Totalitarismo light
Democracia e Igualdad: conceptos cargados en principio de dignidad e intenciones nobles no sólo se han vaciado, sino que se utilizan favoreciendo a sus contrarios, y transformándolos así en armas peligrosas para los principios que nominalmente defienden. Las más añejas tiranías, los asesinos legales más longevos, los sistemas a los que no les caben los muertos en ningún armario, las más letales dictaduras se han bautizado a sí mismos y cara al mundo comoDemocracias Populares, (cap. 7 de «De la transición a la Indefensión. Y viceversa») Repúblicas Democráticas y Líderes del Pueblo.
Igualdad ha servido y sirve, en una sociedad de bienes contados, para privar de los frutos de su trabajo, de sus oportunidades y de la expansión de sus capacidades a los que por sí mismos lo merecen para que ocupe su espacio lógico, por medio de la discriminación pervertida, cualquiera sin más atributos que la pertenencia a un colectivo y la insignia de de una reivindicación. Este Cuarto Estado, el Parásito, cuya finalidad exclusiva es el mantenimiento y multiplicación propios, es exactamente el auténtico reverso de la Solidaridad que proclama. Los términos democracia, solidaridad, igualdad actúan como sustitutos ideales de la persona, del análisis concreto y de la causalidad razonada, blindan contra la denuncia, la apropiación indebida y la gestión ruinosa y son oportunos maquillajes de la simple cobardía, el mero oportunismo a golpe de exaltación callejera y las evidencias del lucro personal. Nadie, o apenas, ve, al otro lado del estrepitoso montaje, a las silenciosas víctimas que, por justicia y por necesidad, hubieran debido disfrutar de buenos servicios públicos, ser las receptoras de ayuda genuinamente solidaria, gozar de representación democrática. La lógica de los bienes finitos y, según circunstancias, escasos priva en primer lugar a los indefensos de lo más necesario. Porque el espacio ético que les correspondía ha sido invadido
por el populismo y la demagogia de la clase usurpadora.
El término democracia no queda mejor parado. En su nombre se puede laminar a explosivos a cualquier país que formalmente no la tenga y sentirse, sin mayores riesgos, el Bueno de la película que se proyectará en todas las pantallas. Las mayores barbaridades gozan de patente de corso cuando se alega el apoyo ocasional por una mayoría. Valga como botón de muestra la benevolente ceguera con la que los puntillosos gobiernos occidentales vienen desde hace medio siglo tratando el apartheid femenino islámico, tanto en las naciones de origen como entre los que viven en Europa. A los más débiles, empezando por su debilidad física y siguiendo por la social, se los (y sobre todo las) machaca y anula por sistema en los barrios turcos de Alemania (la estrella amarilla agobiaba menos que el chador) como en los de Pakistán, en las zonas musulmanas de Cataluña como en Kandahar. Porque Respeto, Tradición, Diálogo, Cultura, Tolerancia se han convertido, como el nacionalismo a cargo del contribuyente, en el último refugio de los canallas. Todo con tal de no arriesgarse a la incomodidad del enfrentamiento diario para defender, -al menos de palabra y con un mínimo de valentía- derechos humanos libertad propia y ajena, dignidad y principios. Cualquier cosa menos mirar cara a cara la insobornable desnudez de los hechos, perder mano de obra rentable, irritar a la bestia de países respecto a los cuales la premisa implícita es que lo mejor que se puede esperar es que se despedacen entre ellos. Nada más fácil que pasar la mano por el lomo a los más fanáticos, violentos y peligrosos (a los que están debajo, aplastados por la barbarie, ni se les ve ni se les espera), afirmar cuánto se respetan sus usos y costumbres, firmar contratos y correr.
Hay puntos críticos, jalones en el espacio y en el tiempo que emergen como marcadores visibles de una corriente de curso prolongado y ancho a la que, al socaire del mantra de la rebeldía contra un Occidente en el cual se bienvive, la opinión se acomoda a una curiosa ignorancia de grandes zonas de percepción. Quizás se sitúa en los años sesenta del siglo XX el giro hacia una de las jaculatorias laicas que hará mejor fortuna: los multiculturalismos, las falsas igualdades y la inseparable, y previa, pérdida de juicios de valor y compromisos morales que ello conlleva. Son los tiempos de un Jomeini mimado y apoyado por el París de la Ilustración. Ahí se abandona la idea de la defensa de los Derechos Humanos, los valores universales, el concepto de civilización. La puerta del Infierno se abre a vastas salas alfombradas de buenas intenciones y mejores consignas en las que da gusto dormir la siesta, prometedores paraísos en los que las simples comprensión y espera producirían cambios excelentes, respeto hacia el débil, amor generalizado, aplaudido todo por los observadores desde una distancia profiláctica. Ya no hay hechos, se ha entrado de nuevo en la cresta de una ola de bienaventurada ceguera que permitirá prosperar inmensamente a los surfistas del populismo.
