Yihadismo y nueva dualidad
El terrorismo islámico llega para ser coronado como Rey antisistema, la antítesis vengadora de Estados Unidos, adornado de la fascinante y simple pureza del guerrero que sólo aspira a matar y a destruir la organización existente, que ofrece la seguridad de un credo de sumisión absoluta, la embriaguez de esa forma suprema de placer que es el poder de infligir terror y sufrimiento. Ocupa el hueco de iconos ya ajados de las esferas comunista, anarquista y neonazi. (cap. 25 de «De la Transición a la Indefensión. Y viceversa»).La aparición, en carne y hueso, del enemigo perfecto de Civilización y Occidente, la Yihad islámica en todas sus formas de IS, Al Qaeda, Daesh, etc., es, de cierta manera, providencial como Gran Enemigo y era, desde luego, previsible. Porque su absoluta barbarie, cultivada por esas mismas élites europeas a las que hoy aterroriza y que durante décadas se han guardado de criticar sus actos y han armado unas contra otras a milicias sanguinarias, concentra en sí la percepción del Mal y presenta el riesgo para las sociedades abiertas de dejar libres y en la impunidad a los múltiples males, usuales, diarios, los que Hannah Arendt denunció de la forma más certera como consanguíneos del totalitarismo, es decir, la inhibición ante el delito, la silenciosa aceptación de la vileza por parte de las gentes del común, el ama de casa, el padre de familia, el vecino y los colegas, la cohabitación con la injusticia, el salvajismo y la estupidez criminal, de la que en España hay, por cierto, ejemplos clarísimos en el País Vasco. El IS se enfrenta a una rendición programada por incomparecencia del adversario, a un tupido telón no ya de acero sino de un material más consistente: la firme voluntad de no defender principio alguno excepto la exigencia de bienestar total o parcialmente gratuito. El Telón Acolchado, con aspecto de edredón confortable, sustituye al de Acero y limita un espacio ficticio que rasga a veces, con gran sorpresa de los inquilinos del recinto, el principio de realidad.
Ya tienen un dios al que orar los que sólo se preocuparon, tras el 11 S, de la reacción del Gobierno de Washington y el 11 de marzo de 2004 de utilizar en España, en uno de los casos de miseria política más vomitiva que se recuerdan, los muertos de una masacre para ganar elecciones. Había que ser antinorteamericano a toda costa. Y vender propaganda, ganar dinero y colocarse. La banalidad del Mal tiene hoy un peligroso aliado en el IS, a cuya cuenta pueden cargarse todo tipo de actos de terrorismo encubierto, golpes de Estado blancos o negros, eliminación de oponentes, agitación de la opinión pública. En su saldo es posible apuntar cualquier acción, cualquier amputación de las libertades, cualquier estado de excepción presentándolos como destinados a combatirlo. El Gran Satán de Oriente Medio impediría así, con la negrura de su brillo, percibir las dejaciones occidentales en la defensa de los derechos humanos, el vacío informativo sobre sistemas autocráticos y crueles en nombre de la diplomacia y el petróleo, la ausencia de condenas de una segregación femenina que supera a cualquier apartheid racial y rezuma como tinta de continuo en esas comunidades la inevitable violencia fruto de su modo mismo de vida. Son ya muchas décadas de silencio cómplice respecto a la regresión progresiva de toda el área islámica aplaudida desde Europa en nombre de alianzas de civilizaciones y relativismos culturales. Los jóvenes y no tan jóvenes no tienen ni idea de que lo que les presentan como comportamientos milenarios y rasgos poco menos que genéticamente determinados en el mundo árabe no son tal ni han sido tales hace cuarenta años, que por las calles pasaban las mujeres libres de los trapos que ahora las cubren desde la infancia, que países como Túnez abolieron la poligamia y dictaron una Constitución inspirada en la de Suiza, que Turquía rompió radicalmente con pasados califales e implantó el estado laico, que la dictadura del Shah de Persia, pese a serlo y a mantener su temible policía política, introdujo el derecho y obligatoriedad de la educación para las niñas y fue, con mucho, mejor que el régimen mimado por París que le sucedió. La Francia de las Luces sostuvo y aupó al poder a una teocracia siniestra, madre de todos los fundamentalismos, en la persona del ayatolá Jomeini, la Norteamérica faro de la Democracia armó en Afganistán a la flor y nata de los talibanes para frenar a la Unión Soviética, la Holanda del liberalismo total expulsó de su Parlamento y obligó a exiliarse a la etíope luchadora y crítica en sus denuncias de la segregación femenina Ayaan Hirsi Ali, la aristocracia periodística compitió en cobardía marcando distancias y descalificando sus actos y escritos en los obituarios de Oriana Fallaci, escritora incansable en la denuncia de la violencia islámica y en la valiente lucha por la libertad.
