo de vida, el tipo de muerte, el vértigo cósmico, la solidaridad, el odio, la caridad, el desinterés, la legitimidad de la defensa del débil y la responsabilidad individual.
Se trata de un robo muy largo por parte de la cuadrilla de pedagogos y sociólogos que parasitan el sistema educativo, prometen fórmulas de rápido empleo futuro y venden barato barato a la opinión el reciclado de los alumnos en piezas del engranaje al que se les entregará, por un magro sueldo desprovistos de defensa cultural alguna y de la forma más antidemocrática que existe, puesto que se habrá privado a los de menos medios económicos de la única fuente auténtica de igualdad y ascenso social. Los ladrones se han enriquecido, a plena luz y con la mayor legalidad, al precio de esos miles de rehenes usados para la construcción de feudos neomedievales, alistados desde la infancia en las huestes de defensores de la resurrección e imposición de dialectos, excitados por las cotidianas raciones de odio, divertidos por las pequeñas guerras y enemigos puestos a su disposición y mucho más apetecibles que los videojuegos, indispensables en fin como garantes de empleos, publicaciones, ganancias y, a su tiempo, votos para los expertos en sustituir enseñanza por adiestramiento e implantar como asignatura troncal la mediocridad que es la base de su inexistente formación.
Amén de la secta de los malditos del comisariado pedagógico, que no pasa de ser mano de obra del jefe, los grandes obstáculos para restablecer una Educación de calidad son paradójicamente su impopularidad, el número de sus enemigos y el hecho de que no precise, excepto en el caso de la Formación Profesional, cuantiosas inversiones. Se lleva larguísimo tiempo vendiendo a las familias salas de espera hasta los dieciocho años desde donde sus hijos pasen luego a la jungla del paro. Se ha predicado a la opinión el mito del título gratis, de la exacta igualdad en dedicación y vocación; se les ha convencido de la necesidad primordial del pedagogo, que desbanca con sus dotes taumatúrgicas a los caducos profesores especialistas. Se ha impregnado a la sociedad con el timo de la revolución igualitaria en la probeta del aula –por supuesto, bajo la dictadura de los expertos- y con el de la mágica adaptación al mercado laboral y los nuevos tiempos que, al revés que ocurre en Pinocho, convertiría sin esfuerzo al perezoso retoño en estudiante aplicado y ejecutivo triunfador. Sin precio alguno, como si el ejercicio de los circuitos cerebrales, la memorización y la lectura fueran letales de necesidad. Excelente homenaje coral a George Orwell y luminoso futuro de mañanas que cantan la dependencia absoluta del banco de datos, el distribuidor informático y el empresario que controle pantalla e innovaciones. Olvido programado desde la historia de la Antigüedad al 11 M. Todo, por supuesto, de la mano de quien en universidad, colegios e institutos sustituye saber por pastoreo alternando la soberbia del creador del Hombre Nuevo frente a su auditorio y la sumisión del temeroso siervo frente a los clanes y poderes fácticos a las que los sucesivos Gobiernos nunca desde hace décadas se han atrevido a enfrentarse.
Acostumbrados a infantilizar a unos adolescentes a los que, por otra parte, se abruma con información sexual y gratificación instantánea, mal pueden aceptar unos adultos encantados con el aparcamiento indefinido y los cuidadores-padres vicarios de sus hijos que el andamiaje es nocivo y ficticio. Como lo es la pinza de control permanente sobre ellos a la que aspiran, formada por familia y profesor en régimen informativo de 24 horas. No por repetida es menos falsa la imagen del maestro casi misionero, con una vocación que raya en el sacerdocio, feliz ante la estremecedora perspectiva de un contacto y supervisión constante con los padres. Éstos y aquéllos tienen su territorio y nada más saludable que la distancia, la profesionalidad en la materia que se imparte, los contactos reglamentados según horarios de tutorías y el razonable respeto, también hacia el adolescente, que precisa de espacio lo suficientemente libre como para que asuma elecciones, fracasos, soledad e iniciativas.
La dulce droga de la irresponsabilidad tiene antídoto y cura. Empezando por sus ladrillos elementales. La ruina del sistema educativo puede invertirse de forma extraordinariamente simple, con un corpus general de materias fundamentales y una metodología basada en la transmisión de conocimientos, en el reconocimiento de la obvia jerarquía de éstos y en el de la básica importancia del esfuerzo, la valía y las dotes personales. El precio es la desaparición del confuso aparcamiento de niños y adolescentes que se llamó la Bolsa de Trabajadores de la Enseñanza, del todos haciendo de todo a golpe de consigna, clientelismo político-sindical y estulticia que ha venido siendo, fuente de ingresos y reino de la dictadura de la secta pedagógica[2]. La importancia y excelente nivel que tuvo en tiempos la Educación Pública, la realmente democrática, necesaria, degradada y atacada tanto por sus supuestos defensores como por los amigos de la privatización universal, es recuperable. Precisa de un cuerpo de docentes nombrados por medio de oposiciones estatales abiertas basadas en titulación y dominio de materias. Necesita profesionales cuya independencia se respete, especializados según niveles y edades del alumnado, con una clara distinción entre Básica, Media y Formación Profesional. Le son indispensables exámenes que demuestren el dominio de cada temario y permitan así el paso lógico de un ciclo a otro. No hay más salida que atenerse a criterios de calidad y sabiduría que son antagónicos de la maraña de intereses caciquiles que infecta aulas, libros de texto y universidades superfluas sembradas como hongos según capricho del jeque local. Debe subsanar con atención y financiación adecuadas una larga carencia: la falta de buenos centros gratuitos de Formación Profesional, que son instalaciones costosas a las que nunca se han dedicado los fondos que de urgencia requieren mientras se multiplican universidades inútiles. Ese rescate de la Enseñanza es incompatible con la barata demagogia de la oferta de una eterna y confusa guardería donde el pedagogo mezcla de psicólogo, animador, ingeniero de almas y canguro distribuya píldoras informativas según la zona autonómica, el tópico mediático o las preferencias del nanogobierno de turno.
Gran desolación, caso de llevarse a cabo este rescate, en las prietas filas de cuantos verán desaparecer la fuente de fáciles colocaciones de afiliados, simpatizantes y votantes cautivos; indignada protesta de los ardientes defensores del tótum revolútum, de los dinamiteros de los colegios profesionales, de los amantes de la prohibición –insólita pero real en España- del uso de la lengua española. Pero el amenazador ruido inicial se disolvería con mucha mayor rapidez de lo que se cree ante el contacto con el insobornable, aunque por décadas postergado, principio de realidad. Las armas amenazadoras de estas huestes nada famélicas son de chapa y plástico, los atrezzos nacionalistas de guardarropía, y no resistirán el aire exterior ni el caudal de libertad y de posibilidades que proporciona al individuo desde sus comienzos el verdadero alimento intelectual.
Al alcance de los deseosos de trabajos prácticos que, además del incansable grial del dominio del inglés, les proporcionen sustancia directa cognitiva y reflexiva están los recorridos por el ancho mundo; limitados por el tiempo y, más que en los medios económicos, por el precio de austeridad, riesgo y fatiga que se acepte pagar. Por ejemplo, África. Nada que ver con la realidad virtual, el buen salvaje y el videojuego. Descubrirá la fundamental importancia de recorrer cincuenta kilómetros sin que te roben, te violen o te maten. Tal vez tome otra dirección y deambule por la jungla de asfalto sin seguridad social solícita ni tres comidas garantizadas. O se halle impensadamente en el neolítico, reflexionando sobre los albores de la especie en la seca inmensidad australiana. Puede que, en un instructivo circuito por las zonas del Islam, no le quede más remedio que poner en duda las alianzas de civilizaciones cuando vea que en el siglo XXI millares de mujeres son animales enjoyados que pasean la oscura cárcel ambulante que las cubre. Es probable que, en esta pedagogía desde la calle del barrio al resto del Globo, lea en los antiguos periódicos del museo de Hiroshima las declaraciones, previas a la bomba atómica, del Emperador negándose a la rendición y advirtiendo que eran preferibles cincuenta millones de muertos con honor, y es previsible que, al leerlo, sienta vacilar sus certidumbres y se asome a los abismos a los que se enfrentaron los hombres del siglo XX. En su recorrido irá trazando el retrato de sí mismo, de sus límites y de ese yo que sólo el desnudo contacto revela, averiguará los precios de lo que ya conoce. Llevaba en la mochila, tal vez de marca, dos viandas diferentes. Como una Alicia en el País de las Maravillas, el mordisco de una afirmará la maldad de la bestia humana; de la otra sus angélicos rasgos primigenios. Ninguna de ambas le valdrá como alimento en el oleaje continuo de las diferencias de los seres, pero muchas más manos le ayudarán que las que le hieran. Sabrá del mundo como pregunta, como exigencia. Y de su terrible belleza.
La democracia es etapas de lucidez, conocimiento y dignidad, y, sin recuperación de la herencia cultural y de los imperativos del saber, el mérito y el esfuerzo, su existencia es imposible. En un espacio nacional de igualdad de deberes y derechos no ha lugar el relativismo postmoderno, la interesada visión del mundo parcelado enemiga de los valores universales, amasada con oportunismo y cobardía y envuelta en diálogo y tolerancia. El individuo recupera la ética, los ideales y la facultad de juzgar, se alza sobre las tribus, desaparece el temor a emplear los justos términos, pierde el miedo a pensar sin censura y a verbalizar la evidencia, advierte la legitimidad, nada vergonzosa, del modesto sentido común, rechaza la ración extra de pienso que le ofrecía el jefe del clan más próximo. Ha aprendido. Sabe. Se sorprende al descubrir su sed, antes inconsciente y soterrada, de verdad, de bien, de belleza, observa que tales rasgos pertenecen a la generalidad de la especie, Y llegado a este punto no hay vuelta atrás.
Salir de la cárcel (para salir de la cárcel hay que verla primero)
El cuarto oscuro.
La cárcel, en la que aún se vive, ha durado demasiado tiempo. Ya, como el exoesqueleto de los artrópodos, no resulta cómoda y oprime por todos sitios al cuerpo social. Además comienza a escasear el rancho. Las premisas que, como las dos grandes puertas del Juicio Final, marcaban camino y categoría a justos y a réprobos, simplemente no eran ciertas, nunca lo fueron. Pero de ellas se amamantaron ideólogos y activistas, a ellas recurrieron como eje bipolar inalterable en el XIX, y de ellas lleva viviendo una especie improductiva multiforme durante el XX y lo que va del XXI. Para gran ruina de cuantos producen bienes reales, ejecutan servicios necesarios y son individuos con valor personal propio, y para estancamiento y miseria de los que sí precisan de atención, solidaridad y servicios públicos. Porque el espacio de éstos ha sido ocupado por los que viven de chupar su sustancia y se justifican apelando a la defensa de esos principios. Conviene subrayar que la parásita oficializada es especie zoológicamente nueva, puesto que aparece con el Estado de Bienestar durante la segunda mitad del siglo XX y actúa como tumor inseparable de aquél, al que obliga, por medio del chantaje ético y populista, a alimentarla de forma no sólo gratuita sino altamente onerosa.
Nunca existió, aplicada a los humanos, una dualidad transcendente, permanente y en la práctica indiscutible definida según los términos inalterables y antagónicos Clase Social Buena/Clase Social Mala, Izquierdas/Derechas, Progresistas/Reaccionarios. Existen, en cualquier momento, tiempo y lugar, actos y personas concretos, hechos, responsables, culpables, actores de la diminuta, fugaz y gran historia, esa historia que avanza, progresa, mejora o retrocede según el mosaico y el impulso de las iniciativas. La masa parasitaria se ha colocado entre la consciencia del sujeto y la evidencia, ha construido un muro, opaco y denso, entre la capacidad de percepción y raciocinio y la desnudez de los actos, y se ha quedado con la llave de la puerta. Nadie, excepto los beneficiarios de esta enorme y duradera ficción, podría, según esto, opinar, descifrar el caos de seres y de sucesos del mundo inmediato y del orbe exterior. Su visión dispone que, en su dimensión temporal, el orbe, humanos incluidos, se mueve por una planificada fuerza externa, un supremo relato regido por las fuerzas de la Historia o de la Naturaleza, que es descifrado en clave maniquea por el partido, la secta, el clero laico muy de este mundo. En la dimensión espacial del presente el orbe se convierte en una sólida cuadrícula impermeabilizada respecto al análisis crítico por el dogma de la respetabilísima igualdad de culturas. Al vetarse los juicios de valor, la jerarquía de calidad y las ideas, se veta asimismo la acción. Falto de la médula del pensamiento, el individuo se ve encadenado por el miedo al extrañamiento social y cubierto por la tibieza acolchada de la molicie y por la parálisis que produce la ausencia de visión alternativa.
Se vive hoy el final de la creencia en el sentido de la Historia, y esto produce una inmensa sensación de vértigo, semejante a la del descubrimiento de que la Tierra, lejos de ser el centro del Universo, es un planeta más que gira en el inabarcable y negro espacio del cosmos. Ante esto, la reacción puede ser furiosa, aldeana, introvertida, ansiosa de marcos de referencia familiares, asequibles, de puntos de partida y de llegada, de algo tan tentador como la explicación global, predigerida a los conflictos de cada día, un esquema tan polivalente como la navaja suiza, tan binario como la base informática: la máquina expendedora de etiquetas del Bien y del Mal. Sin la menor consideración por los hechos, por la tenacidad de las realidades, minúsculo ejemplo entre millares, en la segunda década del siglo XXI los jóvenes españoles se manifiestan y llaman a la huelga contra los que añoran el sistema educativo franquista. No tienen de éste la menor idea, y se sorprenderían si supieran que, académicamente hablando, producía individuos mucho mejor preparados que los planes de estudio posteriores y que no ha sido su extensión gratuita obligatoria lo que lo ha conducido a sus actuales niveles ínfimos, sino el espurio clientelismo de los diseñadores de la Enseñanza como su coto patrimonial.
Como utensilio canalla en el caso de sus beneficiarios o como reacción defensiva en sus pocos críticos, la falsedad bipolar ha sido útil forja de expolio y servidumbre de los tiempos modernos. En lugar de limitarse a su dominio propio, el de la Sociología y la Historia, ha generalizado el uso de sus barrotes de forma que encuadraran a la población entera, que se derramasen como la lluvia fina, mezclados con los más diversos materiales, durante las horas, los días y los años. Nadie debía estar a salvo de su clasificación, de su distribución ética del espacio, y en quienes la controlan y otorgan está la clave de ese poder que sólo se mide por la cantidad de los que medran a su sombra y por el número de los que han sido privados de lo que por obras y por dotes merecían. Incansablemente, porque viven de ello y sin ello no serían nada, repiten los miembros del club invisible los mantras izquierdas derecha como quien orina para marcar su territorio. Y, en un patético reflejo, caen de hoz y coz en la misma trampa los que deberían precisamente reivindicar la urgente necesidad de denunciar su empleo, aquéllos a los que la premura del ejercicio inmediato de crítica y brillantez acaba imposibilitando para el análisis simple y sucesivo de los actos.
Adiós, muros, adiós (Australia West).
En lugar alguno esto ha sido tan patente, y tan letal, como en España. En ella lleva viviendo de la fantasmagoría de los eternos dos bandos, de la ancestral guerra contra el Mal perdida por un Bien del que se reclaman únicos y legítimos representantes, una cantidad de parásitos que en otras latitudes no tiene parangón. Se fabricó y prolongó durante décadas, y con intención de permanencia, una guerra civil mítica, y se hizo basándose en elementos, seleccionados según necesidades del guión, procedentes de la cantera de la Guerra Civil pasada, los cuales eran coloreados y difundidos, de manera que planease en todo momento la amenaza de ser clasificado como simpatizante del bando maligno. Durante cuarenta años el ejercicio del mito legitimador ha servido para extraer substancia de cada tejido y órgano vivo y para bloquear a gente valiosa, que huye del país, falta de salidas y, sobre todo, de esperanza. Los nichos ecológicos del Estado paralelo son el reino de extraños y negativos dobles que han creado, modificado y nombrado cada empresa y organismo en función de que sirviera a sus adeptos, que han inundado las instituciones de sindicalistas pagados por el Gobierno, de maestros a los que no se exige el saber ni la transmisión de conocimientos sino el de consignas y órdenes tribales, de servicios supeditados a los nuevos caciques, de entidades bancarias y jurídicas a las órdenes del político que las coloca y nombra y a las que, por lo tanto, lo último que les pide es calidad ética y profesional, de cultura sometida a las exigencias del imprescindible guión maniqueo y al rosario de tópicos de obligado cumplimiento.
Por supuesto, el tipo de religión dual laica lleva existiendo largo tiempo, sus estragos carecen de fronteras y son más o menos graves en función de la menor o mayor salud, vitalidad y nivel de libertades individuales del tejido cívico. Pero en España se ha dado con particular virulencia por la rápida formación, con intención de perdurar, de un tumor decidido a vivir de los recursos procurados por otros y hacerlo en nombre de un mérito y legitimidad que vendrían de una lucha que no se dio, de unos riesgos que jamás se corrieron y de una superioridad intelectual, ética, profesional o simplemente humana inexistente. Todo ello bañado en el predominio agresivo en los medios de comunicación, enseñanza y cultura y en la actitud violenta hacia cualquiera que amenace a los habitantes de un coloso con pies de barro, sí, pero con garganta y estómago en los que ha desaparecido el patrimonio nacional. El recurso al perverso dictador, tan providencial para los beneficiarios del progresismo de nómina, ha permitido vivir a lo más y los más mediocres del chantaje, una vez se aseguraron el monopolio de las temibles etiquetas fascista, franquista, derecha, facha, reaccionario. El caso no sería tan grave si se hubiera limitado a la voracidad de un desmesurado organismo parásito, pero éste, al pretender perdurar y justificarse, ha llevado y lleva a cabo de forma implacable una trilla inversa, en la que se procura eliminar cualquier obra con visos de calidad, a los independientes con valor, tesón, inteligencia, inventiva, las asignaturas que implican rigor y conocimientos reales, las obras de arte basadas en la percepción inequívoca de la belleza. Los términos de igualdad y democracia se han rebajado a su acepción más peligrosa y mezquina. El bloque del mínimo común denominador simplemente los utiliza como ariete para derrumbar cuanto y cuantos valen más que él. Por eso es tan importante para este totalitarismo parcelario el control de educación, comunicación y cultura.
Al saqueo de lo que otros habían producido se une la dinámica imparable, excepto por el agotamiento final del combustible económico, de creación de entidades, cargos, organismos no por éstos en sí sino para colocar a vasallos en ellos. Así el fenómeno, que no se da en sitio alguno de Europa, de los aeropuertos, complejos deportivos, centros culturales, sedes monumentales, gigantescos teatros, megalomanías urbanas y rurales de distinto pelaje y el corolario de equipos, secretariados, direcciones, subdirecciones, campos de energías alternativas, escuelas en las que no se enseñan asignaturas de base ni la lengua española, facultades reducidas a centros de botellón y vertedero, universidades sin universitarios ni diplomas que tengan valor alguno. Éstos no son, ni mucho menos, errores ni iniciativas fallidas. Su finalidad previa fue crear ecosistemas para albergar clientelas. Todo ello no es solamente inútil y ruinoso, sino absurdo excepto por la lógica de la simple rapacidad, estulticia y falta de escrúpulos de ese asombro del orbe que sería, en discurso de los clásicos, la clase dominante surgida del chantaje postfranquista, de la medrosidad de los que deberían haberse opuesto y del desconcierto de una población oportunamente amordazada por el maniqueísmo preceptivo y enjaulada por la red carcelaria de las taifas.
El panorama no por cansino y reiterativo es insoluble. De hecho, la reiteración da ligeramente la medida de la normativa verbal y bienpensante en la que se ha venido estando inmersos. Sin embargo la situación es susceptible de cambiar, lo está haciendo a cada momento, y puede dar un giro drástico hacia la libertad y la altura intelectual si un número apreciable de ciudadanos se sitúa al otro lado de las rejas transparentes del largo condicionamiento verbal. La realidad del régimen parásito no implica nueva dualidad, estigma de clase ni determinismo histórico. El campo opuesto es variado, mutable, y, de cesar la dinámica de selección negativa, podrían aflorar valores genuinos en los mismos que se han sometido mansamente a la seguridad del pienso. Tampoco la conciencia de la situación debería dar lugar a una decantación de resentidos que se juzgan, con o sin razones objetivas, privados del reconocimiento y de los bienes que hubiesen debido corresponderles. La valoración por hechos reales y probada valía sigue siendo la medida real, independiente de lo que cada cual juzgue que es, fue o pudo ser.
El resumen sería: A partir de los años 80 lo que fue euforia del cambio de una dictadura a un sistema moderno de democracia parlamentaria se transformó, interiormente, en un proceso de creación y consolidación de grupos de interés centrados en la disposición y reparto del erario nacional. Exteriormente se complementó, de forma necesaria, con la elaboración y difusión de una imagen, absolutamente ficticia, que legitimaba las fachadas visibles de beneficiarios de esa retícula, les proporcionaba una mitología de representantes de la lucha contra el Mal (encarnado en los vencedores de la Guerra Civil terminada hacía décadas y en el dictador muerto de vejez sin que hubiera habido asomo de rebeliones populares) y se embarcaba al país en una esquizofrenia de eterna epopeya Pobres contra Ricos, Socialistas contra Burgueses que nada tenía que ver con las aspiraciones, actividades y vidas reales de la población. No todos los que participaron en aquella ilusionada Transición apoyaban ese proceso, que naturalmente coexistía con gente honesta, pero éstos fueron marginados y silenciados bajo amenaza de denuncia profranquista. La España previa a la Transición no era una nación totalitaria (aunque partidos que se decían defensores de la libertad apoyaron con entusiasmo regímenes totalitarios, dictaduras de la peor especie siempre y cuando tuvieran el marchamo comunista). La sociedad civil, sustentada en una amplia y moderna clase media que ya había cuajado antes del paso al sistema democrático, se acostumbró a vivir en una realidad doble: la verbal de los que reivindicaban como herencia su superioridad (con aspiraciones a la eliminación de otras realidades) de representantes del Bien y la complejidad de una nación moderna, con su libre mercado y diversidad de ocupaciones y dotes individuales.
Naturalmente el botín directo de los grupos de interés era, y es, el sector público, la administración del Estado. Ninguna corrupción ni robo puede comparársele. El más rentable de los latrocinios es el legal, consistente en autoadjudicarse beneficios de todo tipo, acapararlos en el presente, blindarlos respecto al futuro, dictar normas y distribuir obras según cohecho, y, en esa superior escala que ha constituido el rasgo distintivo del régimen español, trocear y clonar las fuentes de ingresos y fabricar ex nihilo una red social y geográfica de tribus pagadas por serlo, las cuales se transforman rápidamente en entusiastas defensoras del sistema parasitario. En él medraron y proliferaron hablantes de cualquier dialecto o lengua distinta de la oficial del país, nacionalistas de terruño, reivindicadores de agravios ancestrales diversos, asociaciones para la compensación de injurias históricas, victimismos variados y, en fin, clanes de reproducción asistida siempre caracterizados por el común denominador de la anulación del individuo y sus dotes y calidad en pro e interés de la grey, el nacimiento, el sexo, la ascendencia, la clase, la etnia, el clan. La laboriosa desmantelación de un edificio nacional realmente democrático de ciudadanos iguales ante la Ley tenía como necesario corolario la cooptación inversa, la promoción de lo peor y los peores, clientela ideal que defenderá con uñas y dientes a los que la mantienen y nombran.
En términos prácticos, la dualidad Buenos/Malos se reduce a parásitos activos y pasivos por una parte y por otra al amplísimo resto hijos de sus obras, variopintos, en su mayoría anónimos, desconcertados por la continua ducha de chantaje verbal en abierta oposición con la vida libre y confortable a la que aspiran y que contemplan y a los sucesivos cambios a lo largo de la existencia. Ellos son el ganado útil del bloque preceptivamente bueno al que, como a la abeja reina, deben alimentar en razón de su rango jerárquico. El Club de Utopías Subvencionadas se distingue del de la colmena en estar constituido por zánganos que anulan con el zumbido de las delicias comunitarias cualesquiera otros sonidos. La dualidad no es tal, en absoluto se trata de Partido de Izquierdas versus Partido de Derechas. El Bloque Beneficiario es en extremo amplio, jerarquizado y capilar. Señorea por supuesto su ápice una masa de nuevos ricos adosados a la Transición que llevan décadas distribuyendo carnets de identidad ideológica que, cual cupones de racionamiento, son indispensables para la adquisición de porciones de prosperidad y relevancia social. Al irse agotando, por imperativo biológico, la mina Izquierdas y antifranquismo honorífico, estos plutócratas sociológicos se han multiplicado y diversificado en vistas a la creación y explotación de vetas urbanas, tribales y de nacionalidades creadas por imperativos del cobro. Más allá de los nuevos, y ya institucionalizados, ricos se reparte una variada y nutritiva sopa. No todos los sopistas gozan de privilegios materiales, pero sí de uno de gran valor: Sentirse superiores al resto, amedrentar, silenciar, imponerse, ser escuchado, adquirir categoría, no por la valía propia, sino por la proclamación belicosa de un puñado de consignas y el confortable sentimiento de irresponsabilidad victimista y gregaria.
Cuando, por mimetismo dual y reflejo de autodefensa, algunos se identifican como Derechas resultan singularmente patéticos, porque están entrando en el fango que pretenden combatir, en el juego del adversario, y extrapolan lo que no son sino términos aplicables cada vez al análisis de épocas y hechos específicos en el marco de Historia y Sociología. La multiplicación sistemática de su empleo, reiterada hasta la náusea por los medios de comunicación y la vieja calaña de los trepas, es simplemente falsa e intelectualmente de una peligrosa facilidad maniquea que le garantiza adeptos de mínimo común denominador reflexivo. Se presenta como clasificación intemporal del género humano y constituye, con su chantaje verbal, precisamente el arma del oponente tanto en los que la utilizan con sentido positivo como en los que se apoyan en uno de sus términos para combatir a la entelequia que englobaría el otro. Pero es un recurso extraordinariamente cómodo, integrado en el habla cotidiana con la misma rutina que las frases de despedida y saludo, y evoca en cada término, no actos y personajes concretos, sino formas de presentarse, de pertenecer a una imagen y un club, opuesta a lo existente en un caso, conservadora hasta la caricatura en otro, irracional e infantiloide en la exigencia del se me debe todo sin precio en aquéllos, neocarlista en éstos. Cada vez que se emplea Derechas, Izquierdas sin análisis, justificación ni contexto se está añadiendo un barrote más a la celda y engordando al próspero gremio de los herreros.
La indefensión tiene como uno de sus principales pilares el desconcierto, la imposibilidad de asir, expresar y transmitir lo que realmente se observa y a lo que los demás y uno mismo aspiran, y ello por falta de instrumentos verbales no contaminados por condena social de alto riesgo, por la animosidad instantánea que despierta el roce de un invisible campo minado. Ay del que denuncie a los iconos consagrados y a los países y sistemas en los que de ninguna forma se querría vivir pero a los que hay forzosamente que alabar o, al menos, aceptar tibiamente mientras se denigra por sistema el bloque Occidente-Estados Unidos-Libre Comercio. En España el guerracivilismo, sumado a las fuerzas anteriores, duplica las tropas contra los indefensos sin ética ni discurso que ponerse. Y estas tropas, desde luego, no sirven a un partido, aunque haya partidos que las han utilizado, con gran diferencia, más que otros. Sirven al envilecimiento clientelar del sistema, y lo hacen e hicieron apropiándose en primer lugar de aulas y escenarios, copando vastos espacios preferentes en el tiempo, atención y energía de los canales comunicativos, borrando la distinción entre entretenimiento instantáneo y sustancia informativa, manteniendo fijo el ángulo y el punto de mira a gusto del magma parásito diversificado y reservando para el resto el desdén, la descalificación preventiva y la sombra.
Es fácil el salto desde la sensación de indefensión y desconcierto a la seguridad prometedora de las diferenciaciones, a la gratificante plataforma que ofrecen nacionalismos y clanes sociales que deifican la marginalidad, tanto más cuanto que ofrecen y procuran muy materiales beneficios amén del marchamo de superioridad sobre el resto, el cual forzosamente se compondrá pues de individuos de segunda clase ajenos y probablemente enemigos del Pueblo, la región ascendida a Nación, la Clase, los Buenos y Superiores en fin.
Hasta las cárceles tienen fecha de caducidad. Naturalmente el chantaje Izquierdas (Bondad e impunidad por definición)/Derechas (Maldad impresentable) y su marca hispánica Progresistas (antifranquistas a título póstumo)/Reaccionarios (el resto) envejecía con las generaciones por mucho que el bombardeo de mensajes diario auditivo y visual fuera con mayoría abrumadora monocolor. Entonces se impuso un volantazo cuya concreción plástica merece tratamiento aparte.
Totalitarismo light
Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo como Democracias Populares, Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.
Igualdad ha servido y sirve, en una sociedad de bienes contados, para privar de los frutos de su trabajo, de sus oportunidades y de la expansión de sus capacidades a los que por sí mismos lo merecen para que ocupe su espacio lógico, por medio de la discriminación pervertida, cualquiera sin más atributos que la pertenencia a un colectivo y la insignia de de una reivindicación. Este Cuarto Estado, el Parásito, cuya finalidad exclusiva es el mantenimiento y multiplicación propios, es exactamente el auténtico reverso de la Solidaridad que proclama. Los términos democracia, solidaridad, igualdad actúan como sustitutos ideales de la persona, del análisis concreto y de la causalidad razonada, blindan contra la denuncia, la apropiación indebida y la gestión ruinosa y son oportunos maquillajes de la simple cobardía, el mero oportunismo a golpe de exaltación callejera y las evidencias del lucro personal. Nadie, o apenas, ve, al otro lado del estrepitoso montaje, a las silenciosas víctimas que, por justicia y por necesidad, hubieran debido disfrutar de buenos servicios públicos, ser las receptoras de ayuda genuinamente solidaria, gozar de representación democrática. La lógica de los bienes finitos y, según circunstancias, escasos priva en primer lugar a los indefensos de lo más necesario. Porque el espacio ético que les correspondía ha sido invadido
por el populismo y la demagogia de la clase usurpadora.
El término democracia no queda mejor parado. En su nombre se puede laminar a explosivos a cualquier país que formalmente no la tenga y sentirse, sin mayores riesgos, el Bueno de la película que se proyectará en todas las pantallas. Las mayores barbaridades gozan de patente de corso cuando se alega el apoyo ocasional por una mayoría. Valga como botón de muestra la benevolente ceguera con la que los puntillosos gobiernos occidentales vienen desde hace medio siglo tratando el apartheid femenino islámico, tanto en las naciones de origen como entre los que viven en Europa. A los más débiles, empezando por su debilidad física y siguiendo por la social, se los (y sobre todo las) machaca y anula por sistema en los barrios turcos de Alemania (la estrella amarilla agobiaba menos que el chador) como en los de Pakistán, en las zonas musulmanas de Cataluña como en Kandahar. Porque Respeto, Tradición, Diálogo, Cultura, Tolerancia se han convertido, como el nacionalismo a cargo del contribuyente, en el último refugio de los canallas. Todo con tal de no arriesgarse a la incomodidad del enfrentamiento diario para defender, -al menos de palabra y con un mínimo de valentía- derechos humanos libertad propia y ajena, dignidad y principios. Cualquier cosa menos mirar cara a cara la insobornable desnudez de los hechos, perder mano de obra rentable, irritar a la bestia de países respecto a los cuales la premisa implícita es que lo mejor que se puede esperar es que se despedacen entre ellos. Nada más fácil que pasar la mano por el lomo a los más fanáticos, violentos y peligrosos (a los que están debajo, aplastados por la barbarie, ni se les ve ni se les espera), afirmar cuánto se respetan sus usos y costumbres, firmar contratos y correr.
Hay puntos críticos, jalones en el espacio y en el tiempo que emergen como marcadores visibles de una corriente de curso prolongado y ancho a la que, al socaire del mantra de la rebeldía contra un Occidente en el cual se bienvive, la opinión se acomoda a una curiosa ignorancia de grandes zonas de percepción. Quizás se sitúa en los años sesenta del siglo XX el giro hacia una de las jaculatorias laicas que hará mejor fortuna: los multiculturalismos, las falsas igualdades y la inseparable, y previa, pérdida de juicios de valor y compromisos morales que ello conlleva. Son los tiempos de un Jomeini mimado y apoyado por el París de la Ilustración. Ahí se abandona la idea de la defensa de los Derechos Humanos, los valores universales, el concepto de civilización. La puerta del Infierno se abre a vastas salas alfombradas de buenas intenciones y mejores consignas en las que da gusto dormir la siesta, prometedores paraísos en los que las simples comprensión y espera producirían cambios excelentes, respeto hacia el débil, amor generalizado, aplaudido todo por los observadores desde una distancia profiláctica. Ya no hay hechos, se ha entrado de nuevo en la cresta de una ola de bienaventurada ceguera que permitirá prosperar inmensamente a los surfistas del populismo.
Será un nuevo hito, décadas más tarde, el discurso en Egipto del Presidente de Estados Unidos. Por primera vez alguien ha sido elegido para el cargo, no por sus obras ni programa, sino por el color de su piel, por la pertenencia física a un sector étnico. Los mismos motivos de clan ideológico previo, de realidad impostada y amputada, harán que se le otorgue el Nobel de la Paz antes de que ejecute hazaña alguna. No hablará en El Cairo más que a los que identifican religión, aquí Islam, con población, ley y forma de vida. Acariciará con su verbo exclusivamente a los estudiantes y auditorio de la gran mezquita y universidad musulmana. Obviará, por el simple hecho de haber elegido ese lugar para su único discurso, a todos los demás, en un país con ochenta millones de habitantes, a los individuos y sus derechos, a los oprimidos, a las mujeres, a los cristianos y a los laicos. Y consagrará la omisión respecto a injusticias que hay que denunciar, el silencio en cuanto a gente a la que hay que defender al menos con la palabra y la presencia, abandonando los valores universales que son lo más humano y medular de lo que él ahí representa. La gran pantalla ilustra perfectamente el cambio hacia un confortable relativismo abrigado con la piel de cordero de la tolerancia general: Se ha pasado del alienígena que devora sin contemplaciones a la tripulación de la nave espacial a la especie mortífera pero incomprendida. La gigantesca hormiga reina de El juego de Ender es un híbrido de Alien y E. T con predominio de los dulces y enormes ojos ovales del último. La película concluye con un tiernísimo diálogo en el que, en escena de inenarrable cursilería que sume a la espectadora en desesperada añoranza de Alien, monstruoso y feroz sin paliativos, al niño humano y al insecto se les escapan sendas lágrimas. Empapado en pacifismo, salvación de otras especies (en este caso la causante de varios millones de víctimas terrícolas) y diálogo cósmico, el protagonista vuela en búsqueda de un hogar para el huevo de la hormiga finada, en un periplo inverso al de la tripulante de la nave de Alien, que tan valientemente luchó por destruir al monstruo y a su progenie. En este bajo mundo, el transparente mensaje de Ender no puede menos de ser bien recibido por todo monstruo humano que cifre su objetivo en imponerse y destruir formas de vida civilizada mediante la violencia. Aplausos con todas las extremidades por parte de Al Qaeda, ETA y sucedáneos. Como telón de fondo, el de la obra en cartel Cambio de eje estratégico, que consiste, no ya en la lógica alianza con el área del Pacífico, sino en un repliegue a posiciones contemplativas, coyunturales y tibias en las que el esqueleto de jerarquía de valores ha sido extraído para sustituirlo por manuales de Claudique sin esfuerzo.
No en vano el profundo cambio en la política estadounidense –y por ende en la Occidental en sentido lato- coincide con el anuncio de Obama del abandono de los proyectos de vuelos espaciales. Se echa el cierre a la exploración de otros planetas, al envío de hombres a Marte. La NASA se convierte en un parque temático para visitas de fin de semana. Ya no opera, como impulso primordial, la necesidad de ir más allá, del descubrimiento como meta y escalón del umbral siguiente. Se invierten los términos, y lo que importa es programar previamente rentabilidades. Hay un cambio de época, un giro hacia el propio barrio, el pensamiento se ha hecho más pequeño y, al pretenderse utilitario, condiciona la grandeza de la idea inicial sin la cual nada se dará luego por añadidura. Habrá pequeños actos encerrados en días y en presupuestos pequeños y condicionados a lo que una información epidérmica haga llover con mayor frecuencia y por mayor número de canales.
La España del siglo XX y principios del XXI es un gran botón de muestra del mecanismo de anulación de un gran trozo de la realidad, de impregnación de ceguera selectiva e impotencia inducida respecto a la normal capacidad de juicio de actos concretos. Pero el caso español es un retazo, adecuado para el análisis por su proximidad y concentración de los elementos, del muestrario. Los regímenes totalitarios inauguran el ensayo general de ese proceso, que perece necesariamente de éxito, cuando logra implantarse como movimiento líder bajo las doctrinas paralelas, de comunistas y nazis. A partir de ese punto, y tenazmente, contra toda evidencia, ya no existirá para millones de personas lo que sus ojos ven y su mente enjuicia. Considerarán que el material bruto resultado del pensamiento debe estar sometido a la criba y filtro de leyes sociales, de la Historia, de la Clase, del Mito de la Eterna Lucha Antifranquista, del Mañana Igualitario, de Imperialismo contra Pueblos, de Clan, Micronación, Relativismo, Raza. Los muertos de un tiro en la nuca sólo habrán sido asesinados cuando, como en el caso hispánico del millar víctima de la ETA, cuando el guión coyuntural les conceda ese rango, las personas castradas, violadas, fusiladas, robadas lo habrán sido según conveniencia del relato.
Esto no es sino una tesela en el inmenso mosaico del silencio bajo el que, pertinazmente, se ha enterrado a millones de seres humanos eliminados durante, por y en sistemas comunistas y socialistas, siempre llamados populares. Hasta el día de hoy (véanse estadísticas y libros de texto). Las mismas fuerzas que actuaron en gran escala y con la impunidad del movimiento nazi o soviético llegado al poder la primera mitad del siglo XX siguen vendiendo bien, aunque sea en porciones y retazos, la envidia y el rencor apenas maquillados de igualdad forzosa y pretensiones de ingeniería social. No existen las dualidades transcendentes, ni la eterna Lucha de Clases o el callejero editado desde el Más Allá para la Historia. Pero sí existen la tremenda fuerza de la primera pasión bíblica, la tristeza por el bien ajeno, y la costumbre de legitimar el robo y el expolio con la creación de clanes nacionalistas y morales nuevas. Probablemente en el Edén lo más engañoso en la actuación de la serpiente no fue la oferta de la manzana sino hacerlo, junto con el Conocimiento y el Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, totalmente gratis, sin contrapartida alguna.
La doctrina bienpensante establece que la contemplación de la realidad exige claves previas las cuales, por su abanico reducido, eximen de la perplejidad, la incertidumbre y el esfuerzo de vérselas cara a cara con el mundo exterior y tener que forjarse juicios propios. La realidad es reaccionaria, cada cual habrá sido provisto de la previa explicación a ella. Ahora no se trata siquiera de silenciar la evidencia, de ocultarla, de hacerla invisible, sino de enseñar a la gente a que no la vea y, si la ve, que no la comente ni se extrañe, que actúe como si no existiera.
El nuevo Arte de la Guerra
No se trata de la obra clásica de Sun-Tzu, que analizó en la China del siglo IV a. C. todos los factores de la estrategia bélica con la sabia finalidad de vencer sin luchar, pero existe hoy un nuevo Arte de la Guerra que tiene con el antiguo dos puntos en común: la utilización del miedo y la difusión de una moral dominante que permita someter sin dar batalla. Se trata simplemente del aprovechamiento de la guerra, de la guerra por encargo, de la creación y mantenimiento de una atmósfera de enfrentamiento bélico que garantiza, en un mundo moderno impregnado de mensaje e imagen, la impunidad y el botín. El nuevo Arte de la Guerra nace del pensamiento débil, de la clientela improductiva y del chantaje dual, siendo éste último a la vez instrumento indispensable y terreno propicio. Hay que crear enemigos y guerra, y esto debe escapar a la racionalidad, la responsabilidad personal y los límites temporales.