Será un nuevo hito, décadas más tarde, el discurso en Egipto del Presidente de Estados Unidos. Por primera vez alguien ha sido elegido para el cargo, no por sus obras ni programa, sino por el color de su piel, por la pertenencia física a un sector étnico. Los mismos motivos de clan ideológico previo, de realidad impostada y amputada, harán que se le otorgue el Nobel de la Paz antes de que ejecute hazaña alguna. No hablará en El Cairo más que a los que identifican religión, aquí Islam, con población, ley y forma de vida. Acariciará con su verbo exclusivamente a los estudiantes y auditorio de la gran mezquita y universidad musulmana. Obviará, por el simple hecho de haber elegido ese lugar para su único discurso, a todos los demás, en un país con ochenta millones de habitantes, a los individuos y sus derechos, a los oprimidos, a las mujeres, a los cristianos y a los laicos. Y consagrará la omisión respecto a injusticias que hay que denunciar, el silencio en cuanto a gente a la que hay que defender al menos con la palabra y la presencia, abandonando los valores universales que son lo más humano y medular de lo que él ahí representa. La gran pantalla ilustra perfectamente el cambio hacia un confortable relativismo abrigado con la piel de cordero de la tolerancia general: Se ha pasado del alienígena que devora sin contemplaciones a la tripulación de la nave espacial a la especie mortífera pero incomprendida. La gigantesca hormiga reina de El juego de Ender es un híbrido de Alien y E. T con predominio de los dulces y enormes ojos ovales del último. La película concluye con un tiernísimo diálogo en el que, en escena de inenarrable cursilería que sume a la espectadora en desesperada añoranza de Alien, monstruoso y feroz sin paliativos, al niño humano y al insecto se les escapan sendas lágrimas. Empapado en pacifismo, salvación de otras especies (en este caso la causante de varios millones de víctimas terrícolas) y diálogo cósmico, el protagonista vuela en búsqueda de un hogar para el huevo de la hormiga finada, en un periplo inverso al de la tripulante de la nave de Alien, que tan valientemente luchó por destruir al monstruo y a su progenie. En este bajo mundo, el transparente mensaje de Ender no puede menos de ser bien recibido por todo monstruo humano que cifre su objetivo en imponerse y destruir formas de vida civilizada mediante la violencia. Aplausos con todas las extremidades por parte de Al Qaeda, ETA y sucedáneos. Como telón de fondo, el de la obra en cartel Cambio de eje estratégico, que consiste, no ya en la lógica alianza con el área del Pacífico, sino en un repliegue a posiciones contemplativas, coyunturales y tibias en las que el esqueleto de jerarquía de valores ha sido extraído para sustituirlo por manuales de Claudique sin esfuerzo.
No en vano el profundo cambio en la política estadounidense –y por ende en la Occidental en sentido lato- coincide con el anuncio de Obama del abandono de los proyectos de vuelos espaciales. Se echa el cierre a la exploración de otros planetas, al envío de hombres a Marte. La NASA se convierte en un parque temático para visitas de fin de semana. Ya no opera, como impulso primordial, la necesidad de ir más allá, del descubrimiento como meta y escalón del umbral siguiente. Se invierten los términos, y lo que importa es programar previamente rentabilidades. Hay un cambio de época, un giro hacia el propio barrio, el pensamiento se ha hecho más pequeño y, al pretenderse utilitario, condiciona la grandeza de la idea inicial sin la cual nada se dará luego por añadidura. Habrá pequeños actos encerrados en días y en presupuestos pequeños y condicionados a lo que una información epidérmica haga llover con mayor frecuencia y por mayor número de canales.
La España del siglo XX y principios del XXI es un gran botón de muestra del mecanismo de anulación de un gran trozo de la realidad, de impregnación de ceguera selectiva e impotencia inducida respecto a la normal capacidad de juicio de actos concretos. Pero el caso español es un retazo, adecuado para el análisis por su proximidad y concentración de los elementos, del muestrario. Los regímenes totalitarios inauguran el ensayo general de ese proceso, que perece necesariamente de éxito, cuando logra implantarse como movimiento líder bajo las doctrinas paralelas, de comunistas y nazis. A partir de ese punto, y tenazmente, contra toda evidencia, ya no existirá para millones de personas lo que sus ojos ven y su mente enjuicia. Considerarán que el material bruto resultado del pensamiento debe estar sometido a la criba y filtro de leyes sociales, de la Historia, de la Clase, del Mito de la Eterna Lucha Antifranquista, del Mañana Igualitario, de Imperialismo contra Pueblos, de Clan, Micronación, Relativismo, Raza. Los muertos de un tiro en la nuca sólo habrán sido asesinados cuando, como en el caso hispánico del millar víctima de la ETA, cuando el guión coyuntural les conceda ese rango, las personas castradas, violadas, fusiladas, robadas lo habrán sido según conveniencia del relato.
Esto no es sino una tesela en el inmenso mosaico del silencio bajo el que, pertinazmente, se ha enterrado a millones de seres humanos eliminados durante, por y en sistemas comunistas y socialistas, siempre llamados populares. Hasta el día de hoy (véanse estadísticas y libros de texto). Las mismas fuerzas que actuaron en gran escala y con la impunidad del movimiento nazi o soviético llegado al poder la primera mitad del siglo XX siguen vendiendo bien, aunque sea en porciones y retazos, la envidia y el rencor apenas maquillados de igualdad forzosa y pretensiones de ingeniería social. No existen las dualidades transcendentes, ni la eterna Lucha de Clases o el callejero editado desde el Más Allá para la Historia. Pero sí existen la tremenda fuerza de la primera pasión bíblica, la tristeza por el bien ajeno, y la costumbre de legitimar el robo y el expolio con la creación de clanes nacionalistas y morales nuevas. Probablemente en el Edén lo más engañoso en la actuación de la serpiente no fue la oferta de la manzana sino hacerlo, junto con el Conocimiento y el Árbol de la Ciencia, del Bien y del Mal, totalmente gratis, sin contrapartida alguna.
La doctrina bienpensante establece que la contemplación de la realidad exige claves previas las cuales, por su abanico reducido, eximen de la perplejidad, la incertidumbre y el esfuerzo de vérselas cara a cara con el mundo exterior y tener que forjarse juicios propios. La realidad es reaccionaria, cada cual habrá sido provisto de la previa explicación a ella. Ahora no se trata siquiera de silenciar la evidencia, de ocultarla, de hacerla invisible, sino de enseñar a la gente a que no la vea y, si la ve, que no la comente ni se extrañe, que actúe como si no existiera.