No hay “mundo árabe” sino turcos, bereberes, iraníes, egipcios que en su momento prefirieron identificarse con sus jefes de las tribus de Arabia. Hasta la actualidad, esa aristocracia de jeques saudíes ha impuesto y monopolizado la interpretación wahabista, la de la más extrema intransigencia, del Corán, y ello con impunidad completa gracias a su poder financiero, de forma que países como España y Francia aceptan que construyan en su territorio mezquitas mientras que a la inversa no se permite ni el menor asomo de libertad de cultos. La violencia, externa e interna, impregna la sociedad islámica como un cáncer, ha adquirido su máxima expresión y barbarie en el IS pero éste es el fruto lógico, exacerbado, de un proceso que ya hizo evidente hace años el retroceso en la situación de la mujer, tratado en Occidente como asunto menor. La más mínima segregación e imposición social y de vestimenta a la población femenina, sea pañuelo, chador o completo fúnebre de cabeza a pies, no se merece el menor respeto, la menor concesión, en nombre de religión y cultura, Y no porque sean muchos individuos y muy violentos los que lo practican es lícito ni decente contemporizar con tal estado de cosas y no llamarlo por su nombre, que nada tiene de halagador.
Sin separación religión/Estado y sin erradicación forzosa, desde la infancia, de la misoginia institucionalizada no hay civilización ni futuro algunos. La supuestamente árabe hoy es tan sólo el último mito totalitario, el de la Gran Patria Musulmana, la Umma, una fantasmagoría a efectos de propaganda y agitación. Nada valen las vagas esperanzas cobardes, cómodas y buenistas de progresivas y lentas evoluciones. En el mundo árabe, islámico, tal como se proclama, no hay lugar para el desarrollo, nada tienen que esperar los débiles sometidos a la fuerza más primaria, no puede haber ni asomo de Estados de Derecho en un conglomerado encerrado en confusas cárceles religiosas e incapaz de ver en primer lugar en sus propios actos al enemigo causa de sus desdichas y de su justificado y soterrado complejo de inferioridad. Hay cosas que no admiten componendas, como matar un poquito, estar ligeramente embarazada o disfrutar de democracia los días pares. Por muchos millones que se sea, no puede aspirarse a modernización ni mejora alguna si no separa religión y Estado, de forma que la creencia, o no, y la práctica del Corán pertenezcan exclusivamente a la esfera personal, privada y libre del individuo. Occidente los contempla con desánimo a causa de su número, que hace sentir como imposible la solución del problema que representan, porque parecen condenados a defender las rejas de su prisión.
La palabra “misoginia” no refleja adecuadamente el fenómeno del trato y consideración de la mujer en el área islámica. Se trata de algo ajeno a lo que se entiende en el mundo occidental por el término, no de una simple diferencia de grado. A lo que más se parece es a una enfermedad arraigada, como la peste, mezcladas psiqué y materia corporal hasta resultar indistinguibles como si de una infección contagiosa y endémica se tratara. El hombre aprende, se empapa de la certidumbre de que el cuerpo de la hembra es una fuente de impureza cuya visión, insinuación o roce le producirá secreción de suciedades que empañaran su limpieza viril. La mujer es carne, carne necesaria pero bien medida. La expresión de los que comentan la visión de las bañistas playeras es que ellas son “shish kebab”, es decir, pinchitos morunos, trocitos de ternera o cordero que llenan la boca de saliva. Ese cuerpo femenino hay que cubrirlo lo más posible, ocultar cualquier vestigio de la piel, no permitir que sus formas se marquen, no rozarlo ni menos aún saludar dándole la mano. Y esto desde la etapa de la vida más indefensa, que marca de manera perdurable,.desde la niñez, con pañuelos que nada tienen de folklóricos ni de vistosos si son obligatorios todos los días del año y condenan a no dejar ya jamás que el pelo sienta la caricia del viento y del sol. Esta lepra patológica sólo admite ser erradicada, con rapidez (cosa perfectamente posible; otras situaciones supuestamente milenarias se ha visto cambiar en meses) porque sólo con ella desaparecerá una fuente continua de violencia cotidiana nacida de una situación antinatura cuya frustración e irracionalidad buscan cauce, excusas y víctimas.
Pocos habrán expresado la situación del mundo islámico con la claridad, lucidez y valentía –que a los europeos les falta- del escritor sirio-libanés Ali Ahmad Said Esber, conocido como Adonis: Para él, sin separación entre religión y estado político, cultural y social nada puede lograrse. Es imposible hablar de revolución positiva, cambio de régimen, “primaveras árabes” sin que se libere a la mujer de la ley religiosa, se renuncie a la sharia, y se funden sociedades de individuos apoyadas en la defensa de los derechos humanos. Adonis ve a los árabes en plena regresión, impotentes para crear futuro e integrarse en el concierto de naciones libres, sumidos en el oscurantismo, la ignorancia, la agresividad y la misoginia. Podrían forjar una sociedad distinta, pero no sin separar religión y Estado y centrarse en el ser humano actual y concreto, no en el pasado, las tradiciones, los cultos. Adonis habla de los movimientos y personajes laicos, dentro de las sociedades árabes, que no han tenido apoyo ni por parte de Occidente ni, por supuesto, muy al contario, por parte de la rémora de los ricos países petroleros.[5]
Estamos de nuevo ante la cuestión del precio. Todo lo tiene, y no hay gratuitos progreso, humanización, mejor vivir sin conciencia clara del esfuerzo, actitud, cambio, peaje que esto exige, tanto para Occidente como para Oriente. Pero en el área “árabe” emerger a la superficie implica una batalla tan difícil como radical e imprescindible.