Parafraseando el Si no hay Dios todo está permitido, si hay guerra, si hay un adversario preferentemente global y amorfo, el robo no es robo sino resarcimiento de anteriores e indebidas apropiaciones, la vileza es una simple cuestión de oportunidad y perspectiva, el asesinato es la adecuada respuesta a anteriores crímenes, la legítima defensa en el sentido más lato. Basta con decretar, convencer y convencerse de la existencia de un estado bélico continuo para que el terrorista sea un soldado más en el vasto campo de batalla social plagado de adversarios a los que se puede eliminar con toda legitimidad, sean estos policías, carteros, militantes de un partido, oficinistas de la City o niños de una guardería marcados por el pecado original de algún sector opresor.
En la vida cotidiana, la guerra es útil. Permite okupar la vivienda ajena, abstenerse de la enfadosa costumbre de pagar por la adquisición de bienes, amenazar y ejercer diversos tipos de violencia sin que la medrosidad ambiente se oponga a los deseos del guerrillero urbano, y además ofrece sin mayor esfuerzo una justificación moral a los actos, una placentera sensación de superioridad y dominio y una muy ventajosa promoción social con el apoyo de las diversas plataformas comunicativas, ansiosas de espectáculo y de víctimas y refractarias al aburrido pasar de la existencia burguesa.
España es, una vez más, un ejemplo de manual, con jalones muy precisos en el remozamiento y empleo de la guerra rentable. La civil de 1936- 1939 ha sido utilizada, envuelta en toda la parafernalia bipolar Izquierdas/Derechas, bien entrados los años setenta y luego, en plena democracia, como supremo argumento legitimador. El modo de empleo consistía en mantener la idea de un enemigo latente, trasiego de la maldad ejemplificada por el bando antaño vencedor, y justificar por ello una especie de solapado estado de excepción que legitimaría cualquier acto. La lógica guerrera y sus baterías de permanente reivindicación de agravios y de compensación por injurias se desgastaron con el paso del tiempo, de las generaciones y del uso. La clase parásita, que precisaba sucederse a sí misma y veía su arsenal exhausto, se lanzó con el nuevo milenio al terreno de la lógica bélica, trajo la ya antigua Guerra Civil al primer plano, la rodeó de alusiones y conmemoraciones ligadas a exigencias de paz planetaria y buenismo abrumador. El clímax, y la fractura decisiva con los usos del Estado de Derecho, se produjo en 2004, cuando tras la matanza de Madrid justo antes de las elecciones, se aprovechó ésta para manifestaciones contra el entonces Gobierno. El siguiente, llegado al poder, se apresuró a difundir el nuevo arte de la guerra, la Civil remozada, la búsqueda de cadáveres –sólo de los de un bando- de la contienda del siglo anterior, la insistencia en reparaciones, depuraciones y caza de brujas culpables a posteriori de cualquier afinidad con el bando del mal. Esto en un ambiente acobardado por la supuesta superioridad moral del adversario y por el continuo chantaje mediático, con el aplauso entusiasta de las víctimas creadas al efecto y dispuestas a ser objeto de resarcimiento. En los trenes de la estación de Madrid no se pusieron solamente bombas. Junto con los vagones, explotó una artillería retardada de resurrección guerracivilista con los más interesados y míseros fines.
En un plano más amplio, no faltan en el resto del mundo las variadas guerras santas, una especie de neofascismo (o neocomunismo, quid pro quo) de acción directa heredero de la lucha de clases, amigo de las denuncias de conjuras mundiales y poderosos en la sombra, que permite descargar en abstractos la responsabilidad y autoría de sus propios actos. El arte de la guerra a gusto de los consumidores se difunde porque es grato, divierte en los videojuegos, proporciona sin mayor esfuerzo intelectual una supuesta comprensión del mundo con folleto de respuestas instantáneas y catarsis de indignación con visos de ética. Y, sobre todo, viste de moral al descarado y sórdido ejercicio del propio interés.
La lucha, y la victoria, contra el ejército dual y las añejas tropas del chantaje ideológico deja sin duda el campo sembrado de víctimas de las que no pocas merecen al menos lápida si no primeros auxilios. La ignorancia de la historia del siglo XX es tan fenomenal, tan escorada que, ayudados por la ley del péndulo, se puede pasar limpiamente a demonizar a cualquiera que, bajo las banderas de comunismo y socialismo, haya luchado honesta y generosamente por mejorar la vida de sus semejantes. Cada uno de los que combatieron la injusticia que constataban no era un fragmento de Stalin ni de Mao, ni de los milicianos que en España volcaron su rencor en torturas, saqueos y asesinatos durante la Guerra Civil. Entre aquellos republicanos estuvo parte de la gente más solidaria. Tampoco son fragmentos de Hitler, Franco ni Mussolini los que vieron en el apoyo a los nacionales la defensa de su país, sus principios morales, el orden y las leyes. A la manipulación y la ignorancia históricas que empiezan en los primeros años de enseñanza hay que añadir el bombardeo a golpe de millones de muertos, la distorsión basada en el maratón de atrocidades, la puja sobre qué totalitarismo produjo mayor número de víctimas. Porque, si es cierto que el comunista, con sus hambrunas, gulag, exterminios gana la partida por extensión geográfica y duración (hasta hoy, en Corea del Norte) de su reino, también es indudable que el nazi, desde los años treinta a 1945, alcanza un grado cualitativo de abominación incomparable y nunca igualado a causa de su carácter genocida sistemático, industrializado, técnico, de su racismo provisto de toda la frialdad y eficacia de la modernidad y la ciencia, inspirado en las purgas y campos de concentración comunistas en un principio, pero luego insuperable e insuperado en la deshumanización y el mal.
En España los intentos de aprovechamiento de cadáveres han alcanzado cotas de macabra caricatura. En pleno 2016 el partido socialista pretendió seguir alimentando su discurso y su menguado crédito con las víctimas de una guerra que acabó en 1939 y propugnó, a fines electorales, rebuscar muertos (los que consideraba de su signo, no otros) en las cunetas.
Hay circuitos didácticos que deberían ser de obligado recorrido: algún campo de exterminio nazi, las que fueron prisiones y testigos en la Camboya de los Jemeres Rojos del genocidio de un tercio de la población en nombre del Comunismo perfecto, y, más cerca, los pequeños museos locales de países como Polonia y los Bálticos, que reproducen la infinita y ubicua opresión de la época soviética. Si el comunismo ha tenido, finalmente, un balance mucho peor, en lo que a número de víctimas y ruina se refiere, que el nazismo se debe probablemente a que poseía, además de las materiales, tres armas sin comparación más duraderas que las brutales de los nazis. Fueron éstas la extrema disolución de la responsabilidad personal en el Partido, la Clase y la Vanguardia trabajadora, la buena conciencia de la meta de la felicidad y justicia universales que les procuró apoyo perdurable y sin fronteras, y, last but not least, la ausencia de Gran Jefe mortal, encarnado en iconos perecederos, lo cual les otorgaba la perdurabilidad de la Iglesia.
Las peores víctimas de esta batalla no precisan lápida sino ayuda, porque son necesarias y viven aunque las cubran cuerpos muertos. Corren grave riesgo las utopías, el impulso generoso y solidario, la aspiración a esos imposibles que ha ido haciendo posibles la voluntad humana, la misma voluntad que ha producido lo peor, pero también lo mejor de cuanto se conoce.
Del latín al bable
Nunca había sido tan rentable como en el siglo XX, y particularmente en España, declararse nacionalista, poner en pie todo un vasto edificio burocrático, enviar propaganda y propagandistas por el ancho mundo, nutrirse, como en el caldero mágico de Asterix, del cocimiento inagotable de los ancestrales agravios, forjarse una armadura resplandeciente con metales proporcionados por el odioso enemigo y reprocharle con amargura la propia inferioridad en hablantes, extensión, peso histórico y presencia internacional. En la Península del mito tribal el movimiento ha sido inverso al del latín medieval y clásico: Éste fue la lingua franca del cosmopolitismo y los saberes. Aquél se ha embarcado en un acelerado proceso de jibarización, mapas estrictamente regionales, horizontes de barrio y aldea, arroyos preferibles a ríos, colinas a falta de montañas, historia de reyes impostados y batallas ficticias, maquetas en fin cercadas por alambre ideológico por donde transitan ciudadanos que se quieren exclusivos del terruño y a los que se enseña en la escuela desde la infancia a ignorar y odiar, por partes iguales, al país y a la lengua españoles. No hay en esto exageración alguna. Los libros de texto escolares avalan el dato, insólito en el resto de Europa y apenas comentado en una prensa extranjera que, sin embargo, se prodiga en ocasionales comentarios folklóricos o de apenas velada alabanza del terrorista como luchador valeroso. Es exactamente el proceso que, por imposición de las autoridades locales y por omisión de las gubernamentales, se viene dando en España hace largo tiempo y ha producido, desde que se llevó a cabo la desdichada transmisión de las competencias educativas a las Autonomías. El raquitismo intelectual y el despropósito económico han sembrado de minigobiernos, minipalacios y monumentos mini la entera geografía hispana, producido una incomparable clonación de coches y organismos oficiales, inundado televisiones y radios de predicadores de la diferencia étnica y de la lengua del último valle, todo ello a cargo de una vaca gubernamental hipotecada hasta las ubres. Gran éxito: Ya hay generaciones de niños que no hablan sino el habla de su zona, que han sido convencidos de que el enemigo se asienta al otro lado de su estrecho perímetro geográfico, que se ven como los soldados de un excitante juego de ordenador con Estrella de la Muerte sita en Madrid.
Los niños no cobran, pero sí sus maestros, profesores, rectores, directores, ministrines, con sueldos y prebendas procedentes de la Fuerza Oscura. No saben, pero sabrán quiénes y por qué les robaron su herencia y jibarizaron su cultura, sus saberes y su mundo. Descubrirán quizás cuánto cobraron las agencias de viaje que les embarcaron en el viaje del latín al bable. Toda irracionalidad ha tenido en España blindaje y asiento, con el bloque mediático funcionando a pleno pulmón tanto para aclamar como para mantener en silencio lo que convenía, hacia el interior y respecto al exterior. No deja de ser sintomática la ausencia de comentarios sobre fenómenos tan curiosos como que a los niños se lleve décadas aleccionándoles desde la escuela a aprender como referencia el terruño del que el resto de España es enemigo, a vivir en una nación que, única en Europa y en el resto del mundo, carece de bandera, tradición y nombre, en cuyos centros de enseñanza el uso de la lengua española está vedado. Algún espacio hubiese debido merecer tan insólito fenómeno en la prensa foránea. Curiosa, ejemplar discreción.
Ya no hay hechos concretos, no hay Historia, ni resultados, ni empresas, logros, fracasos, esfuerzo, riesgos. No hay, en Enseñanza, conocimientos valiosos per se. No existe la nación en cuanto comunidad de ciudadanos libres e iguales, ni hay tampoco Constitución, códigos civil y penal, delitos, recompensas. Existe, va existiendo, lo que sirve para que una tribu sociológica, sindical, autonómica nazca, crezca, cobre, se reproduzca y apoye a los jeques que mantienen, y se mantienen, en y de la red de intereses llamada Transición B. La espesa y continua capa de consignas políticas que recubre el entramado no pasa de ser epidérmica, aunque a fuer de reiterada los beneficiarios la adopten como credo común por la lógica de la facilidad, la ausencia de alternativa y la necesidad de aceptación por el grupo mediático dominante. No de otra forma podría explicarse un rasgo típico del totalitarismo que se da en estas parcelas de dimensión mudable que de él existen. Se trata de la negación de la evidencia y del sentido común y de la aceptación del absurdo. En el auge de los sistemas totalitarios, se llegaron a aceptar las monstruosidades de las que ha sido testigo la primera mitad del siglo XX, aunque repugnaran, no ya, por supuesto, a la moral, sino a la simple lógica e implicaran la destrucción del propio país y la de millones de sus ciudadanos. Cuando el totalitarismo se presenta de forma oportunista y dispersa, pero con un arraigo institucional variable, su meta es copar el sector público y, en él, Educación, Enseñanza y Cultura, porque a partir de éstos determina la presente y futura implantación y mantenimiento del poder tribal, de la red parásita que sin ellos no podría vivir y que ni siquiera habría visto la luz de la existencia a no ser por la legitimidad ficticia que se le confiere y el chantaje verbal que la acompaña.
Nadie creería en buena ley que se puede decretar que los niños no aprendan en la escuela, que los profesores den clase de lo que no saben y que los diplomas correspondan a conocimientos inexistentes. Sin embargo esto es lo que se instauró en la España de la reforma educativa de 1990, presentada e implantada por el partido socialista y mantenida, bajo formas diversas, a lo largo de décadas porque la oposición no osó derogarla cuando pudo y sus valedores la defendieron, bajo distintas siglas, con la ferocidad de quien sabe que le va en ello la alimentación presente, la futura y la de toda su clientela. El absurdo de instaurar que no se estudiaran prioritariamente asignaturas de base, que se copara el horario lectivo con necedades buenistas de obligado asentimiento, que se jibarizaran historia y geografía en pro de las tribus locales, que los desdichados alumnos pasaran sin aprobar de un curso a otro cargados de ignorancia satisfecha y de suspensos y que se les sometiera en el aula a la dictadura del más vago, el más ruidoso y el menos afín al estudio simplemente se aceptó, se acepta, con cierto momentáneo desconcierto, inevitable ante la confrontación con la verdad tenaz de los hechos, pero con el silencio cómplice de quien asiente por instinto ante el que domina. La ignorancia por decreto es algo tan increíble que simplemente no tiene cabida en el universo mental medio. La explicación es, sin embargo, extremadamente sencilla: La anulación de la Enseñanza basada en el saber era imprescindible para poner en los puestos educativos a cualquiera, sin formación, profesión ni merecimientos, que diera clase de cualquier cosa a estudiantes de cualquier nivel. Había que quitar, como se hizo, a catedráticos, a profesores por oposición rigurosa, eliminar criterios basados en materias fundamentales, rigor, esfuerzo, cualidades, estudio, y sustituirlos por miembros de la tribu cliente, véase sindicalistas de las dos correas de transmisión de los políticos en el Gobierno en 1990, gente del partido y afines, maestros que ocupaban el espacio docente de los extintos catedráticos, regionalistas ansiosos de reescribir la historia y de jurar fidelidad a la bandera local y al sueldo, contratados a los que la precariedad hacía defensores a ultranza de la sustitución de conocimientos por consignas y oposición por antigüedad. Ya de los ríos no se aprende el nacimiento y desembocadura, sólo el tramo que pasa por la comarca. No cabe asombrarse de la cosecha tribal. Sus profesores, salvo honrosas y heroicas excepciones, lucirán en clase sin empacho camiseta, pin y chapita ante los menores, perfectamente indefensos contra la manipulación. Es posible que a los chicos se les haga actuar en actos independentistas, animarles a que peguen en el recinto del instituto carteles en los que se llama asesino al Presidente del Gobierno, como ocurrió en 2004, y que se les prohíba hablar en castellano cuando salen al patio en el segmento de ocio, otrora llamado recreo. La insufrible parafernalia terminológica que siempre ha acompañado a la LOGSE (Ley de 1990) y sus recuelos no pasa de ser guarnición del modus vivendi del concurrido club del mínimo común denominador. Y aún lo es; de ahí la defensa de la barricada.
De haber vivido en la España de las últimas décadas, el gran escritor, pensador y grandísima persona Albert Camus no hubiera podido ser apoyado por su maestro de primaria, Louis Germain, al que envió su agradecimiento y cariño al recibir el Nobel de Literatura. Camus era huérfano de padre y de familia extremadamente pobre. Creció en la Argelia francesa. Louis Germain encauzó sus dotes, compensó la ausencia paterna y el analfabetismo materno y le informó sobre becas y ayudas, hasta la facultad de Filosofía. En España Camus hubiera aprendido a leer lo más tarde posible, y la misma tónica hubiera regido en cuanto a conocimientos en pro de la igualdad respecto al último de la clase, Louis Germain no hubiera tenido la dignidad de maestro ni hubiese ejercido, como hizo, con nobleza y eficacia su deber de enseñar y de impulsar al máximo la capacidad y esfuerzo de los alumnos, facilitándoles así el ascenso social y personal. De intentar tal cosa, hubiera sido un apestado reaccionario, rodeado de gente que se denominan maestros y que forman parte de la correa de transmisión de los dos sindicatos lujosamente mantenidos por el partido que ha hundido la Enseñanza española. Louis Germain sufriría el más severo ostracismo, no hubiera podido impartir conocimientos sino consignas, vería a los que fueron catedráticos vigilar los lavabos y a los maestros dar clase de materias y niveles que desconocen y defender encarnizadamente a los que les han milagrosamente promocionado. Albert Camus, cuya familia no tenía dinero para pagarle ni un máster ni una caja de lápices, habría resistido penosamente la dictadura de lo peor y los peores en el aula, no le habría sido permitido hablar y escribir en francés, ni a su maestro utilizar la lengua de su patria, sino que una tribu local habría impuesto el kabileño. El futuro escritor compadecería al infeliz Germain y hubiera abandonado el inútil aparcamiento antes centro de enseñanza. Camus, inteligente donde los haya, y Germain, honrado y sabio, serían cebo de la jauría del comisariado pedagógico, de los que engordan a base del control y espionaje de los profesores y de la ocupación del horario lectivo y de los temarios de oposición con el Aprender a aprender, Aprender a enseñar, Educación en valores, Conocer al alumno, Sexualidad para la igualdad de género, Infancia igualitaria, Igualdad en equipo. Afortunadamente Albert Camus estaba en la enseñanza francesa, en la segunda década del siglo XX.
No hay, en lo que al absurdo se refiere, tanta diferencia entre el alumno que, en vez de en matemáticas, latín, ciencias naturales, lengua, arte, emplea buena parte de las seis horas lectivas diarias en materias del tipo Valores para la solidaridad, Sexualidad creativa, Aprender a aprender cómo aprender. Discusión, formando grupos, sobre la patata y el dónut, Lucha nacionalista en mi aldea a través de los siglos y el mundo adulto. Al igual que la crasa estulticia de las consignas que pueblan aulas, discurso lectivo y libros de texto, también están blindadas contra la crítica obras, organismos, cuerpos de traductores de lenguas locales, asesorías, normas, inspecciones, equipos y delegados perfectamente inútiles. Todo se justifica por la fuente de autoridad y las iniciales premisas de Igualdad, Solidaridad y Valores Comunitarios. En un sistema totalitario puro habría un Líder que marcaría el puñado de axiomas indiscutibles y a partir de ahí no existiría absurdo posible porque Historia, hechos, pasado, futuro y presente deberían acomodarse a las leyes de la tesis enunciada. Como aquí estamos en el esperpento con rasgos de bonsai totalitario en lo que los medios del sector parásito Transición B lo permiten, hay que conformarse con territorios sociales acotados que se defienden con la mayor fiereza.
La Era de la Marmota
El absurdo, elevado a categoría y por ello difícilmente atacable, impregna las expresiones culturales de la vida española con una violencia coercitiva que condena al ostracismo a los escasos disidentes. No de otra forma se explica la inacabable y fiel repetición de los mismos tópicos especialmente visible en el cine subvencionado. Década tras década, con la fidelidad de quien si no ficha no come y con honrosas, valentísimas excepciones, se ha repetido hasta la extenuación el rosario de tópicos presididos por Guerra Civil milicianos buenos (encarnados luego en el bloque progresista del Bien) y adversarios franquistas malísimos (encarnados en Iglesia, Guardia Civil y un ente tipo Godzilla llamado Represión Sexual tan fantástico como el monstruo japonés). El Catecismo Cultural es de piñón fijo, a saber: Como la sesión es continua y hay que actualizarla un poco, el flamenco guitarrero, el número de la Benemérita y el adúltero de calzoncillo de segundas rebajas alternarán con la monja lesbiana, el empresario malvado, el cacique moda retro y el militar fosilizado en su uniforme. El comienzo de la película incluirá, a ser posible en los diez primeros minutos, expresiones sobre la urgente necesidad de coito. Se pronunciará un taco cada tres palabras. Aparecerán, ridiculizados, elementos y símbolos cristianos (pero serán tratados con cuidado exquisito los islámicos). Se seguirá el mismo criterio con personajes que encarnen a policías y fuerzas del orden y se procurará que muestren inclinación a la homosexualidad y la pederastia. Se ofrecerán, cuadren o no cuadren con el guión, numerosas escenas que variarán entre el sexo explícito, escasamente atractivo por la rudeza ginecológica y el discutible gusto en posturas y ropa interior, y las alusiones continuas a represiones sufridas y superadas. No escasearán, en todas sus variantes, los mantras caca, culo, pedo, pis, y las festivas referencias a coprofilia, delincuencia común y festivo consumo de drogas. Se evitarán, con atención vigilante, la exhibición, elogio y descripción de Belleza, Bondad, Inteligencia, Altruismo, Valor y Fidelidad. Los protagonistas aparecerán de mal humor, broncos y de trato desagradable precursor de inminentes desdichas, y no ahorrarán actitudes verbales y gestuales ofensivas y violentas. De citarse por alguno de sus símbolos o lugares de fácil reconocimiento, se ridiculizará e injuriará al propio país, si éste fuera España; no así cuando se trate de otras naciones, de tribus primitivas o de autonomías. Es importante que al final de la película los malos venzan, el criminal quede impune, el vampiro procree, el ladrón disfrute burlando a las fuerzas del orden y los maleantes se instalen, sin ser molestados, en un piso hogar de alguna aburrida familia de clase media. Por supuesto, cualquier ocasión será buena para describir la indecible y global perversidad, sin mezcla de bondad alguna, de los franquistas antes, durante y después de la Guerra. No existirán en las tomas ambientadas en los años treinta del pasado siglo civiles asesinados por los milicianos, ni seglares ni religiosos, aunque se contaran por miles. Y, lo más importante, con simples variaciones de attrezzo e intérpretes, esta misma película se proyectará, incansable, e incansablemente subvencionada, durante más de treinta años.
La amplia meseta ibérica parece adquirir rasgos de las praderas del Lejano Oeste. Surgen, multiplicadas por doquier, no una, sino centenares de marmotas que una y otra vez salen de su agujero para predecir la misma borrascosa primavera, alertar con sus chillidos sobre el pasado-presente nefasto, abrir, y cerrar, siempre el mismo paraguas y reclamar a la comunidad la distribución indefinida de vitualllas y edredones.
Historia de dos postguerras
La maldición, aparentemente ancestral e inexplicable, que condena a España entre los países a ser aquél al que, como el del Ulises de Cavafis, es mejor llegar lo más tarde posible (o quizás no llegar), aquél del que incluso hay que renegar y rechazar cualquiera de los normales símbolos que utilizan sin complejos todas las naciones no es tópico inasequible al análisis. Sobre todo no si se van anotando sucesivos beneficiarios y circunstancias. La debilidad no es mítica sino inducida. En un horizonte temporal nada lejano, mediados del siglo XX, la Europa de los Aliados sale fortalecida en sus miembros porque se ha enfrentado a un enemigo común. En sentido contrario, Alemania comulga unánimemente con la desgracia, la vergüenza y la tarea de reconstrucción. Los discursos de Winston Churchill representan lo mejor de los ciudadanos, lo más esforzado, generoso y valiente. En la posteridad los enemigos de cualquier grandeza escarbarán para arrojar alguna basura, encontrar fallos en los que, con la vista puesta más allá de sus fronteras y del Continente, se decían conscientes de defender los grandes ideales de libertad, cultura, civilización y derechos del individuo. Las naciones de la postguerra de la II Mundial salieron fortalecidas en su esencia y conciencia de tales, también empobrecidas y enfrentadas a miríadas de cuentas pendientes con los colaboracionistas, la jauría de vengadores de agravios a toro pasado y el Telón de Acero de la Guerra Fría. Pero tenían lo más importante: la visión de futuro, la claridad respecto a las aspiraciones y retos del presente y la unidad tanto interna como externa en el rechazo de peligros y males que, por haberlos visto muy de cerca, sabían que eran los peores enemigos.
En la divergencia durante los años cuarenta y cincuenta de España respecto a la evolución e ideario del bloque de los Aliados se gesta buena parte de la miseria política actual, no sólo en la autarquía de la dictadura franquista. Mientras que Churchill y Estados Unidos hablaban de la situación en el planeta, de los enormes retos de la era atómica, del futuro deseable, de la defensa de los principios medulares de la libertad individual, el bienestar y la prosperidad como antídoto contra dictaduras, de la salvaguarda de valores y tradiciones consustanciales a Europa y su proyección atlántica y dignos de ser defendidos por doquiera, en la Península se seguía el camino inverso en una visión caracterizada por la estrechez mental y geográfica y un bloqueo defensivo de lo inmediatamente propio alimentado con valores de pura apariencia tras los que se movían el complejo de inferioridad, la mediocridad y la avidez de los intereses locales.
La divergencia se fue ahondando porque el populismo necesita grandes cosechas de envidia que, como el pan, no debe faltar en el yantar cotidiano de los electores españoles. Para ello es necesario un auténtico odio a la grandeza ajena por serlo, aunque se vista la inquina de excusas sociopolíticas. Naturalmente nadie va a denunciar como males cósmicos el imperialismo de Luxemburgo o de Andorra, pero para eso están países extensos, activos, laboriosos, influyentes. En la mecánica rencorosa es también imprescindible la búsqueda de taras en personajes de enorme talla intelectual, personal, política. Se hoza, por ejemplo, en la figura de Winston Churchill e incluso se repite, con el deleite de quienes al fin han encontrado espacio para rebajarlo y con la ligereza de una leyenda urbana, el supuesto rechazo británico a la excesiva personalidad arrolladora de tal político en tiempos de paz. Pero se omite que su derrota electoral de 1945 obedeció en buena parte a que, tras cinco años de guerra y antes de lanzarse la bomba atómica, las tropas británicas temían verse involucradas en los uno o dos años más de combates en el Pacífico con un saldo de dos millones de bajas de los Aliados, que era el precio en que se calculaba la victoria sobre el fascismo nipón. Japón se rinde el 14 de agosto de 1945, a poco de las elecciones generales británicas. La Guerra del Pacífico fue probablemente el factor más determinante en el rechazo a tener como Premier en la paz al que lo había sido, ¡y cómo!, en la guerra. De hecho, Churchill teniendo un peso decisivo, lleva a la victoria al Partido Conservador y es de nuevo Primer Ministro en 1951. Deja el puesto, pero no el Parlamento, en 1955 a los 80 años de edad y muere diez años más tarde rodeado de admiración y agradecimiento.
En España el efecto de la postguerra fue, pues, en la segunda mitad del siglo XX, inverso al europeo. La suya había sido una guerra de facciones telonera de la mundial y penetrada por el ensayo general de los totalitarismos, empapada pronto en la irracionalidad, el rencor y la violencia como motores de cambio socia, en los que se anegaban las mejores personas e intenciones. La posible república moderna se transformó ya desde sus significativos preludios en opresión, fragmentación, expolio y recurso al asesinato, en un ambiente y en una época en la que a los veinte años quien no era comunista era fascista y viceversa. Su final dejó la impresión de algo trunco, de general fracaso nunca asumido, de intervención aliada que, vencido el nazismo, vendría a implantar para unos el país afín a sus vecinos, para otros la dictadura comunista que, paradójicamente, ya era en el mundo y fue una máquina de fabricar ruina y muertos por cientos de millones peor aún que la nazi por su duración. Al revés que Francia o Inglaterra, la primera cosecha española tras su guerra civil fue en gran medida de amargura y desconcierto. La segunda, en su momento, una duradera máquina de subsistencia, legitimación, chantaje y extorsión de bienes, cultura y ética basada en la mitificación del término Izquierda, en la ignorancia, secuestro y silenciamiento de la historia y en la implantación ubicua de un bloque parásito cuya única fuente de recursos y de prestigio era y es el mito nutricio de la eterna Guerra Civil y la República ideal y truncada cuyos réditos se les deben de generación en generación. El panorama no es ni mucho menos de nuevo una dualidad, igualmente falsa que la de Izquierdas/Derechas, que adquiriría la forma Oposición/Gobierno o Socialistas/Liberales. Hay sencillamente un filtro a contario que selecciona y promociona lo más mezquino, y por ello más fácil y extenso, de todos, en racimos y clanes puesto que el ruidoso factor gregario, apoyado en la telemática, y cuanto desdibuje la responsabilidad y percepción crítica del individuo es en este régimen vital. Y hay paralela y conjuntamente un statu quo tácito por el cual los supuestos opositores, dentro y fuera del Gobierno, que se reclamaban como defensores de derechos, nación igualitaria y libertades, viven enquistados en el tejido del sector público, blindados respecto a la Justicia con algún ocasional chivo expiatorio mediante y seguros de los pactos con los caciques que les perdonan la vida y garantizan holgada subsistencia mientras les gestionen, les mantengan gratis et amore y no se opongan al desguace tribal, a la tergiversación y destrucción de educación y cultura y realicen o permitan periódicamente la liturgia de los ritos de la República Mítica, el antifranquismo perpetuo y la guerra civil rediviva. Al bloque Parásito de cuantos carecen de mérito personal alguno y que han ido eliminando y orillando a los que sí trabajaron, arriesgaron y defendieron ideales nobles y la Constitución de los setenta, pronto e impunemente incumplida, les es indispensable el rito y el mito de Malos y Buenos de la Guerra Perdida. No tienen otra cosa, pero sí una de extrema importancia: La implantación en la sociedad del convencimiento de que ellos son mejores que el resto. Y lógicamente precisan azuzar lo más bajo en conductas y aptitudes hasta lograr niveles de completo ridículo, desde la pompa y circunstancia del hervidero ratonil de satrapías hasta orinar en público. La guerra es contra la excelencia, la valía, la productividad, el progreso, el saber y la memoria, contra cuanto sobrepase el rasero de una masa a la que se quiere anónima, unánime, rencorosa y dependiente.
De ahí la importancia cardinal del control educativo en el que, desde la primaria hasta la universidad, lo que se penaliza es el estudio, el conocimiento, las buenas calificaciones, el esfuerzo. Por el contrario, las becas se concederán a discreción de forma que, sin precio monetario ni intelectual, se pueda aparcar en las aulas, con aparente gratuidad pero por supuesto a cargo del contribuyente, por tiempo indefinido, disponer a capricho de las instalaciones y ensuciarlas y degradarlas si place, y recibir finalmente a granel diplomas que, por supuesto, ni avalan conocimientos ni tiene valor. Todo ello proclamando la perversidad del represivo sistema franquista que, triste paradoja, fuese de Franco o de Viriato era infinitamente mejor que el implantado a partir de 1990. Y no por el efecto colateral, indeseado pero inevitable, de su extensión democrática a la población entera ni por el cambio de los tiempos, sino por el rigor inmisericorde de los que desde el nuevo régimen y sus virreinatos autonómicos precisan como ecosistema ese ínfimo nivel. Nada tan delator de las intenciones carcelarias en la falsa dualidad Izquierdas/Derechas, Franquistas/Progresistas como la avidez por apropiarse del terreno formativo, desde la infancia a las Facultades; nada tan inequívoco como dato de seguras y lucrativas intenciones de manipulación y apropiación a beneficio muy personal que la agresividad con la que los grupos aferrados al reparto de puestos y poder entre sus huestes defienden el monopolio de las aulas, el destierro o minimización en los programas de estudio de cuantos saberes tienen real envergadura, de cuanto sirve, no para la falacia definida como para la vida, sino para pensar, adquirir conocimientos y conciencia de su jerarquía y del precio en solitario esfuerzo que conllevan, disponer de la propia reserva intelectual, de la biblioteca inasequible al robo y a la lluvia fugaz de mensajes ajenos al real aprendizaje.
Sin la ferocidad mostrada desde los tempranos años 80 del pasado siglo en la apropiación de lo que se ha venido presentando como única cultura sería incomprensible la situación actual. Simplemente afloran a la superficie los frutos de la prolongada y generalizada siembra de intereses. Cómo si no explicar la imposición de lenguas locales que no tuvieron auge alguno fuera de sus predios simplemente porque, como es regla puesto que en la práctica no existen hablas sino hablantes, los que las utilizaban no hicieron lo que otros, carecieron de la proyección que el castellano sí tuvo por razones semejantes a las que hacen que el inglés y no el swahili sea el idioma de la informática. Cómo entender el fracaso educativo si no se abandonan las proclamas histórico-metafísicas y se desciende a la simple y ubicua red capilar de gente que cobra de este fracaso y llega incluso a creerse superior al resto. No en vano existe una fina e inapelable línea que incluso los que pretenden radicales mejoras se guardan de traspasar mientras se refugian, una vez más, en supuestas dotes taumatúrgicas de la formación del profesorado. Ninguno se atreve, sobrado de temor y falto de esa modestia intelectual sin la cual no hay progreso, a, no sólo reivindicar con forzada retórica, sino a realmente garantizar por ley a ámbito nacional lo que ya está inventado: Programas basados en materias fundamentales, pruebas de nivel, aulas desinfectadas de oportunismos, localismos, clientelismos y consignas, clases impartidas por profesores según su nivel de diplomatura y conocimientos avalados por oposición pública.
El raquitismo de la cosecha es sólo comprensible gracias a la implantación, desde finales de los años ochenta del pasado siglo, de este temprano vivero de ignorancia preceptiva bajo el irónico nombre de progreso democrático. En él se lleva sembrando, junto con grano variopinto, la postguerra ficticia y el cómodo victimismo todo a cien. Y ahí residen, por la vaga conciencia de la indigencia intelectual y el desconcierto, buena parte de las causas del sentimiento de indefensión.
Sabiduría oriental o cómo acabar con las corrupciones
Cuando la corrupción es institucional, legal y sistemática para mantener el estado de cosas se impone una liturgia periódica de denuncia virtuosa. Hay que esconder, tras una fanfarria de hechos puntuales centrados en el delito personal, la colosal ruina del empleo estúpido, interesado y estéril del erario público, la financiación de obras pretenciosas y prescindibles, la permanencia del timo legal, la multiplicación de minigobiernos, cortes y satrapías. El vistoso capote de delincuencias menores agitado por los medios televisivos en momentos oportunos torea y dirige a su antojo al votante y la opinión ciudadana. En España han campeado y campean a sus anchas intocables de todo tipo y condición, familias enteras de los feudos nacionalistas, sindicatos y empresarios administradores seculares de los fondos europeos, con tal pericia que el país está en cabeza del paro, nubes de expolíticos venden sus contactos y hornadas de licenciados se expatrían provistos de sus diplomas inútiles sin que ninguno de los hacedores de las nefastas leyes educativas se responsabilice.
Naturalmente para la trama de intereses de Gobiernos prácticamente nacidos en el escaño del Parlamento las Clientelas de la Utopía subvencionadas y amamantadas son tan indispensables como el ying para el yang: Hay que exhibir hordas agresivas de revolución total para evitar que se repare en la perversión del libre mercado y el Estado de Derecho en forma de consejos de administración de bancos y grandes empresas formados por políticos, ministros y ex ministros, hace falta ruido mediático de fronda para ahogar la alianza oficial con la Justicia, a cuyos miembros nombran los partidos y apoyos virtuosos al “derecho a la vida” como si los demás sostuvieran sin discriminaciones la muerte, y ello por parte de los que no se han manifestado jamás contra la pena capital ni propuesto medidas prácticas reales en el marco legal y económico ni denunciado las causas que, integradas en el sistema, favorecen lógicamente la corrupción.
Paralelos, hasta juntarse en un charco estancado, corren los dos arroyos, el de la corrupción oficializada y el de los robos clásicos a base de comisiones fraudulentas, desvío de fondos, apropiación de capitales. Desembocan en el agudo sentimiento de indefensión ciudadana, se mire hacia donde se mire, sin hallar recambio ni desagüe al cauce del charco, alimentado además subterráneamente por una oscura, silenciosa y silenciada, pero cierta conciencia de culpabilidad vicaria, de cegueras oportunistas y selectivas, de 11 M que se descompone lentísima, inacabablemente, de embriaguez temporal a base de consignas que alababan paraísos en los que no se deseaba vivir, de historia de una lucha inexistente para gozar de los privilegios del eterno adversario.
Del pastel de más de treinta años de componendas y reparto del Estado se escoge oportunamente alguna guinda para exhibirla como implacable actuación contra los corruptos, se crean comisariados de buenas costumbres según conveniencia y audiencia, se inventa un chantaje en forma de denuncia sin pruebas que implica la muerte política del chivo, inocente o no, más a mano. El puritanismo selectivo es un arma de letal eficacia. Y es perfecta para desviar tiempo y energías y omitir la aplicación de leyes básicas existentes pero cuya transgresión nunca se paga, nadie devuelve jamás las inmensas sumas desaparecidas en el sumidero del despilfarro, la propaganda y los rentables acuerdos con grandes empresas. En cambio, aparecen y pueden aparecer en cualquier momento remedos de los ministerios orwellianos: Ministerio de la Transparencia, De la Gestión de Imputaciones, De la Defensa del Género Epiceno, De la Corrección Lingüística, De la Corrupción Preventiva (todo un clásico en la tradición del “crimental” de 1984), que ofrecerán la obligatoria Formación para la Ciudadanía en forma de cursos como “La bisexualidad sin esfuerzo”, “Lesbianismo para principiantes: teoría y práctica”, “Reciclaje de rosarios y belenes obsoletos” o “Las chirigotas en la literatura universal”. En todas las lenguas y dialectos peninsulares, por supuesto. Y, como nunca antes la cuota de pantalla, palabras y tiempo otorgada a grupos e individuos tuvo tanta importancia, organismos y consignas tendrán un éxito prácticamente asegurado, sobre todo los que cobren por ello. Es probable que la oposición se vea reducida a la impresora y el folleto semiclandestinos.
A mayor escala, las peores dictaduras están ciertamente exentas de corrupción,. Son, como Corea del Norte o la China maoísta, infiernos de perfecta pureza que no dudan, como en el caso coreano, en inaugurar una nueva forma de pena de muerte que ha sido su única aportación original a la historia actual de la humanidad: En Pyongyang el Ministro de Defensa se durmió durante el desfile nacional y el Gran Líder ordenó su fusilamiento (término impropio en espera de que se invente el adecuado) con un misil: He aquí un ejemplo de severidad y de responsabilidad en la aplicación de las leyes. Cabe imaginar la suerte, en parecidas circunstancias, de su homólogo español que afirmó que prefería morir a matar. Los sistemas totalitarios comunistas son vivos ejemplos del Paraíso de la igualdad, la felicidad y la ausencia de delincuencia por decreto y de la Revolución, el inconformismo y el perfecto progresismo universales. Los millones de muertos muy reales, las hambrunas, la falta total de libertad y vida privada han sido y son simples tropiezos a beneficio de inventario. Mientras el Paraíso llega, todo vale contra el Estado existente, puesto que legalidad, normas y usos y la existencia y patrimonio de sus gentes no son sino brotes de la injusticia radical, productos de una sopa primordial mal hecha que hay que rehacer. Llegado el advenimiento, los pequeños peces-víctima pasarán sin soluciones de continuidad a ser grandes depredadores (la semántica de la violencia en el discurso pacifista e idílico es cuanto menos sorprendente) guardianes del edén futurible.
En Occidente en el sentido más lato de tipo de civilización (la aburrida fórmula tradicional democracia, libertad individual, pensamiento racional, derechos humanos, propiedad, comercio) los paraísos se han apoyado por control remoto y con gran entusiasmo vicario. En España se ha reforzado el general edén platónico con otro superpuesto: el Paraíso truncado por la Guerra Civil. Es la República Dorada, reducto de prosperidad, paz y justicia, que, de continuar más allá de los años treinta, hubiera dado lugar al país soñado. Lamentablemente la historia es complicada y su estudio trabajoso. No hubo jamás aquel todo a cien para todos. Pero al menos la prolífica serpiente entregó a las generaciones venideras la posibilidad de ser siempre víctima. Junto con la expectativa de la Gran Pureza, que garantiza aquí y ahora la irresponsabilidad personal (por las vías del asambleísmo, el dominio mediático y la acción directa) y legitima todos los actos.
La China tradicional ofrece sin embargo un dicho digno de encomio: “El agua pura no cría peces.” Esta sabia máxima, junto con “Lo mejor es enemigo de lo bueno” y “Cada cual es hijo de sus obras” debería figurar, grabada en mármol, en salones, despachos y Congreso.
Del Romanticismo y sus estragos:
España parque temático.
