La postmodernidad universal

La postmodernidad universal

Armenia mira al monte Ararat, que ya no es suyo, como las guerras perdidas (monasterio y monte Ararat. Armenia).

 Al menos el pequeño ciudadano no está solo. Nunca se encontró más acompañado y su angustia vital correspondería a l’embarras du choix, como dirían los franceses, a la dificultad de elegir entre las múltiples ofertas para emplear el ocio, los cientos de amigos virtuales, los senderos que se ramifican ante él a cada paso ofreciéndole algo, y alguien, mejor que lo que tiene. La disponibilidad infinita de un medio que se abre ante él como la barra libre en un inmenso supermercado choca frontalmente con (cap. 22 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»)

las limitaciones del día a día, de la falta de medios, de trabajo, de afectos, certidumbres, seguridad, y con la caducidad caprichosa de su propio código corporal de barras. Algo en su yo ancestral echa de menos el espacio medido que tenía su planeta en el centro, ahora un sistema solar que a su vez se columpia en los bordes de la franja de la Vía Láctea. De repente parecen haberse acabado, no ya la Historia, sino nada menos que las dimensiones siderales sin más cartografía que la incógnita. La datación del principio y fin del océano de galaxias en la que la propia ocupa un modestísimo lugar es cosa hecha. Su recorrido es imposible mientras no se descubran atajos dimensionales pero está plasmado en cifras. Algo de magia se ha perdido pero la compensa la belleza abrumadora de los objetos celestes. El terráqueo, en el estrato más hondo de su corteza primitiva, rezonga que ya era bastante conque la Tierra se moviera bajo sus pies, conque además lo hiciera con el conjunto de los planetas en torno a un Sol que tampoco está fijo. Y, como si tal cosa no bastara, ahora cuanto contempla en el cielo, junto con él mismo, se sabe lanzado en la proyección de una explosión espacial a cuyo origen debe la existencia.

Anteriormente él podía imaginar un antes y un después, un enorme círculo no por inaccesible y remoto menos sujeto que él a las leyes básicas de la existencia y, ¿por qué no?, dotado de una finalidad semejante a la que el humano siempre ha soñado para su propia persona. Sociedades y relaciones tenían así un sentido, los actos una transcendencia, el azar no era árbitro único del insignificante, pero personalmente fundamental, fenómeno de la vida.

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

Melancolía de otro mundo-Groenlandia.

 

Asoma entonces el universo-esponja, la posibilidad de un infinito y simultáneo conglomerado de entes posibles que aparecen y desaparecen en una alternancia de materia/energía, vivo/muerto, fin/comienzo. Deslumbrado pero abandonado a sí mismo, advierte que no hay más referencias, normas, jalones orientativos que los que él quiera establecer como tales. La observación no tiene nada de nueva: La muerte de un Gran Patrón de la ética había sido proclamada en diversas ocasiones, pero no con el amparo de la Física, con la solidez comprobada de la Ciencia. Porque la nueva, y aparentemente definitiva, postmodernidad es la Era del Relativismo Cósmico, la de la Gran Lotería en la que simplemente las favorables condiciones que han permitido el desarrollo de la vida en un planeta óptimamente situado y dotado para ello no son sino la combinación de cifras premiada entre todas las bolas y vueltas del bombo posibles, y por ello, y no al revés, se da la especie consciente que reflexiona sobre su existencia, porque paralelas a ella se han dado todas las otras que no podían producir el fenómeno.

La levedad del ser.

La levedad del ser.

El Universo-Lotería ofrece, en la práctica, una plataforma de impunidad a cualquier habitante del pequeño planeta azul del extrarradio. En las burbujas espaciales cada posibilidad de acción de su ente paralelo puede estar realizándose. Sus yos matan a su mujer, nunca la conocieron, hacen la carrera que él siempre soñó, aprueban la oposición, roban bancos, se dedican a la política, toman cada uno de los senderos de aquéllos cruces en los que él optó por la dirección opuesta. El relativismo redivivo y avalado por buena parte de la Ciencia ofrece un resquicio privilegiado a una clientela sin escrúpulos ya avezada en su uso. Si la lotería es la ley no puede haber regla alguna excepto el capricho del azar que, como los dioses de los griegos, se ríe cruelmente de los avatares de los seres diminutos.

En un plano más pedestre, ante este panorama, no ya galáctico sino pluricósmico, el ser humano medio siente una especial indefensión afín a la de “Marx ha muerto, Dios ha muerto y yo no me siento nada bien”. El dogma de la Santísima Trinidad era simplicísimo al lado de los arcanos de la física y matemáticas que rigen cuanto existe, astros y dimensiones incluidos. La longevidad que le prometen en breve no resultará jamás suficiente para abarcar una ínfima parte de los saberes. Virtualmente ha alcanzado la ubicuidad y su libertad no tiene límites (con mayor razón si ésta y su ser todo son resultado de la cifra casualmente salida del bombo), sin embargo lo malo de la omnipotencia es que todos los otros son también omnipotentes, lo cual dificulta bastante en el día a día la comprensión y relación con el mundo cercano.

Cápsula espacial-Washington.

Cápsula espacial-Washington.

Siempre habrá, sin embargo, aquéllos que piensen que, lotería o no, vale la pena creer y defender un marco de valores, con mayor razón si aparentemente nada los avala sino un precario consenso. Como las luchas en las guerras perdidas.