Paralela a la España a secas, al país en el que se ha hecho todo lo posible para eliminarlo como tal de la percepción, del uso mismo de su nombre y de sus símbolos y tradiciones, existe la España B, construida según guión y a efectos de uso. Para su difusión en el extranjero se han gastado sumas ingentes y no se ha reparado en esfuerzos. Naturalmente se obtienen, y esperan conseguir una parte y otra allende y aquende, dividendos considerables. Es la marca B export, construida, y deconstruida, a base de omisiones y de un puñado de datos ciertos pero que no lo son cuando el cuadro, el espacio en el que se fija el foco, carece de partes indispensables de la realidad. No deja de ser extraña la ceguera de los corresponsales ante las espaciosas y tristes regiones de la Península donde salta a la vista la carencia de inversiones e industrialización. Se diría que, de cóctel en cóctel y de comida de trabajo en bebida de trabajo, han ido volando y posándose en las zonas más ricas de España, que lo son gracias al conjunto del país, para transmitir fielmente las quejas, vituperios y proclamas independentistas de quienes a todas luces están y han estado más favorecidos que el resto. Ídem de lienzo en la selección de entrevistados, interlocutores y fuentes. Es, en este sentido, ejemplar el hecho de que una publicación de prestigio, como The Economist haya escogido, para resumir la situación y perspectivas del país en sus números anuales, a quien representa en España el periódico insignia de la Transición B.
El tratamiento del atentado del 11de marzo de 2004 constituye también un ejemplo de desinformación: The Economist se apresuró –sin duda no fue el único- a incluirlo en la lista mundial de atentados islamistas, con una celeridad sorprendente la prensa extranjera comulgó con la nada probada afirmación de la autoría islámica, se repitió la tesis oficial, en absoluto avalada por los hechos, nada se dijo respecto a la precipitada destrucción de los vagones donde estallaron las bombas, nada en cuanto a la siembra de pruebas falsas y la eliminación de lo que podía haber dado pistas e indicios, ni palabra sobre la ausencia de autopsias de los supuestos suicidas, y vaguísimas alusiones al dato clave de que se desconoce el autor intelectual que planeó y dispuso la matanza, sin comentarios a la evidente voluntad de silencio que sigue hoy cubriendo el tema. Es curioso que ante un hecho de tal magnitud europea y mundial se hayan leído tan pocos análisis geopolíticos. Es innegable que el atentado de Madrid, con sus cientos de víctimas, tuvo como efecto un cambio radical de Gobierno, economía y geoestrategia tres días antes de las elecciones, en beneficio, obvio pero no sólo, del entramado de tribus y de los terroristas autóctonos. Pudo haber, o no haber, mano de obra etarra e islámica, pero han quedado resguardadas por la sombra las de los que, a un nivel superior, mecieron los ataúdes.
Es llamativo también que en la prensa extranjera el análisis de la situación española se centre con frecuencia en la cuestión catalana y que, para ello, efectúe un ejercicio de corta y pega basado en previas declaraciones de algún líder independentista. El caso catalán es un ejemplo de sustitución de la realidad palmaria por una confusa mezcla de censura, propaganda, autocensura y mitología a uso externo e interno, para gran dicha de cuantos corresponsales no dudan en asimilar el tema –la reivindicación tribal vende- a grupos foráneos sin la menor afinidad ni semejanza. El clan montaraz es un apéndice del atractivo folklore ibérico, sin violencias orientales y tan al alcance de la mano para ofrecerle comprensión y apoyo. Ello en justa correspondencia con las grandes sumas procedentes del erario público español que se emplean en implantar allende fronteras centros a efecto de embajadas oficiosas.
Esta cultura independentista de la queja tiene unos pies de barro amalgamado por una red de interesadas clientelas, se recubre de un aparato escénico perfectamente ficticio, blindado por el temor que ha logrado inspirar en quien proclame que el rey está desnudo, y desdeña el análisis concreto y los verdaderos méritos propios. Por esto mismo es incapaz de, tras percibir y aceptar la realidad, dar un enfoque positivo a la misma, promocionar sus reales valores, superar la hostilidad y el hastío que ha sembrado su rechazo de la “enemiga España” en el resto de la Península. A la región productora en un tiempo de riqueza y receptora de principales proyectos estatales de desarrollo y de ventajas proteccionistas le es fácil, cuando las vacas enflaquecen, clamar al expolio del que habría sido objeto desde la aurora de los tiempos, inventar dinastías regias, aferrarse a la orla del manto del norte europeo salvador cortando amarras con el reducto semiafricano de subdesarrollo. Tras coqueteos con racismos étnicos y fundamentalismos ancestrales risibles, Cataluña se aferra a la lengua, a falta de otro asidero, como elemento diferenciador y sustancial en su reivindicación nacionalista. Ocurre con la lengua catalana lo que pasaba antiguamente con la hija de familia rica nada agraciada excepto en la cuantiosa dote: No con su riqueza adquiría belleza, aunque sus padres la querían por ser su hija y para ellos no existía su fealdad. En el caso del catalán, se trata de un idioma particularmente cacofónico en sonidos y acento. Es así, como en otras lenguas, véanse el gaélico, el ruso, el italiano, sucede lo contrario, se trata de un factor puramente físico que algunas páginas literarias y canciones ayudan a hacer pasable pero no por ello, porque es imposible, pueden otorgarle la armonía tónica de la que carece. Sin embargo, para no ser tachados de anticatalanistas y reaccionarios, en un ejercicio de hipocresía forzada a nivel del país entero, se ha obligado al conjunto de la población española a oír, escribir y repetir el mantra “la bellísima lengua catalana”, tarea semejante a empeñarse en afirmar que Madrid es puerto de mar y merece un Ministerio de Marina Autonómica Manchega.
Respecto a la proyección internacional, sucede que castellanos, extremeños, andaluces, y otros españoles llevaron a cabo la aventura americana, que por ello millones de personas hablan fundamentalmente el mismo idioma desde una esquina de la Península a la Tierra del Fuego. Las lenguas no son sino la plasmación de cuanto sus hablantes hacen, y los de Cataluña no invirtieron valor, dinero ni energía en hazaña de tal envergadura. De sus empresas marítimas mediterráneas queda el recuerdo de una venganza y poco más. Sin un transfondo acomplejado no se entendería el empeño, no de afirmación, sino de diferenciación agresiva y búsqueda anhelante de reconocimiento foráneo. Así hasta el envenenamiento por hastío de propios y ajenos, que impide a Cataluña llevar a cabo una promoción necesaria, en España misma, de sus propios y muy reales valores, de su nivel musical, de su patrimonio artístico, de sus instituciones científicas punteras, en un ambiente donde haya entrado el aire fresco de la realidad.
El proceso, muy moderno, de florecimiento reivindicativo de nacionalidades y microestados es diferente a lo que se ha entendido en épocas anteriores como tal. Se inscribe en la dinámica de las clientelas franquicias de la utopía rentable de un edén sociopolítico –y étnico de forma vergonzante- fabricado al efecto, y se amalgama con mayores o menores fondos sentimentales y viscerales preexistentes, que son siempre plantas de rápido crecimiento con el riego adecuado. El esquema de su evolución es muy semejante en distintos lugares: Regiones que en su momento se beneficiaron de la captación de empresas estatales y trato comercial interno favorecido, de la pertenencia a la nación común, descubren en la actualidad, con sus nuevas perspectivas de ingresos, agravios ancestrales. Llegan las grandes revoluciones, la industrial, la técnica y la informática, cambia la geografía de las fuentes de ingresos, incomoda compartir con provincias menos afortunadas, y se clama por la independencia del poder central y el salto a una federación de microestados vagamente europeos. Dado el desprestigio, tras el nazismo, de las singularidades étnicas, aunque éstas se mantengan en sordina es forzoso aferrarse al elemento diferencial lingüístico. Cuando en Bélgica, país bastante artificial y de reciente creación pero eficazmente organizado, la riqueza estaba en la industria y minas de carbón de la parte valona la flamenca reivindicaba poco y el bilingüismo era habitual, coexistían el francés, propio de la zona sur fronteriza con Francia, y el neerlandés, variante del holandés, de la zona norte. Existe, además, una pequeña comunidad de habla alemana. La prosperidad del sur declinó, cambiaron las tornas, nuevas energías, técnica e informática oscilaron hacia la parte septentrional que, generadora de buena parte de los ingresos del país, hizo rápidamente bandera del nacionalismo lingüístico hasta dividir por barrios la pequeña Bruselas y lograr que los flamencos eviten cuidadosamente el empleo del francés, por lo que, dado que la proyección mundial del neerlandés es más bien escasa, se ven forzados a recurrir al inglés. De manera semejante en Escocia, bella pero hasta épocas recientes extremadamente pobre y encantada de sumarse a la revolución industrial comenzada en Inglaterra, coinciden hoy sus reivindicaciones independentistas con la reciente prosperidad económica y las fuentes de energía que promete el Mar del Norte. Afortunadamente no se les ha pasado por la imaginación (otro es el caso en latitudes más meridionales) la estupidez oceánica de imponer el gaélico como lengua nacional. A las clientelas en general nunca les falta un rasgo típico de todas ellas, nacionalistas o no: El rechazo de que tiene un precio aquello de cuanto disfrutan, la voluntaria ignorancia de que las ventajas incluyen siempre contrapartidas. El imperio romano lo fue durable y extensamente no por la fuerza bruta sino por la capacidad de organización, oferta de seguridad y obras públicas. Irlandeses y escoceses no han dudado, con sentidos práctico, cívico y de la grandeza muy británicos, en contar entre sus tesoros la lengua inglesa y dar a esa literatura algunos de sus mejores escritores. En el extremo opuesto se encuentra la variante perversa del small is beautiful, el vivero de envidias y de intereses creados agraciado con grandes porciones de espacio escénico en virtud de la estética de la tribu indomable, variante étnica de los parias de la tierra. Pantallas, ondas, discursos, cuadros y poemas se llenan mejor con la imagen de un revolucionario independentista que con la de un empleado del común. La estética desborda inevitablemente sobre la ética, lo llamativo y apasionante desplaza por fuerza a lo verídico en la era del reino de la comunicación visual. Ocurre con el mito español como con todos los mitos. El rasgo diferencial contemporáneo podría ser la creación de una clase de adoradores en nómina.
Dos ficciones se miran: Desde el resto de Europa, la que se tiene del parque temático español, mezcla de sesentayochismo, de una alegre y socialista Cuba a este lado del Atlántico y de micronaciones encantadas de que les paguen para serlo. Desde España se fija la vista dirección norte, en algo que tiene aún mucho del ¡Vente a Alemania, Pepe!, del inalcanzable dios del aprobado en modernidad y desarrollo del que hay que hacerse perdonar, a base de diezmos y primicias, Leyenda Negra, Franco, Catolicismo e Inquisición. Los corresponsales extranjeros pasean, y son paseados, por la imagen prefabricada, hemipléjica y acomodaticia del zurcido tribal que siempre espera el beneplácito del club U. E. y paga las copas para ganárselo.
Los aguerridos etarras gozaron de trato preferente tanto ético como estético; para eso está la excitación de la lucha, por persona interpuesta, en defensa de naciones oprimidas. No hay color entre el quasi nulo espacio dedicado a la descripción de los cadáveres, las torturas y la dictadura del miedo obra de los terroristas vascos y las entrevistas, exposiciones y análisis de lo que se presenta como conflicto bélico en una contienda heredada hasta la eternidad contra un dictador difunto. No se expone el simple, y poco glamuroso hecho, de que en España no existieron nunca dos bandos armados frente a frente, que las desdichadas víctimas son sin duda las únicas –y merecedoras al menos del Guinness de los récords- que no se han tomado jamás la venganza por su mano. Ellas esperaron, de forma ilusoria, que la justicia y el Estado de Derecho cumpliera su deber. Y se engañaron, mientras en el resto de Europa jugaban a ver sucedáneos del IRA o de tribus valerosas y maltratadas. La verdad es que tiene mucho más gancho periodístico hablar de Transiciones maravillosas, defensa de guerreros aborígenes, protección de de ballenas y de miuras y riesgo de dictaduras fascistas que ofrecer al lector la receta de la concordia al hispánico modo: Clientelas utópicas subvencionadas + mito negativo fundacional + red parásita tribal. Con un coulis abundante de diálogo, paz infinita y no menos infinito robo legalizado.
La utilización de una España ficticia, manejable y rentable como mito, tiene una doble vertiente: Ha habido y hay, por supuesto, la logística interna, indispensable para disponer de ella como botín. Pero la utilización externa es de suma importancia, con buena voluntad, ignorancia e inconsciencia por una parte, y por razones financieras sustanciosas por otra. Las tribus internas dan la mayor importancia a la imagen ofrecida al exterior porque ésta debe legitimarlas, y no han reparado en gastos para ello. Curiosamente un periódico español, y uno solo, emblemático en sus orígenes de la Transición en sí y que luego mutó en defensor de la Transición B y su lobby parásito, es el que se encuentra siempre en quioscos y hasta en pueblos perdidos de Europa, el que aparece traducido en diarios internacionales, se reparte en organismos y entidades diversos y se asocia al rostro moderno del país. El resto de la prensa española tiene escasa presencia en el exterior, aunque la informática está cambiando rápidamente el panorama. El periódico insignia, que tuvo su momento real de gloria cuando defendía Constitución, democracia y libertades, fue presta y hábilmente sustituido. Pasó a ser mascarón de proa de clanes para los que el mantenimiento del mito de las dos Españas Buenos/Malos era esencial porque no podían definirse sino a contrario y sorbían sin contrapartida la sustancia vital de los bienes sociales. Resulta imperativo para ese bloque mediático y sus representados identificarse con una única oposición a la difunta dictadura, y prolongar la lucha post mortem contra el villano.
Pero hasta los cadáveres se gastan; las generaciones se suceden y para continuar hay que cambiarse. Ha habido una negra Providencia en el desarrollo de los hechos, que se han acelerado en el siglo XXI. España era un país próspero e integrado, ya con peso internacional, en el área de Occidente Pero se invierten finanzas y política en horas veinticuatro, véase 2004 y años sucesivos. Lustro y pico después el cofre está vacío, la nación cada vez lo es menos y destaca, donde antes se distinguía de forma positiva, por lo endeble, confuso y vergonzante de su imagen e instituciones. El expolio, sin embargo, se difumina en una crisis financiera global que, paradójicamente, salva a los responsables autóctonos de la culpabilidad del desastre y coloca en muy segundo plano cuanto no sea recuperación o al menos subsistencia económica. La generalizada crisis providencial ha hecho disminuir la talla, de por sí gigantesca, de cohechos, malversaciones, corrupciones, mordidas, gabelas, extorsiones, robos, fraudes, rapiña, derroche, estupidez e ineficacia locales. No queda a los patrocinadores de la Transición B sino repetir esquemas, en una especie de Transición C donde son indispensables nuevos enemigos, englobados en el Gran Mal. Se está en ello.
La Transición nació cargada de buena voluntad, al menos en su base, en lo mejor de la mejor gente y en algunos de los que la pergeñaron. Se quería, ya antes de la muerte del dictador y con auténtica ansiedad a partir de ésta, verse y ser vista como país moderno europeo, democrático y semejante a sus vecinos respecto a estructura e instituciones. No sabía cómo librarse del lastre de la diferencia. Desde el extranjero, se la contemplaba con una visión fruto de la inercia del folklorismo romántico, El imaginario gustaba del primitivismo decimonónico a pocos kilómetros de sus fronteras, de la cabila africana sin serlo, del resort playero que ofrecía a la vez las razonables seguridades de Occidente y un subdesarrollo que abarataba precios y añadía excitación, y alcohol barato, a la vida. Las simpatías se canalizaron hacia ese guerrillero, anarquista, fundador de comunas, socialista generoso, comunista valiente, enemigo de Iglesia, Rey, Patrón y Dueño que el correcto ciudadano de latitudes más septentrionales lleva dentro y que sale a flote en la melancolía de novelas, copas y reflexiones sobre la juventud pasada y lo que pudo ser y no fue. Poco importaban los hechos. En el cuadro desentonaba que los valerosos muchachos de ETA fueran torturadores que dejaran morir de hambre y sed entre sus propios excrementos a los secuestrados, que vivieran implantando un clima de terror y chantaje en el norte de España, que mataran hombres, niños y mujeres, que descerrajaran tiros por la espalda en un país con democracia, parlamento y partidos. Que en Cataluña se ponga a calles el nombre de terroristas que prefirieron a los votos el método de poner bombas en el pecho a los secuestrados de manera que hubiera que recuperar luego sus trozos pegados a las paredes no tenía gran audiencia en foros europeos. Estas noticias ocupaban bien poco espacio en la prensa extranjera La doctrina del crimen simpático podría resumirse en el chiste publicado en un diario madrileño: “Ayer yo era simplemente un asesino, pero ahora tengo una teoría”. Poca tinta se ha gastado la prensa foránea en describir algunas hazañas bélicas de los liberadores vascos, la bomba en un gran supermercado, los tiros por la espalda, la mujer rematada delante de su hijo pequeño en plena fiesta popular, tras la que autoridades y lugareños no menos heroicos que los pistoleros continuaron con el festejo procurando no pisar la sangre. Tal vez los cronistas británicos redimían así otras omisiones, como la matanza nunca bien esclarecida ni juzgada, de Omagh, cuyas víctimas aún están pidiendo saber la verdad, y los alemanes los oportunos suicidios en cadena y en la cárcel, y Francia las alianzas de todo tipo con la hez de los dictadores africanos.
La inversión propagandística cara al exterior fue fenomenal, y todo un éxito. En la España recreada por necesidades foráneas se recuperaba en el extranjero la romántica Guerra Civil perdida, se enterraba el turbio colaboracionismo frente al ejército nazi y la deuda respecto a la intervención salvadora de Estados Unidos, se trazaban consoladores paralelos con una IRA y demás grupos que nada tenían que ver con el caso hispánico. No convenía saber, ni reflexionar, sobre aquella contienda, preludio de la Mundial, y cuál hubiera sido el destino de la Península de haber impuesto su régimen Stalin, el jefe último de las bienintencionadas Brigadas Internacionales. Con España podía vivirse de manera vicaria un socialismo que de ninguna forma se hubiese querido en tierra propia. Allí era lícito, fácil y agradable apoyar a ese comunismo ideal y fraterno que había formado parte de los sueños de juventud y respecto al que, cuando la cruda realidad de los millones de muertos llamó a las puertas del conocimiento y de la Historia, se había preferido cerrar los ojos. Era el Edén de las tribus felices para aquéllos que habían escupido en tierra propia la amarga fruta del independentismo insolidario y que, sin embargo, reservaban un resquicio sentimental para el culto a la raíz primigenia y la bandera de las ocasiones. En la España moderna, reflejada en el periódico insignia, las leyes eran benignas con delincuentes y niños descarriados que delinquían cientos de veces o violaban y quemaban vivas niñas en un comprensible arrebato de juventud. Estaba a un paso del Edén de pacífico diálogo entre el lobo y el cordero, el que todo país hubiera querido para sí pero, ¡ay!, sabía imposible. Ladrones de todo pelaje entraban y salían de la cárcel sin romperla ni mancharla. Las víctimas de terroristas, de la lenidad de las leyes, de la generalizada inhibición de jueces y políticos, no ocupaban, por poco atractivas y estéticas, espacio externo mediático. Y a falta de himno se cantaba España, por favor.
Con la Transición también el resto de Europa saldaba una deuda antigua de apoyo necesario a la dictadura de Franco y de olvido selectivo de los estragos, cesiones y componendas con el comunismo mundial. Se añadía el siempre agradable ingrediente de anticlericalismo y la sustitución de las fidelidades tradicionales, de los esquemas viejos, por una religión laica de corrección política y tentadora ingeniería social. En España todo despropósito, por nocivo y absurdo que fuera, podía gozar de buena prensa si se presentaba por y en el medio adecuado. La añoranza del tiempo en que se creyó en el Hombre Nuevo, antisistema, ex nihilo velaba con rosado beneplácito las ocurrencias, desastres, corrupciones y lamentables complacencias del sistema español. Era la utopía gratis total.
Aunque no a la hora del reparto. Porque de panorama tan agradable emergió, en lógica consecuencia, un país troceado, esquilmado por sus propios clanes mientras duró la bonanza estacional y comprado luego a precio de saldo por firmas foráneas una vez vaciada la caja y anunciada la ruina.
Es comprensible que los corresponsales extranjeros oscilen entre la copa en el madrileño Ritz, el Ave, la admiración por los bravos y primitivos guerreros del País Vasco y las referencias a Barcelona (que, casual pero quizás no gratuitamente, esmaltan sin venir a cuento numerosas películas), junto con incursiones folklórico-festivas en algún otro punto. Se vive, y viven, bien en Iberia. Lo que sería insólito allende fronteras pirenaicas no merece aquende atención: Que los fondos europeos de cohesión y para el desarrollo hayan venido desapareciendo sin que produjeran oficio ni beneficio, que los pueblos andaluces lleven décadas siendo un damero de cacicatos sociosindicales, que las familias de la rancia prosapia catalana tengan por uso acumular euros incontables procedentes de la extorsión ritual propia de sus cargos, que los escolares no puedan estudiar en español en buena parte de España, que se prohíba el uso de esa lengua en la señalización de carreteras y en los organismos públicos, que se multe a los que la usan o se les cierre el camino a empleos, son detalles que se omiten o minimizan. Es una nueva España del XIX pero informatizada, repartida en vistosos cotos de bandoleros, aldeanizada, cada vez con menor presencia y peso en los foros internacionales y más ignorante, gracias en buena parte a los sistemas educativos, de la geografía, historia y situación del mundo.
La práctica mafiosa se efectúa in Spain europea y elegantemente, con maneras y apariencias muy distintas de las sicilianas, aunque el botín sea mucho mayor, como lo es el número de los damnificados para los que no existe recurso alguno ni denuncia posible. Su indefensión es la de los peculiares parias habitantes de la zona de sombra donde nunca se posa el foco, la del ciudadano del común al que no asiste privilegio tribal ni mediático alguno. Porque de regiones como Cataluña se emigra porque no es posible escolarizar en español a los hijos y no todo el mundo puede pagarse el colegio privado y el máster. Porque son legión las obras inútiles, semiabandonadas y ruinosas excepto para quienes se embolsaron subvenciones y comisiones. Porque en esa misma Andalucía donde los líderes de los trabajadores se zampan mariscadas con las ayudas al paro muere un hombre con vómitos fecales tras días de obstrucción intestinal a causa de que se le negaron en el hospital las pruebas, tratamiento e intervención supuestamente por falta de presupuesto, y no ha habido más denuncia legal que la promovida por su hijo. Todo muy desagradable y poco noticiable. No cuadra en la foto. Mientras se mantenga la fachada de modernidad y consumo las incómodas máculas en el rostro de la Transición democrática sobran. Basta con las versiones reproducidas, a veces a golpe de corta y pega, a base de las fuentes del verdadero núcleo oficioso de asuntos exteriores, véase diario insignia del establishment y brigada de la cultura preceptiva, acompañados como guarnición por toques de esa acracia asambleísta con aderezo de terrorismo light e independentismo comarcal que queda tan bien en las fotos, y tan mal en la residencia propia.
Hay poca memoria de críticas en la prensa extranjera a la ausencia de división de poderes española, o sobre la justificada certidumbre de desamparo del ciudadano sin apoyos, la impunidad de los criminales reincidentes que se pasean por las calles, la lenidad de los sucesivos Gobiernos en la aplicación de las leyes, la miseria de los planes de estudio amputados de asignaturas fundamentales y empapados de consignas y manipulación de la historia. Igualmente difícil sería hallar análisis y denuncias foráneas sobre los fondos europeos malversados, la ruinosa prepotencia durante décadas de los dos sindicatos amalgamados con el régimen postransicional, los inmensos e inútiles dispendios, perfectamente legales e infinitamente peores que cualquier corrupción puntual, de los que nadie responde jamás con explicación, disculpas y devolución a cuenta de su propio patrimonio.
En sus veloces desplazamientos en el AVE no ha lugar a que los corresponsales que cubren la información sobre la extensa piel de Iberia se detengan a observar los vastos páramos dejados de lado en inversiones e industrialización. La más elemental constatación de las realidades que, en los distintos pueblos y territorios, van surgiendo ante sus ojos desmontaría por sí misma los victimismos y localismos rentables a los que ellos en sus columnas miman y de los que su visión española se nutre, salpimentada ésta con entrañables incursiones estéticas, folklóricas y paisajísticas en algún lugar desértico o mesetario en el que fijan temporalmente su atención para solaz de los lectores.
En general la Transición prolongada ha sido una especie de indefinida tregua respecto a las exigencias de cumplimiento real con los parámetros de las naciones avanzadas de la esfera occidental. Desde el extranjero España gozaba de la muelle condescendencia del agradable lugar en donde se pasan las vacaciones y de la expectativa indefinida de los vagos sueños de ideales asociaciones de tribus felices y semisocialismos humanísimos gratis total. Gratis sólo en apariencia. En lo inmediato es más fácil endosar baratijas en el trueque a los jefecillos de diecisiete tribus que a los representantes de una nación fuerte. Sin embargo el precio en inevitables facturas muy reales dista de reportar los esperados beneficios, porque un socio comercial débil y fragmentado puede ser deseable pero a más largo plazo su fiabilidad es escasa.
Fiel a la delicadeza en el trato de sus fuentes informativas, la prensa extranjera ha sido de una discreción ejemplar en lo que respecta al expolio generalizado y oficializado de gran parte de la población española, a su indefensión de facto y a la extorsión multiuso y multiforme obra del bloque Parásito, a las grandes zonas de impunidad y a los cabezas de lista –que tienen nombres, apellidos y muy desahogado pasar- del próspero club del chantaje Nosotros o los Malos de Antaño. Es más rentable, más rápido y más simpático obrar por inercia; se conservan más amigos, confidentes y puertas abiertas entre los que, al fin y al cabo, están en el candelero. Y los lectores adoran esa ruidosa espuma de floración y permisividad (que se confunde sin esfuerzo con la bondadosa tolerancia) de movimientos antisistema y ocupaciones de lo privado y de lo público. Mientras lo paguen otros.
Todo ello se mezcla a los naturales evolución y crecimiento biológicos, a la modernidad imparable que, con la transformación fundamental producida desde hace tres décadas por la revolución tecnológica y las comunicaciones, ha extendido una capa de merengue y tomatina sobre la estructura social toda y rellenado en apariencia huecos y zonas oscuras, de forma que la superficie evoca aún la homogénea blancura de la Transición, de una Constitución desde muy pronto –y en la mayor impunidad- no cumplida y que se pretende cambiar precisamente para acelerar el desguace del país y evitar que se cumpla.
En el siglo XIX los bandoleros gustaban, pero lejos, en óperas, relatos y dibujos costumbristas. Sigue gustando, amén de para las vacaciones, la España de las utopías verbales, de las ruidosas minorías festivas, del todo a cien y de la nación débil que nunca hará a las otras la competencia comercial y cuyo coste de Transición impecable empezó a pagarse a partir de los años ochenta al precio de mantener una inmensa red de clientelas improductivas. Por supuesto, Gran Bretaña, Francia u Holanda están muy lejos de la perfección y en sus armarios no falta la inevitable cuota de esqueletos, pero la defensa ciudadana frente al poder establecido, fático o fáctico, es mucho mayor que en España y el blindaje legal y social de los nuevos caciques, apoyado en el chantaje verbal guerracivilista, es allí inexistente. Esto es clave en el porcentaje, abrumador, de indefensos a este lado de los Pirineos, caracterizados además por situarse en una especie de limbo mediático, por carecer hasta de instrumentos verbales de denuncia e incluso de conceptualización respecto a lo que les ocurre debido a la censura interiorizada, el temor al rechazo social, la deformación cultural temprana y por la muy material, aunque silente, presión que ejerce la capilaridad de la red clientelar. El ciudadano español si no tiene dinero e influencias se sabe inerme ante el abuso y las leyes, no puede recurrir, como en Londres, al asesor legal gratuito de su zona que le garantiza, sin gastos, la denuncia y trámite de daños y robos de escasa –pero no para él- cuantía, ve como caso extraordinario y excepciones que simplemente confirman la regla el enjuiciamiento de un político, su desigualdad ante la ley es sensación asumida, cotidiana y sin común medida respecto a franceses o británicos. El hispano ha interiorizado la trampa del nosotros, que mete en el mismo saco a honrados y delincuentes, tramposos y veraces, bribones y gente honrada; en su mayoría acepta el así somos aunque ni él ni los suyos pertenezcan al grupo de los que, de una manera u otra, viven de la mentira y de lo ajeno, acepta mansamente el reflejo de ineficacia y falta de fiabilidad que con mayores o menores dosis de caridad compasiva ofrece de él la opinión foránea. Se refugia en su propia debilidad identitaria, que cultiva para beneficio propio el bloque parásito, y asume el estado de Transición eterna hacia una democracia y nación plenamente europeas como situado de forma inevitable en un inalcanzable horizonte.
El mito de la España Imposible es tentador, y no sólo como juguete filosófico y tema de tertulia en círculos escogidos. Presenta, además, indudables y muy materiales atractivos de consumo interno. Cuanto más se niegue lo que la ha conformado como nación más fácil es repartírsela por parcelas en un apetecible y mesurado desguace. Romanización, cristianización y todo lo que comparta una idea transcendente y un funcionamiento conjunto es antagónico de las aspiraciones a comunidades infinitas, sea de divinas acracias, sea de mercaderes al por menor (no tan lejanos éstos de aquéllas como pudiera parecer). Los buenos del mito de la España Imposible serán forzosamente las sucesivas bandas musulmanas, los reinos de Taifas, los altivos bandoleros y, en fin, cualquiera de categoría suficientemente agresiva y, a la vez, menor.
La Guerra Civil española no fue romántica, aunque la nombraran tal los amantes del que se apuntaba como último idealismo. La sintieron como romántica cuantos fueron a ella impulsados por sentimientos de solidaridad, antifascismo y nobleza. Pero el hecho es que Stalin y el bloque soviético apoyaban y proyectaban un monstruo cuya implantación en la sociedad española hubiera representado la catástrofe, el gulag y la servidumbre que han sido ampliamente documentadas y realizadas en los países del antiguo bloque del Este y en cualquiera de las sociedades comunistas de las que persisten algunos ejemplos particularmente siniestros hasta el día de hoy. La desdichada república se transformó pronto en el peor de los dilemas entre el nacionalcatolicismo de Franco, que derivó afortunadamente pronto en formas de economía abiertas y unidas al bloque occidental, y el totalitarismo comunista que aún hoy se intenta obviar y minimizar en los libros de texto. La España carne de mito goza de excesivos amigos del parque temático, de una Marca de distinta, entre atrasada y folklórica, que ha sumado a sus casetas de feria, amén de las de la acracia festiva y la gratuidad indefinida del botellón y los clanes vistosos con attrezzo a cargo del Ministerio de Hacienda, la de la Transición como se quisiera que hubiese siempre sido. Al dicho oriental de que los dioses nos libren de vivir tiempos interesantes convendría añadir que también nos libren de vivir tiempos románticos.
La catarsis de la tomatina
Que se haya erigido en icono español de renombre mundial la lucha de todos contra todos a base de tomates no deja de ser adecuada metáfora del país. Aquí moros y cristianos, toreros y miuras son reemplazados por el sanguíneo producto hortícola que encuentra así una muerte más honrosa que acabar en una lata, como ya lamentaba la sabiduría popular. Bienvenida la fiesta. Pero tal vez bajo ella hay sustratos que añoran, aunque lo saben imposible, pasar de la potencia al acto. La vieja dualidad Malos/Buenos basada en premisas guerracivilistas y exhumación de forzosos y eternos antagonismos sociales, vocabulario incluido, se sabe a sí misma una impostura. Pero la representación continúa, en foros políticos y televisiones mientras algo se espere obtener de ella y reparta generosas dosis de legitimidad.
Sin embargo, para llevar al extremo lógico sus consecuencias, habría que empeñarse en hazañas que se revelan imposibles, a causa de la molesta y terca complejidad de las realidades, que hace acompañar siempre los beneficios a sus precios y obliga a salvaguardar obras y hechos de épocas y autores detestables. La Revolución Cultural maoísta se propuso muy seriamente acabar con Lo Viejo, comenzar una página en blanco pues nada más igualitario que la nada. Los guardias rojos propusieron cambiar el color de los semáforos puesto que era reaccionario detenerse ante el símbolo de la revolución. La iniciativa ni siquiera en ambiente tan enfervorizado prosperó. La Revolución Cultural China, de la que nunca faltan en otras latitudes patéticos remedos, abrió brecha aboliendo la música clásica y sustituyéndola por la difusión por altavoces de himnos a todo volumen. En España, para ser por completo consecuentes, los Buenos del joven hombre nuevo deberían dinamitar los pantanos, construidos por orden del Jefe de la era predemocrática, purgar minuciosamente calles y ciudades, no ya de nombres alusivos a los Malos de la Guerra Civil, sino de cuanto se hizo, publicó, inauguró y legisló (leyes sociales incluidas) durante los casi cuarenta años de dictadura y, a ser posible, sembrar de sal las zonas contaminadas.
La consecuencia entre palabras y actos exige una labor mucho más exhaustiva en lo que a un adecuado anticlericalismo se refiere. Porque Iglesia y cristianismo son una trama de hilos históricos blancos y negros de imposible separación para la que no basta la consabida catarsis de matar al cura. El Estado habría de hacerse cargo de todas las tareas de asistencia y educación que durante siglos y hasta el momento actual efectúan religiosos, incluyendo las que se llevan a cabo en el Tercer Mundo. La erradicación de todo lo relacionado con el Mal no puede menos de incluir la titánica empresa de dinamitar, quemar, destruir cuantas obras están inspiradas en motivos cristianos. El inventario monumental y artístico del país experimentaría una reducción fácilmente imaginable proporcional a los solares donde hubo antes templos, las salas de los museos serían una sucesión de huecos y el patrimonio nacional cabría en espacio reducido. Por supuesto habría que eliminar toda la música sacra, empezando por Bach, para marcar postura, y continuando con el resto: Gregoriano, Misa Luba, Stabat Mater, Schubert,. Mozart, Haendel…Es dudoso que gracias a ello desaparecieran la pedofilia, la simonía en sus variantes de chantaje político, la irracionalidad y la raza prolífica de los inquisidores, los cuales, como miembros de iglesias ideológicas, no toleran competencia.
Necesariamente el proceso se decantaría en nuevas dualidades, con espectacular revival de variantes periclitadas de guerrilleros de Cristo, defensores sin paliativos del nasciturus desde el minuto uno con pena de muerte para las mujeres que no continúan el embarazo no deseado, partidarios de la abolición del color morado por su implicación feminista, brigadas para la erradicación de la palabra socialista, fans de la abolición de los servicios públicos y amigos de la distribución de armas para defender el derecho a la venta de armas.
Nada de esto es gratis et amore, sino un filón para la floreciente, como quizás nunca antes (ni siquiera, ni por asomo, con dictaduras periclitadas) especie de los censores. Ahí es nada: asesores, equipos, consejeros, unidades para la detección y persecución de antiecologistas, pacifistas, homófobos, ofensores del género (obviamente femenino), burgueses confesos, ciudadanos tibios en su entusiasmo hacia ciclistas y maratones y reaccionarios de toda calaña. En lo que concierne a esta especie no hay paro. Nunca gente con menos méritos había progresado tanto.
El organigrama no sería completo sin el Cuerpo de Fabricantes de Víctimas para que las víctimas se sientan tales y los voten. La variante visceral –en el sentido etimológico de la palabra- del nacionalismo es el gregarismo de género, el halago untuoso y ridículo hacia las mujeres entendidas por una grey y tan sólo por el hecho de serlo. Los indefensos morfemas –o y –es van directamente al paredón porque no cumplen suficientemente con la diferenciación sexual ya que se supone que las mujeres precisan de todo tipo de muletas, discriminaciones positivas y exhibiciones genitales para hacer valer como simples seres humanos su existencia. En la política llamada “de género” toda estupidez tiene su asiento. Para gran detrimento de los individuos, mujeres, hombres o viceversa, que valen y se hacen valer por sí mismos, y son, por tanto, el enemigo a abatir.
Afortunadamente, con la crisis económica se han reducido los dineros para pagar las mesnadas, hay una gran rebatiña en torno a cofre y, para mayor desdicha, ya no cabe en la arena pública ni en la nómina ni una víctima más.
Variantes del Cui prodest?
El romanticismo resiste mal la prueba del Cui prodest?, que consiste en observar prosaicamente el por qué, a quién y en qué han beneficiado las iniciativas que se creían fruto de impulsos idealistas más o menos loables y generosos aunque con frecuencia fallidos. No hay tales nobleza de miras ni inocencia; ni siquiera (si bien se hallan cantidades apreciables) torpeza o estupidez. Las obras inútiles, los dispendios millonarios y absurdos, las proclamas nacionalistas, los monumentos pretenciosos tan caros como antiestéticos obedecen ex ovo a la voluntad de cobrar y embolsarse cantidades ingentes, apariencia de poder y prestigio y potenciales votantes. No se trata de algunos casos esporádicos. Lo significativo en España es su número, el de los integrantes del clan, que los eleva durante las décadas posteriores a la sufrida Transición, de excepción a norma, categoría en sí, blindada a cualquier crítica seria, al ajuste de cuentas, a la responsabilidad del autor, no digamos a la devolución al erario público de las enormes cantidades malgastadas. Nadie paga nunca por los aeropuertos sin viajeros, por las instalaciones desiertas que caen lentamente en ruinas, por los museos y centros culturales que funcionaron justo el día de su inauguración, por el recorte en servicios públicos mientras que se ha cuadruplicado desde 1977 el número de funcionarios. Todo se ha creado, por las correas de fidelización de clientelas que son los dos sindicatos oficiosos, por los dos partidos que juegan alternativamente a poli malo poli bueno más por la red de las múltiples autonomías y virreinatos administrativos para sorber presupuesto y mantener las propias huestes, tan improductivas como fieles.
Si se conformaran con cobrar y ser mantenidos los efectos del mal no serían tan perversos, pero el parásito con cargo es una subespecie de la clientela singularmente peligrosa porque necesita justificar su puesto. El inquilino de los reductos de especies protegidas, sean de género, número, ideología o militancia, no se conforma con el mantenimiento a cargo del prójimo. El necio es incansable en sus fidelidades, el indigente intelectual trabaja como tal a todas horas excepto las del sueño, el ignorante descubre con rapidez el valor de la consigna, y con tal bagaje desplaza a cuanto y cuantos le superan. Éstos son su enemigo natural, y le es imprescindible atacarlos y neutralizarlos desde las raíces mismas sociales. La armada de necios profesionales no hace prisioneros y es letal, y particularmente peligrosa porque ellos consideran que deben hacerse valer en los despachos en los que les ha colocado la fidelidad ideológica y el amiguismo militante. El peligro de los corderos no es el silencio, sino que se empeñen en hablar. Un tonto con iniciativas eliminará como el eucalipto cuanto crezca a su alrededor, dejará moho y la hierba más rala, exigirá cuanto signifique la huida del conocimiento y el refugio en lo gregario, véase equipos, reuniones, asesores de asesores, coordinaciones tutoriales, controles de fidelidad a los preceptos ecopacifistas y nanonacionalistas, a las campas de igualdad, amor ambiental, paz universal, discriminación positiva de género. Antropológicamente hablando, han hallado el nicho ecológico que les ofrece la era de la selección inversa en forma de clones autonómicos, sindicales, provinciales, municipales, estatales, administrativos transformados en múltiples agencias de empleo.
Lo trágico es que no se trata de estulticia inevitable por congénita sino fabricada. Existe un empeño real, desde la guardería hasta las más altas esferas, en podar cuanto sobresale, tiene posibilidades, cumple, se esfuerza. Al tonto se le crea y mantiene en ese estado prodigándole generosas raciones de alabanzas a la mediocridad preceptiva y a la irresponsabilidad victimista. De ahí la temprana y persistente toma de territorios culturales clave y la infusión intravenosa de la pequeñez intelectual, del horizonte romo y de las miserias ética y estética como norma.
Nada ha sido ideal ni gratuito. Cada iniciativa ha correspondido al fervor de la colocación y el reparto, al mordisqueo al presupuesto gratis total y con perspectivas indefinidas de jugoso acomodo. La ley de 1990 que acabó con la Enseñanza, no hubiera existido como tal jamás de no servir como botín de reparto para el partido entonces en el poder y el tándem de sus dos sindicatos. Las innumerables instituciones autonómicas de defensa lingüística no deben asimismo su permanencia en el ser sino a lo que los integrantes cobran por ello. No sólo en dinero, que por supuesto también es bienvenido y procede del odiado Estado central, sino que parte importante de la remuneración consiste en parcelas y parcelitas de poder y prestigio, de sopa social nutricia y halago mediático con el que se retroalimenta el clan contento, aferrado al pezón de colectivos y entelequias gregarias, míticas y telúricas, incapaz de existir como individuo y ciudadano objeto de derecho y amparado por la libertad de la Constitución en una nación donde todos son libres, iguales e hijos de sus obras.
La versión romántica y exportable se desmorona ante el sencillo y eficaz análisis del Quién cobra por qué y Quién paga qué. Aparecen las poco gloriosas sagas de familias millonarias gracias a la ubre del nacionalismo, sagas tratadas con ejemplar consideración por la prensa extranjera. Se dibuja, por este simple método, un mapa de Iberia plagado de líneas rojas del propio interés que los aspirantes, no a padres pero sí a herederos de la legítima de la postransición, han traspasado sin el menor empacho y en las más perfectas discreción e impunidad. Se revela entonces una ya vieja trama de intereses creados tan capilar, extensa y firmemente hincada a todos los niveles que resulta descorazonadora y rezuma para quienes -que los hay- aspiran a un país pasablemente avanzado y limpio una indefensión sin nombre, enemigo ni forma que sólo se materializa en las carencias, en la percepción instintiva del fraude y de lo injusto, en la certidumbre de mejores sistemas posibles, en la rabia impotente, en el desconcierto respecto a la supuesta responsabilidad que al votante atañe en el estado de cosas y en la certidumbre, en la práctica, de que su capacidad de control, respuesta y cambio es nula y que lo que se le vende bajo el sagrado icono de democracia no pasa de ser una forma de expoliarle mientras él bracea a diario bajo un torrente de información y aparente omnipotencia comunicativa que se esfuma falta de formación sólida y espacio crítico.
El filtro inverso
La realidad es bastante menos romántica que sus versiones bipolares al estilo del cómic. Desde muy pronto la Transición, indefinida y abierta por sus propias definición y naturaleza, comenzó a generar cultivadores, defensores y gestores de lo más bajo en formas de ser y de actuar de individuos y de sociedad, en una imposición de la fealdad, la inanidad profesional y formativa y la banalidad, ignorancia y grosería como normas; una especie de clubes de orgullos agresivos, marginales y gratuitos que han impuesto la dictadura urbana y exigen de un Estado acobardado la coima y la inoperancia legal, con el enorme volumen de indefensión ciudadana que esto significa. Nada, en tal contexto, es más encomiable que el analfabetismo funcional, la abolición de las burguesas normas de ortografía y la obligatoriedad en las pantallas de todos los tamaños de esmaltar los diálogos con un taco cada diez segundos. La imposición del gregarismo y del grito, la micción en público y la apropiación de lo ajeno forman parte de la misma dinámica notablemente acelerada en 2015. Porque ese bloque de personas, devenidas masa y aglutinadas por la facilidad del rencor hacia cuanto posee valor y aspira a calidad y altura, es el escalón perfecto para que se lancen quienes aspiran a conseguir, amén de bienes de consumo y categoría social sin esfuerzo, jugosas porciones de poder político. Confían, y no sin razón aunque el reinado es fatalmente efímero, en que ese mínimo común denominador de la especie humana es lo bastante extenso y durable como para sustentarlos.
El punto al que se ha llegado en España, con marchamo oficial, en cuanto a imposición consciente de la dictadura de lo peor y los peores por el hecho de serlo carece de parangón civilizado. Sólo puede quizás explicarse por el largo chantaje dual previo, por la sacralización de lo mísero y negativo; una especie de cinco estrellas gastronómicas en la guía Michelín de la coprofagia. Difícilmente se comprendería si no el texto recitado en un acto oficial en Barcelona, promocionado y aplaudido por las autoridades. El vocabulario empleado en el supuesto poema “de género” era coño, vagina, útero e hijos de puta en una parodia del Padrenuestro que a nadie denigraba tanto como a las mujeres mismas. Esto a principios del año 2016 y patrocinado por el partido que en aquella ciudad rige los destinos municipales.
Las tropas de la actual caricatura de las revoluciones Francesa, la de Octubre y algunas más se distinguen por su afán de gratuidad e impunidad, su nula afición al riesgo y su oferta libérrima de paraísos todo a cien. Los líricos defensores de la vida en microcomunas selváticas se guardarían de ir, en vez de al dentista, al brujo local, no suelen enviar a sus hijas a educarse en países islámicos, no parecen haber considerado la posibilidad de renunciar a guardar sus ahorros en el banco y se guardan de repartir entre los sin techo los metros cuadrados de su vivienda.
Lo que todavía, por comodidad, falacia o inercia, gusta de definirse como sectores y medidas progresistas, representativas, democráticas frente al turbio enemigo poderoso heredado del pasado, así como sus supuestos adversarios, quienes, por otra parte, ponen todo su interés en contemporizar y conservar sus puestos, no pasa de ser actualmente una cuestión de ineficacia, torpeza y estulticia, sin necesidad de profundos análisis ideológicos. Se ha ido a menos y menos de una forma y manera espectaculares. La estadística sobre la formación, niveles y currículum de los personajes públicos y sus adláteres durante las últimas décadas revela, con la crudeza terca de los datos, un descenso paralelo a la promoción de los bloques parásitos, una pobreza intelectual que destiñe sobre los medios de comunicación y la supuesta cultura, y, por ende, sobre la población de cuyas necesidades y gustos pretenden ser espejo. Cuesta encontrar en la arena política (aunque haberlas haylas, y son objeto de feroces ataques) personas hermosas en su rebeldía que corren con los gastos y los riesgos de sus actos. El Parlamento emplea la mayor parte de su tiempo en puras cuestiones personales cuya posible faceta delictiva utilizable contra el adversario paladean unos y otros como una chocolatina. Los temas de envergadura, la situación mundial, las líneas maestras a seguir en problemas y en proyectos importantes, el horizonte económico global previsible, la gran, enorme indefensión ciudadana ocupan un espacio mínimo de minutos y de palabras. Y, de forma semejante, la proyección de la actualidad y lo que no lo es, que suele ser mucho más importante que lo meramente actual, es la de una dictadura de lo peor y los peores en el horizonte de un patio de vecinos. Se ha vuelto a unos niveles de provincianismo a los que sin duda no es ajeno el hervidero ratonil de los virreinatos autonómicos, pero desde luego ellos no son la única razón. La calidad del discurso es tal que a su lado los debates de la República del 31 parecen el Areópago de Atenas. Ocurre que la calidad simplemente humana ha descendido, se ha degradado de forma notable y que, a la inversa, los intereses creados han aumentado en pareja proporción. Todavía hoy el viejo manto de las falsas dualidades y la orfandad de referencias de los defensores de lo simplemente bueno, dotado de fundamento y de sentido común silencian el proceso y mantiene una sutilísima mordaza y un muy justificado temor ante la violencia y el poder fáctico, oficioso –y ahora oficial- de los conglomerados parásitos. Los mismos que vetan el acceso a presupuesto, bienes y servicios a aquéllos que intentan honradamente salir adelante y los necesitan.
No hay, como gustarían de creer los postrománticos nacionales y extranjeros, una réplica española del cuadro de Delacroix “La Libertad guiando al pueblo”, ni existen esas masas de oprimidos, víctimas, hambrientos y pobres de solemnidad a los que la élite de malvados explotadores pretende apagar la luz de la antorcha. Hay un largo mural de brochazos sucesivos que empezó con aportaciones múltiples de pintura y con buenos deseos y que se ha ido degradando según cada cual tiraba del lienzo para aprovechar sus fragmentos. La pericia de los pintores deja actualmente que desear, son equipos contratados a empresas externas según subasta a la oferta más barata. Los marcos se reutilizan o almacenan según el comité de limpieza ideológica, generosamente retribuido, ordena que se retiren personajes, temas y épocas. Y no falta quien proponga, en adecuación a los nuevos tiempos, a propuesta de los sindicatos y en alabanza de las masas, una sucesión de fotocopias-reproducción de los equipos de la limpieza. Porque en este caso la muchacha de la antorcha guía al pueblo hacia abajo.
De transiciones y de muñecas rusas
Aunque el conflicto español entre la realidad y el deseo subvencionado (parafraseemos al poeta) es de peculiar gravedad no es único. Europa y por extensión el área de forma de vida con tradición occidental viven una sucesión de transiciones que encierran las unas a las otras como muñecas rusas. La ignorancia histórica de un pasado bastante reciente y que no debería ser olvidado junto con el halago popular en periodos gubernamentales de cuatro años ha impuesto la gratificación inmediata y la exigencia del Estado, no ya de Bienestar, sino Benéfico, en un mundo igualmente benéfico por arte de birbirloque, un Estado Vigilante del la Dicha Generalizada y por lo tanto autorizado a la intromisión en la intimidad de los individuos, que deambulan felices unidos al soma por el cordón aislante del audio musical.
En algún momento se perdió la conciencia del precio de las situaciones y las cosas, se impuso una amplia y voluntariosa ceguera y se pasó, del compromiso con valores concretos y de beneficio probado, a la componenda fugaz y momentánea según la ley del mínimo esfuerzo y la fe inconsciente en el musculoso primo transatlántico. Pero el primo, aparte de no querer ya serlo en lo que a Europa concierne, también tiene sus propias muñecas rusas por las que transita, las múltiples alianzas que le hacen apetecible un bajo perfil. También él, Estados Unidos, dejó de lado las personas y los grandes principios universales y la insobornable solidez de los hechos en pro de las tribus, el show coyuntural y las etnias. Por primera vez se eligió Presidente en virtud del color de la piel y no del programa y los méritos. En cuestión de unos años se perdió la sustancia final que alimenta y conforma las actividades humanas y su producto, es decir, las ideas, se incluyó en el apartado de la inoportunidad y el mal gusto la defensa, al menos verbal y explícita, de principios que deberían regir en todo el planeta, derechos ciudadanos, y denuncia de su ausencia. En su lugar se mezcló con el plano ético el de las alianzas puntuales, la floración de núcleos de potencia comercial y la reorganización y volatilidad del comercio, el mantenimiento de un Ejército bueno para gastar dinero en él y para intervenciones sin previsión ni seguimiento abocadas al fracaso en la mejora de la vida de las poblaciones. A la opinión pública se le servía un predigerido de relativismo en dos lecciones: todo el mundo es (casi) bueno, las culturas (cualquier cosa, de los piojos a dinamitar imágenes y machacar al débil, es cultura) son sin excepción respetables, no hay que arriesgarse lo más mínimo a dar juicios de valor, no digamos a defender principios ni a oponer, llegado el caso, la fuerza a la barbarie. Es la definición del Paraíso para el criminal, el dictador, el terrorista y el cobarde. En su nombre, se abandonó a las capas más ilustradas, liberales y ansiosas de modernización del mal llamado mundo árabe (en realidad plural y complejo), se favoreció a fanáticos integristas, teócratas impresentables y hordas salidas de una edad media mucho más oscura que ninguna de Europa y amamantadas de irracionalidad, codicia agresiva y muy justificado complejo de inferioridad, gentes sometidas a los usos y costumbres religiosos más aburridos del planeta que tal vez no encuentran mejor distracción que suicidarse llevándose de paso por delante a cuantos puedan.
La excitación del Mal y el placer que produce infligirlo, la facilidad con la que puede obtenerse, aunque sea por un muy breve lapso de tiempo, la vivencia de superioridad y poder es, por doquier, comparable al chute de droga, más asequible que la heroína e incomparablemente más rápida que los métodos de dominación tradicionales. En los países islámicos en ella se decanta la tremenda y soterrada violencia diaria que genera la segregación de sexos, la anulación social y pública del femenino, la repugnancia y temor masculinos, incrustados como un reflejo condicionado, a la suciedad inherente a la percepción y sugerencia del cuerpo de mujer, a la humillación de que esa cosa reservada a la reproducción y placer del dueño se ofrezca a libre disposición visual. Tal caudal invisible de frustración, aburrimiento feroz, absurdo blindado por el temor y el dogma, percepción inevitable de inferioridad respecto a las personas libres toma formas metafísicas, místicas, bélicas, normalmente arropadas de una capa de pureza extrema y completo desdén por las uvas siempre verdes e inalcanzables.
El Mal, su realización placentera y su embriaguez son incomprensibles pero exportables, tienen su público allende el área islámica y gozan en Occidente del beneficio del estupor, de la carencia de instrumentos mentales y léxicos con los que manejar realidades que se creían lejanas y superadas, que sólo hallan afines en las pasadas guerras mundiales, en buena parte desconocidas por la generalizada ignorancia histórica. El Mal se suponía enfermedad, defensa, fruto de opresiones de clase, simple diferencia de criterios. Hasta verse confrontados con su real existencia, sin disculpas ni paliativos y sin posibilidad de alianzas, buenismos ni pactos. Y el Mal es tal que se nutre y crece en primer lugar a base de los habitantes de su lugar de origen, los más débiles, los inermes, para buscar luego la saciedad en esas sociedades occidentales despreciadas por su pasividad y carencia de principios.
En ese panorama, la indefensión de la gente del común es total, aunque la velen y maquillen el buen vivir cotidiano y la aparente lejanía (hasta que algún atentado los sienta a la mesa) de los conflictos. En un ambiente de rendición preventiva sólo quedan el halago a los bárbaros y la espera de que pasará la mala racha como ocurre con los fenómenos meteorológicos. La comparación con una Historia que se desconoce revela sin embargo la fractura y diferencia abismal entre un ideario básico, no tan lejano, de principios sometido, evidentemente, a las servidumbres de la práctica y la fluidez turbia de paisaje actual, carente de portulanos excepto el generalizado e inconsciente convencimiento del derecho a la gratuidad y la disolución en colectivos diversos y agresiones ancestrales de las responsabilidades de cada individuo. Una Transición notable, a la medida de la servidumbre que genera; y del reparto de placebos.
Estados Unidos ocupa todavía, sin duda por inercia y por falta de referente de recambio, el papel de polo negativo y mascarón del proa del Capitalismo en la dualidad izquierda buena/derecha mala sin la cual ni el lenguaje ni el cerebro parecen, en su gran mayoría, ser capaces de funcionar. Y, como en Europa, también los norteamericanos han adoptado, en lugar del análisis de hechos e individuos concretos, la perversa clasificación usada por el enemigo, la de los sucesivos miembros del club de la irracionalidad y del grupo parásito, y optan por la distante y torpe visión del mundo, con esporádicas cargas de elefantes que dejan los territorios intervenidos en peor situación que la previa al salvamento. Apuestan además por un distanciamiento respecto al Viejo Mundo comprensible porque éste último lleva décadas haciendo méritos para ello, mientras aquéllos pagaban en dinero y en muertos. Sin embargo la nueva estrategia, a la que no es ajena la reciente independencia petrolífera, es de corto alcance de miras porque ignora el valor más real, exportado y exportable a la mínima oportunidad que la gente tiene de adoptarlo: Los fundamentos en los que se basa el modo de vida occidental. Su defensa sólo cuesta, para empezar, la recuperación de la palabra, de, al menos, la denuncia verbal incansable, independiente de los necesarios acuerdos diplomáticos y de la esfera del comercio. Porque los justos términos ante la obviedad de hechos, discriminaciones, dictaduras, bondadosa estulticia, expolio cotidiano son los instrumentos en los que se encapsulan las ideas que a su vez producen cambios, logros, invenciones y el mejor progreso.
Las transiciones se llevan haciendo desde la segunda mitad del siglo XX y lo que va del XXI en sentido contrario, alejándose a toda velocidad de cuanto significa compromiso, obviando las incómodas verbalización y precio de los actos. Crímenes, robos, apartheid femenino, violencia, destrozo y ocupación de lo público, no son tales ni reprobables; dependen de quién los haga, de sus circunstancias, intenciones y latitud.
El proceso en curso sería el de muñecas inversas, es decir, la introducción de las muñecas más grandes, los principios y valores de envergadura, en la muñeca más pequeña, la del aparente beneficio puntual de elementos anónimos aglutinados en el grupúsculo del agravio, la carencia y la intemporal referencia a la tribu, normalmente servidos con una guarnición irracional de vago paraíso futuro y ubicua conjura presente contra el bien común. A corto plazo esto es exactamente el mister Hyde de la democracia, el alter ego más oscuro, y más nocivo, de un sistema de Derecho con Constitución, Parlamento y votaciones periódicas, corrupciones inevitables pero, también, leyes, responsabilidad penal, prensa libre y separación de poderes. Según se produce el deslizamiento hacia la pseudodemocracia se acelera la técnica de ingeniería social: El denominador mínimo al más corto plazo es el que hay que ganarse y manejar en un clima de continua medida, composición y recomposición de la opinión, a la que se riega con irracionalidad y grandes dosis de adhesión sentimental en forma de asambleísmo y participación instantáneos, pero que al menor enfrentamiento con el efecto real de las utopías subvencionadas clamaría amargamente contra el deterioro y la pérdida de su actual forma de vida. Y descubriría que la única dualidad contra la que luchar es la del tejido productivo por una parte y por otra el tejido parásito que se procura mantener incrustado en aquél por todos los medios. Que fallen suministros esenciales, cajeros, policía, seguridad viaria, aviones, trenes, barcos, carreteras, farmacias, y el destinatario del discurso del paraíso gratuito virtual acaba descubriendo que vivir aceptablemente es una lucha mucho más trabajosa y menos nítida de lo que pensaba, que el Mal no es el gran dios del Dinero, el Satán bancario y el poderoso y rico por el hecho de serlo, sino que en cada caso, individuo y momento se impone un juicio de los actos y un reconocimiento de la legalidad y de las Leyes, que éstas valen lo que el coraje de las poblaciones de velar por ellas, que a nadie se le garantiza por el acto de nacer otra cosa que, si hay suerte y lo hace en una zona civilizada, la igualdad de derechos, y que, efectivamente, las ideas, encapsuladas para su actuación en las palabras, son las que producen cambios, inventos, degradación o progreso.
El eficaz utensilio ideológico de la falsa dualidad preceptiva está en directa relación con la trampa del pensamiento positivo forzoso, el sonríe o muere que ya están denunciando no pocos filósofos, que ha sido de rigor en Estados Unidos y ha desteñido sobre Europa. Se consiguen pocos votos con la descripción de las situaciones ingratas y la crudeza de las verdades, no se lleva la obligación de asumir la responsabilidad que es la médula de un sistema democrático decente, es cómodo el olvido de la simple existencia del Bien, de la necesidad ética y práctica de defenderlo. El estudio de Hannah Arendt sobre la banalidad del Mal no ha perdido un ápice de vigencia y, por el contrario, se ha diluido en dosis de fácil digestión por la mayoría. Y el ciudadano del común camina con un pie en el voluntarioso buenista del todo es relativo y otro pie en la explosión del antisistema alimentado por la ira de haber llegado tarde al reparto.
El fraccionamiento y minimización de los territorios, desde la floración de pseudonaciones aferradas al eterno victimismo hasta los viveros de mafias y tribus urbanas que ejercen el chantaje de la desproporción mediática, es el arma más eficaz contra el individuo libre, su trabajo, su seguridad y sus recursos. Todo para él dependerá de las consignas aplicadas en la estrechez del reducto, el lenguaje sufrirá un vuelco que despoje a los términos de su recto significado, desaparecerán, y serán incluso objeto de oprobio, las jerarquías elementales de bondad, verdad y belleza, las simples evidencias fruto del sentido común, de la decencia instintiva y primaria. Fuera de la pertenencia a alguno de los colectivos agraciados con patente de corso hay poca salvación.
Véase una simple pincelada a título de mínimo ejemplo: Festivo, y casi idílico, pueblito del País Vasco. Plaza, baile, música. Disparos. Cae muerta, en plena calle y delante de su hijo pequeño, una mujer. En tiempos perteneció a un grupo independentista que lleva cometiendo, en plena democracia española, numerosos asesinatos. La prensa extranjera los ha tratado con mimo y simpatía porque España parece condenada a ser el parque temático de utopías de nacionalismo terrorista que en el propio país sin embargo el resto de Europa prefiere ver lejos. En el pueblito idílico se ha formado un charco de sangre en el suelo. Los antiguos compañeros de la mujer han abandonado tranquilamente la escena. Los protege, y protegerá, un manto de temor, vileza asumida y olvido inducido, y ese manto cubre todo el pueblo. Retirado el cadáver, se echa serrín y no se suspenden canciones ni orquesta. Los bailarines procuran no pisar la zona. de serrín con sangre. De igual manera, la palabra crimen no existe en las mentes, se cubre, se rodea. Y continúa la fiesta. El nivel de vida es excelente en el País Vasco, no se pagan apenas impuestos, el perfil, convenientemente exportado, es el del cromo rural, la comida rica y los recios norteños.
No hay mejor ceguera que la selectiva. Se lleva sorteando mucho serrín empapado en incómodas materias. Y quien lo ha hecho y lo hace cada vez lo sabe.
Del esperpento a la tragedia
El totalitarismo parcelario de España es el del esperpento. Véanse proclamas entusiastas cuya incongruencia es de una estupidez tal que es difícil creer que se hayan pronunciado en serio: Alianza de Civilizaciones, según la cual tanto valdría la lapidación pública como el hábeas corpus, Prefiero morir a matar en boca de un Ministro de Defensa que, por supuesto, está cobrando por serlo, Oficina de Ideología de Género conveniente y lujosamente instalada en la ONU, Ministerio de Igualdad en el frontispicio de un edificio público (que no en una página de Orwell). Pero el volumen mismo de la estulticia oculta el del dinero que esto permite atesorar a los rentistas del invento. Nada hay de inocente, y la irremediable mediocridad de los dueños del lucrativo montaje postfranquista español no impide el suficiente grado de habilidad como para copar hacia el interior y el exterior buena parte de los medios de comunicación y dominar la propaganda. Porque en el escenario de la Transición guión y actores fueron prestamente sustituidos por la oferta de gratis total y facha el último. Aquí ha sido, y es, franquista, y aterrorizado del epíteto, cualquiera que negara el derecho de los dos sindicatos del sector partido socialista y aledaños, a ser fastuosa y perpetuamente mantenidos por el erario, es reaccionario e infame el que constata que los escolares no puedan estudiar en lengua española en amplísimas zonas, es un burgués deleznable y un conservador ultramontano el que afirma que los programas lectivos son desastrosos y abismalmente inferiores respecto a los de hace décadas, y merece la hoguera el que denuncia la manipulación histórica.
El esperpento ofrece escenarios para todos los gustos, que, curiosamente, hasta ayer no llamaron la atención de la prensa local ni de la foránea. Ahí están los fastuosos polideportivos en pueblos con población escasa y de edad provecta, la ratio demencial de universidades por habitante, las artísticas escombreras con pretensiones de decoración urbana. Forman parte de un vasto escenario ocupado por la fábrica de indemnizaciones, comisiones, dietas, pensiones vitalicias, retiros precoces, ayudas a festejos reivindicativos, pluses a minorías ofendidas, cacerías, hoteles, gorras, pancartas, carrozas, cenas, transporte, banderas, silbatos, folletos independentistas, tarjetas de crédito, indignados manifiestos, puñetas jurídicas subastadas al mejor postor, denuncias televisivas del capitalismo, clamores radiofónicos por la paz y el diálogo con el ladrón y asesino recuperados al efecto, coronas embargadas en Suiza y virreinatos dispuestos a que les corone y pague la enseña el Gobierno del que fue país común. Abonado todo ello por lo que se exprime del sueldo del infeliz ciudadano espectador quien, además, debe aplaudir obra y actores porque no hay más teatro ni función a donde ir.
Los ingredientes del caso español no son originales. Lo son su proporción y su orden temporal. Robos, fraudes, corrupción, populismo los hay por doquiera, pero no en cantidades industriales, no como estructura paralela, permanente, regular y básica del edificio nacional, que se va transformando a ojos vistas en una cáscara cuyos despojos del país que fue se disputan los clanes afanados en el reparto político-financiero y territorial. Desde luego esos ingredientes en normales sistemas democráticos no preceden y conforman los planos del edificio, la creación de organismos, los proyectos de obras, la normativa y las leyes. En España, en olas sucesivas de mayor o menor degradación, han sido creados ad hominen, para beneficiar a contratistas, receptores de comisiones, jeques locales, afiliados al sindicato, la asociación o el partido. Desde que comenzó, en los años ochenta, la degeneración de la que aparecía como transición ejemplar, se entró en un original proceso no lineal sino acelerado o contenido según clan en el poder y apetito y exigencias tribales. De ahí la sorprendente inutilidad, la palmaria estulticia, el derroche estéril de inversiones, el aprendizaje para la ignorancia, los microgobiernos autonómicos. La inutilidad es sólo aparente. Su creación, encarnizada defensa y mantenimiento adquieren pleno sentido porque son garantía de empleos, sueldos, gratificaciones, cohechos y ocupación de parcelas oficiales de libre disposición y manipulación. Indispensables para el proceso son el miedo y el control, generosamente subvencionado, de la opinión interna y externa. Para ello ha sido, y aún es, agente indispensable el chantaje verbal, dual y sociológico anteriormente descrito.
Se entiende mal la situación de la Península, la extraña sumisión que permea su ambiente, si no se considera ese invisible campo de minas que, en forma de iconos verbales, ha sido sembrado en su territorio. Se trata de un puñado de palabras en la que los significantes han sido vaciados de su normal significado para rellenarlos de otro llamativo, asociado a elementos rechazables, diseñado para la inmediata repulsa. España es desde luego el primero de ellos; no de otra forma podría explicarse la extraña orfandad de símbolos y de expresiones nacionales de este país en el conjunto de Europa, su ansiosa búsqueda de una identidad vicaria. Bajo la palabra no hay, sino en una minoría honrada e ilustrada, su auténtico significado de nación de ciudadanos libres e iguales en derechos y oportunidades. Para la gente del común, y por todos los medios, el término mismo es evitable, asociado con el negativo mito originario cuidadosamente criado al efecto. España, tras este vaciado y relleno del referente, debe ser, junto con banderas, escudos e himno, un ente que bordea el fascismo, el franquismo póstumo pero mantenido por exigencias del guión en el candelero, España será sólo gente bien vestida en calles y plazas de la zona rica, adolescentes pulcros enarbolando enseñas de otrora, niñas de buena familia, intelectuales de catolicismo, orden y naftalina. Todo ciudadano moderno que se precie huirá del icono y de las banderas como vampiro del ajo, y mostrará su repugnancia de buen gusto ante los símbolos patrios, que sólo serán aceptados cuando se trate de cobrar de un puesto, de beneficiarse de un acto en el que necesariamente figuran. El icono vergonzante ha recubierto por completo al primigenio, el de igualdad y libertades, aquél sinceramente querido con el afecto simple de lo ancestral y lo próximo, con la estima hacia territorios distintos pero comunes por los que no ha tanto se deambulaba sin conciencia de animosidades y fronteras. El significante verbal había de ser transformado en su contenido, reducido mitad a anatema mitad a una sustancia amorfa para cuya mención se utiliza todo tipo de pseudosinónimos, de forma que pueda ser troceado para su reparto.
La finalidad sociotribal es que el vocablo España no exista. Un espacio nacional de igualdad y libertades, de historia y horizontes amplios es incompatible con el ansioso reparto del botín y la justificación de la propia existencia por parte de los clanes. Éstos han trabajado con el mayor encono en destruir, de forma retroactiva, el contenido del término. El símbolo verbal que con esa forma agitan es el común enemigo al que se ha enseñado convenientemente a odiar y ridiculizar desde la escuela primaria. Cuando esto sucede sus habitantes no tienen más refugios que el círculo local y familiar inmediato y el cacique y líder que, al menos, les sirve de parapeto contra el complejo de inferioridad del europeo dudoso. Pasado el acné juvenil de ciudadano del cosmos, el adulto siente que la patria existe y que su deseada ciudadanía mundial se ejerce a través de ella, que no hay antagonismo sino extensión entre el conocimiento y los afectos del país en el que ha nacido y lo que más allá de las fronteras va encontrando. Pero le han provisto de un icono falso, al que apenas puede nombrar.
Ningún grito más agudo que el del silencio. En Hispania todo iba pasablemente en el más pasable de los mundos posibles, porque se vivía bien, con esa salsa acogedora condimentada con sol, buena dieta y paz turbada tan sólo por balazos esporádicos en la zona noreste. La Transición B se mantenía sin esfuerzo a flote e incluso bogaba sin problemas, sacando velamen. Los disidentes de la estricta corrección dual política desaparecían de foros televisivos, radios, charlas y periódicos, eran degradados en sus trabajos, eliminados de listas y promociones, pero no aparecían seguidamente con un tiro en la nuca en las cunetas. Gozaban del ostracismo light, de cierto estatus de apestado leve. Uno menos en el reparto de las mil y una recompensas al hervidero de tribus. Sin embargo del Callejón del Gato ya se había pasado a sombrías bocacalles laterales en las que podía pisarse un charco de sangre, por omisión de criminales no adecuadamente perseguidos, liberados en aras del buenismo con ellos y el malismo hacia sus antiguas y nuevas víctimas, por un caso, el GAL, de escuadrones de la tortura y de la muerte contratados por y en las cloacas del Estado, por un maridaje justicia-política-negocios incorporado a los menús habituales. Pero la gran línea roja se pasó más tarde.
Hasta entonces se había costeado por un mapa al estilo de los portulanos antiguos, en parte real y en parte fabuloso, en cuya cartografía se alternaban monstruos resucitados o creados según exigencias del guión y datos que se querían eficaces para llegar a la deseada cota del progreso europeo. A partir del 11 de marzo de 2004, y antes de él ya en sus preludios, se entró en las aguas abiertas, calmas y de una negrura profunda de la banalidad del Mal [3]
El Monumento al Olvido-11 M.
Quien salga de la Estación de Atocha, en pleno centro de Madrid, tal vez repare, aunque es poco probable, en que en la plazoleta se alza un cilindro de poca altura. No pasará junto a él porque está fuera del acceso de los peatones y del tránsito habitual. Se alza sobre un reborde de hormigón mordido por el tráfico y su fealdad de superficie envejecida contrasta con sus vecinos, la hermosa planta de la antigua estación remodelada y el airoso frente del que fue Ministerio de Agricultura. Podría ser el respiradero de alguna obra subterránea, el acceso a un parking o la gran funda en plástico de burbujas de algún contenedor. Incluso, aguzando una imaginación ya castigada por pavorosas y onerosas decoraciones urbanas, un gigantesco bote desteñido de bebida refrescante obra genial del sobrino de algún concejal.
Es gris, mate y polvoriento. Se confunde, en los días nublados, con el fondo y sobre él resbala, sin advertirlo, el ajetreo. Carece de elementos figurativos. Su diseño se diría que corresponde a la voluntad de no atraer atención alguna, una gigantesca lata desechable de continente y contenido amorfos, en el tono indefinido del humo de los escapes y la indiferencia.[4]
Es simplemente perfecto como ejemplo de la plasticidad de la arquitectura, siempre molde de la voluntad de los líderes y del bovino asentimiento de las sociedades. Ambos lo segregaron como el molusco la concha. Sólo el conocimiento previo informa de que el grueso cilindro fue erigido en conmemoración del mayor atentado terrorista de la historia de España, la matanza del 11 de marzo de 2004. Esa mañana, a la hora punta en que la gente venía al trabajo, se hicieron explotar con bombas los trenes, con el saldo de doscientos muertos y más de un millar de víctimas cuyos nombres oculta y mimetiza con el asfalto el sudario aislante.
Es improbable que, de observar el cilindro, cosa que prácticamente nadie hace, el curioso coincida con la visita oficial de algún político. Tales eventos ocurren muy raramente y a una velocidad vertiginosa. Se cumple el expediente de un preceptivo homenaje a las víctimas sin la menor ceremonia llamativa y con ese ritmo que delata, antes de entrar en el recinto, la premura de salir. Más allá, en uno de los bordes del Parque de El Retiro, un bosquecillo dedicado a la misma conmemoración y llamado, sin duda en un lapsus freudiano, “del Recuerdo”, permite también los perfectos anonimato y lejanía de la opinión pública. Si el viajero quiere matar el tiempo y pregunta, hallará, perfectamente disimulado en el gran hall central de la estación, el recinto subterráneo situado bajo el cilindro y que constituye todo el Monumento del 11 M. Normalmente se pasa de largo ante la pared opaca azul oscuro con indicación minúscula de contenido y horarios. Se trata simplemente de una mesa de folletos y algunas flores, un pasillo, los nombres de los asesinados en un azul pálido levemente iluminado en el muro y la sala circular sobre la que se levanta el cilindro externo a la que sirve de techo una cúpula semitransparente con frases. Por aquí no ha pasado la Historia, no hay explicaciones de ningún tipo, carecen de rostro y de leyenda matadores y muertos. Por no existir, no existe ni la insistente y preceptiva versión oficial de la autoría islamista, como si un último rubor hubiera impedido, una vez alcanzados los fines de los que manipularon la matanza, llevar la impostura hasta el epitafio. El folleto es asimismo breve, átono y con un texto dedicado mayormente a la arquitectura de la obra cuyo resultado, en verdad, plasma de maravilla en su burbuja la voluntad de borrar de la memoria, no ya el dolor, que al no haberse esclarecido realmente la masacre sigue, sino la vergüenza de aquella semana, del mes de marzo de 2004 y de las rendiciones incontables que a él siguieron.
El Monumento al 11 M -y demás víctimas del terrorismo puestos a aprovechar- es una tirita azul pálido con funda de plástico de color sucio colocada sobre una llaga abierta de las dimensiones de un cuerpo puesto a continuación del otro. Podría al menos, en un alarde figurativo, haberse dibujado bajo ella una gran boca sellada.
Había elecciones generales en España tres días después del atentado, y la víspera debía ser, según la legislación vigente, jornada de reflexión. En las jornadas que mediaron entre la matanza, el estado de shock de la población y las urnas todo el afán de los dos sindicatos y el partido de la oposición y sus afines se concentró en excitar la animosidad de los ciudadanos, no contra los autores del sabotaje, sino contra los políticos y el Presidente todavía en ejercicio. Los vagones de tren fueron desguazados y destruidos prácticamente en horas veinticuatro, en parte de la prensa, la que no pertenecía al sólido bloque mediático de los nuevos ricos del régimen, hubo pronto denuncias de que se había sembrado la investigación de pruebas falsas, destruido las auténticas como enseres de las víctimas, maquinaria, metales, y que se había ocultado el arma del crimen, el tipo de explosivo. Militantes, políticos y movimientos de oposición se lanzaron, aún calientes los muertos, a una actividad frenética de agitación y propaganda según la cual los criminales no eran los que habían puesto las bombas sino el partido por entonces en el poder. Ocurrió lo que no había sucedido en país alguno: En respuesta a una masacre ciudadana se llamó asesino, no a los que mataron, sino al Presidente democráticamente elegido, se cercaron las sedes de su partido, se infundió en la opinión, en nombre de la paz a toda costa, la rendición a los criminales, se culpabilizó la presencia española en la guerra de Irak, como si, contra toda lógica y obviedad de los hechos, el país nunca hubiera participado ni fuera jamás a participar en acción militar alguna, se violó la jornada de reflexión y se montaron grandes manifestaciones, acoso e insultos con un agitprop en toda regla que, desde luego, logró en tres días, contra todas las expectativas de voto anteriores, el cambio del gobierno por otro singularmente favorable al mosaico de intereses tribales, al nacionalismo rapaz, al grupo terrorista ETA, que había acabado con las vidas de casi mil personas en plena democracia, y a la doctrina de la blanda sumisión en política exterior.
La apoteosis de agitación-propaganda de 2004 fue precedida, mucho antes del 11 M, por un clima diario de rechazo y denuncia de la intervención en Oriente Medio y por la nada pacífica exaltación de una paz universal y, como el resto de los bienes, gratuita y garantizada. En los centros de enseñanza llevaban largo tiempo campeando sin rebozo, ante los niños y adolescentes, carteles, llamadas a concentraciones y pintadas contra los miembros del Gobierno, a los que se tachaba de fascistas, nazis y criminales, pintadas y proclamas que desaparecieron como por arte de magia desde el día siguiente a las elecciones. Con celeridad vertiginosa, los militares fueron repatriados desde sus misiones en el extranjero en medio de una lluvia de plumas de gallina que les enviaban los soldados en plaza de otras nacionalidades, el nuevo Presidente levitaba en su toma de posesión proclamando su afán de paz infinita, el Ministro del Ejército afirmaba (sin dar ejemplo pero cobrando puntualmente su sueldo) que prefería morir a matar.
El objetivo era revitalizar, en el imaginario popular, el mito dual indispensable, el que hacía décadas se vertía, fuese a base de lluvia fina o de bombardeo, desde los púlpitos oficiales y oficiosos: La existencia del Gran Enemigo, la España A, Mala, frente al País B, mosaico de tribus felices y seres benéficos cuyo camino hacia el edén fue truncado por la Guerra Civil.
La oposición obtuvo el poder a los tres días del 11 M, arruinó y desguazó la nación en los años siguientes y, lo más grave, hizo a la población partícipe de la maniobra por medio del sabio uso de la vileza compartida. Los españoles habían votado y participado en un cambio de régimen que fue un claro éxito para los que planearon inmediatamente antes de las elecciones la matanza. La gente sabía que había cooperado masiva, miserablemente en la vasta manipulación y su chantaje, que no en el reparto de un botín más amplio y menos visible que el simple manejo del erario público. Así pues forzoso era olvidar, aceptar y tragar rápidamente, de una pieza, la apresurada y tajante versión oficial. Por mucho que se proclamara la autoría islámica nunca se supo quiénes fueron los autores de la matanza, quién el cerebro de la operación. Siempre se supo a quienes había beneficiado, aquende y allende fronteras.
Tras un cierre claramente en falso del proceso, se extendió sine die, una extraña y significativa ley del silencio que es quizás la prueba más clara en contra de la versión oficializada. El 11 M debía borrarse de la mención verbal o escrita y hasta de la memoria, De citarse, se presentaría siempre, en los exorcismos periódicos, como el atentado islamista que, en realidad, nunca se probó que hubiese sido. Cualquier otra alusión, calificación, petición de investigación, hipótesis estarían anatematizadas e incluidas en el acostumbrado bloque del Mal (fascistas, franquistas, derechas, etc.). El gran atentado de la estación de Atocha sirvió y sirve a aquéllos para los que era imprescindible remozar el mito dual Progresistas/Reaccionarios, la España mala frente a la buena, la perpetua guerra civil pendiente sin la cual el avejentado clan parásito carecería de justificación y subsistencia. La matanza útil y utilizada no fue, ni mucho menos, tan sólo asunto de victoria y derrota de dos partidos políticos. Tuvo probablemente bastante de acuerdo de franquicias y de negocio conjunto, amén de una gran proyección externa en la que se repitió, con curiosa homogeneidad y probablemente a bastante coste, la versión islamista preceptiva.
A partir de ahí planeó sobre la ciudadanía, junto con el silencio, el temor a la repetición de actos similares, la certidumbre de la cesión ante la fuerza brutal bien organizada y la existencia de oscuros, antiguos e intocables centros de intereses y de poder. Y, desde luego, aquello marcó un antes y un después en la historia española; también en la europea, inaugurando, con la alianza de indefensión, desconcierto y cobardía, la estrategia de la Rendición Preventiva y la anulación de valores, Ley, Estado de Derecho y análisis de hechos y responsabilidades individuales: El Gran Culpable de aquel crimen, de cualquier crimen, ni habría sido ni sería su autor, sino la ancestral e intemporal injusticia del Sistema, el Leviatán capitalista, imperialista, derechista, eterno, lo que permitiría seguir una apacible rutina sin darse por enterado de agresión, delito ni violencia alguna. Bastaría con alternar dos paraguas: El de la revolución pendiente, a cargo del erario público puertas adentro, y el multicolor de la Alianza de Civilizaciones más allá. Simplemente cumplía recostarse en el derecho a ser mantenido y en la buena conciencia fruto de la amnesia selectiva y la irresponsabilidad personal. Sumergidos en un estado de cosas opresor per se desde el origen de los tiempos, no cabe hablar de jerarquía ni universalidad de valores; tan sólo confiar en la bondad de los bárbaros, en la innata virtud de los indigentes y en la pureza de los marginados. Y refugiarse en la tribu de víctimas más cercana.
La censura y la autocensura respecto al tema del 11 M alcanzó cotas de virtuosismo, su simple mención olía a azufre, rompía la superficie de las aguas del dorado estanque del bienestar y el asunto zanjado. Como hojas que se cortan de un árbol, fueron cayendo las de los periódicos que osaron tratarlo de forma crítica, los libros sobre el tema que aparecieron tenían algo de clandestino y muy escasa difusión, se apartó a directores de diarios y a columnistas. Alguno en el mundo de la prensa hubo que, tras investigar durante años el atentado y las clamorosas contradicciones de la versión oficial, optó sin embargo luego por publicar rectificaciones de corta y pega abjurando de su error y confesando la islámica autoría. Fue ascendido, pero para ser cesado al poco tiempo. Quizás porque Roma no paga a los traidores.
Hubo algo en extremo patético en las cinco líneas de rectificación de todas sus investigaciones anteriores en las que el conocido periodista abjuraba de su error al buscar en los causantes de los atentados de Atocha a otros que no fueran los islamistas. Éstos aparecían, además luego en noticias de prensa en lugares dispares, Serbia, Marruecos, Siria, preferentemente ya muertos. Ninguna versión en medios de amplia audiencia contraria a la preceptiva de autoría islámica, pero sí una lluvia de artículos diversos, sin relación con Madrid pero abundando en historias del radicalismo musulmán, de manera que la opinión se impregnaba, por proximidad, de la relación entre éste y la matanza madrileña. La exaltación de los sentimientos corría paralela a la ausencia de datos fiables, pruebas concretas, culpables confesos y a la demonización de los muy pocos –y muy valientes- que se atrevieron a poner en entredicho la versión oficial.
Sólo hay, y no por azar, otro tema que despierta animosidad semejante cuando se quebranta la ley del silencio: La denuncia de que el espacio cultural está prácticamente copado por el marchamo Izquierdas reservándose para los otros, englobados en Derechas por supuesto, el ostracismo y el rechazo. Sin embargo la afirmación es simplemente cierta y basta para demostrarlo un simple análisis estadístico y proporcional de temas de películas españolas, series televisivas, discursos, declaraciones, obras diversas. El que denuncia al clan Progresista por decreto, al lucrativo monopolio de la ética, debe prepararse a ser incluido en “la caverna”, los conservadores reaccionarios por definición, y ello con una animosidad y violencia verbales que por sí solas son prueba fehaciente de la veracidad del discurso del denunciante.
El cilindro de Atocha es el apropiado monumento porque su cerrada superficie encierra bajo llaves que podrían no ser las suficientes dos tesoros: Por una parte la España desconocida, minimizada o ausente de libros de texto y de medios de comunicación, hoy insólita, pero que fue, que quizás podría ser. Y, por otra parte, cuanto debió ocurrir, y no ocurrió, en el 11 M. Allí se encontrarían, como el cliché posible de aquella interminable fotografía, las manifestaciones de un país unido, en su clase política y su ciudadanía, llamando asesinos a los asesinos, estarían los responsables guardando cuidadosamente las pruebas, preservando hasta la última chapa, clavo, sustancia impregnada en las ropas y los cadáveres. Se hallarían todos ennoblecidos por la doble fraternidad de la indignación y el dolor, pisoteando el mito de las dos Españas, liberados al fin de canalla y parásitos. De abrirse la puerta del cilindro deberían salir los sindicalistas que olvidaron su sueldo gubernamental para ponerse en primera fila de los que exigían claridad y justicia, estarían los que limpiaron, por vergonzosa en momentos tales, toda pintada sectaria y condenaron la manipulación en los centros de enseñanza. Allí aparecerían los valientes chicos de la prensa, insensibles a las presiones del club de los ricos del régimen, atentos tan sólo al horror y al minucioso esclarecimiento del caso. Y no podrían faltar los jueces y fiscales que, desdeñosos de los políticos que los nombran, con ejemplares eficacia y discreción, no tendrían más preocupación que la búsqueda de la verdad. Pero no están, no ocurrió, estuvieron, no ya a la altura, sino al otro extremo de la circunstancia. No hay vacío, sino materia oscura en el espacio que el cilindro abarca.
Para acceder al segundo tesoro, el del conocimiento, hay que ascender a la terraza del edificio, porque desde ella podría observarse, con cierto esfuerzo, el panorama de una España que hoy parece insólita y sin embargo existió no ha tanto y podría en el presente haber existido. Aguzando la vista en el espacio y en el tiempo se descubre que hace pocas décadas España era un país como los demás de Europa y la generalidad del mundo, con bandera, himno y una lengua que se enseñaba y podía aprenderse en todos sus centros de enseñanza y con libros de texto que narraban su historia y hablaban de sus grandes figuras, de sus hechos notables y de sus monumentos. Vería el observador en la distancia gentes, millones de personas, que se desplazaban y residían sin distinción alguna de privilegios ni trato de un extremo a otro de su país y para las que el apego al terruño no era sino un aditamento más al natural afecto por la propia tierra en el sentido lato. El cilindro se habría vuelto, por entonces un peldaño de la alta torre de las grandes vistas, que hace parecer ridículas las torrecillas de imitación marfileña y despreciables a aquéllos con vocación de habitantes de termitero empeñados en hacerse con bienes comunes para su uso exclusivo durante su propio, interminable invierno. La España de las amplias vistas, la similar a sus homólogas de Europa, existió realmente, aunque la cubra y la sofoque una gran ficción del Paraíso perdido y el hervidero de víctimas insaciables. Hoy por hoy, se divisa un Madrid-Pompeya, cubierta la ciudad de mullida ceniza que apaga los sonidos y tan sutil que ni se advierte su presencia ni se añora que hubo cielos de mayor limpidez.
El Monumento al Olvido lo es más por contraste con la envergadura de los actos conmemorativos de los grandes atentados en otros países de Europa, como Gran Bretaña o Francia, la unidad en ellos de gobiernos, ciudadanía y oposición en el homenaje a las víctimas y la repulsa de las muertes que sí, en su caso y no en el español, reivindicó el terrorismo islámico. Lo que en el Reino Unido es unión y común impulso en España no es sino el instrumento para perpetuar en el poder, real o en la sombra, al Clan de la Bondad, al de la Transición B o más bien P de Parásita, a los beneficiarios de la nómina vitalicia, la eterna deuda y la eterna guerra.
Se ha consumado el proceso totalitario de la No Persona, la modificación, borrado, cortado y pegado de la Historia: El 11 M no existe, su mención ha entrado en la rampa que conduce al averno verbal, en este caso un pequeño limbo azul, sellado y frío, donde revolotean y se consumen hasta la insignificante transparencia víctimas y victimarios. Nadie intente aludirlo porque le protege, amén de la coraza de plástico, el estigma Reaccionario que su simple mención lleva consigo. El que exprese sus dudas sobre el proceso y la autoría islámica, su repugnancia por la utilización vomitiva que se hizo de la masacre, ingresará en el grupo de los parias de la España segregada por los secuestradores de la Transición.
Galería
En el Parlamento español, Las Cortes, faltan retratos. De las salas cuelgan los de cada presidente y ministro, pero frente por frente, en la pared opuesta, podrían alinearse otros; aunque, por el desprecio cosechado, tal vez hallarían mejor hueco en el dibujo de la alfombra. Sobrenada en el imaginario, por su insignificancia, el de un señor pequeño y nada joven. Va vestido con aseo, peinado hacia atrás el escaso pelo gris sin implantes. Lleva con esfuerzo una bandera española. Hay poca gente en la plaza madrileña, es una de tantas manifestaciones de víctimas del terrorismo. El señor está solo, y digno, con una pequeña insignia en la solapa y la mirada atenta a los oradores y a la espera de los acordes del himno nacional. Es la antítesis del cantautor de éxito, dinero y progresismo, del intelectual desdeñoso, del joven enérgico de papá generoso y del que se ha hecho un provechoso hueco en algún clan de minorías agraviadas y protegidas. El señor lleva trabajando muchos años, robar no entraba en sus cálculos, quería justicia, ley y orden. Han matado a la gente buena, y por eso acude. Quiere a su patria y por eso lleva una bandera. Ignora con qué desprecio, con cuánto desapego y a cuánta distancia le miraría la clase dominante, la superioridad inmensa desde la que probablemente ni le ve el cantautor ingenioso que se apunta a grandes hazañas como tirar de madrugada la estatua del dictador muerto. El cuadro del señor bajito, con su bandera roja y gualda, no va a colgar en el muro de Las Cortes. Ni tampoco el de Remedios, la señora que se ha pasado media hora entre las papeletas, el día de las votaciones, porque no sabe a quién votar. Ella, y toda su familia, se han ido enquistando en el hogar humilde, de clase baja-media, en la misa del domingo y el belén de Navidades, como los católicos practicantes que siempre han sido, en las fidelidades a familia, honradez y palabra dada, a la cartilla de ahorros y la amortización de la hipoteca. Las corrientes externas tocaban a antifranquismo, pero ellos sólo querían trabajo, seguridad social y que hubiera menos robos en la calle. Ahora resulta que el partido conservador al que Remedios siempre votaba apoya a los adversarios y no defiende sus principios, que el sindicalista liberado, bien pagado y vocinglero irrumpe en su despacho y en su ordenador con consignas en las que ella no cree, resulta que meten en el Ministerio con contratas precarias a gente superflua y le quitan a ella y a sus compañeros, los de oposición, sus tareas habituales. Ella no se ha atrevido nunca a casi nada, no se ha enfrentado a casi nadie. Tiene el patriotismo de las clases populares y el armazón moral, estrecho pero seguro, de los usos y creencias tradicionales conservados en un medio muy reducido, que es el de las paredes de la oficina y de su casa. No ha hecho mal a otros, ha trabajado siempre, reivindica los viejos principios. Y ahora se encuentra conque la han timado, que la engañó el periódico que siempre compraba su padre, que la estafan los representantes de un gobierno que se decía defensor de ella, de su familia, de un país que se disuelve, se compra y malbarata, de una moral que ahora parece vergonzante y es el único techo ideológico que ella conoce. ¿Qué hacer? ¿Qué queda a la gente del común sino las urnas y, si acaso, una manifestación de víctimas en la que se firma un manifiesto, se escucha y se grita? Remedios, con la indignación y el desamparo pintados en el semblante y la papeleta de voto inútil en la mano, no tendrá cuadro en las paredes de la sala.
Tampoco habría espacio en la nueva galería por hacer para víctimas recientes, entre las que no faltan las que creyeron, amaron y defendieron buenos ideales y proyectos llenos de sentido, que en un tiempo correspondieron a los iconos originarios. Un polvo espeso hace, además, inidentificables los retratos del sindicalista que trabajaba, combatía por los trabajadores y nada tiene hoy que ver con los mastines a sueldo de la plataforma parásita, y las telarañas cubren alegremente la efigie del socialista con deseos de mundo solidario y vidas mejores, el profesor que defendió la enseñanza pública y el saber y se opuso a la peste logsiana, los catedráticos eliminados de un plumazo porque eran una élite del saber y por lo tanto sobraban y los compadres ladraban por sus puestos. No habrá ni rastro de la que debería ser muy larga hilera de asesinados, heridos, afectados doblemente por el terrorismo y por el silencio y la complicidad. En esta sección de la pinacoteca se impondría el collage, porque así se reproduce adecuadamente en el lienzo la dispersión de los miembros, los fragmentos de órganos y extremidades que saltaron por los aires con las bombas-lapa, los balazos a quemarropa, las explosiones en los trenes de Atocha, los vehículos dinamitados, el atentado en los grandes almacenes. Convendría que estos cuadros de motivos fragmentados propios de una vanguardia de casquería se mirasen con las figuras correctamente vestidas de la pared de enfrente, entre las que no pueden faltar caballeros togados y magistrados dependientes en todo del gobierno que los nombra, condecora y recompensa.
Es preferible que la galería se abra en el lateral a una pequeña sala circular que fue, en los tiempos anteriores a la Corrección Política, de fumadores. Aquí habrán venido a refugiarse los retratos de otra clase de víctimas, las de la dualidad contraria, aquéllas que, por reacción mimética, han adoptado el armamento verbal del adversario y caído de hoz y coz en la trampa de la aceptación de la falsa realidad maniquea. Hartas de presenciar el servil acatamiento del monopolio del Bien ligado al término Izquierdas, del temor perruno a ser tachados de Derechas, Franquistas o Fascistas, de la continua danza del chantaje para hacerse perdonar pecados originales e imaginarios, personas inteligentes, valientes y valiosas se han empeñado en la reivindicación del polo opuesto. Como si el mundo se redujera a uno u otro icono.
Hay algo patético, y difícilmente comprensible en gente de enjundia intelectual, en esa inconsciente rendición al Enemigo. Son, serán la Derecha, proclaman con la exaltación del converso y del sometido al abucheo diario. Hay dos, ellos y las Izquierdas, porque hay que tener orgullo de ser de uno y no del otro. Como si se renovara eternamente la lucha de Dioses y Titanes, Ángeles y Demonios, Fuerza Buena y Fuerza Oscura. De nuevo, pues, los hechos desaparecen, la observación se mediatiza, los juicios se amputan y tuercen para introducirlos en el molde dual. El proceso es doloroso y forzado, porque traiciona la simple lucidez, la verdad y los impulsos generosos y solidarios que se teme podrían ser confundidos con el lenguaje de la Izquierda. El movimiento pendular lleva a individuos normalmente razonables a la defensa de un paraíso incompatible con el servicio público, a la cruzada para la privatización de cuanto existe y se mueve, al vago ideal de un nuevo Estados Unidos en formato pequeñito donde, en feliz régimen de contratación libérrima y variadísima, se migra de un extremo a otro de la piel de toro, parando media hora al día para tragar un sándwich en la cadena de comida rápida. Desaparecida la Enseñanza Pública y el currículum general básico, los niños deambularán, cheque escolar en mano, según sus padres consideren que les conviene saber o no geografía o física; si el pater familias es musulmán devoto las niñas sólo asistirán, con otras niñas, a labores y cocina. Se abrirán, con el cheque, a los escolares de barrios desfavorecidos las puertas de centros en el corazón de zonas residenciales, con el pequeño inconveniente de que se encontrarán algo desplazados a la hora de inscribirse a las numerosas, y costosas, actividades extraescolares de ballet, golf, violín y ski de fondo. La liberalización completa y redentora suprimirá inútiles autobuses urbanos, que no abarrotaban veinticuatro horas al día los pasajeros así como todo tipo de transportes prescindibles, por lo que languidecerán y perecerán en sus domicilios aquéllos que los precisaban, con el consiguiente ahorro de medios y energía para la capa activa, solvente y emprendedora de los ciudadanos. La Derecha Liberalísima que parece añorar el año 0 de organización autónoma de Atapuerca se complace, con masoquismo ejemplar, en asumir la caricatura que le han asignado sus adversarios; por ello ejerce con frecuencia un papismo mucho más allá que el conciliar, saca a pasear proclamas antiaborto sin venir a cuento y frunce el ceño cuando la prensa tiene el mal gusto de denunciar desfalcos al abrigo de la Corona. Naturalmente con estos enemigos el club Izquierda Parásita no necesita amigos: Nadie lo apoyaría mejor.
Es probable que la estética de los retratos de la que fue Sala de Fumadores deje que desear. De hecho, los de la pared opuesta los observan, desde el largo corredor al que la entrada da acceso, con desdén. Los padres y demás familiares de la Patria suelen posar con la tranquilidad de quien lo hace para la Historia, mientras que su puñado de vecinos lo haría con la boca abierta de asombro y cólera, la indignación y el desconcierto pintadas en el semblante, las manos en gestos nada convencionales. Ellos eran de izquierdas, ellos eran buenos, y…lo siguen siendo, pero se han caído desde muy alto del caballo, no se recuperan de las múltiples contusiones. Es lo que tiene imaginar solamente dos cabalgaduras, la blanca y la negra, como el bueno y el malo de las películas. Los desconcertados tienen marcos modestos, e incluso soportes a la pared precarios que se desprenden con frecuencia. No ganaron para más. En cambio sus vecinos del ala noble disponen de cada vez mejor estructura con los años porque, bajo diversos títulos, se han votado a sí mismos y a sus homólogos durante más tiempo, sin que importara la etiqueta política sino las reciprocidades esperadas. La dualidad queda para la plebe. Se habla de nombres nuevos, de recién llegados que intentan sortear el blindaje que alrededor de sí han segregado los clanes parásitos, que ni son dos, ni son dos partidos ni corresponden a dualidad alguna.
En la habitación del fondo, siempre en obras, hay un olor a recién pintado. Allá se encuentran los apresurados lienzos en los que falta por añadir cabeza y manos, que se ponen y quitan, como en los muñecos de feria, ajustados al espacio vacío. Son tantos y tan imprevisibles los cargos, los títulos diariamente creados, la clonación autonómica indispensable de funciones y puestos, con sus consiguientes pensiones vitalicias, la multiplicación exponencial de representantes, presidentes y ministros que el departamento de protocolo no ha encontrado mejor método que la fabricación y almacenamiento en serie, con figuras adaptables según las circunstancias.
La mostra transicional cumpliría que se cierre por pequeños grabados, entre goyesco y simbolista, en los que encuentren acomodo especies en grave peligro de extinción: La vieja hermosura de la necesaria utopía, la libertad no sólo de asignación de impuestos, el cariño patrio sin peaje de odio previo, y la negrura de Goya en pleno para recibir en el oscuro recinto de un aquelarre cerrado a cal y canto a cuantos roban a golpe de ley y cargo, a los que ordenan poner bombas y a los que viven y medran a base de halagar a los dueños del miedo. A los vistosos Desastres de las Guerra puede corresponder su versión actualizada Los Desastres del Silencio, cuyas víctimas, no menos muertas ni maltratadas que las de Goya, nunca disfrutarán de audiencia ni justicia. Se las ha entregado, una y otra vez, a criminales reincidentes por la premura escénica de autoridades y próceres para dar una imagen de benignidad y obedecer al que manda. Sería muy difícil hallar en Europa un país donde la reiteración en el robo sea tan impune en la práctica como en España, o donde el asesinato múltiple salga más barato. Las víctimas de un Gobierno ansioso de ceder al chantaje son muchos cientos de gentes sin poder, sin fuerza, sin riqueza, sin armas. Podrían hallar acomodo al final de la galería, en una llama al Ciudadano Desconocido para la cual bastaría la caja de cerillas del cuento de Andersen.
La pinacoteca del Parlamento español no es la del Museo del Prado, pero con estas modificaciones es susceptible de aportar preciosa información sobre la evolución del país durante los siglos XX y XXI.
También, quizás, los retazos de algún diario:
He tenido un estrecho contacto con un Ministro, el que quiere inmortalizarse alicatando en plan hortera Madrid en dorado y hasta el techo. Había una concentración de apoyo a las víctimas del terrorismo. Debieron decirle que estaba allí la líder y a él le dio el ataque de cuernos y se presentó de repente. Pasó rodeado de guardaespaldas, impasible el ademán y a toda marcha. Y, sin detenerse ni mirar, me aplastó el pie. Llegó a tiempo de fotografiarse con los que presidían el acto.
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Están soltando asesinos de ETA mezclados con presos comunes de la peor ralea para mejorar el conjunto.
Hoy ya han anunciado, tanto el partido en el Gobierno como el de la oposición, diálogos para reformar el texto constitucional.
Comienza a cerrarse el broche del golpe de Estado blanco.
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Voy a una manifestación, quizás la última, pero en todo caso final de una época, de víctimas del terrorismo. Por primera vez se anuncia de forma oficiosa el cambio de la Constitución de libertad e igualdad para dar paso al acuerdo de tribus, la regresión, derrota y el intenso regusto canalla.
Valió la pena ir.
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Parafraseando:
Primero vinieron para expulsar a los que se manifestaban por los mismos derechos ciudadanos en toda España. Ni palabra de protesta porque los manifestantes eran de los otros, de Derechas.
Después llegaron para condenar a los que denunciaban que no se pudiera estudiar en castellano ni aprender materias fundamentales. Nada en contra porque los condenados eran conservadores retrógrados, es decir, de los otros, Derechas.
Ayer se presentaron para eliminar de la vida pública y de los medios de comunicación a los que reprochan la excarcelación masiva y fulminante de terroristas, asesinos y violadores. Nada que decir porque los descontentos eran gente de los otros, de Derechas, que lleva banderas chillonas y se concentra incómoda y ruidosamente.
Hoy han venido a quitarme mis derechos, que ya no son iguales en todo el país porque éste no existe, a consagrar la enseñanza sin aprender, sin estudiar y sin lengua española, a robarme para mantener a sus clanes, a silenciarme, denunciarme y multarme si protesto.
Siempre vinieron a por mí.
A por mí, que no estuve en ninguna parte, porque los que protestaban eran los Otros, llevaban banderas y hacían manifestaciones de mal gusto.
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Madrid, 6-XII-2113 (por escribir. O quizás no)
Diversas manifestaciones de apoyo a la última Constitución han discurrido por las calles autónomas, a razón de una docena de individuos en cada vía pública. Los intentos de unanimidad en las enseñas han sido, una vez más, vanos. Predominó la bandera que hace el número quince de las diseñadas sucesivamente durante el último siglo, blanca con diversos motivos geométricos, pero fue abucheada por los partidarios de la nueva propuesta, el rectángulo con tres docenas de cabezas de ratón, inspirada, según se dice, por la de los Estados Unidos.
El Ministerio del Interior y Exterior (la delimitación no está clara) ha enviado, desde el Caserío que comparte la capitalidad y gestión hispánica con la Masía, fuerzas del orden violentas y semiviolentas para vigilar el acto. La rama independentista habla de entregar algunas armas, previo aumento de sus honorarios como Guardianes de las Esencias. El Ministerio de Finanzas Asimétricas se ha encargado, desde su sede noreste, del cobro a los manifestantes por el permiso de participación en el acto constitucional. No acudieron, como de costumbre, Intelectuales Hastiados ni Artistas Comprometidos. Se cursó invitación, aún sin respuesta, a la Unión Euroasiática, con la que Hispania tiene un convenio en tanto que franquicia vacacional asociada.
Se estudia la apertura de treinta y seis embajadas autonómicas en las islas Fiji.
Se prepara la celebración de los Cien Años de Paz.
El ciudadano de Piranesi
La sensación de omnipotencia discurre, actualmente, paralela al peculiar, difuso, continuo sabor a indefensión profunda. Tal cosa parece, en principio, imposible por lo contradictorio: No lo es. Ambas corrientes coexisten. Todo puede saberse, mucho está al alcance de la mano, más todavía espera, en cuestión sólo de tiempo, ser clasificado y puesto en su casillero. Cada día es el final de la Historia, universal y propia, incluso la del recorrido mental por un cosmos cartografiado y datado en años luz. Se ha averiguado la edad del Universo, millones de espejos mágicos responden a cualquiera a cualquier pregunta. Dios está en la cola del paro.
Jacques Dutronc, un cantante francés de los años sesenta, del siglo XX, venía a resumir la pregunta común agazapada en el fondo del alma, o, en el recoveco de neuronas: Sept cent millions de Chinois, et moi, et moi, et moi? (Setecientos millones de chinos, ¿Y yo?,¿Y yo? ¿Y yo?). Y continuaba pasando revista a las grandes cifras de la demografía de la Tierra e intentando afirmar, frente a ellas, su pequeño mundo. Actualizado: Miles de millones de años luz de edad del cosmos, cadenas genéticas modificables, paseos virtuales por la Luna ahora tan conocida como el parque de la urbanización, inventario de los tipos de estrellas, razones químicas de los comportamientos. ¿Y yo, y yo, y yo? Yo, a quien ya me pueden dar respuestas para todo, ¿dónde, por qué y para qué estoy donde creo, aunque no me siento muy seguro, estar? Mientras el universo se expande y multiplica el ciudadano de Piranesi vive su agorafobia con mayor intensidad cuanto mayores son las dimensiones del recinto en que se halla.
Pese a la omnipotencia y omnisciencia, en los pequeños lugares y países, en las pequeñas vidas, la conciencia de sentirse inerme, sin embargo, es cierta. Quizás porque ha sido muy largo el período sin exigencias de pagar un precio, esos precios sin los cuales carecen de raíces los logros. Hay un instintivo reflejo de huida hacia la célula familiar, más o menos ampliada, hacia lo inmediato, incluidas ficciones de pertenencias ancestrales que ofrecen una acogedora tibieza de refugio. Pero resulta que el enemigo está en casa, en la facilísima felicidad, ocurre que el mejor o menos malo de los mundos posibles con toda su oferta de deseos satisfechos podría ser una máquina de continuas falsificaciones, que lo pequeño no es necesariamente beautiful sino que, por el contrario, puede lanzar sobre las sociedades, aprovechándose de la superioridad del número, una red gris de cuyas múltiples celdas la escapatoria parece imposible. El Tiempo de Tribus prohíbe, arrincona, barre al Tiempo de Ideas. El camino recorrido puede ser, y es en grandes, peligrosas parcelas, el contrario al de la Ilustración; va de la persona a los casilleros de cada clan.
Con todo su progreso, con la mutación social inigualable que suponen la informática y el inmenso avance tecnológico, esto conlleva, sin embargo, un enorme volumen de indefensión. Es el precio. La Revolución industrial, la técnica, permitían todavía cierta influencia y control del usuario, una proximidad física, una imagen mental abarcable. Nada semejante puede decirse del ambiente que rodea a los humanos en el momento actual. Nunca han disfrutado, ni imaginado, una omnipotencia virtual semejante, un conocimiento potencial de tales calibre e instantaneidad. Simultáneamente, jamás han sido tan dependientes de un corte de suministro, de una caída de la red, de una avería del automóvil, tan ignorantes de aquello que es vital para su existencia y que no pueden controlar en absoluto. En la grande y nueva etapa que representa el mundo cibernético, los canales, constituyen por sí mismos el mensaje y además, dado el espacio temporal que su recepción ocupa, están inseparablemente acompañados por el hecho de que las correas de transmisión son el Líder. No el único porque no impera, ni ya es necesario, un régimen de completo y exclusivo dominio del poder, pero los clanes parásitos se han asegurado de buena parte del control de esos cauces por donde fluye la materia visual y verbal que les garantiza, por cesión en su favor de la sociedad, un flujo de prestigio, dinero y especial rango en la jerarquía moral y en cuantos elementos culturales conforman la percepción que los ciudadanos tienen de sí y de su medio.
Las fronteras y lenguas ondean y se difuminan porque en la aldea global es necesario que el mensaje vaya más allá. Sin embargo la necesidad de referencias cercanas, propias, comunitarias, el temor instintivo a los grandes espacios y las entidades anónimas e inalcanzables y la falta de distancia crítica producen a la vez miedo y euforia ante la infinita libertad, inacción ante lo que sobrepasa y brotes fugaces de excitación que tienen la fugaz duración propia del escaso conocimiento y juicio personal reflexivo en los que se asientan. La rapidez de la mutación ha impedido tomar aliento, calibrar, situarse, Ha dejado, además, en el limbo de aquéllos que son objeto de una especial explotación a legiones de jornaleros de pantalla y teclado que carecen de bagaje intelectual propio. Habitan un terreno dual, entre el olimpo de jefaturas que planean sobre sus cabezas mientras, por debajo, se sitúa la ignorante, contrita y sumisa masa ante la que pueden mostrar desdén y prepotencia. No en vano, según se comenta, ya hay escuelas alemanas donde no se permite a los alumnos llevar ordenadores a clase hasta los doce años y en las que se aprende a escribir a mano e incluso a pluma y con caligrafía. También se cuenta que existen grandes empresas que escogen para directivos a gente que ha cursado Filosofía porque la visión en profundidad y en altura se ha hecho un valor en alza. El envés sería países donde se pretende desde la infancia, en vez de transmitir conocimientos, “formar para la vida”, es decir, fabricar seres adaptados a la coyuntura y el mercado laboral, buenos para hostelería, servicios y exportación medianamente calificada.
La revolución cibernética que se impuso en pocas décadas de forma irreversible, inexcusable y perentoria, fue utilizada en España de forma particularmente espuria por los grupos parásitos. Vieron en ella la oportunidad de eliminar social y laboralmente a los poseedores de conocimientos y categoría intelectual de la que ellos carecían. Necesitaban acaparar en breve espacio de tiempo la imagen de modernidad, europeísmo y eficacia, y enviar a las tinieblas del rancio país retrógrado a los que les estorbaban. La informática reinó suprema, no con la necesaria y encomiable finalidad de incorporarla y universalizar su manejo, sino como instrumento calibrado para segregar, expulsar y apoderarse con rapidez de territorios de adquisición normalmente laboriosa. El último de la clase poseía de repente la varita mágica que le transformaba en príncipe del encanto instantáneo. Su Alteza disfrutaba de derecho de pernada sobre los horarios lectivos, desplazaba o eliminaba asignaturas fútiles como Literatura Universal, leía el Periódico-Insignia y acaparaba cargos que le rescataban de la molesta tarea de enseñar. Mientras un partido, el socialista, imponía y otro, el popular, consentía leyes educativas que consagraban la ignorancia, la idiocia y la pereza, llovían sobre los centros de enseñanza caros equipos informáticos en su mayor parte inútiles o apenas utilizados. Eran los juguetes caros que regalan los padres para así compensar su falta de atención debida a la progenie. La manada, no de los alfa sino de los arroba @, aprovechó ávidamente la coyuntura para llevar a cabo una especie de limpieza cronológica suave y descafeinada en la que no se eliminaba físicamente. Sólo se desplazaba a la cuneta de la sociedad a los individuos que no habían cogido con suficiente rapidez el tren de la única modernidad posible. Se creó una clase dominante (y a su vez dominada por quienes la dirigían) de llamativa prepotencia, un clero que poseía las claves del saber sin el cual no había salvación. Y la limpieza fue eficaz mediante una especialísima toma de poder que deja a la población en un estado obligatorio de dependencia profunda, cotidiana, irremisible y reduce al silencio, la incomunicación y la invisibilidad a ciudadanos que pasan a ser daños colaterales.
La indefensión ha fermentado en España poco a poco dentro de la sopa primordial de optimismo, confianza, solidaridad, nobles ideas y horizontes ilimitados. En los años ochenta y antes, aún en vida de Franco, había cuajado la energía de hacer futuros mejores y no había eclosionado el gratis total. La libertad desteñía naturalmente desde la esfera privada a la generalidad de las costumbres, y en nada fue el cambio tan presto y radical como en las mujeres, que ya desde los sesenta se emancipaban de la sumisión biológica gracias a los anticonceptivos. Se creía en la Transición y en sí mismos como sujetos de una mejora que parecía segura, progresiva e irreversible. Apenas se prestaba atención al peaje de los nuevos territorios. Hubo pocas o ninguna crítica cuando las cárceles se abrieron y dejaron en las calles un puñado de presos políticos y un torrente de criminales, muchos con delitos de sangre. Fueron Saturnales largas y ruidosas, que las gentes de orden sin otro delito ni franquismo que su apego a lo conocido, al puesto de trabajo y a las tradiciones miraron desde la orilla en la que se sentían marginadas, años donde la fiesta se prolongaba en los interminables brindis patrocinados por el Estado de Bienestar y en los que no había transgresión, reivindicación, localismo y fuero que no se viera aclamado, declamado y festejado con pólvora del Rey.
Al tiempo se producía la gran mutación de las comunicaciones adscrita al universal vértigo de la segunda mitad del siglo XX. De repente todo podía saberse, todo era posible, si no ahora y ya, desde luego sí en el futuro inmediato, en una lógica del instante incompatible con la reflexión y el espacio crítico. Se desvanecían la soledad, la individualidad y la creación estrictamente personal junto con las grandes figuras, que eran reemplazadas por sus iconos, su plasma figurativo, el lugar simultáneo que podían ocupar en un momento dado en la lluvia múltiple de formas y mensajes. Con las inocuas fugacidad y brevedad y el esfuerzo nulo de rozar una tecla. La falsa libertad y la ocupación del espacio cognitivo con falso conocimiento son peajes probablemente necesarios, de la era informática incluidos en el conjunto de las muchas ventajas que de ella se obtienen. Pueden digerirse convenientemente pasada la fase inicial, pero se trata de una mutación que se produce a una velocidad que sobrepasa a la de cualquiera de los cambios que han afectado a la especie humana. La lógica del instante, de la comunicación permanente y comunitaria, puede ser utilizada para invalidar formas de reflexión y de existencia por su naturaleza exclusivas del repetido y largo esfuerzo individual. Desparecerían o se minimizarían como anecdóticas a un paso de reprobables la soledad, responsabilidad y creación personales. Adiós a las grandes figuras y bienvenidas las leyes mordaza que tacharán de retrógrado, caduco, inadaptado y estúpido a quien disienta. La falsa libertad de la pantalla global se resolvería en la okupación del espacio y del tiempo cognitivos con placebos de conocimiento. Se estaría en la dictadura de lo moderno, en la aceptación preceptiva del cambio como óptimo, sean los hechos cuales fueren, una especie de neofascismo futurista al que no es ajena la insistencia en dar por muerta a la prensa, al papel, a la lectura, y, con ello, eliminar espacio crítico.
De forma coyuntural, esto puede ser utilizado, tal ha sido el caso, como el instrumento perfecto para promocionar nulidades, obviar la ignorancia, infundir prepotencia a aquéllos cuyo único diploma es el del cursillo coyuntural. Muchos vieron en ello su oportunidad para expulsar, dominar, invadir espacios, cargarse de suficiencia inapelable en nombre de los vigorosos dioses telemáticos. En muchos rasgos la nueva dictadura recuerda a las vanguardias del Hombre Nuevo de principios del siglo XX, al culto de lo moderno, lo joven, lo actual y lo fuerte, y, como los seguidores de Marinetti, desprecia lo anterior como caduco y propugna un sometimiento devoto al cambio continuo que, en sí, es necesariamente para el individuo concreto fuente de sometimiento e indefensión, potenciados ambos por el miedo a ser tachado de retrógrado, incapaz, caduco y prescindible, Nada más fácil, por otra parte, para el neovanguardismo del siglo XXI que el ejercicio virtual, e indoloro, por pantalla interpuesta, del vivir peligrosamente de los seguidores de Nietzsche, que sí se arriesgaban y lo pagaban muy caro. En un país de democracia socialmente débil, como es el caso español, inmerso en la desorientación identitaria, esta situación es particularmente grave porque se deja al individuo a la merced de sucedáneos de referencias orientativas y trampas duales, que utilizan ávidamente, a fines de robo organizado, los clanes parásitos.
Llegados a este punto, bueno es rechazar la nueva trampa dual. Es cómodo caer en la facilidad del razonamiento maniqueo. Lejos de existir el Bien y el Mal en forma de Modernos y Retrógrados, jóvenes agresivos y viejos desfasados, hay en el siglo XXI una vibración prometedora que abre cada día al descubrimiento, a la admiración y a la curiosidad horizontes de una extensión y profundidad cuajadas de posibilidades. E, invariablemente, también ahí funciona la lógica de los precios. Con la pantalla, la genética y el átomo, como con el hacha de sílex, se puede sobrevivir y alzarse hacia un mejor destino o sacar el corazón al enemigo. Las opciones no son fáciles cuando se ha alcanzado, en tan poco tiempo, tanto poder.
El ciudadano vaga, voto futurible en mano, como un homúnculo de Piranesi, por espacios que no controla en absoluto e incluso le son desconocidos y ajenos. El suelo se mueve bajo sus pies, el mapa del país en el que creía estar se ha fraccionado en múltiples grietas que se empeñaba antes en ver como simples fisuras y en realidad se han ido ahondando, en el transcurso de las décadas, hasta hacerse espacios intransitables erizados de peajes, fronteras, listas de espera y coimas. Descubre con estupor que el erario no es inagotable y que cebar a las clientelas significaba desnudarle a él.
El españolito de Piranesi es una especie nueva que vagamente soñó tiempos mejores y que ahora, cogido en la pinza de partidos que aspiran a repartirse y a repartir en exclusiva los beneficios que el poder procura, sólo se esfuerza en capear malas rachas y arañarse un mediano pasar. Presencia, con entrada obligatoria al incómodo patio de butacas, una nueva, peligrosísima farsa, la variante de la simpática mascota que saca las uñas y los dientes. Es un espectáculo nuevo, la Democracia Esperpéntica, blindada incluso a la crítica por su coraza parlamentaria que, ejercida como arma dual, concede como única antítesis la Dictadura. Sin embargo el hombrecito hispánico, aunque todo se ha hecho para que siga comulgando con la propaganda bipolar izquierda/derecha, progresismo/reacción del franquismo post mortem, siente que flota entre grandes bloques de organismos subvencionados desde la cuna, jueces mercenarios del político de turno y chantajistas de un pelaje que va del pistolero montaraz al aliado tribal previo pago de su importe. Lo que se le presenta como única organización social aceptable hace imposible la democracia real porque se ha convertido en un sistema hecho para garantizar la impunidad de los peores y para atemorizar y explotar al ciudadano. Y en eso, en la indefensión garantizada, parece haberse resuelto la ejemplar Transición.
No hay trabajo, ni el dinero fácil que antes cubría la fragilidad del entramado y permitió, hasta el minuto antes de la crisis, el reparto de sobras y dádivas. El voto cuatrienal no consuela de la realidad precaria, la cultura escasa, confusa y fragmentaria, el desvanecimiento de valores establecidos. Hecho a la inercia de los dos grandes clanes gubernamentales, expoliado y traicionado por ambos, el ciudadano de una democracia aprendiz que parece estar repitiendo siempre curso se siente robado por todos los frentes, y no halla punto de referencia. Adiós herencia cultural, que se fue por el sumidero de una enseñanza copada por consignas y por huestes del nuevo régimen ansiosas de hacer méritos para que les confirmaran puestos y mando en plaza. Ya no tiene historia, ni héroes, ni reyes, ni romanos, ni cristianismo, ni tradición, ni descubrimiento de América, ni aspiraciones, fracasos y victorias. Tiene una imitación, gris y fallida, de más hábiles vecinos del norte. Adiós a la libertad económica provechosa que prometían los unos porque, cuando entraron en escena los otros, se apresuraron a sobreañadir a la clientela anterior la propia, a sangrar la Administración del Estado y a arrinconar y presentar como inútiles a los funcionarios de a pie. El procedimiento es sencillo: Se imponen por doquier equipos de contratas temporales para que hagan tareas que corresponden a los empleados en plaza pagados por ello y capaces de ello. Los himnos al liberalismo y la externalización, a veces entonados en sordina para camuflar el negocio que para un puñado de amigos del dinero ajeno representan, se acompañan de aparente celo por el aprovechamiento de recursos y la disminución del sector público. Los nuevos jornaleros de ordenador, escoba o escritorio reciben, por el mismo trabajo, la mitad de sueldo que los de nómina, son despedidos a los pocos meses y contratante y contratador extraen del proceso jugosas mordidas duplicando así los costes de un cada vez más denostado sector Se consigue por lo tanto pésima atmósfera laboral, ninguna profesionalidad ni interés por parte de los trabajadores, derroche institucionalizado y descrédito del funcionariado ante una ciudadanía a la que se hace creer que toda asignación del presupuesto a servicios generales es ruinosa, educación, medicina y transportes públicos una antigualla y los minutos del cafelito mañanero la causa final de la desastrosa situación de las finanzas del país.
El ciudadano, pequeño, ocupado en la supervivencia y sometido a la desmemoria del mensaje prescindible fugaz e inmediato, se esfuerza por esquivar uno y otro bloque, conserva la añoranza de situaciones que fueron mejores y no sólo porque el dinero corriese más libremente, convive con la neta conciencia del engaño. Y, como gracias a la eliminación del almacén de datos y de la cultura personales, se está volviendo a la memoria fugaz primitiva, propia de la aurora de nuestra especie, el homo privado de Google se encuentra inerme, carece de acervo de conocimientos propios, estructurados, universales, cronológicos, en los que hallar seguridad, defensa, alimento y referencias. Ha aprendido que vive, y vivirá durante más tiempo que generación pasada alguna, en el mejor de los mundos posibles. Si el sistema informático no se cae de repente, si los servicios que da por inmarcesibles están ahí, si la energía eléctrica no le abandona. Y no recuerda, como raíces, más que la tonadilla que acompañaba a los dibujos de su infancia en la tele. Quizás el peaje de haber aceptado una educación-placebo en la que se pasaba sin saber de un curso a otro, quizás el banderín de tribu diminuta, las tabletas de la ley adaptables según consumo no hayan sido tan buen negocio después de todo.
El habitante actual de ese vago territorio llamado Hispania tuvo un mito, y aun varios, que incluían la dictadura extinta y una Transición ejemplar. Los bloques parásitos nacieron, engordaron y se instalaron sin ser apercibidos, infinitamente más peligrosos que los clásicos espectáculos de corrupción, carecen de nombre, su materialización requiere visualizar un cliché de intereses satisfechos que no se refleja en los órganos de información-propaganda que fueron en un tiempo lejano bandera de esperanza y libertades. Se ha perdido la costumbre de juzgar por individuos y por hechos. Y quien no tiene poder económico, social, mediático está por completo inerme y con toda razón amedrentado. La Justicia, el Estado en sus ramificaciones diversas pueden empobrecerle, arruinarle, dejarle en el limbo de un proceso durante largos años, obligarle a convivir con asesinos, a sufrir innumerables robos, a temer abusos, agresiones e intimidaciones sin que su débil status de ciudadano de a pie le ofrezca amparo. El hombrecito de Piranesi se ha acostumbrado a la censura preventiva, y sin advertirlo la ha interiorizado de forma mucho más eficaz que la vieja y tosca del régimen franquista. La ilusión de los setenta, y aun de los ochenta, ha dejado paso a un hueco a la medida del pasado impulso. Va buscando, con su papeleta en la mano como gran logro democrático, y se tropieza con populismo que corea clichés caducos y se acalla con la distribución gratuita de algunos bienes. Él sigue la rutina, de supervivencia, de los días. Mira sobre las desdibujadas fronteras. Europa. Quizás hay ilusión. Pero, ¿y si al fin y al cabo es también allí lo mismo? Ah, no. Allá el hombrecito crece y tiene la estatura normal de los ciudadanos. Sabe de buena tinta, por compañeros que lo vivieron, que, por ejemplo, en Gran Bretaña hay un servicio de asistencia jurídica gratuito para los que son víctimas de pequeños abusos y robos, aquéllos ante los que en su país de origen él está particularmente indefenso. Esos abogados británicos le escuchan y defienden sus derechos. Allí la justicia independiente existe, no está al albur, como en España, del partido que la nombra y de la importancia, cargo y riqueza del que, gracias a ello, no pisará la cárcel y ni siquiera será acusado. Tal vez sería una opción esperanzadora que Inglaterra desbordase Gibraltar y ocupara más terreno de la Península. O que esa Francia donde en todos los colegios los niños pueden estudiar en francés y se tienen las mismas leyes tanto se habite en la Normandía como en Marsella se desperece hacia el sur.
Porque aquí, en este país que por no tener no tiene apenas ni nombre, le han quitado mucho y pueden quitarle cualquier día cualquier cosa, como si el atracador se cruzara a su acera desde la acera de la impunidad y, después de hacer lo que le viniera en gana respaldado por una ley que sólo protege a los criminales y a los fuertes, volviera a cruzar la calle con su botín, con las manchas de sangre en su chaqueta, que no tiene por qué esconder y que no esconde, mientras es recibido con aplausos por sus homólogos y la prensa local y foránea se hace lenguas de la extraordinaria protección y desvelos gubernamentales de la que gozan ladrones habituales, violadores, asesinos y terroristas (valga la redundancia) en la España de las transiciones maravillosas.
La Historia se la han quitado en bloque. Ni Descubrimiento de América ni navegaciones de increíble riesgo, valor y audacia por el Pacífico. Ni héroes –serlo está mal visto- ni figuras señeras de las que brillan en el cedazo de las épocas. Las conmemoraciones de 1492 las hace de rodillas, pidiendo excusas y trajinando por los caminos con una cerda. Las defensas en mar y en tierra, por su honor y sus principios, no merecen mención en los libros; si acaso algún análisis del psicoanalista. Incluso los monumentos se ignoran, a las no-personas del pasado las acompañan obras de perdida autoría, la ciudad y los recuerdos son despojados de cuanto les daba significado, tradición y grandeza, se cierran tiendas y cafés seculares que en otras capitales se preservan como oro en paño. La fina red grisácea ignora cuanto sobrepasa el tamaño minúsculo de sus celdas. El ciudadano de Piranesi flota en un vacío de referencias que le proporciona una engañosa sensación de libertad.
Puestos a robar, le han robado hasta el término nacionalismo, que ahora es una abominación vergonzosa en cada una de sus facetas excepto en la tribal. Él tenía ese cariño instintivo por su patria que, por mucho que renegara de ella, era un sabor recurrente en las ausencias, en los paisajes, en la masa de finas raíces mezcladas con la vida propia. Estaba tan lejos de transformarlo en instrumento de estupidez y odio como de declarar la guerra a todos los pueblos en los que él no había nacido. Lo de ciudadano del mundo le parecía muy bien, quedaba estupendamente, pero tenía un algo de irreal y sofisticado que no se compadecía con la parte más cálida y veraz de su persona. Adoptó, sin embargo, esa jaculatoria como el resto, puesto que el dios de la indefinición exigía de continuo sacrificios y adhesiones y convenía que todo fuese vago, difuso, postmoderno, relativo y transitorio, desde el sexo a la nacionalidad pasando por moral, religión, estado civil y preferencias en cuanto a países, usos y valores. Del intelectual sabio al último presentador televisivo o actor en boga, todos denuestan ese sentimiento nacional que el ciudadano tenía tranquilamente integrado a sus afectos. No puede tenerlo en España, es, por activa y por pasiva, abominable. Sólo resulta digno de mención, aprecio y loa en otros lugares, también si se refiere a épocas distintas, o en la proclama deportiva ocasional. Dado que le arrebataron, desde la escuela, su propia herencia cultural y los más elementales conocimientos de filosofía e historia, el ciudadano expoliado nada puede alegar en su defensa. De lo contrario, le sería posible decir que el nacionalismo no sólo fue el monstruo de los desfiles de antorchas nazis, los genocidios balcánicos y los ensueños racistas del terrorismo vasco, sino que también existe y ha existido otro generoso y noble, del que es fragmento el suyo y su pequeña bandera y que existe como una perla entre materia espuria. El nacionalismo, muy bien acompañado por la rebeldía ante la opresión, impulsó al pueblo de Madrid el 2 de Mayo, mantuvo en pie bajo los bombardeos alemanes a la democrática Inglaterra, caminó hombro con hombro con los guerreros de Maratón que invocaban y defendían, para ellos y para nosotros, la más noble palabra, ¡Eleuzería!, en griego clásico libertad.
No le han robado sólo cultura y conceptos filosóficos: Le han robado la cartera. Se le supone protegido por la más nutrida batería de derechos que vieron los siglos pasados ni esperan ver los venideros, pero cada uno esconde innumerables cláusulas en implacable letra pequeña, que le hacen transgresor potencial de normas incontables, sobre las que se depositan cada día otras nuevas como las hojas del otoño. Le han vendido una ilusión tal de completa seguridad que nunca ha advertido que el precio consistía en todas sus libertades y en todo el dinero del que les plazca apropiarse a los señores del feudo. A día de hoy, la ley penaliza ya, no los actos, sino los juicios de valor, la expresión de opiniones, el crimental (crimen mental) que diría el llorado Orwell. En la práctica, cualquier línea, gesto o frase es susceptible de multa, denuncia, reproche, escarnio puesto que se camina por un pavimento cruzado por la apretada cuadrícula de la corrección y de la delimitación de los territorios microtribales. Imposible explicar a jóvenes desprovistos de información veraz retrospectiva y de espacio crítico que la libertad individual que viven como un vasto supermercado es mucho menor que antaño, aunque otrora fuese la existencia más precaria, incluso si había dictaduras, porque contra las dictaduras se lucha, el enemigo es limitado, ofrece agarre al oponente. Pero en la tibia sopa de indecisión e inconsistencia no hay enemigo posible. Puede inventarse un gran fantasma llamado Sistema, y hacerlo objeto de las iras, aunque el rostro espectral se componga de los de buena parte de los iracundos.
A falta de un París luminoso siempre quedará el consumo. Desdichadamente hay que pagarlo, y las tribus llevan roída hasta la última migaja de la caja. Son innecesarios el antiguo ejército de las asonadas decimonónicas y la moderna policía política. Los supera con creces, como instrumento de sumisión, el miedo difuso al robo aleatorio oficializado y la falta de alternativas a un sistema que, en nombre de la legítima representación popular, es omnipotente, omnipresente e inatacable. El sujeto se rige por la regla del menor de los males y el horizonte inmediato, él y lo suyo y los suyos, sobre los que se sitúa la esfera de los nuevos señores que se conformarán con ritos de ingeniería social y tributos siempre y cuando el vasallo no les resulte molesto. Porque, si esto último ocurriera y el ciudadano no gozara de respaldo alguno, carnet de algún club de víctimas oficioso ni de finanzas que paguen su defensa, entonces lo empobrecerán impunemente y amargarán su vida, mientras como el resto, presencia el espectáculo cotidiano de criminales libres, jueces a la orden de quien les nombra y fortunas amasadas al abrigo de cargo, título y rango.
El hombrecito se pasea con su inseparable buitre, que vuela en círculos cansinos sobre su cabeza y desciende de cuando en cuando para arrancar la libra de carne y depositarla en las arcas oficiales, de donde pasará al departamento de trinchado y reparto entre el ocioso enjambre tribal. La gente del común cuenta con un carroñero por persona y es fácil, si se aguza el oído, oír su planeo, aunque el ave se confunda con el aire de los días grises. Las buenas gentes se esfuerzan, sin embargo, en pasarlo bien, en sacar partido de lo que parece todavía coloreado, disponible, con luces, de aquello que tal vez mejore. Capean la larga mala racha envueltos parcialmente en los reflejos virtuales de sentimientos, experiencias, placeres vicarios; levemente embriagados por visiones y sonidos que aparecen y se disuelven sin consecuencias pero que llenan huecos y, sobre todo, abrigan y aíslan del frío de la cruda realidad. Saben que les han robado cosas, muchas cosas además de la extracción cotidiana de múltiples impuestos y la amenaza continua de diezmos, penas, castigos burocráticos inapelables que no tendrán más rostro que la respuesta mecánica de una línea telefónica y el aviso que incluye un número de pago y cláusulas imposibles. Regularmente el buitre baja, hunde el pico y sube, con su porción de carne, la coloca en la mano enguantada del cetrero y reanuda el vuelo circular sobre la cabeza que le corresponde.
Esas gentes advierten, por ejemplo, que les han robado la Navidad, y no la foránea del trineo y los renos. Los cérvidos representantes de la esfera nórdica no hubieran sufrido, ni sufren, en el país vergonzante del sur, menoscabo alguno. El robo se concentra en la imaginería milenaria propia del cristianismo. Jadeantes por el afán de parecerse a la ideal Europa moderna, los señores que ordenan el diseño del Hombre Nuevo han implantado el Advenimiento Geométrico y desterrado previamente, en una limpia ejemplar, belenes, estrellas, angelitos, campanas, reyes magos, misterios y pastores. En espera de que se imponga universalmente la Fiesta del Solsticio con los ritos correspondientes (el neopaganismo hitleriano podría ser una fuente de inspiración), las escuadrillas del Bloque Parásito han hallado una meta provisional con la que justificar su sustento y su existencia. Por supuesto, se favorecen incondicionalmente las expresiones y festejos religiosos de cualesquiera otras confesiones, sean judías, budistas o musulmanas. Las lucecitas, de una palidez insulsa, lagrimean en los escasos árboles que las cobijan, las decoraciones festivas son un homenaje a Fermat y Pitágoras y los belenes se acogen al sagrado de recintos cuyas paredes impiden que la mirada del ateo y del agnóstico sufran con su roce. Hay una premura tan provinciana y patética en demostrar desapego de las propias raíces y obtener el beneplácito de un invisible juez supraeuropeo asistido por un comité progresista del buen gusto que la representación antinavideña rezuma la tristeza del espectáculo sin público. Apoyado en el tenaz sentido común, el viandante mira, y sabe que le han robado algo.
Ese algo puede ser tan vasto como la realidad misma, incluso la que transciende fronteras, porque le han privado de la fresca posibilidad de percibirla según su saber y entender. No puede juzgar; los juicios de valor están mal vistos fuera de los carriles de lo conveniente y adecuado. El ejercicio libre del pensamiento, las categorías de malo y bueno tienen que obtener, como requisito previo a la clasificación definitiva, el pase de la correcta percepción, según a quién, dónde, cuándo y para qué sirven. Nada será, pues, per se aberrante, nefasto, injusto, peligroso, falaz, idiota, bárbaro, absurdo. Para extender sobre cuanto acontece el manto acolchado del distanciamiento sonriente se ha creado una doctrina como la Alianza de Civilizaciones, que se vende en diferentes tallas y cuya estupidez sólo es superada por la específica maldad inherente a un peligroso tipo de estulticia que le es propio. Espontáneamente, un juicio sano rechaza prácticas opresoras y repulsivas, pero no si se halla sometido a la implacable lluvia de consignas como la igualdad de culturas y el relativismo universal. En su nombre, se pueden contemplar sin condenar ni siquiera de palabra -o incluso tampoco de pensamiento, tal es la autocensura actual- las mayores aberraciones. El velo obligatorio o la ablación de clítoris son únicamente algunos ejemplos; podría tratarse de la estrella amarilla de los judíos de haber triunfado los nazis. Nada más cómodo que fotografiar y hacer lo que vieres. En ayuda del oportunismo y de todas las alianzas se ha extendido el dogma implícito de la intemporalidad de las situaciones. ¿Cómo rechazar usos que, por culturales –y todo lo es- gozan de patente de corso y están establecidos y aceptados por las poblaciones desde el comienzo de la eternidad? La premisa es de una falsedad patente, pero funciona, apoyada en el general anatema contra los juicios de valor y la timidez inconsciente ante el riesgo de rechazo.
Junto a lo que no debe percibir le han robado también la cronología, los acontecimientos insertados en su tiempo real. Los pequeños seres de Piranesi ignoran que lo que les presentan como ancestral, inmutable, casi eterno, jamás lo fue. Basta con echar un vistazo a fotografías no tan antiguas para observar que ha habido regresiones, empeoramientos, avances súbitos, que la Historia no es un relato lineal y lento sino que, como el Tiempo en sí, no pasa de ser una abstracción y sólo consiste en lo que los hombres hacen, de manera que ese tejido de omisiones y actos a cada instante dibuja el mapa de la realidad, El cambio que no ocurre en siglos sucede en pocos meses y el salto a la barbarie o a formas mejores de ser puede darse en muy breve espacio o no producirse en absoluto.
Como la virtual omnisciencia de la era telemática produce el espejismo del poder sin límites y la garantía informativa, el sujeto de a pie se sorprende cuando alguien le dice que en absoluto ha sido esclarecida la masacre del 11 de Marzo de 2004 y que los que la planearon y/o aplaudieron gozan de manera patente de sus frutos, se extraña de que en las calles de Irán o Afganistán parecieran mucho más modernas que en la actualidad en fotografías de hace no tantas décadas, y que por ellas caminaran mujeres vestidas libremente y con la cabeza descubierta. Él creía que, en una geografía cultural de espacios temáticos tan intemporales como las reservas zoológicas, los cambios en usos y costumbres no se producían sino a un lentísimo ritmo geológico con el que no cabe interferir de modo alguno. Al individuo abrevado cotidianamente con los clichés de la corrección le sorprende saber que, de no prohibirlo los ingleses, la costumbre hindú de quemar a las viudas en la pira del marido hubiese continuado felizmente por tiempo indefinido, o que la ancestral práctica china de escupir sobre el pavimento a diestro y siniestro, que parecía inscrita en sus genes, haya desaparecido con sorprendente rapidez en Singapur tras la imposición de elevadas multas. Tales intromisiones en ajenas estructuras étnicas tienen un insoportable perfume de herejía. Cuando se ha perdido el hábito de mirar de frente a los hechos, llamar a las cosas por su nombre y dejar libres las neuronas, es inquietante encontrarse en un universo sin balizas ni folleto de modo de empleo, en el que se desvanecen las consoladoras certidumbres en un lento e ineluctable progreso por medio de la taumaturgia educativa.
Ya se tratara del futuro de mañanas cantarines, ya de la victoria final de la clase laboriosa, ya de la parusía del entendimiento global, todo confluía en crear un cómodo estar con muelles seguridades garantizadas por la abstracción situada en el porvenir. Gracias a ella, los amables gestores de entelequias de consenso pueden enriquecerse hoy por hoy. Futuro y Tiempo forman parte, junto con las Leyes de la Historia, del mito forjado por los estafadores del presente. La pequeña figura de los grabados de Piranesi se encuentra rodeada por un medio aún más temible que los altos muros y las imposibles escaleras: flota en un vacío semejante al que rodea a los astronautas y, de repente, se ve obligada a procurarse, a base de observaciones y deducciones personales, la ley de su propia gravedad.
Tierra a tierra, el ciudadano mira en torno suyo. Reduce, sensatamente, su campo de visión al país que primero le nutrió y que le alberga. Y observa, una vez desvanecido el mito, que simplemente se está llamando Democracia a la Dictadura de los Peores. Ve pasar defraudadores de todo pelaje y jaez. Son el mascarón de proa de la nave capitana y de la flota que la sigue, forman un grupo escultórico de docenas de cuerpos en los que se quintaesencia y simboliza la tripulación a la que preceden. Como una estatua horizontal, constituyen el pináculo de una espesa base amalgamada de clientelas, menos vistosas, toscas y violentas que el bandolero tradicional pero, por acumulación y extensión temporal, mucho más dañinas. El tropel no pasa de ser la última secreción de la resaca larga, hay quienes luchan por librarse de su peso.
Y, vivo símbolo de su tiempo, el hombrecito se pasea por el país de la indefensión.
La postmodernidad universal
Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con las limitaciones del día a día, de la falta de medios, de trabajo, de afectos, certidumbres, seguridad, y con la caducidad caprichosa de su propio código corporal de barras. Algo en su yo ancestral echa de menos el espacio medido que tenía su planeta en el centro, ahora un sistema solar que a su vez se columpia en los bordes de la franja de la Vía Láctea. De repente parecen haberse acabado, no ya la Historia, sino nada menos que las dimensiones siderales sin más cartografía que la incógnita. La datación del principio y fin del océano de galaxias en la que la propia ocupa un modestísimo lugar es cosa hecha. Su recorrido es imposible mientras no se descubran atajos dimensionales pero está plasmado en cifras. Algo de magia se ha perdido pero la compensa la belleza abrumadora de los objetos celestes. El terráqueo, en el estrato más hondo de su corteza primitiva, rezonga que ya era bastante conque la Tierra se moviera bajo sus pies, conque además lo hiciera con el conjunto de los planetas en torno a un Sol que tampoco está fijo. Y, como si tal cosa no bastara, ahora cuanto contempla en el cielo, junto con él mismo, se sabe lanzado en la proyección de una explosión espacial a cuyo origen debe la existencia.
Anteriormente él podía imaginar un antes y un después, un enorme círculo no por inaccesible y remoto menos sujeto que él a las leyes básicas de la existencia y, ¿por qué no?, dotado de una finalidad semejante a la que el humano siempre ha soñado para su propia persona. Sociedades y relaciones tenían así un sentido, los actos una transcendencia, el azar no era árbitro único del insignificante, pero personalmente fundamental, fenómeno de la vida.
Asoma entonces el universo-esponja, la posibilidad de un infinito y simultáneo conglomerado de entes posibles que aparecen y desaparecen en una alternancia de materia/energía, vivo/muerto, fin/comienzo. Deslumbrado pero abandonado a sí mismo, advierte que no hay más referencias, normas, jalones orientativos que los que él quiera establecer como tales. La observación no tiene nada de nueva: La muerte de un Gran Patrón de la ética había sido proclamada en diversas ocasiones, pero no con el amparo de la Física, con la solidez comprobada de la Ciencia. Porque la nueva, y aparentemente definitiva, postmodernidad es la Era del Relativismo Cósmico, la de la Gran Lotería en la que simplemente las favorables condiciones que han permitido el desarrollo de la vida en un planeta óptimamente situado y dotado para ello no son sino la combinación de cifras premiada entre todas las bolas y vueltas del bombo posibles, y por ello, y no al revés, se da la especie consciente que reflexiona sobre su existencia, porque paralelas a ella se han dado todas las otras que no podían producir el fenómeno.
El Universo-Lotería ofrece, en la práctica, una plataforma de impunidad a cualquier habitante del pequeño planeta azul del extrarradio. En las burbujas espaciales cada posibilidad de acción de su ente paralelo puede estar realizándose. Sus yos matan a su mujer, nunca la conocieron, hacen la carrera que él siempre soñó, aprueban la oposición, roban bancos, se dedican a la política, toman cada uno de los senderos de aquéllos cruces en los que él optó por la dirección opuesta. El relativismo redivivo y avalado por buena parte de la Ciencia ofrece un resquicio privilegiado a una clientela sin escrúpulos ya avezada en su uso. Si la lotería es la ley no puede haber regla alguna excepto el capricho del azar que, como los dioses de los griegos, se ríe cruelmente de los avatares de los seres diminutos.
En un plano más pedestre, ante este panorama, no ya galáctico sino pluricósmico, el ser humano medio siente una especial indefensión afín a la de “Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo no me siento nada bien”. El dogma de la Santísima Trinidad era simplicísimo al lado de los arcanos de la física y matemáticas que rigen cuanto existe, astros y dimensiones incluidos. La longevidad que le prometen en breve no resultará jamás suficiente para abarcar una ínfima parte de los saberes. Virtualmente ha alcanzado la ubicuidad y su libertad no tiene límites (con mayor razón si ésta y su ser todo son resultado de la cifra casualmente salida del bombo), sin embargo lo malo de la omnipotencia es que todos los otros son también omnipotentes, lo cual dificulta bastante en el día a día la comprensión y relación con el mundo cercano.
Siempre habrá, sin embargo, aquéllos que piensen que, lotería o no, vale la pena creer y defender un marco de valores, con mayor razón si aparentemente nada los avala sino un precario consenso. Como las luchas en las guerras perdidas.
Hay vida ahí fuera
En un vertiginoso descenso tierra a tierra, se descubre que la indefensión y sus variantes, el Clan Parásito, el Gran Hermano Dual, el Chantaje Zurdo, en el que se atribuye el monopolio metafísico del Bien a un ente llamado Izquierda, la especial negatividad centrífuga que, como una maldición genética, parece cebarse con España no son sino fenómenos coyunturales y perecederos cuya dimensión agiganta la ausencia de competidores explícitos, la reiteración de los tópicos y el aparente fatalismo del pensamiento fácil. Las técnicas para su erradicación son simples.
La primera consiste en bajar a la calle sin artilugios que corten los sentidos de la realidad. Ahí están unas ofertas cotidianas, un vivir de todos los días que tienen un valor extraordinario, porque nada es tan importante como lo que constituye reiteradamente la mayor parte de los tejidos del ahora y del hoy. Se encontrarán con aceras, coches y gente, con establecimientos públicos, con islas de charla y compañía en forma de vasos de bebida y su inseparable condumio, con platos calientes y guisos en su debido orden a precios asequibles. Hallarán a distancia abordable aguas, montañas, llanuras y playas. Verán de norte a sur los paisajes diversos y palparán en monumentos que persisten siglos, e incluso milenios, arte e historia. Estarán en fin, a no ser que se encierren y se resistan, en uno de los ambientes más a la medida de lo humano. Con los peligros que ello conlleva, de los que no es el menor la dificultad de abstraer el pensamiento de los requerimientos y fáciles dulzuras del simple dejarse vivir. Algo saben de ello los millones de turistas cuyo número anual supera al de la población entera del país (afortunadamente no están todos a la vez) y que, desde los visitantes nórdicos a las cigüeñas, vuelven e incluso establecen residencia permanente.
El de España es un entorno en el que, como en el resto del mundo, pueden darse y se dan crueldades, enfrentamientos, crímenes, guerras, pero es un cuenco en el que han confluido las suficientes migraciones como para estar pasablemente vacunados contra veleidades de xenofobia organizada. Es difícil imaginar en estas latitudes fríos exterminios, satánicas conjuras en aisladas comunidades cuyo semanal esparcimiento es la confesión a voces entre cantos religiosos y cuyas opciones gastronómicas varían entre la ausencia o no de cebolla, queso y pepinillos. En Iberia se vive al aire, con nocturnidad e intercambio de expresiones físicas de camaradería y saludo que resultan inusitadas en otras latitudes y los puntales de las sanidad gratuita y atención urbana a urgencias se siguen manteniendo, como barcos en medio de las andanadas de los que, en crispada respuesta defensiva al monopolio ético de la socialización, han caído torpemente en el extremo contrario: la demonización de cuanto es público y las loas a una generalización de lo privado que se diría calcada de las primeras poblaciones del Far West.
La sustancia de España, sus ásperos sabores, parecen por una parte suavizarse y diluirse con las aguas cercanas del Mediterráneo mientras que, por otra, es aventada por las corrientes que vienen del norte y de las lejanías del océano, mientras al tiempo –geografía obliga- mantiene con África una frontera necesariamente porosa, conflictiva y por ello de necesario contacto. En estas latitudes se tiene la querencia por lo propio arraigada hasta el punto de sentirse en la obligación de negarla continuamente. El español suele ser un renegado profesional del país en el que ha nacido y un apasionado defensor del terruño familiar. La popularización de los viajes le ha permitido ver, admirar, comparar y acto seguido disfrutar a la vuelta, en silencio, con mayores convicción y empeño, de las buenas, simples, habituales y asequibles cosas de su medio, de los dos platos con pan a manteles, como bien aconseja Sancho Panza, postre y vino a un precio y calidad que son rara avis en buena parte de los países que visita. Ese español que, aunque no lo diga por vergüenza, aprecia lo que tiene, rechaza convertirse en la figurita de maqueta pseudomoderna objeto de los sueños de líderes presuntuosos, de sempiternos ricos que juegan, como en su privilegiada clase es preceptivo, a construir en la capital un Ámsterdam ciclista, una Venecia manchega, un huerto peatonal en el que se deshoje a su favor la margarita de las elecciones. A él le gusta su vida, de la que, naturalmente, abomina en público y no pierde ocasión de manifestarlo al que sabe está engordando con sus impuestos. Y detesta a los que, de la mañana a la noche, le inundan con mensajes sobre los males de la era moderna y pretenden imponerle las sanas costumbres, sin sombra de vehículos, vicios ni comercios, del neolítico.
Ha comenzado a percibir las cadenas con las que se le ha venido atando a la obligación de mantener, nutrir, sumarse a las ofrendas a falsos dioses que se alimentaban de la promoción, todos gastos pagados, de utopías a cargo del indefenso contribuyente. Viaja, compara, ve. Los paraísos ya no son lo que eran. Instintivamente reconoce que los pequeños edenes, siempre perecederos, se encuentran de puertas adentro y de puertas afuera de su casa, que hay un camino largo, y con empinadas cuestas, para quien opta por pagar el precio en esfuerzo y riesgos de distintos manjares y que las navegaciones se hacen entre islas separadas por mares de angustia, penalidades e incertidumbre que son el peaje de la singladura. Y precisamente por ello advierte que ya no está de moda despreciar lo que tiene.
Hay muchas lucecitas al final del túnel, y no son el tren. Una de ellas, prueba de que la vitalidad de la gente del común sobrenada a los escombros parasitarios, es el saludable rechazo, no a la totalidad del cine español, sino al elaborado en las últimas décadas según el patrón bien definido de la revolución permanentemente subvencionada y la cutrez máxima. Se sigue pagando el peaje al mínimo común denominador intelectual, al mal gusto y a la zafiedad, no ya ocasional, humorística y festiva, sino normativa y servida en grandes dosis, como el mal vino y las palomitas en cubos gigantes. Pero se han producido, y se producen, algunas películas españolas excelentes y series televisivas que, precisamente por su notable calidad, no alcanzan cotas rentables de audiencia y son retiradas en beneficio de las generosas dosis de basura. La oferta cultural es amplia y de alto nivel en exposiciones, convocatorias, conferencias, la percepción de ciudadanía europea, de desplazamientos lejanos previsibles, de distancia respecto al pequeño espacio, mental y físico, propio de sus mayores es en los jóvenes intensa e irreversible. Si bien les robaron, con la Enseñanza, conocimientos, tradición y calidad de la cultura, sin embargo la generación reciente tiene la mejor de las maestras: La necesidad. Tras la certidumbre inculcada de la indefinida guardería no les es fácil orientarse en la nueva jungla, pero en cada uno de sus retos y peligros están también el desarrollo personal y la esperanza. Desaparecidas las dualidades y sus profetas, tienen ante sí un horizonte carente de chantajes y abierto al conocimiento El saber que se les robó, los valores, jerarquías, calidades no han desaparecido, están ahí para redescubrirlos, para que ellos se acerquen por vez primera a clásicos que ayudaron a vivir a otras generaciones, y pueden hacerlo con la llave de una ciencia que abre ventanas desde su mesa hasta los límites del espacio profundo donde se hallan las ondas que proyectó en su comienzo el Universo Se extiende ante los historiadores un amplísimo campo en el cual deberán, antes de ponerse a explorar e investigar, limpiar el terreno de la espesa maleza de intereses, tópicos, autocensura. Tendrán que ser cartógrafos de las fronteras entre la comunicación real y la ficticia, entre la virtualidad y la realidad de sensaciones, aspiraciones, sentimientos. Cuanto han dado por hecho porque se les ofrecía con entera facilidad comenzará a pasar facturas, a mostrar las tarjetas de sus precios. Y es muy posible que la infelicidad, la desdicha, la soledad, el silencio se desvelen, tras la pantalla de excitaciones coyunturales y satisfacciones inmediatas y obligatorias, como sustancia inseparable de lo humano. Será un mapa vital nuevo, de nuevos y también muy antiguos recorridos, que deberán, y les valdrá la pena, descubrir. A todos ellos corresponde de ahora en adelante el salvamento de las utopías. Mal podrían vivir si ellas no existen. Las utopías sin clientelas, las que no están pagadas con la piel de otros.
Finalmente, ellos y cualquiera deberán enfrentarse al conflicto de Aquiles entre intensidad de las vivencias y duración de la vida, la vieja apuesta a un solo número del caudal limitado de energías y tiempo o la prudente dosificación para alargar el consumo de las porciones y con ellas el de la existencia. Es una lucha antigua del mundo de la Física que se lleva a cabo continuamente y por millones en el corazón de las estrellas, la tensa pugna entre la presión de la de la materia externa y la energía irradiada por su núcleo, que finaliza, roto el equilibrio, con la compresión o con la explosión que implican la victoria, bastante pírrica, de una de las partes. Tal vez procesos semejantes hijos de la misma ley cósmica se den en cuerpos vivos, humanos incluidos, enzarzadas mente y materia en hallar un fiel de la balanza en forma de proyecto y en mantener su materia sin que se extinga el rescoldo que las anima. Para esos dilemas no habrá respuestas instantáneas ni mapas virtuales, pero sí habrá una sustancia cotidiana en función de lo que se vaya haciendo cada día de la vida.
Liberación
La pobreza del discurso es inseparable de la pobreza política, intelectual y social. Es inimaginable un Winston Churchill que se moviera con las muletas izquierdas/derechas. Si se hiciera pagar prenda en tertulias, televisiones, radios, aulas, editoriales y redacciones de periódico cada vez que se utilizan las palabras derecha, izquierda, progresista y reaccionario sin explicar a qué actos corresponden se habría dado un primer paso para la necesaria eliminación del gran tirano anónimo que lleva décadas viviendo de la sustancia productiva ajena.
Indispensable en el caso español añadir la explicación minuciosa del empleo de franquista y fascista, términos en cuyo uso toda mediocridad ha tenido su asiento, para gran detrimento de aquéllos que en su momento sí lucharon por la libertad.
Tan modesto procedimiento equivaldría a la lima que comenzara a operar sobre uno de los barrotes de la jaula que encierra la opinión, más allá de la cual se extiende el inmenso y variado campo de las realidades. Y la liberación, como un inmenso soplo de aire fresco, dejaría fluir la autonomía de expresión y de juicio. No procuraría grandes riquezas pero sí arrancaría de manera perdurable al bloque parásito un botín que corresponde a quienes, por verdadero ejercicio de la solidaridad, lo precisan y, al tiempo, abriría cauces y corrientes de recursos a quienes saben y quieren sacar partido de ellos.
A grandes males grandes medios. En el manual de primeros auxilios para librarse de las largas extorsión e imposición hay que dar prioridad a la erradicación de la iconografía dual, del chantaje verbal y mental basado en Derechas/Izquierdas y sucedáneos. Esto debería llevarse a cabo con el mayor rigor, bajo pena de inmediata condena y posterior ostracismo, obligando a quienes los empleen a explicar cada vez, inmediatamente, qué acto, sujeto y hecho concreto califican como tal y por qué y cubriendo de desdén y vilipendio a cuantos –ardua tarea. Son legión- los empleen para justificar superioridades o/y (siempre es , van unidos) privilegios. La terapia debería incluir una hucha de multas instalada en cada estudio radiofónico, plató televisivo, redacción de periódico y empresa editora, de forma que el uso de tales términos se reduzca exclusivamente a los ámbitos histórico y sociológico en casos y épocas bien determinados y de forma limitada y precisa. El chantaje dual generalizado, instrumento de opresión y de acaparamiento de bienes inmerecidos, perdería todo su poder, se revelaría huero y primario, un burdo pero eficaz método de interesada manipulación. Desde el instante en que la temida balística de facha, reaccionario, burgués, centralista y la reluciente armadura de progresista, izquierdista, nacionalista, revolucionario cayeran a tierra disolviéndose volvería a respirarse el aire fresco de la realidad y de la capacidad de nombrarla, juzgarla y cambiarla en función de sí misma y de la evidencia y la lógica individuales. Llamar a las cosas por su nombre no es pequeño antídoto.
No se trata, sin embargo, de una tarea fácil por el inmenso peso de la inercia, el hábito y los intereses creados, pero resulta indispensable como reactivo contra la indefensión a causa del poder que en sí poseen las palabras, mucho mayor en la vaga y fluctuante topografía del totalitarismo light del que vive y prospera, en perfecta, oficial y oficiosa impunidad, la peligrosa clase de las clientelas de la utopía subvencionada, el rentable club de víctimas agraviadas y los sempiternos y agresivos defensores de la socialización, en su favor, de lo ajeno. Por ello, amén de la eliminación profiláctica del chantaje dual Buenos/Malos, los primeros auxilios exigen una pedagogía intensiva de la ley del precio, es decir, de la inexistencia de la gratuidad como derecho, de la conciencia de que alguien, si no es uno mismo, está pagando por el bien del que se disfruta, de la certidumbre de que, lejos de moverse en un mundo estático de Poderosos Malvados y de Desprovistos (véase Pueblo, Gente y demás colectivos) Buenos, de Ratas Urbanas nutridas con el queso que arrebatan a los inocentes ratones rurales, por el contrario cada cual es hijo de lo que, en gran parte, puede hacer y deshacer según sus actos, sus dotes personales y la energía y el tiempo invertidos, y se construye a sí mismo en un proceso de sucesivas elecciones. Los defensores de genéricos, colectivos y clanes de tierra, raza o lengua como dotados de bondad per se en realidad están privando a cada individuo tanto de la protección de las leyes y derechos comunes e iguales como de la indispensable e intransferible responsabilidad personal que es la base de la existencia.
Esta terapia ni es popular ni promete grandes audiencias de pantalla. Sin víctimas el vengador carece de público, el gurú de creyentes, el cruzado anticlerical de su moderna y agresiva parroquia, la Inquisición de combustible, el predicador antisistema de fieles dispuestos a corear las consignas pero nunca a renunciar a sus ventajas. Una vez el tratamiento aplicado con éxito y desaparecidas las formas de chantaje dual y gratuidad obligatoria, entonces sí se pueden y deben cubrir las necesidades de quien verdaderamente lo precisa y defender los servicios públicos, atacados por ambos frentes tanto por quienes no ven la salvación sino en la empresa individual y la ley de la jungla informatizada como por los que suspiran por el advenimiento de un estatalismo siglo XXI en el que volcar sus viejas añoranzas del comunismo pretérito y se ahorran la molesta tarea de pensar dividiendo a la población en Poderosos y Pueblo. La corriente nutricia de dinero y bienes, desviada por la fuerza del chantaje hacia capas de población parásita, quedaría libre para fluir por los cauces y hacia los sujetos adecuados. Simultáneamente el caudal de la indignación legítima, que actualmente se desangra y desvía al dirigirse hacia sujetos de poca monta y hacia escándalos coyunturales que no representan ni la milésima porción del daño ocasionado por la clase parásita, se emplearía con eficacia. Y el ciudadano medio se vería liberado de buena parte de la indefensión y el desconcierto que gravitan sobre él.
El tratamiento incluye la desactivación de una de las mercancías más rentables y, por ello, menos fáciles de eliminar: el Miedo. No el agradable escalofrío del relato de terror, sino la difusión regular en una sociedad permeable del temor por medio de elementos negativos que representan el Enemigo y tienen mayor o menor categoría según guión y circunstancias. Hay una ocupación diaria del espacio perceptivo y mediático por parte de múltiples adversarios de cuanto resulta deseable y grato en pro de paraísos de salud perfecta, juventud perdurable y perfección física ejemplar. Bienvenidas son a efectos de audiencia las catástrofes, las futuras exterminaciones planetarias, los alimentos cancerígenos, las variaciones climáticas. De la rentabilidad del miedo dan fe las ventas de productos naturales, primigenios, exentos del roce corruptor de la química, de espacios dotados de multiplicadores de energía, potencia, tersura, virilidad, de cuidadas selecciones de terremotos, tifones y tsunamis que permiten paladear el contrapunto de la propia seguridad y adquirir detectores climatológicos y sísmicos.
En otro plano, el chantaje dual sirve a la comercialización del miedo de maravilla por la latente y bien mantenida animosidad de clase que convierte a cualquiera en posesión de algo en presa potencial del que no lo tiene y divide en dos bandos irreconciliables a una Humanidad siempre al borde de la solución final. El dualismo –Capitalistas/Trabajadores, Creyentes/Infieles, Minoría/Masa- es un mecanismo mental tan simple, tan propicio a la delegación del propio albedrío y a la adquisición gratuita de conciencia de superioridad sobre el prójimo, que brota y se expande con la virulencia y ferocidad del Ébola.
Yihadismo y nueva dualidad
El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. La aparición, en carne y hueso, del enemigo perfecto de Civilización y Occidente, la Yihad islámica en todas sus formas de IS, Al Qaeda, Daesh, etc., es, de cierta manera, providencial como Gran Enemigo y era, desde luego, previsible. Porque su absoluta barbarie, cultivada por esas mismas élites europeas a las que hoy aterroriza y que durante décadas se han guardado de criticar sus actos y han armado unas contra otras a milicias sanguinarias, concentra en sí la percepción del Mal y presenta el riesgo para las sociedades abiertas de dejar libres y en la impunidad a los múltiples males, usuales, diarios, los que Hannah Arendt denunció de la forma más certera como consanguíneos del totalitarismo, es decir, la inhibición ante el delito, la silenciosa aceptación de la vileza por parte de las gentes del común, el ama de casa, el padre de familia, el vecino y los colegas, la cohabitación con la injusticia, el salvajismo y la estupidez criminal, de la que en España hay, por cierto, ejemplos clarísimos en el País Vasco. El IS se enfrenta a una rendición programada por incomparecencia del adversario, a un tupido telón no ya de acero sino de un material más consistente: la firme voluntad de no defender principio alguno excepto la exigencia de bienestar total o parcialmente gratuito. El Telón Acolchado, con aspecto de edredón confortable, sustituye al de Acero y limita un espacio ficticio que rasga a veces, con gran sorpresa de los inquilinos del recinto, el principio de realidad.
Ya tienen un dios al que orar los que sólo se preocuparon, tras el 11 S, de la reacción del Gobierno de Washington y el 11 de marzo de 2004 de utilizar en España, en uno de los casos de miseria política más vomitiva que se recuerdan, los muertos de una masacre para ganar elecciones. Había que ser antinorteamericano a toda costa. Y vender propaganda, ganar dinero y colocarse. La banalidad del Mal tiene hoy un peligroso aliado en el IS, a cuya cuenta pueden cargarse todo tipo de actos de terrorismo encubierto, golpes de Estado blancos o negros, eliminación de oponentes, agitación de la opinión pública. En su saldo es posible apuntar cualquier acción, cualquier amputación de las libertades, cualquier estado de excepción presentándolos como destinados a combatirlo. El Gran Satán de Oriente Medio impediría así, con la negrura de su brillo, percibir las dejaciones occidentales en la defensa de los derechos humanos, el vacío informativo sobre sistemas autocráticos y crueles en nombre de la diplomacia y el petróleo, la ausencia de condenas de una segregación femenina que supera a cualquier apartheid racial y rezuma como tinta de continuo en esas comunidades la inevitable violencia fruto de su modo mismo de vida. Son ya muchas décadas de silencio cómplice respecto a la regresión progresiva de toda el área islámica aplaudida desde Europa en nombre de alianzas de civilizaciones y relativismos culturales. Los jóvenes y no tan jóvenes no tienen ni idea de que lo que les presentan como comportamientos milenarios y rasgos poco menos que genéticamente determinados en el mundo árabe no son tal ni han sido tales hace cuarenta años, que por las calles pasaban las mujeres libres de los trapos que ahora las cubren desde la infancia, que países como Túnez abolieron la poligamia y dictaron una Constitución inspirada en la de Suiza, que Turquía rompió radicalmente con pasados califales e implantó el estado laico, que la dictadura del Shah de Persia, pese a serlo y a mantener su temible policía política, introdujo el derecho y obligatoriedad de la educación para las niñas y fue, con mucho, mejor que el régimen mimado por París que le sucedió. La Francia de las Luces sostuvo y aupó al poder a una teocracia siniestra, madre de todos los fundamentalismos, en la persona del ayatolá Jomeini, la Norteamérica faro de la Democracia armó en Afganistán a la flor y nata de los talibanes para frenar a la Unión Soviética, la Holanda del liberalismo total expulsó de su Parlamento y obligó a exiliarse a la etíope luchadora y crítica en sus denuncias de la segregación femenina Ayaan Hirsi Ali, la aristocracia periodística compitió en cobardía marcando distancias y descalificando sus actos y escritos en los obituarios de Oriana Fallaci, escritora incansable en la denuncia de la violencia islámica y en la valiente lucha por la libertad.
No hay “mundo árabe” sino turcos, bereberes, iraníes, egipcios que en su momento prefirieron identificarse con sus jefes de las tribus de Arabia. Hasta la actualidad, esa aristocracia de jeques saudíes ha impuesto y monopolizado la interpretación wahabista, la de la más extrema intransigencia, del Corán, y ello con impunidad completa gracias a su poder financiero, de forma que países como España y Francia aceptan que construyan en su territorio mezquitas mientras que a la inversa no se permite ni el menor asomo de libertad de cultos. La violencia, externa e interna, impregna la sociedad islámica como un cáncer, ha adquirido su máxima expresión y barbarie en el IS pero éste es el fruto lógico, exacerbado, de un proceso que ya hizo evidente hace años el retroceso en la situación de la mujer, tratado en Occidente como asunto menor. La más mínima segregación e imposición social y de vestimenta a la población femenina, sea pañuelo, chador o completo fúnebre de cabeza a pies, no se merece el menor respeto, la menor concesión, en nombre de religión y cultura, Y no porque sean muchos individuos y muy violentos los que lo practican es lícito ni decente contemporizar con tal estado de cosas y no llamarlo por su nombre, que nada tiene de halagador.
Sin separación religión/Estado y sin erradicación forzosa, desde la infancia, de la misoginia institucionalizada no hay civilización ni futuro algunos. La supuestamente árabe hoy es tan sólo el último mito totalitario, el de la Gran Patria Musulmana, la Umma, una fantasmagoría a efectos de propaganda y agitación. Nada valen las vagas esperanzas cobardes, cómodas y buenistas de progresivas y lentas evoluciones. En el mundo árabe, islámico, tal como se proclama, no hay lugar para el desarrollo, nada tienen que esperar los débiles sometidos a la fuerza más primaria, no puede haber ni asomo de Estados de Derecho en un conglomerado encerrado en confusas cárceles religiosas e incapaz de ver en primer lugar en sus propios actos al enemigo causa de sus desdichas y de su justificado y soterrado complejo de inferioridad. Hay cosas que no admiten componendas, como matar un poquito, estar ligeramente embarazada o disfrutar de democracia los días pares. Por muchos millones que se sea, no puede aspirarse a modernización ni mejora alguna si no separa religión y Estado, de forma que la creencia, o no, y la práctica del Corán pertenezcan exclusivamente a la esfera personal, privada y libre del individuo. Occidente los contempla con desánimo a causa de su número, que hace sentir como imposible la solución del problema que representan, porque parecen condenados a defender las rejas de su prisión.
La palabra “misoginia” no refleja adecuadamente el fenómeno del trato y consideración de la mujer en el área islámica. Se trata de algo ajeno a lo que se entiende en el mundo occidental por el término, no de una simple diferencia de grado. A lo que más se parece es a una enfermedad arraigada, como la peste, mezcladas psiqué y materia corporal hasta resultar indistinguibles como si de una infección contagiosa y endémica se tratara. El hombre aprende, se empapa de la certidumbre de que el cuerpo de la hembra es una fuente de impureza cuya visión, insinuación o roce le producirá secreción de suciedades que empañaran su limpieza viril. La mujer es carne, carne necesaria pero bien medida. La expresión de los que comentan la visión de las bañistas playeras es que ellas son “shish kebab”, es decir, pinchitos morunos, trocitos de ternera o cordero que llenan la boca de saliva. Ese cuerpo femenino hay que cubrirlo lo más posible, ocultar cualquier vestigio de la piel, no permitir que sus formas se marquen, no rozarlo ni menos aún saludar dándole la mano. Y esto desde la etapa de la vida más indefensa, que marca de manera perdurable,.desde la niñez, con pañuelos que nada tienen de folklóricos ni de vistosos si son obligatorios todos los días del año y condenan a no dejar ya jamás que el pelo sienta la caricia del viento y del sol. Esta lepra patológica sólo admite ser erradicada, con rapidez (cosa perfectamente posible; otras situaciones supuestamente milenarias se ha visto cambiar en meses) porque sólo con ella desaparecerá una fuente continua de violencia cotidiana nacida de una situación antinatura cuya frustración e irracionalidad buscan cauce, excusas y víctimas.
Pocos habrán expresado la situación del mundo islámico con la claridad, lucidez y valentía –que a los europeos les falta- del escritor sirio-libanés Ali Ahmad Said Esber, conocido como Adonis: Para él, sin separación entre religión y estado político, cultural y social nada puede lograrse. Es imposible hablar de revolución positiva, cambio de régimen, “primaveras árabes” sin que se libere a la mujer de la ley religiosa, se renuncie a la sharia, y se funden sociedades de individuos apoyadas en la defensa de los derechos humanos. Adonis ve a los árabes en plena regresión, impotentes para crear futuro e integrarse en el concierto de naciones libres, sumidos en el oscurantismo, la ignorancia, la agresividad y la misoginia. Podrían forjar una sociedad distinta, pero no sin separar religión y Estado y centrarse en el ser humano actual y concreto, no en el pasado, las tradiciones, los cultos. Adonis habla de los movimientos y personajes laicos, dentro de las sociedades árabes, que no han tenido apoyo ni por parte de Occidente ni, por supuesto, muy al contario, por parte de la rémora de los ricos países petroleros.[5]
Estamos de nuevo ante la cuestión del precio. Todo lo tiene, y no hay gratuitos progreso, humanización, mejor vivir sin conciencia clara del esfuerzo, actitud, cambio, peaje que esto exige, tanto para Occidente como para Oriente. Pero en el área “árabe” emerger a la superficie implica una batalla tan difícil como radical e imprescindible.
El mundo “árabe” y su indefensión.
Yihadistas honorarios.
La mayor parte de los europeos ignoran que, lejos de hundir sus raíces en la noche de los tiempos, los usos medievales, primitivos, crueles y discriminatorios del área de mayoría musulmana estaban, hace medio siglo, en franco proceso de modernización y mejora, que en los países mal llamados por extensión árabes se estaba tejiendo una clase media deseosa de derechos semejantes a los de sus vecinos del norte, defensora de la separación Estado/Clero, de la igualdad educativa y el abandono de los velos. Por cada asesinado por el terrorismo islámico en suelo europeo ha habido diez, cien, mil en mercados, cementerios y lugares públicos de Oriente Medio. Y es precisamente esa gente, la más débil, la más vulnerable, la que fue vendida a la bestialidad de los fundamentalistas por un Occidente en cuyos valores esas personas creyeron, pero tales valores nada valen sin ayuda ante el imperio bruto de la fuerza. Gobiernos y empresarios prefirieron favorecer a la hez de jerarcas y a los proveedores de mano de obra. Demagogos baratos de tercermundismo todo a cien y liturgia de la cutrez se deleitan –y cobran- en el oprimido musulmán redentor. La prensa occidental no muestra a los jordanos, tunecinos, egipcios que se quieren tan pacíficos y normales como cualquiera. Reserva, por el contrario, sus primeras páginas para el asesino brutal.
No se trata de hacer tabla rasa e instaurar en horas veinticuatro sistemas justos y democráticos en países donde no los había en absoluto; no es cuestión de renunciar a las necesarias relaciones diplomáticas y comerciales, que se sitúan en planos diferentes. Pero el cambio era y es posible manteniendo estructuras, ofreciendo defensa en el lugar mismo frente a las agresiones y amenazas, salvaguardando esos derechos y libertades individuales que en toda civilización que merezca tal nombre siempre ha sido necesario imponer frente al crudo reino de la jungla y el más fuerte. Hay un vacío vergonzante, babeante en esas manifestaciones europeas feministas, pacifistas, laicistas que nunca alzaron susurro, titular ni pancarta contra lo que rozara al Islam porque era la esperanza antisistema, el gran guerrero vicario de los indignados virtuales, el Amigo Talibán frente al adversario imprescindible que, de manera creciente a falta de otros, es, más allá de Norteamérica, Capital y Libre Mercado, la Civilización en sí.
No ya por razones morales sino por simple eficacia y elemental ejercicio del raciocinio se podía y debía describir situaciones, esgrimir el arma temible de la propiedad lingüística, negar la invisibilidad mediática a las viejas formas de tiranía, exhibir y reivindicar con natural estima los propios principios en la certidumbre de que con ellos, y pese a todos sus errores y defectos, se han construido sociedades más habitables. Era perfectamente factible evitar el silencio cómplice, exigir reciprocidades y conminar a los inmigrados a que, si querían vivir en Europa, acataran todas sus reglas. No en vano se ha inaugurado el siglo XXI con el enfrentamiento, en orden de batalla, contra un ejército de acrónimos que no son un ejercicio de sinonimia sino que reflejan la progresión de estrategias muy concretas. La yihad en sí es la guerra, conversión o matanza de los infieles a la que exhorta abundantemente el Corán desde sus comienzos, como religión muy de este mundo y definida por la materialidad, la fuerza y la conquista. Nada nuevo al respecto. Pero sí lo es el armamento moderno, la fluidez de inversiones y petróleo aderezada con dosis de narcotráfico, el Vichy interminable de la rendición preventiva y de los pactos con las guerrillas del Daesh, que pasa lógicamente a transformarse en IS (Estado Islámico), en ISI (Estado Islámico de Irak) y luego, como es natural, en ISIS, con Levante añadido, es decir, un imperio desde España hasta China (lo cual, dicho sea de paso, es alentador si comienzan por el Este, dada la acogida que les aguarda en el Celeste Imperio).
La explosión y expansión terrorista bajo la negra bandera del fundamentalismo puede encerrar, en su voluntad califal de apoteosis, la muestra de su definitivos derrota y declive. Se halla en plena “hybris”, en la vertiginosa desmesura producto fatal de la huida hacia delante de sociedades, credos y ritos inviables, encerrados en su gran juguete que no puede vestirse ya sino de terror, dolor y armas. Se han lanzado, como último recurso, en un estado supremo de la impotencia y la envidia, a la conquista de cuanto existe y es mejor que ellos. Con el furor agónico que anuncia el fin.
Entre un amplio sector de Occidente encantado con las rendiciones preventivas y la apoteosis kamikaze, de corte netamente fascista, de la yihad se extiende una masa humana compuesta por millones de personas en un estado de indefensión muy peculiar. Se trata de “árabes” que no son forzosamente árabes, sino egipcios, iraníes, malayos, bereberes, que no son fundamentalistas musulmanes o ni musulmanes tampoco, pero que carecen de horizonte, de identidad ideológica, de autoestima a causa de la frustración, silenciada pero obvia, en su incorporación al desarrollo y el mundo moderno. El IS ha exhibido ante ellos una bandera perfectamente falsa compuesta de orgullo impostado, mitología y acción directa. Ante ella y ante la inapelable crudeza de los hechos, de las muertes y la barbarie, el mundo “árabe”, una vez más, no se atreve a romper el círculo vicioso de su atraso y arrancar la raíz de su servidumbre, no se decide a manifestarse en contra, a elegir, al fin, ponerse del lado de los que defienden esos sistemas libres y modernos en los que, por una parte, ellos saben que quieren vivir, pero que, por otra parte, les hacen sentir por su mera existencia el fracaso y el atraso propios. No han condenado masivamente las masacres terroristas, las han vitoreado incluso en ocasiones en lo que es una trágica prueba de impotencia e indefensión. Se saben detenidos en el andén de los trenes de la Historia, no ignoran la irracionalidad de la guerra santa contra grandes satanes, ni la oscura vergüenza –nunca confesada de forma explícita- de su largo fracaso y el terror a perder de nuevo su oportunidad de saltar al fin al mundo moderno, a la vida libre y con derechos. Es su hora de romper la indefinición, la falsa identidad global, el silencio que equivale, ante los terroristas, a un apoyo activo, de escapar de la prisión de la Umma concebida, no como vivencia personal religiosa, sino como un proyecto político totalitario. Y el tren pasa, sin que se atrevan a levantar la vista más allá de la cárcel social permanente que a cada uno le rodea. Plasmada en esa continua manifestación de lealtad que es la visible segregación femenina.
No puede faltar, en el contexto de fingimiento y apariencia generalizados que, por fuerza, caracteriza a sociedades de tal fundamentalismo puritano la típica exaltación de la mujer reina intra muros. De las odaliscas de Ingres a las sensuales e ingeniosas princesas de las Mil y Una Noches, de las matriarcas y las regentes en la sombra a las protagonistas de conjuras de harem, pintores, escritores y sociólogos se complacen en reivindicar ese poder femenino oculto. Abundan, además, dentro del mundo islámico, las intelectuales que afirman, con no poca imaginación, la existencia de derechos igualitarios para ambos sexos explícitos en el Corán y que, por supuesto, lamentan la ceguera occidental respecto a las escondidas virtudes de tan excelentes formas de vida. Resaltan éstas en contraste con las que sí reflejan, en toda su crudeza estadística y no ateniéndose a una élite urbana, la situación real. No se trata sólo en aquéllas del síndrome de Estocolmo o de una manera de medrar y de contemporizar. Dicen y escriben lo que buena parte de Occidente ha deseado oír y leer, ellas y su clase social en Oriente incluidas. Pero ni los datos ni la observación mienten. Los matriarcados de puertas adentro significan, y no sólo en el Islam, que la mujer cuenta bien poco de puertas afuera, en todas las dimensiones de la vida pública, y su reino por un día limita con las bofetadas, la entrega a un marido de mucha mayor edad y el animado coloquio con un móvil mientras, aislada del entorno por la opacidad de la tela de la frente al pie, empuja un carrito de bebé, sujeta a otro con la mano y lleva el que será penúltimo en el vientre. Novelas románticas y relatos novelescos aparte, la inmensa mayoría vive existencias vigiladas, enclaustradas y sórdidas, con bastante pocos magia, gasas, brocados y ojos fascinantes entrevistos con la irresistible atracción de lo prohibido. La belleza sensual de las Mil y Una Noches vela tal vez la constatación de que su protagonista, el sultán Shahriar, es el mayor asesino en serie de toda la historia mundial de la Literatura; basta con multiplicar las vírgenes decapitadas, una por noche tras desflorarlas, por los días de varios años y sumar a la cifra igual número de muertes ordenadas por su hermano. Hipérbole oriental sin duda, pero significativa como buque insignia nacional literario.
El to have or have not la cabeza cubierta por un pañuelo no es un detalle baladí ni pertenece al rango muy menor de asuntos de familia y cosas de mujeres: Es un medio de identificación instantánea, un medidor de fidelidades que permite mantener continuamente a la vista el dominio que se posee sobre la población toda y llevar en permanencia registro de su sumisión. Las mujeres y su vestimenta son la marca pública y controlable. La total o parcial invisibilidad femenina es cuño de pertenencia al especial conglomerado religión-estado, bandera de unos jefes tanto más peligrosos y violentos cuanto menos reducidos sólo a la esfera de la política. Si ellas muestran su piel o sus formas, si llevan la cabeza alta descubierta y no permanentemente en la sombra, si se ponen la prenda de ropa que les plazca serán inmediatamente vistas y denunciadas, para comenzar por sus vecinos y por cada uno de los supuestos creyentes, convertidos en infinitos delatores. Es la conocida trama de los estados totalitarios transpuesta a formas de oscurantismo protomedieval y normas tribales vestidas de profesión de fe y credo único. Lo que se llama Islam tiene muy poco de religión. Es en realidad una vasta organización de control ciudadano que precisa asegurarse, visual y continuamente, de la fidelidad de sus miembros. Sus ritos son preferentemente, gregarios, públicos. La parte propiamente espiritual, de moral interna, apenas existe, se resume a un puñado de jaculatorias y a la repetición, preferentemente en voz alta, del invariable texto sagrado. El componente místico, sufí, es mínimo y reservado a una élite del intelecto. La hipocresía y la apariencia imperan, son inseparables de un sistema tan inviable como único por su carácter de teocracia estatalizada, mal calificada de medieval porque no hubo tal fusión Iglesia-Estado jamás en la Edad Media, ni siquiera en las épocas más oscuras. Lo que aquí se llama religión consiste en actos públicos de afirmación de sumisión incondicional casi siempre conjuntos, como la peregrinación, las cinco oraciones diarias cuerpo a tierra, las llamadas a la plegaria a todo decibel o el callo en mitad de la frente que muestra la devoción en las postergaciones del orante. Nada más visible, en todo momento, que una comunidad sin mujeres, cubiertas ellas y preferentemente mudas cuando aparecen. El rápido cambio de indumentaria de las hembras veladas cuando pasan a zona libre, en la frontera, en la carlinga del avión, en la escapada al extranjero, es espectacular y patético, tiene mucho del gesto del judío que esconde la estrella amarilla, del negro que al fin ocupa en el autobús un asiento al lado de los blancos. Transplantadas las familias a naciones no musulmanas por emigración laboral, comienzan a vivir de forma libre hasta que, mientras las autoridades del país de acogida hace oídos sordos, se instalan en el barrio numerosos compatriotas, madrasas y mezquitas que reproducen la célula de control, de forma que la pakistaní de Cataluña y la turca de Düsseldorf esté tan enclaustrada y vigilada como en la aldea de origen. Lejos de ser esta segregación sólo una cuestión de género, concierne a todos por entero, hombres incluidos, puesto que la parte más lúcida, avanzada y decente de ellos no puede sino sentir la opresión ambiental. De ahí la importancia de romper esa red de totalitarismo social y de asegurar, con la completa libertad en la vestimenta y en la presencia pública, la igualdad de autonomía y de criterio. Porque, sin paliativos supuestamente culturales, de ello depende la posibilidad de acceder a un Estado moderno de Derecho para el conjunto de la población.
En Europa fue muy cómodo, y tan oportunista como cobarde, dejar que se establecieran microestados islámicos dentro de los países de acogida, admitir so pretexto de respeto religioso el sometimiento de las mujeres, su negra cárcel ambulante, el control por los imanes, la discriminación y manipulación de niños y adolescentes en los colegios. Mientras turcos, pakistaníes, magrebíes trabajaran sin dar molestias nada había que objetar. Entre tanto, los medios de comunicación y una élite supuestamente intelectual optaban por la alabanza en nombre de la cultura distinta y el relativismo. Nada de esto fue siempre así. Todo pudo, y puede, ser de otra manera, pero el secuestro de la Historia es, junto con el de la Enseñanza, una de las armas más eficaces en manos de los amigos del terrorismo purificador y de sus tiernos, comprensivos, líricos compañeros de viaje.
Ahora no sólo es factible sino urgente crear en esos países mismos zonas liberadas civilizadas provistas de defensas y de soldados y de la tropa local de la que pueda progresivamente disponerse. En ellas confluiría y se iría estableciendo una parte creciente de la población por el mismo motivo que impulsó otrora a los vasallos a buscar protección contra las tiranías feudales en los fueros y tierras del Rey. Allí deberá haber escuelas a las que se acudirá, por imperativo legal, desde la infancia en igualdad de sexos, aulas limpias de la tara que significa impregnar a las pequeñas con la convicción de que la feminidad provoca y ensucia a los hombres y que deben ocultar y disimular su cuerpo desde la cabeza hasta la forma de las piernas y la piel de las manos. Pronto su estrella amarilla, la imposición de velarse continuamente, se hundirá en el pasado, se verá como lo que realmente fue: El ronzal de sumisión y diferencia, el cuño de una segregación social que jamás debió tolerarse.
Incluso animada de las buenas intenciones con las que se pavimenta el infierno, es llamativa la estulticia de intelectuales que postulan, en Occidente, la irrelevancia de la imposición del pañuelito y que defienden la autoridad suprema de los padres por encima de los derechos de los hijos. En esas escuelas donde los menores gocen de protección contra discriminaciones se ejercerá la libertad de cultos, que puede y debe diluir los seculares y sangrientos enfrentamientos en las distintas sectas del Islam y que dará fe ante la opinión pública de una real tolerancia en paralelo con la que exigen los musulmanes en Occidente, de manera que exista reciprocidad en el derecho a erigir templos de distintas creencias en unos países y otros. Tales cambios nada tienen de utópicos, han existido y luego han dejado de existir por pura dejación y flaqueza en la defensa de los fundamentos de estados civilizados. Los burladeros para la inacción son un puñado de lugares comunes a cual más falso y más endeble, véase la necesidad de grandes espacios temporales para que, con geológica lentitud, los pueblos cambien. No hay tal. Los cambios se producen, cuando lo hacen, con gran rapidez, o, por el contrario, se puede estar estancado en una situación durante siglos, o entrar en regresión.
De la mano de la excelente maestra que es la necesidad y mediante la percepción de mejoras accesibles y leyes, multas y recompensas, la gente muda sus hábitos milenarios con sorprendente presteza, las crisis son vistas como oportunidades y los usos ancestrales pasan al museo a una velocidad pasmosa. Para desolación de los amigos de la fotografía étnica, los rituales mayas, la ablación de clítoris, la esclavitud y la sana y ecológica –aunque breve- existencia de los hombres del neolítico. Millones de asiáticos han experimentado una mutación vertiginosa y la satanización del capital, la modernidad, el dinero, el trabajo y el patrimonio, de moda entre las élites occidentales, es un lujo que escapa a su comprensión, véanse la ausencia de mendigos chinos en las calles del Viejo Continente y la celeridad de esos países en especializarse en tecnología puntera.
Los mantras como la lenta evolución hacia el progreso y la no interferencia en otras culturas se han repetido, a falta de datos contrastados y análisis crítico, como verdades incuestionables. El más simple estudio comparativo hubiera echado por tierra los dogmas de los adoradores de la diosa Estulticia. Basta con ver cómo, dada la oportunidad, las sociedades supuestamente condenadas a enquistarse han evolucionado en breve espacio de tiempo sin perder por ello personalidad y usos que les son caros. Fue el caso de Singapur, Corea del Sur, Taiwán, y, antes de la regresión, de buena parte de las poblaciones de esos países de Oriente que hoy parecen condenados a la peor edad media por los siglos de los siglos. No deja de ser llamativo que, por ejemplo, Taiwán esté hoy en cabeza de Asia en igualdad sexual respecto a educación, trabajo y todos los ámbitos públicos de la vida, que la enseñanza tenga el peso –incluso excesivo- que tiene y que budismo, junto con confucianismo y taoísmo, y ritos tradicionales florezcan con mayor ímpetu que en décadas anteriores. La tecnología, que en otras latitudes ha servido para sembrar fundamentalismo y odio, en los jóvenes tigres asiáticos ha ayudado a la difusión de fiestas y celebraciones.
La civilización, la libertad, la igualdad de derechos, la protección de los débiles precisan del ejercicio de la fuerza legal, y si se renuncia al precio que esto comporta se está participando por omisión en la desgracia de las víctimas. La quema de las viudas en la pira del marido se hubiera continuado practicando alegremente en la India de no prohibirlo y perseguirlo los británicos, las mujeres de Uzbekistán se animaron a hacer una hoguera en la plaza con sus velos alentadas por los soviéticos y por la perspectiva de la liberación femenina, pero sólo para ser degolladas por sus hermanos, maridos y padres cuando regresaron a sus casas sin que nadie las protegiera. Los pequeños parques temáticos de la barbarie incrustados en Europa son fruto y obra tanto de la selección política inversa que llevó al poder a los más duchos en la demagogia como de las clientelas de la utopía, deseosas de disponer de culturas alternativas como fuerzas de choque.
La civilización es un mejor vivir, una etapa en el proceso de humanización, y la nacida en el Viejo Continente no se ha extendido por azar, ni sólo por el imperio de la fuerza, la técnica y el dinero. Lo ha hecho porque cada vez más personas preferían adoptar las formas de ella que les eran más beneficiosas y gratas en su existencia cotidiana, en el medio en que esperaban vivieran sus hijos. No pertenece a Occidente ni a su lugar de origen sino, como cualquier descubrimiento, a la Humanidad. El odio al progreso, la envidia del bienestar logrado por otros, el amor a la muerte siempre parecen imponerse en un principio por su crudeza, estrépito y violencia. Pero los vencen la tenacidad del número, semejante a la del agua, las opciones, los cambios uno a uno de ciudadanos que construyen la materia de sus días. No hay ningún arma comparable a la voluntad y a la idea, que no es el Pensamiento Único del Líder Máximo y el Gran Hermano sino un edificio de hallazgos ensamblados que hacen el mundo más habitable. Cuando los individuos descubren cómo se puede vivir mejor ése es el gran enemigo del terrorismo, sea islámico, comunista o nazi.
Diez años antes de la revolución de 1917 Joseph Conrad describe este proceso a la perfección en su novela “El agente secreto”, excelente y eclipsada por el poder y fascinación de “El Corazón de las Tinieblas” y dedicada, muy significativamente, a H. G. Wells. En ella, en su tiempo, los anarquistas sueñan, planean y a veces ejecutan atentados para que maten, indiscriminadamente, al mayor número de personas, de forma que el terror deje expedito el camino hacia la Nueva Sociedad, el nuevo mundo. Pero se les opone un terrible ejército, la grande y creciente cantidad de seres empeñados en afanes, afectos y tareas, la tenacidad de la vida, de la búsqueda de felicidad cotidiana, los pequeños y esenciales placeres y rutinas, las necesarias imperfección, cambio, variedad, albedrío que hacen de cada ser humano que lo sea y que se alzan por millares frente al soberbio profeta de la idea política radical única, salvadora y exterminadora por tanto en su letal pureza. Y ante la conciencia de esto el terrorista ve sus armas diluirse y cae en una profunda depresión. El libro, que pudo inspirarse en un sabotaje en el Observatorio de Greenwich en 1894, es de innegable actualidad.
El proceso de abandono de las capas de población más avanzadas, tolerantes, abiertas y deseosas de modernización y cambio discurrió en Oriente Medio en el siglo XX en paralelo con el abandono simétrico en Occidente de los ideales de civilización, libertad y derechos como principios universales dignos de ser mantenidos y defendidos en tierra propia y ajena. Desaparecieron los precios, el necesario peaje para vivir mejores existencias en sistemas mejores. Estos beneficios se daban por adquiridos, debidos y perdurables. Blanco por lo tanto de la denigración y el amargo reproche de los cada vez más numerosos adeptos al buen salvaje redivivo y la paz planetaria sin intromisiones en culturas foráneas. Para la defensa y protección si fueren necesarias –como lo fueron- siempre estaba el odioso Amigo Americano con su escudo tras el que se acurrucó durante la interminable postguerra una Europa encantada de que otro firmara los cheques en soldados y dólares. La retirada del escudo por la comprensible atención prioritaria de Estados Unidos al área del Pacífico ha dejado a la vista, como si se desmochara un termitero, el desconcierto del Viejo Continente confrontado al principio de realidad, a los resultados de una descolonización desordenada y prematura, a una estrategia militar norteamericana y europea lamentables de torpeza y estupidez inauditas que ha sumido en el caos y la fragmentación tribal países enteros sin previsión ni planificación algunas y sin proporcionarles estructuras, orden y cuerpos administrativos y defensivos. Lo que podría haber sido un progresivo establecimiento de zonas liberadas y renovadas en las que se afianzaran, y fueran defendidas, por tropas in situ las capas sociales más avanzadas de los países en conflicto se transformó en pretensiones de construir democracias a base de bombardeos por ordenador que, con su siembra, prometen una eficaz cosecha de terroristas y guerrillas.
Dejando las cimas gubernamentales, por su parte los que se creían a sí mismos la flor del progreso y la rebelde vanguardia social que vive cómodamente en la sociedad occidental han otorgado, a cuanto al Islam se refiere, afectuosa comprensión y han mostrado un oportunismo tan populista como criminal, halagando el egoísmo más lerdo e ignorando todas las violaciones de derechos humanos. La remozada religión dual les ordenaba concentrarse en alancear al moro muerto de la iglesia cristiana, manifestarse contra Sudáfrica y la violencia de género pero estar mudos, ciegos y paralíticos en lo que respecta a millones de mujeres musulmanas en peor situación que lo estuvo jamás negro alguno, a leyes brutales, al control cotidiano y la sumisión teocrática a los textos coránicos.
También en los medios occidentales se admitió el mito enemigo según el cual existiría, siempre había existido y siempre debería existir el imperio de la Umma, el gran estado totalitario fundamentalista islámico, de un extremo a otro del mapa, indiferente a fronteras y pueblos, con el Gran Jefe Califa y sus sucesores y asesores a la cabeza. Esto es pura ficción que las reiteraciones y la falta de oponentes impuso como realidad. Se cubrió con ese manto de la Gran Madre Musulmana, la Umma, a multitud de gentes que no profesan esa religión de esa forma, que practican otras o ninguna, a capas sociales y niveles de enorme diversidad, a emplazamientos que oscilan entre la aldea primitiva y la urbanización completa, a una variedad inmensa de historia e historias, de aspiraciones, orígenes, migraciones y asentamientos. Al hablar, haciendo inconscientemente el juego a los propagandistas de la yihad, de los árabes, de la Umma como entidad política, se cubre con el velo de una homologación ficticia y letal a millones de seres a los que se encierra en un ente colectivo forzoso con derivas totalitarias megalómanas del tipo del Comunismo, Nazismo o Maoísmo. Su misma irracionalidad le asegura el momentáneo éxito, y por ello ha prendido con gran rapidez en el terreno reseco de la frustración envidiosa y, allende fronteras, en la falta de firmeza en la creencia y defensa de los valores propios y en la molicie de quien no ha pagado el precio de aquello de lo que disfruta.
El séquito de yihadistas honorarios ha sido en Europa variopinto, numeroso y rebosante de pacifismo fraternal. Puestos a renunciar a armamento, han renunciado incluso al de la palabra, de manera que actos dañinos, situaciones lamentables y condiciones de vida opresivas y denigrantes de los países árabes se presentasen como el peaje necesario para la acogida de los nuevos bonísimos salvajes que, pese a las apariencias, traen entre los pliegues de la túnica impoluta el soplo de aire puro del anticapitalismo y antiimperialismo redentor. En el séquito occidental del fundamentalismo islámico virtual se encuentran muchachas seducidas por el glamour diferencial del velo, jóvenes integrados en el nuevo juego de guerra y vastos sectores en busca de profeta vía Internet. Mientras, en un plan menos militante y más cotidiano, son legión los que simpatizan y empatizan, a través de la pertenencia al club de víctimas vitalicias, con estos recientes y prósperos damnés de la terre sin fronteras, que no dudan en golpear de manera suicida y ubicua a la corrompida civilización. No ha habido, durante larguísimos años, escándalo, denuncia ni condena del inmenso peligro que representaba la práctica del fundamentalismo islámico y la radical incompatibilidad de sus usos con una existencia libre y civilizada. En lugar de lucidez y críticas se lanzaban diatribas a cuantos estamentos osaban disentir del coro de afable comprensión. Es el mismo mecanismo que ha venido exculpando, e incluso alabando, actos terroristas anteriores, como los de ETA o de cualquiera que asesinara revestido de una teoría.
El dualismo ha encontrado un nuevo Rey, el drogadicto ha hallado en bandeja el más barato de los éxtasis: el supremo placer del poder de infundir pánico y muerte. Mientras, en las tímidas y desconcertadas democracias una tropa de compañeros de viaje de la yihad honoraria sigue su senda: Por el hecho de ser marginal, quien nada había hecho y nada era se ve en posesión de una cantera de votos y financiaciones. El yihadismo se presenta ahora por políticos y periodistas como un reducto irracional y, por lo tanto, puede cobijar sin mayores explicaciones las más diversas zonas de sombra, permitir manipulaciones y recortes de las libertades. El Mal, en forma de IS, ha ido, como en el cuento de terror, llamando a la puerta cada vez más cerca. Y cada uno de sus pasos se ha apoyado en la cobardía de los partidarios de la discreción respecto a males cotidianos con los que, según ellos, era preciso convivir y dialogar.
En busca del individuo perdido
La irracionalidad confortable está bien provista de armas no por toscas menos eficaces. Con profusión, por su carácter de bandera gregaria ajena al análisis concreto se airean regularmente los banderines de enganche de palabras-icono del tipo de paz, guerra, aborto, género (en el sentido sexual). Su finalidad, ajena por completo al examen específico de problemáticas y a la toma beneficiosa y correcta de decisiones, no tiene más fin que precipitar en el líquido social elementos que se precisa, para manejarlos, que sean contrarios, antagónicos y empapados de la adrenalina adecuada a la exhibición de apoyo. Su completa imprecisión e inoperancia en el enunciado generalista como tal los hace perfectos para la fabricación y manejo de bloques de fieles. Los argumentos que se pretende acompañen a la exhibición de los iconos son de una completa inanidad reflexiva, pertenecen al terreno de la consigna al estilo del ¡Dios lo quiere! de las Cruzadas, del gurú y el salvador pacifista de turno o de las féminas que se consideran perpetuamente agraviadas, y merecedoras de compensaciones infinitas, por el hecho de serlo. A las que se suma la plétora de los que dicen sentirse orgullosos por su pertenencia, sin mérito alguno pero como si esto lo tuviera, al grupo, homo, bisexual, a los que pesan de cien kilos en adelante o a los vegetarianos vocacionales. La religión planetaria New Age suma sus banderines en tonos de verde a los de variadas combinaciones del arco iris y ya defiende las sensibilidades, y pronto los derechos, de las plantas, acogidas a los indiscutibles dogmas sobre el cambio climático y las encíclicas sobre el calentamiento global. Todo coincide en una negación del individuo y de sus actos y responsabilidades concretos. Los argumentos del batallón de la irracionalidad son de una puerilidad gregaria conmovedora y se recitan con la convicción del catecismo de aldea y el anticlericalismo de salón: Unos han hecho cuentas y calculado que, de no existir jamás aborto alguno, el problema de la baja demografía europea se resolvería en horas veinticuatro. Otros acuden en peregrinación periódica, flor en mano, ante las bases norteamericanas, o se ponen alegremente al servicio de la nueva inquisición destinada a borrar las diferencias de género y organizar quemas de belenes y símbolos navideños al estilo de Fahrenheit 451.
Los banderines de enganche que sirven simplemente para excitar y congregar a las huestes, blindar la dicotomía Izquierdas/Derechas y castrar la libertad y juicio personales tienen poco que ver con las banderas de nuestros padres. Responden más bien a la técnica televisiva del verdadero/falso, excitación/audiencia, al reino de la comida perceptiva rápida y el pensamiento débil. Sería conmovedor, de no resultar trágico, ver a supuestos defensores de la vida a toda costa condenar sin pestañear, a muerte, a la cárcel o a la desdicha a las mujeres que se quedan embarazadas sin desearlo. El no al aborto se utiliza políticamente, con los mayores oportunismo y desvergüenza, como inyección de adrenalina sectaria, de forma que caigan en una trampa de irracionalidad y el fanatismo personas de buena voluntad que sin embargo no dudan en sacar niños en manifestaciones de clara intencionalidad política y cuya actitud produce el efecto contrario, puesto que favorece a los partidarios prácticamente del infanticidio, de la banalización del consumo de anticonceptivos, e impide el establecimiento de una normativa legal de consenso que es la única posible, ajena a la privada opción religiosa. La servidumbre del determinismo biológico, atento sólo a la reproducción de la especie, se enfrenta en este caso a la humanidad, peculiaridad y albedrío de los individuos, que no son úteros dotados de extremidades sino mujeres, y el conflicto entre la libertad de éstas a disponer, no ya sólo de su cuerpo sino de su vida toda, y la protección del nasciturus no tiene solución ideal posible excepto que la especie sufra una mutación hacia la gallina ponedora. Ni existe para el tema del aborto más salida que leyes, plazos, reflexión y consenso ni fue jamás más evidente el lema de que lo mejor es enemigo de lo bueno.
El bloque irracional, que se transforma en depredador y enemigo cuando se dan las circunstancias favorables; se alimenta del silencio del público y de la ausencia de individuos, que pasan a transformarse en piezas de un conjunto idealizado y justificado por referencias globales externas. Enfrentada la gente libre a tal coyuntura, los primeros auxilios se rigen por una regla de base: No subestimar al enemigo, al parásito que ha engordado, prosperado y se ha multiplicado a base del armamento dual y ha logrado implantar a lo largo y a lo ancho de la población un decálogo preciso en lo que a percepción de la realidad y formas de conducta se refiere. El microcosmos español es un buen ejemplo de creación de clones de la práctica totalidad de los organismos que financia el presupuesto nacional. Los clones, que no sus originales, están desprovistos de cualquier finalidad que no sea nutrirse del erario público y han sido creados específicamente para justificar gastos y distribuir prebendas. Programas e idearios no son sino simples aditamentos.
A efectos de captación de votos, voluntades y de recursos productivos, es y ha sido indispensable la utilización con destreza de las dos cadenas imaginarias de opresiones: vertical y horizontal, social e histórica, de manera que nadie escape, consciente o inconscientemente, al sentimiento de ser un eslabón de ambas y, por lo tanto, se sienta ajeno a la responsabilidad de su vida. La mercancía es de fácil venta: los agentes del mal son siempre externos y los actos inocentes y blindados por el aura de la reivindicación. Nunca se hará bastante hincapié en la tentadora facilidad de la explicación del mundo que esto ofrece. La iconografía dual da forma y presta metodología a la impostura no por burda menos halagadora y eficaz. Según su credo, no habría individuos ni decisiones propias, riesgos que se asuman, obras que se ejecuten. No existiría el puro y simple juicio inmediato de lo que percibe la vista y el razonamiento elemental y el sentido común imponen. Semejante proceso es percibido como culpable y carece de hueco en el cerebro compartimentado por el pensamiento dual. Las explicaciones historicistas y de clase sustituyen por entero a la realidad cambiante de las personas y de sus existencias, anulan los principios morales, los universales y las jerarquías de excelencia y de degradación. No se estudia ni adquieren conocimientos ni se crea ciencia, labor bien hecha ni arte. Por el contrario, se escuchan y se repiten las consignas gregarias que clasifican forzosamente en dos grupos, garantizan la homogeneidad mediocre y otorgan votos, empleos absolutamente improductivos y sueldos vitalicios a quienes se erigen en administradores de la inagotable cantera del agravio.
Pasamos de los filosóficos, clásicos, imperecederos (y muy socorridos) principios bipolares Luz/Tinieblas, Dios/Satán/ Orden/Caos, Vida/Muerte al simple A versus B que impone, en función del auge de los medios de comunicación, su ley. Se trata de iconos útiles, significantes vaciados de su original significado histórico y sociológico que sirven para configurar, previos reiteración verbal y etiquetado, la aceptación o el rechazo, la prosperidad, la medianía o la satanización pura y simple. Los elementos pueden intercambiarse, pero la dinámica y el modo de empleo son los mismos y la finalidad idéntica en cuanto a lo que a las enormes dimensiones del fenómeno parásito se refiere. Esta labor procura frutos nada despreciables que consisten en extraer de los sectores y elementos productivos bienes y privilegios sólo justificables por el antagonismo interesado y la teórica defensa, no de individuos y sus libertades y derechos, sino de grupos afectados por un mal que hunde sus raíces en el espacio y en el tiempo y que, por ello, les hace embarcarse en una lucha prácticamente infinita que garantiza la infinita y privilegiada subsistencia de los rabadanes del rebaño.
Aunque por inercia mental y analogía es explicable el instintivo impulso de transponer al proceso intelectual el de la acción, con su Sí y No como opciones únicas, hay un salto inmenso en la imposición generalizada e intemporal de un Buenos y Malos tan inmutable como las leyes físicas. Ya no se trata de enjuiciar actos y personas según coyunturas políticas y religiosas, de implicarse y arriesgarse en empresas y decisiones que pueden ser benéficas o nefastas, acertadas o torpes, pero que en cualquier caso responden de sí y son una canalla o generosa inversión vital. En el siglo XX adviene un fenómeno nuevo: En torno a las grandes y nobles causas se arraciman los que van a vivir, estable y durablemente, del uso de sus invocaciones y se hacen con poder para imponerse como élite al resto. Se pasa a la gran ingeniería de masas, a la autocensura de una eficacia tanto mayor cuanto más profundo es el convencimiento de que se gozan de grandes libertades de información y de juicio.
El reverso de este proceso es exactamente el inverso del que los términos sugieren, la antítesis de solidaridad, derechos, igualdad y libertades. Al actuar de una forma zoológica, agrupando a los humanos en categorías que se dirían inmutables y pertenecientes a especies distintas, un miembro de los Pobres, el Pueblo o el Proletariado no puede aspirar a mejorar y a ser rico, y ello por razones semejantes a las que hacen descartar que un buey se plantee estudiar para caballo de carreras. El Rico lo es por perversos determinantes de la genética, el colegial se guardará muy bien de aprender a leer antes que su vecino y el ambicioso, inteligente y culto disimulará su vergonzosa propensión a distinguirse y elevarse. El parasitismo que vende utopías y cobra, generalmente del Estado, el monopolio de su uso se apodera de la sustancia de realidades positivas, véase democracia, derecho, equidad, educación pública, protección legal, y las capitaliza pero transformándolas en sus opuestos, en la impunidad de los que se blindan con rasgos diferenciales, en la ignorancia compulsiva impartida en aulas donde el tiempo lectivo sirve para que cobre y medre el enjambre de zánganos, en la inmensa indefensión del que carece de recursos, dinero, influencias y de discurso incluso, porque oponerse a la dualidad moral y verbal dominante le situaría de inmediato en el ostracismo y le produciría un incómodo sentimiento de confusión y de orfandad de referentes. Una larga cola de acreedores espera a diario para pasar factura por las ancestrales y menos ancestrales deudas, por la marginación, carencia, diferencia, deficiencia exhibidas como hazañas propias y defendidas por el capataz que cosecha la parcela correspondiente. Esa misma cola bloquea el paso a los individuos que real y justamente sí necesitan y merecen ayuda, atención y apoyo.
El chantaje es inseparable de la eliminación de la propiedad de las palabras, de la difuminación y maquillaje de causas y actos: Nadie y nada es sino según situación, clasificación motivación y explicación previa. De hecho, el terrorismo ocupa el lugar extremo en el arco de disociación entre los actos en sí mismos y la pura constatación de éstos y el calificativo que merecen. El crimen dejaría de serlo según el motivo que para cometerlo se alegue. Basta con mencionar la palabra guerra, con atenerse a términos militares, para que los muertos no hayan sido asesinados, los trenes hechos explotar correspondan a logística y represalias y el ametrallamiento de seres indefensos y la masacre por bombas en supermercados al paisaje después de la batalla. Esta guerra de un solo bando armado, en un país democrático en el que cualquier grupo podía formar su partido y presentarse en las urnas, ha sido la tónica en España durante décadas, y ha impuesto en buena parte de la opinión extranjera y en no poco de la autóctona su falsa lógica bélica. El terrorismo es en estos casos el máximo exponente del bloque parásito. Reúne sus rasgos pero va más allá: Vive sustancialmente del mito, la muerte y el miedo que crea y actúa, de manera no explícita pero sí necesaria y fáctica, como agente colateral de las tribus que simplemente aspiran a sorber la mayor materia posible de cuanto y cuantos les rodean sin los riesgos e incomodidades del asesinato. La gratificación que ETA y afines más o menos platónicos obtienen es menos material pero más excitante y poderosa que el dinero. Sin relevancia personal alguna, el terrorista se siente elevado, entre el clan, al más alto rango, vive la ebriedad de la Causa, se erige ante sí y ante la opinión como el que ha elegido caminar por las cimas más allá del Bien y del Mal. Tiene el poder, y la libertad, de matar. En un plano más cerca de tierra, menos absoluto, la peculiaridad, el rasgo diferencial con su habitual corolario de subvencionado, especialmente favorecido, situado respecto al resto en la aristocracia, es el reducto de la irracionalidad más prolija y repetidamente razonada, al mejor estilo nazi por cierto, pues durante el III Reich, a la par que la tradicional eficiencia y lógica alemanas, se dio un sorprendente fervor por esoterismos, neopaganismos, mitologías y todo tipo de ensoñaciones que se iban convirtiendo prestamente en grandes monstruos. Probablemente quien mejor lo ha escenificado es, en España, Albert Boadella, dramaturgo y cómico genial durante su monólogo, solo en escena y todas las luces apagadas. Inspirado por la situación en su Cataluña natal, anunciaba su singularidad, repetía Yo soy singular y ustedes no y terminaba conminando al auditorio a acatar la consecuencia lógica: Paguen ustedes, paguen. Y es que el “Pagad, pagad, malditos” es el motto del club de la queja. La singularidad reivindicada nunca es la de los individuos, libres e iguales en derechos, sino exactamente su opuesto, el orwelliano de unos muchísimo más iguales que otros entre sí mismos, en el coto favorecido.
Hay una clase de nuevos ricos, de élite postmoderna, que nace muy concretamente en la Europa y países similares ultramarinos del pasado siglo y que pretende a continuación vivir de la mala conciencia de las sociedades del, aunque maltrecho, estado de bienestar y de la publicidad que les procuran los medios de comunicación, que otorgan una dimensión desmesurada a su importancia real. Las nuevas élites revolucionarias coinciden, y muy probablemente no por casualidad, con los años setenta, como una réplica del movimiento sísmico, que se saldó con millones de muertos, de la Revolución Cultural maoísta. La época fue viendo nacer y extenderse diversas guerrillas, deificadas y pasablemente asesinas, en Italia, Alemania, Perú, Argentina, España, unificadas por la franquicia ideológica de la creencia en el estado de guerra permanente contra el sistema opresor, la cual permite a cualquiera cualquier crimen contra la existencia y propiedad ajenas con buena conciencia y generosa prima de publicidad. De este maná social han bebido hasta la fecha aquéllos que, por sus propios merecimientos, carecerían de peso profesional y vital alguno.
En el proceso de creación de una especie de antimateria verbal, nacionalismo y utopía son ingredientes imprescindibles, dobletes de cuanto los términos originales abrigaron y abrigan de contenido positivo, abierto, noble. Han pasado a ser refugio de los canallas, motores de exclusión y de agresión, membrete de lucrativos negocios, apropiaciones y desfalcos, atractivo cartel de propaganda. Y sus principales víctimas son los referentes genuinos, el cálido afecto hacia el suelo propio que, cuando es de buena ley, desborda hacia el interés y aprecio por los ajenos, el nervio solidario y desinteresado de indignación ante la maldad y la injusticia, la búsqueda del ideal, el recuerdo de que los avances se han ido produciendo a partir del luminoso círculo de las buenas ideas. De cuyo brillo se apropiaron los clanes parásitos para construir el empedrado de su infierno.
El armazón que sostiene la defensa de la aristocracia diferencial tiene una gran ventaja: encierra en su misma esencia su antídoto porque está hilado con pura fantasmagoría que no resiste la primera embestida neuronal, la confrontación más leve con la realidad.
Rescate
El edificio dual tiene como preludio la Revolución Francesa, pero empieza probablemente con la difusión de los conceptos de Lucha de Clases y Sentido de la Historia. Entrados en esta dinámica, aparentemente dialéctica pero bipolar de hecho, los ideales de igualdad ciudadana se difuminan; persona, análisis concretos, civilización como resultado acumulativo de logros que generan un mejor vivir pasan a muy segundo plano, son cubiertos por el manto homogéneo de la necesaria pertenencia a uno de dos bloques antagónicos. Ambos son simples entes de razón, construcciones mentales, no realidades indiscutibles. Las” Clases” carecen de existencia excepto como término concreto aplicado a sectores en un marco y momento definidos. No hay “Historia” con un proyecto, movimiento y leyes propias en el que estarían fatalmente insertos todos los individuos como las gotas en un torrente. Sin embargo la trama verbal dual ha descendido como una red sobre lengua y cultura, encerrado en sus mallas comunicación y pensamiento. Y de ello vive quien no podría vivir, ni prosperar, de otra cosa, a partir de un fenómeno nuevo: La construcción de los Estados de Bienestar, en sí un enorme logro pero que ha producido la ruinosa y peligrosa excrecencia de las utopías subvencionadas, grupos que se vuelven pronto de presión, adquieren gran fuerza como palanca electoral y exigen del Estado vivir en un régimen de manutención completa porque representan ideales por los que sus miembros nada arriesgan. Y ello en una época en la que se vive pendiente de aparatos que, de apagarse súbitamente, sumirían en la mayor indefensión y desconcierto a aquéllos mismos que reivindican la vuelta a las condiciones naturales que procuraban a nuestros antepasados una esperanza de vida de treinta años y un cuerpo en el que cualquier deterioro físico era irreversible. El petróleo de esta maquinaria de poder tribal es la canalización y explotación de la envidia, la más antigua, y estéril, de las pasiones criminales. Con ese estiércol se abonan, con una mano, vastos campos de victimismo mientras que se extiende la otra para recibir del Estado los fondos necesarios para continuar la tarea y ser elegido como gestor del acceso al indiscriminado reparto y al Reino de la Completa Gratuidad.
Los siglos XX y XXI, inundados de mensajes, técnica y millones de millones de población, están muy lejos de un uso primero de las dualidades, que, fuera del mundo de la acción, probablemente obedeció en su raíz a la necesidad de entender el universo, de dar un sentido a lo que en sí no tiene sino el que se quiere creer o se le presta. El final de la idea del sentido de la Historia, de la eterna Lucha de Clases, ha sido reciclado, con mayor o menor fortuna, según países y conveniencias. Hay casos en que, lejos de vitalizar el sentimiento e ideal de Civilización como memoria acumulativa de progresos de la especie humana, de alejamiento de la irracionalidad y aprecio de la cultura, el oportunismo ha ganado, momentáneamente, la partida y ha seguido imponiendo, incluso con mayor empeño, dualidades ficticias de Mal y Bien como únicas formas de interpretar la realidad. Izquierdas y Derechas es probablemente el caso más representativo en la edad contemporánea. Y España un ejemplo de manual. Pero sólo aún, apenas, todavía. El desprecio terapéutico de las tripulaciones de ratas del barco político ha comenzado a actuar. Hay una Resistencia simplemente armada de desdén y lejanía. Las dualidades preceptivas, y su manejo, están desapareciendo, se dispersan, con las invocaciones e intereses de sus fieles, en el nuevo aire exterior, perecen de pura vejez y están destinadas, como los viejos dioses, a difuminarse en el olvido, la anonimia y la indiferencia.
Y aquí se alza la gran cuestión: ¿Pueden defenderse causas nobles, luchar por la igualdad de derechos y contra la injusticia, proteger a los más débiles, salvar el muy necesario servicio público –y en él se incluyen sanidad y educación- y desfacer entuertos sin los viejos andadores duales? El comodín bipolar ofrecía el confort de la ropa muy usada, los zapatos amoldados al pie, la etiqueta fija, el precocinado listo en minutos. ¿Puede, sin estos maîtres à penser, sin estos dueños de la batuta de la orquesta social, haber oposición, movimientos de protesta, denuncias, sindicatos, alternativas, cambios? Sí, porque los ha habido y siguen siendo necesarios. Hubo individuos de valor y con decencia, que obraron con mayor o menor fortuna, cometieron errores pero invirtieron esfuerzo, corrieron riesgos y quemaron tiempo en la empresa. Su enemigo es justamente quienes usurparon sus nombres en beneficio propio, hicieron de la contestación y reivindicación un empleo fijo y se empeñan en mantener, con amenazas, la cárcel de los dos tipos de etiquetados.
La receta para la liberación y contra la impostura es de preparación fácil, Basta con añadir al instantáneo rechazo de quien se justifica (o descalifica al contrario) con los anatemas-icono antes citados un rechazo no menos automático de cuanto se ofrece sin precio y de aquéllos que prometen gratuidades inmerecidas, véanse diplomas, cargos, bienes, servicios y la seguridad, alojamiento y manutención garantizadas, de la cuna a la lápida, por el simple hecho de existir. Es importante tener en cuenta, en la preparación de la receta, la expulsión vomitiva y vomitable de todo tipo de transposición de la responsabilidad individual a aglomeraciones de sujetos gregarios. Tras esta saludable tarea de filtrado quedarán personas y hechos desprovistos de cortezas y ataduras y capaces de planear y construir parcelas de futuro.
No tardarán en encontrar, tras el vértigo del aparente vacío inicial, el aliciente inconfundible de la libertad y de esa superación de las ficciones que es el mundo real, cada vez más conectado, más cercano y, al tiempo, más asombroso en la variedad de sus formas, un mundo, un universo ciertamente crueles, pero cuya belleza supera toda ponderación.
Tiempo de Ideas
Es tiempo de ideas versus tiempo de tribus. La red ratonil es aún voraz pero también caduca. Antes de la plaga de las clientelas de la utopía, las utopías existieron. Como indicara Leonardo, cuanto se distingue y no pertenece a la Naturaleza ha sido primero una idea en una mente, para ir materializándose luego en lo que forma, con sus luces y sus sombras, cultura y civilización. Todo fue creación en alguien, en algún momento, proyección de voluntad y deseo, antes de germinar, prosperar e ir cambiando lo que conforma el medio vital y teje ciencia, técnica, arte, filosofía e historia. El Renacimiento, el Humanismo, la Ilustración, los Estados de Derecho, los valores universales y los derechos humanos han impulsado cada vez, con millares de palabras, intentos, instituciones, leyes y empresas henchidas de ilusión sociedades mejores cuyos logros sobrenadan a los naufragios, las aberraciones y los monstruos creados en el camino. La conciencia de esa universalidad de valores cara al Siglo de las Luces es extraordinariamente importante, pero de nada sirve sin su verbalización, sin que se encapsule en las palabras adecuadas y sea expresada por cualquiera en cualquier ocasión que lo requiera, aunque no existan medios materiales de cambiar las situaciones y se transija, acuerde y pacte según el peso económico y diplomático. Esto no impide que se eluda la denuncia y la defensa de lo que debe ser defendido. Muy por encima de un supuesto respeto a la pluralidad de religiones y costumbres que no es sino oportunismo, ignorancia y tibieza se alza la universalidad de los derechos, la responsabilidad en los actos, la insobornable realidad. Cada expresión, pública y privada, de desacuerdo, cada análisis y juicio claro desprovisto de consignas son un medio de socavar situaciones que, lejos de ser eternas e inalterables, son vulnerables en extremo a la imagen externa, el común sentido y la fluidez global de datos. El dos y dos son cuatro y no cinco de Orwell sigue teniendo toda su vigencia.
La idea de espacios de igualdad de Derecho fue invadida por la ola parásita de clientelas a cargo del contribuyente, las cuales, mientras se nutrían del huésped, seguían el mandato de multiplicaos y poblad la tierra mientras en ella quede algo que roer. Sin embargo se está invirtiendo el desdichado proceso que, en dinámica inversa a la de Las Luces, ha llevado de la persona a la tribu. Y es tiempo de recobrar el camino anterior y opuesto, el de la tribu a la persona, ese indispensable espacio de la nación como sede de ciudadanos y de ciudadanía, de gentes libres e iguales con derechos en nada condicionados a rasgos localistas, lingüísticos, raciales o históricos, un perímetro de seguridad legal desinfectado de superioridades míticas, amante de lo propio y precisamente por ello abierto a la apreciación de lo ajeno, día a día más propio también en una sucesión de círculos perceptivos que cada vez se extienden a mayores distancias.
Una vez desinfectado el panorama del chantaje Izquierdas/Derechas quedan otras dualidades, no por subrepticias y en apariencia inocuas menos peligrosas. Son las hermanas menores, las damas de honor del grande y engañoso atajo hacia supuestas verdades superiores y globales que liberan de la enfadosa tarea de pensar, de asumir las propias responsabilidades y de reconocer que el mundo ni es justo ni gratuito ni fuente de felicidad por decreto ley y que cada día representa un esfuerzo de lucidez y de solidaridad procurar que, en parte, lo sea. El Gran Enemigo puede adoptar tantos nombres como la legión satánica, véase Sistema, Estado, Capital, Conjura de Poderosos u Organizaciones Mundiales. El sujeto puede variar pero la dinámica es siempre la misma: Situar a un lado al diabólico dueño del poder y al otro al pueblo caracterizado por su inocencia y por el daño que el reino infernal le ocasiona. Poco importa, sorprendentemente, que se viva, con todas sus imperfecciones y fallos, en Estados de Derecho y sistemas democráticos con políticos y partidos electos. Entre otras dualidades que el Gran Enemigo cobija bajo sus alas se encuentra el mito del buen vasallo, tópico literario castellano en tiempos con base real apoyada en la noble figura del Mío Çid, pero luego amplia, oportunista y anacrónicamente asumido. Ocurre que los vasallos ni son desde hace largo tiempo vasallos ni son homogéneos ni son buenos por definición. Como todos los colectivos, éste también es una trampa, semejante al empleo del “Todos somos….Todos hacemos…Todos queremos….” cuando se hace participar a otro de rasgos y comportamientos que no tiene. Lo que se reprocha al sistema educativo, a los nacionalismos tribales, al sindicalismo de nómina estatal es lo que se ha apoyado, subvencionado, contemplado con indiferencia, admitido con la vaga permisividad de la cobardía y el pensamiento mínimo. Cuanto ocurre no es ineluctable resultado de alguna catástrofe meteorológica; llega arropado por el lenguaje impropio y tibio, por la dejación en el cumplimiento de las leyes, por el cansino asentimiento con tal de garantizarse la aceptación social y recibir los restos de la tarta dejados en el mantel.
Tiempo de precios
Por supuesto que las utopías valen la pena, pero no las pagadas con la piel de otros. Las actuales piden implicación personal mucho más que llanto y mito y su ejercicio incluye un incómodo peaje en el recorte de parcelas de comodidad y no poca modestia en la aceptación de las mejoras obra de otros, sean quienes fueren, y la constatación de que lo mejor es enemigo de lo bueno. La costumbre de pagar, o al menos reconocer, el precio de cuanto bien se desea o se disfruta está tan oculta por ofertas electoreras de felicidad todo a cien, por el interesado dogma de la gratuidad extendido por las clientelas utópicas y por la doctrina, incrustada en la opinión, de la eterna deuda injusta que el rescate del principio de realidad no es tarea fácil. Se ha extendido el consumo de una peligrosa droga: La irresponsabilidad personal a todos los niveles, desde el niño-rey al criminal siempre producto de frustraciones sociales pasando por los visires autonómicos con exigencias de califa. En planos más globales, de repente Europa se encuentra conque el amigo americano no va a pagar más sus facturas sino que se vuelca hacia la activa y emprendedora cuenca del Pacífico. Gran desconcierto y apresurado reciclaje de las pancartas Americans, go home en Americans, come home, please.
Hay una búsqueda desesperada de enemigos. La retirada de escena del Poderoso Número Uno deja un vacío vertiginoso en la iglesia política mental de buena parte de Occidente. Los que carecían de poder, de influencia, de éxito tenían hasta ahora, por contraste, el certificado de garantía de su inocencia y su bondad. Esto ya no es válido. Hay pendiente una enorme tarea de desescombro, de disociación de los términos social y público del de parásito y explotador de la sufrida y pagana clase media. Cumple aprender a pensar y a orientarse en un terreno desconocido carente de señalización ideológica y de consignas. En la Antigüedad y en la Edad Media, incluso en el Antiguo Régimen, todo era más fácil, la dependencia, saqueos, recompensas, castigos y servidumbres se enmarcaban en el nítido reino de la fuerza, del jefe, responsable del bien y del mal, de vidas y haciendas. No cabían asociaciones reivindicativas del mérito de la diferencia, ni del especial orgullo de los arqueros zurdos, tampoco los domadores de pulgas podían reclamar compensaciones a su secular postergación social respecto a los cetreros, ni menudeaban las comisiones para la sustitución del Latín por el caló como lengua de la diplomacia sin fronteras. Pero llega la democracia a enturbiarlo todo, a distribuir a cada ciudadano un fardo de albedrío e implicación en normas, leyes y tipo de gobierno del que éste procura desembarazarse por diversos medios, de los que el más común es buscar al grande, ancestral, a ser posible lejano, colectivo e incluso abstracto enemigo.
El colectivo suplente está en las redes, en su oferta ilimitada de solidaridad y compañía, con el mínimo esfuerzo que permite decantarse con suma facilidad por lo más vil, lo menos exigente desde el punto de vista ético e intelectual, por el placebo de acción directa que no en vano se ha hecho indispensable para los adeptos al terrorismo. En el mundo real y de las buenas intenciones
Transición final de trayecto
Adiós, Transición, adiós. Fue hermoso mientras duró quizás por el empeño en creer que lo era. Es posible que a la inocencia y afán de ese empeño se debe el paso franco ofrecido pronto a la vileza. Tuvo el atractivo de la juventud, del principio de algo que es un simple umbral, una promesa no avalada por los actos, asentada en la negación infantil de lo existente, en los ritos de afirmación de guerrilla urbana, de valientes desafíos que no habían existido. Y en España su parte más noble de solidaridad e ilusiones fue rápidamente secuestrada por los que pretendían, y lograron, hacer de ella su durable y provechosa parcela. Enseguida todo lo fue cubriendo, como el merengue en una tarta, el radical y vertiginoso cambio técnico de las últimas décadas del siglo pasado, el buen vivir, semejante a los felices veinte, la prosperidad que se creía lineal y segura y, pronto, la mutación de la Era de las Comunicaciones, el aparente poder del saber instantáneo y las grietas, inesperadas, sorprendentes y sin embargo previsibles en algo en lo que se vivía con blandura y con la seguridad de lo permanentemente adquirido, y que, por lo tanto, se denigraba y que se llamaba civilización.
Las utopías piden un rescate, son, finalmente, un mosaico de ideales, de pequeñas empresas, de intentos tan ajenos a la conveniencia personal como el estudio de las galaxias del universo. En la Tierra y en lo que a sus habitantes humanos concierne, no se trata de su final, sino del final de las utopías gratis total y de las exhibidas como requisito para ponerse en nómina. Retos y disyuntivas son nuevos. No habrá diplomas de pertenencia al club dual adecuado, ni se ofrecerán lotes de placa solar, pancarta antiimperialista y bicicleta de última generación. El panorama es a la vez sencillo y complejo: Transportes y difusión informativa han puesto al alcance de quien lo desee la vivencia de cualquier etapa y cualquier variante de la evolución de la especie. Un anhelo tribal puede realizarse con la simple incorporación a cuantos aún viven de tal manera, pero para ser consecuentes esto incluye, llegado el caso, el recurso al brujo de la tribu en vez de al odontólogo. Por primera vez en el planeta se ofrecen simultáneamente la edad de piedra, los cazadores y recolectores y Silicon Valley. Con un pie en el paro y otro en las visitas virtuales por el cosmos, la orientación ideológica, e incluso física, no son fáciles ante tal oferta. Sobre todo cuando las referencias básicas se han reducido a la conveniencia del rechazo a lo conocido, lo tradicional, lo perteneciente al confuso y denigrado vocablo Civilización.
El panorama se clarifica no poco cuando se pasa por el cedazo del interés y se ve en qué quedan proclamas, manifestaciones y gestos cuando desaparece el beneficio al que venían siendo asociados, una rentabilidad no siempre económica y sí un mucho social. Han amarilleado y muestran fecha de caducidad los carnets imaginarios, ya no permiten la entrada a los clubes que solían. Para beneficio de los que, al menos, a partir de ahora crearán sus propias filiaciones teniendo como referencia el principio de realidad. Esa desaparición abre las puertas a una percepción más amplia y a unos actos sopesados según el riesgo, energía y tesón invertidos en ellos.
Un mundo de transiciones
España no es ciertamente la única embarcada en cambios perceptibles de etapa, ni tiene el copy right del producto Transición. Aquello a lo que ella se enfrenta con la sensación inconfundible de paso a otra época sucede también en diversas medidas en el área occidental a la que pertenece, mientras que en el resto del mundo cada cual intenta resolver a su vez contradicciones que recuerdan a los dolores de crecimiento de los adolescentes. Tal vez se trata del fin de la infancia del que hablaba Arthur C. Clarke, del paso de la omnipotencia infantil al sano, y a la larga mucho más gratificante, principio de realidad. La imparable globalidad actual, tejida en buena parte por la espesa red de comunicaciones, podría equivaler a una primera etapa de esa mente común en la que en el relato de Clarke se resuelven las individualidades de los seres del planeta Tierra bajo la supervisión del enviado por una superior especie galáctica. En la práctica del aquí y ahora, es dudoso que los humanos quieran desterrar la personalidad distinta de sus vidas, aunque el precio de ella, y de la libertad, sean la tristeza, el error, la angustia y el fracaso. Final y fatalmente siempre se alza en el horizonte el Árbol de la Ciencia, el alto peaje que pagar por el conocimiento y el ansia de alcanzarlo, y la agudeza de las pasiones que, como las sensaciones directas, no admiten simulacros.
A España se le ha acabado el tiempo de descuento, ha agotado la tregua entre una tiranía que le permitía ser irresponsable y la utilización del edificio propiedad de la cooperativa. Se enfrenta a sus propias cosechas, que incluyen la peligrosa mezcla de amplísima clase parásita, cesiones al terrorismo y nihilismo de vanguardia; tres elementos presentes en otros países pero no en semejante proporción ni protegidos por los mismos blindajes. En vez servir de parque temático de un romanticismo trasnochado y de un revolucionarismo light mediterráneo puede valer para naciones más consolidadas de cierto ejemplo negativo por lo que a ella tienen éstas de afín en lo que respecta a utopías de nómina y sectores improductivos cuyo mantenimiento, a cargo estatal, sirve de coartada para las fechorías financieras, siempre impunes. La cantidad en los ingredientes alcanza en España calidad significativa. Su red de intereses y sus financiaciones inútiles (excepto para sus beneficiarios) carece en Europa de parangón, como tampoco existe allende fronteras chantaje comparable al que aquende ha permitido el expolio. El sometimiento al terrorismo tras la matanza del 11 M y la colocación de miembros de ETA en puestos públicos ocupa un nada honroso solitario puesto. Es, además. España imbatible en el odio y denigración de sus símbolos, véase himno y bandera, de sus rasgos identitarios, como la propia historia, lengua y territorio, y del nombre mismo que la designa. Siempre parece tener una ansiosa lista de espera de enemigos autóctonos esperando repartirse su desguace, pero éstos, a diferencia de las guerras balkánicas, se guardan muy bien de arriesgar patrimonio o empleo.
En el resto de Europa un amplio sector significativamente presente lleva largo tiempo embarcado en una cuidadosa demolición de lo que civilización occidental representa. Entre otras razones porque el producto tiene las ventajas de la comida rápida y es rentable: A más comunicación instantánea menos reflexión y más autosatisfacción, por ahorro neuronal y por sensación de pertenencia a un grupo. Esa caricatura de la democracia que es la mezcla de populismo victimista, miedo y asambleísmo de luces cortas vende. El terrorista cuenta con una generosa cuota de comprensión, relativismo y todo tipo de argumentos que impidan al público la acción defensiva y ofensiva, la toma de posición y el riesgo. El interés por países lejanos y la afectuosa atención, con ejemplar solicitud y modestia, hacia sus culturas se utilizan como arma y argumento contra la propia. La bien pagada burocracia de organizaciones internacionales colabora activamente en esta dinámica de todos sois formidables con el reparto de títulos de herencia cultural, y lo hace con tal largueza que no sería extraño que se nombrara a la tradición de los cazadores de cabezas Patrimonio de la Humanidad.
Hay una curiosa virulencia indiscriminada en el movimiento que se proclama pacifista, parecida a la infinita sed antisistema de negación de cuanto existe precisamente porque tiene calidad, valor, peso. Se cultiva una añoranza de tierra quemada y punto cero porque los habitantes de ese páramo carecerían de puntos comparativos y disfrutarían de la sensación de que nadie poseerá lo que ellos no han logrado. La nueva Edad Dorada mítica habría sido la del igualitarismo perfecto y sus antagonistas, en bloque, son desde Aquiles hasta el último de los héroes de la Aliada, Tersites –que al fin y al cabo tenía sus aspiraciones- incluido. La diferencia con el Hombre Nuevo o el Buen Salvaje rousseauniano es que ahora se trata de nihilistas bien instalados en la sociedad cotidiana, de la que extraen un estatus ventajoso y por la que se hacen pagar, y con frecuencia admirar. Como sin dualidad aparente no hay acción ni movilización, el cansino maniqueísmo tradicional se ve reemplazado por un inmenso Club de Víctimas, que sería el Pueblo (en absoluto el individuo ni el ciudadano de un Estado parlamentario de Derecho) enfrentado a los Poderosos, la Conjura y el indispensable Mal. El catecismo siglo XXI podría definirse como un Adanismo singularmente peligroso que reivindica para sí toda la legitimidad del fin que justifica los medios frente a un estado de cosas maligno, injusto y coercitivo. Se trata del adanismo de las clientelas parásitas del sistema cuya destrucción propugnan, dispuestas a trocear y repartirse como botín legítimo sencillamente cuanto existe mediante el monopolio de las utopías y la propaganda potenciada como nunca anteriormente por los medios de comunicación.
Como los dioses castigan a los hombres concediéndoles sus deseos, resulta que el Enemigo habitual, los malos de nómina, siguen el consejo de tantos graffiti Americans go home y se van a su casa. Estados Unidos, y Canadá, tienen las grandes reservas y la técnica para extraer de nuevas fuentes cuanto combustible necesitan, dan la espalda al viejo, conflictivo, siempre pedigüeño continente y estrechan lazos con las enérgicas y laboriosas naciones del Pacífico, en las que, por haber vivido la experiencia, tienen poco predicamento las veleidades utópicas gratis total. El pistoletazo de salida lo dio el Presidente Obama, a poco de ser nombrado, en su discurso en El Cairo, ignorando a la población con aspiraciones a un estado moderno laico egipcio y adulando a los islámicos. No está siendo una digna retirada, y es probable que tampoco el abandono de Europa, en ambos sentidos, sea una medida inteligente que impulse la afirmación de naciones más libres y prósperas en un mundo mejor, pero al menos hará patente e insoslayable la conciencia del precio de cuanto se posee y la necesidad de esforzarse y de pagar por vivir cómo se vive, con la grave consecuencia de dejar en el paro a las capas parásitas de las utopías vicarias.
Mientras tal cosa ocurre, proliferan los temas de sujeto neutro, indefinido, de irresponsabilidad difusa, que generan redes de intereses y permiten crear fuentes de beneficios sin méritos probados y sin pérdidas patrimoniales. Dado que el futuro, como el papel, lo aguanta todo, los sujetos individuales, responsables por lo tanto de sus actos, han desaparecido de escena. Los aquiles han menguado de talla a velocidad pasmosa y no aspiran a mayor gloria que al puñado de minutos televisivos. Ya no hay héroes, ni aspirantes a serlo, que para bien o para mal al menos se arriesguen en empresas y deban rendir cuentas en el presente confrontados al principio de realidad. Se ha creado un mundo de abstracciones sin culpables, un horizonte planetario anónimo que se constituye en nueva religión, la más reciente de las temibles religiones laicas, con sus dogmas, ritos y, sobre todo, oneroso clero. Los dioses antiguos están sin duda encantados ante la segunda oportunidad que, tras milenios de olvido, se les ofrece. Gea, Urano, Odín, Cibeles, Cernunnos, Isis, Zeus, Ra, la Pachamama y demás personificaciones de elementos naturales y leyes físicas disfrutan de la nueva juventud que les brindan los adoradores de la Madre Tierra, los cruzados de la salvación del Planeta, los convencidos del solícito amor con el que la Naturaleza los distingue, sin reparar en que la amorosa madre se rige por la selección natural y la supervivencia de la especie, no la del individuo y menos aún la del débil, el de avanzada edad (más de 35 años) o el enfermo. Toda irracionalidad y todo dispendio y abuso tienen barra libre en el culto futurible al uso, en nombre de dogmas tan indiscutibles como de imposible comprobación. Brilla de nuevo, en el horizonte de los partidarios del mínimo esfuerzo mental el sol de la autocensura. Imposible rebatir y ni siquiera cuestionar las predicciones, catastrofistas todas, de diversas y merecidas desdichas de las que será víctima la especie humana, culpable por el hecho de existir y, mientras alienta, en estado de pecado original e imperativa necesidad de arrepentimiento público, disculpa y expiación. Cuando el comisariado bienpensante veía con inquietud disminuir el terreno propicio para sus fieles, peligrar los chantajes duales y con ello los diezmos y primicias de su clero gloriosamente laico, aparece la gran empresa de la salvación planetaria, con filones inextinguibles de víctimas que reivindicar desde la aurora de los tiempos. Todo un respiro.
Y sin embargo la cartografía de la indefensión y de las transiciones es precisamente la que permite avanzar hacia muy diferentes panoramas, la que, por contraste con el Lado Oscuro, delimita el perfil de territorios de claridad y, una vez abandonadas las cadenas duales, se abre a opciones, hechos, individuos. Queda atrás, como un traje viejo, la cárcel lingüística, el lenguaje interesada o estúpidamente pervertido. Cada día es distinto, y la tarea, al principio trabajosa y desacostumbrada de juzgar por los hechos y actuar según el juicio propio, adquiere el atractivo de quien explora países a la vez familiares y desconocidos. Una limpieza a fondo de populismo permite descubrir las posibilidades personales, el rescate de la herencia cultural y el esfuerzo del saber aporta la inconfundible sensación de alimento no perecedero, el denigrado cariño por la tierra propia pasa a ser puerta hacia la percepción y aprecio de las ajenas, que crecen a su vez y toman altura cuando, necesariamente, hay que rendirse a la belleza que acompaña a la crueldad del mundo. Y se vuelve a la vieja pregunta fundamental ¿Vale más vivir que morir? ¿Vale más el ser que la nada? cuya respuesta es siempre solitaria.
Tras las opciones hay puertas, con frecuencia muy materiales. La del abandono, que probablemente no será largo ni será tal, de un Washington volcado hacia el oeste podría atraer la atención del Viejo Mundo hacia una zona de posibilidades: la Eurasia más allá del mar Caspio. La nueva Ruta de la Seda revive su vocación comercial, se sabe crucial por el uranio, el oro y muy especialmente por las arterias de gas y de petróleo con proyectos cada vez de mayor importancia. Europa tiene ahí su Pacífico, su oportunidad y su salida, en países como Uzbekistán, con una gran ambición de modernidad, con vitalidad y dinamismo. Estos territorios situados en el centro del círculo antigua Unión Soviética-China y al sur de fundamentalismos islámicos de confesiones diversas, no desean integrarse en las áreas de sus vecinos, pese a los requiebros de Arabia Saudí y el peso de la China y la Rusia inmensas.[6] Su historia, enterrada en la arena, habla de épocas más amplias, de un fluir paralizado y anegado en sangre, como en Merv (Mary), en 1221, por Tolui, el hijo de Gengis Khan, que la arrasó y exterminó con un saldo quizás de un millón de muertos y puso fin a la mítica Ruta. El pasillo de Asia central se reabre, los uzbecos miran hacia Occidente, en Tashkent se perciben la energía y el cambio. Una calle en Samarcanda recuerda a Ruy González de Clavijo, enviado por Enrique III de Castilla en 1404 como embajador en la corte del emperador mongol Tamerlán, que es Timur Lang, es decir, Timur el Cojo. El oasis de Fergana, en las puertas de China, es una moderna ciudad de tipo soviético y buen nivel. Las dictaduras de Turkmenistán puede que sigan el ejemplo –es decir, que desaparezcan- de uno de sus jefes supremos, amante de las estatuas de oro que se hacía erigir en la capital, Ashgabad, y que los congresos que le deseaban miles de años de Presidencia no impidieron que falleciera súbitamente de un infarto. Es muy probable que, esquivando el poco atractivo ejemplo iraní –por no hablar del de Afganistán y Pakistán-, estos países busquen alianzas semejantes a las aspiraciones de Turquía al ingreso en la Comunidad de países mediterráneos.
La Europa de Europa hoy por hoy es Eurasia, sus perspectivas de alianzas, comercio y progreso se encuentran también en Extremo Oriente, en sociedades vacunadas contra el comunismo por vecindades y por experiencias terribles, que han sabido alzarse hasta la modernidad en pocas décadas, en las que la sociedad civil hierve de iniciativas y deseos de instruirse y ha rechazado sabiamente el victimismo y el complejo respecto a Estados Unidos. Vietnam, Singapur, Malasia en buena medida, lo que podrá ser en breve Myanmar, la Birmania de otrora, Japón cada vez más alejado de un culto de tipo fascista al honor que parecía genético, Corea del Sur, Taiwán limpia como los chorros del oro, amable, vital, educada, sonriente y segura, y los que se van sumando configuran el amigo asiático por méritos propios. Los temidos amarillos no son un peligro sino una esperanza y una ventana al futuro para la Europa desorientada, regresiva, aldeana, temerosa. Los países musulmanes, encerrados en el problema del único juguete de una cultura y religión fallidas por la impotencia para separarse del Estado, lo resolverán o no, pero Europa tiene que dar el sorpasso, sobre ellos y comunicarse y establecer lazos con los que, en un mundo en todos los lugares asequible por los transportes, han optado por vivir vidas civilizadas, dichosas, prósperas. Sociedades punteras en informática pero sabiamente tradicionales en los usos que valía la pena preservar, donde hombres y mujeres salen, entran, van juntos, en las que los templos están abiertos a cualquiera y las aulas no dan abasto con el afán de aprender, poblaciones con arte y técnica, parejas enlazadas, niños, tradiciones amorosamente conservadas, con su color, bullicio y al tiempo su tolerancia y paz, para disfrute de propios y extraños.
Esos millones en los que Occidente ve temible masa por la simple razón del número no son hormigas homogéneas e implacables en la sumisa dedicación al trabajo. Son gentes, como los del otro lado de Eurasia, de una de gambas pero pagándosela ellos, de mercadillos con rica comida fresca, de competiciones de fuegos artificiales, bailes y música, de ir de tiendas, de pedir favores en los templos a sus santos patronos, vestirse a la última y aprovechar hasta el último minuto de sus ocios. Ellos han tenido de todo en cuestión de vicisitudes en los siglos XX y XXI, saben de la virtud de la modestia, la observación, la tenacidad, y se desviven por alcanzar altos niveles educativos, sufrieron agresiones, manifestaciones y muertos, conocen los precios de la libertad, del respeto y la fragilidad de los sistemas de Derecho y la democracia, sus vecinos próximos son dictaduras tan enemigas de los individuos y de la vida buena en Asia como en Europa o América. Tienen, por lo tanto, mucho que ofrecer, observar, compartir, intercambiar y disfrutar en el mejor sentido de las globalizaciones.
Tan lejos, tan cerca. Auckland, Nueva Zelanda.
La mercancía que Europa tiene para ofrecer, su oro, su uranio, su petróleo y su seda es su modo de vida, algo que parece banal, imperceptible por lo cotidiano, pero muy real, hasta el punto de que permea el planeta y se ha extendido por una aceptación que no es la del caballo ni la espada, amalgamándose cada vez con formas lejanas y diversas pero en todas reconocible, en especial cuando falta. Y responde al simple deseo de libertad, de saber, de pensar y de disfrutar de la existencia.
[1] La realidad hispánica no decepciona: acaba de ofrecer, en marzo de 2016, un remedo de semáforo maoísta versión de género, con muñequitos con femenina falda.
[2] Véase La Secta Pedagógica, de Mercedes Ruiz Paz. UNISÓN EDICIONES.
[3] Véase Hannah Arendt: Los Orígenes del Totalitarismo.
[4] Estas líneas fueron escritas algunos meses antes de que se desprendiera, arrugara y quedara desatendido e ignorado como un papel viejo el panel dedicado a los mensajes sobre las víctimas. No hace falta mucha agudeza para prever que la posible reparación se aprovechará para diluir el 11 M en sí en condenas al terrorismo en general.
[5] Ali Ahmad Said Esber, “Adonis” ha publicado en España (Ed. Ariel) Violencia e Islam, serie de entrevistas con la profesora y psicoanalista Huria Abdeluahad.
[6] Nombres Árabes. Mercedes ROSÚA. Editorial Alegoría. Sevilla 2012.