07/9/22

Breve Crónica de la Gran Nieve

Breve Crónica de la Gran Nieve

8 de enero de 2021

La otra acera se ha vuelto inalcanzable. Alguien se está empolvando furiosamente en las alturas. Una diosa particularmente mala sacude su vestido de lunares y éstos caen, incesantes, sobre losas y bordillos no acostumbrados a ello.

Impera, en segundo plano, tras la aparente inocencia de la ausencia de colores, la negra perspectiva de la condena a prisión por plazo indefinido.

Un señor con su perro, pequeño y muy bien abrigado, me ofrece su ayuda para atravesar la carretera tan carente de apoyo como un brazo del ancho mar. Acepto de inmediato.

El puerto del portal abre sus puertas.

Comienza la clausura forzosa.

9 de enero de 2021.

No amanece. Todavía no amanece. En cuanto baje el embozo el enemigo se me echará encima. La cama cálida es casa, iglesia, cueva, brazos amantes, hoguera ancestral con danza de chicos de la tribu.

Ofrecen seguridad y refugio Humphrey, mi edredón, y la espesa y protectora colcha-buti que me permite dormir cada día con el príncipe gracias a su bordado de castillo, caballero, dragón, doncella y toda la nómina, sin madrastra mala ni importunos enanitos.

 

08/1/21

Tiempo de Caciques- Madrid, julio de 2021

No espero nada.

No temo nada.

Soy libre.

Nikos Kazantzakis. Epitafio.

Escritor de Creta, Grecia. Un país orgulloso de  su historia, alegre, libre.

 

Tiempo de caciques.

Hubo un breve tiempo aceptablemente racional, de transición y confirmación del país moderno que de hecho España ya era.

Luego hubo un largo tiempo de chantaje, mayormente verbal, cultural y en el manejo de la opinión pública, destinado a crear un pasado de dictadura atroz, uniformemente satánica, que justificase la ocupación de grandes y rentables espacios por gentes sin méritos para ello.

Le siguió un tiempo de caciques, con voluntad de afincamiento eterno apoyado en mitologías, ancestrales, pasadas y futuribles ajenas a todo control y verificación.

No existieron, ni habían existido nunca, dualidades de perfectas maldad y bondad, jamás hubo dos españas más allá del discurso poético y del fácil recurso al simplismo verbal. Sí existieron, y existen siempre, por una parte, responsables de crímenes, robos, fraudes, asesinatos. Por otra, aquéllos más peligrosos a causa de su anonimato, mimetismo, voracidad y gran número, sin valía ni obra propia, dispuestos a vivir mejor y a costa de los demás alegando pertenencia a colectivos presentes, pasados o marcados por inescrutables designios de la Historia para cumplir los decretos del dios Futuro y su Mesías, encarnado en un bíblico Cobrador del Frac a cuyas puertas hace cola la inagotable cantera de víctimas de género, etnia, historia, número y caso. El planteamiento dual se traduce siempre en chantaje, extorsión y anulación de los hechos y derechos concretos del individuo concreto por parte del grupo depredador, que absorbe de la limitada y presente vida de las personas beneficios, poderes, haberes y territorios proporcionales al vasto robo del erario público. cultural y mediático, implantado afianzado y explotado, sistemáticamente por la gigantesca bolsa de clientelas en las que se asienta el sistema parásito.

Que la monumental excrecencia haya logrado en España imponerse como el ruido de una tamborrada se impone a la buena música y que las simples y profundas estupidez, ignorancia, mediocridad y envidia se erijan como norma sólo puede explicarse por la aquiescencia implícita o explícita de una gran parte de la población a lo que objetivamente es malo, ridículo, ruinoso, absurdo y falso. Ni hay dos Españas ni ha habido un absoluto Mal encarnado hasta 1975 en una dictadura sin la cual hubiese imperado una república parangón  de dicha y libertades. Lo que sí hubo sin lugar a dudas durante los años siguientes fue un país como los otros que se propuso y logró resolver múltiples conflictos. Existió un tiempo de altura de miras, realidad y desprendimiento, imposible de concebir ni tolerar por los grupos ávidos de apropiarse de lo que por sí mismos no hubieran conseguido jamás.

Vino el largo tiempo de chantaje, la fabricación del monstruo dual, el montaje póstumo de defensores de la Luz y del Bien, el tiempo en el que la sola inclusión verbal en derechas, fachas, burgués, franquista, reaccionario significaba ostracismo social y económico. Desaparecieron la realidad, la educación, la historia, la lengua, el territorio nacional, la igualdad ante las leyes, hasta extremos que precisamente por su insólito nivel de irracionalidad y estulticia resultaban inatacables y producían desde el exterior reacciones entre la indiferencia ante lo inane y la hilaridad por lo ridículo, mezcladas con la conmiseración que despierta en el foro internacional  el pobre actor que cree llenar con deslumbramiento estético el escenario y paga a la clá los aplausos.

Lejos de ser el valiente pueblo español que muchos quisieran creer, la mayor parte del  manso público local digiere sin el menor esfuerzo, sin incomodarse siquiera por el tamaño, olor y sabor de las píldoras, las mayores necedades, los más flagrantes absurdos, las más patéticas sumisiones a la irracionalidad, las injusticias más obvias, la impunidad de los delitos. Deglute, mientras no falte el pienso, como integrados en el menú cotidiano la mentira continua, la impunidad como norma, la desaparición bajo sus pies de lo que llamaron país que sólo se ha vuelto un remedo fallido de tal, una patética anomalía, el único sin posibilidad de exhibir en numerosos territorios bandera ni símbolos, de emplear ni estudiar la lengua española y donde no hay ciudadanos con derechos y deberes iguales sino un amasijo de clientelas y caciques que compran la fidelidad de sus mesnadas a golpe de fabla, habla, sexo, distribución generosa de aprobados en ignorancia, falsos diplomas, doctorados ficticios, cátedras y bachilleres inexistentes y erradicación de la libertad, el saber y la memoria. Tendidos quedan en el campo de batalla gramática, semántica y sintaxis, repartidos como botín  de los asaltantes las infelices vocales y los desdichados morfemas.

La liturgia es estricta, con premios a la repetición de jaculatorias de los nuevos y cómodos dioses y excomunión, oprobio y anatemas hacia los disidentes. Es un olimpo creado a imagen y semejanza de sus profetas, compuesto por Futuro, Online, Planeta, Verde y, en fin, con soma[1] a discreción pagado por Benefactores sostenibles, lejanos, virtuosos, virtuales, planetarios, climáticos y telemáticos. Son dioses cuya fuerza precisamente reside en que no existen, en que en lo inmediato, en el concreto vivir de las personas concretas, carecen de entidad. Su responsabilidad se proyecta en una dimensión fuera, en la práctica, del espacio y del tiempo, sin apelación, responsabilidades ni reclamaciones por daños ni denuncias por fraude, lo que permite a los gestores del tiempo de caciques la mayor impunidad que imaginarse pueda, la barra libre de condena a los disidentes, la imposición continua de realidades ficticias y de inapelable superioridad moral. Es religión que otorga a su clero, muy en este mundo, derecho de control, manipulación, cohechos, la apropiación legalizada de cuanto desee, la agresión cuando y a quien plazca, según la momentánea conveniencia del Cacique Máximo, aderezado y diseñado éste, como en la antigua filmografía del salvaje Oeste, según el mudable criterio de venta de imagen del sheriff. No existe blindaje comparable al del régimen que apela a esos nuevos dioses de obligada obediencia y que se beneficia de la sonrisa, entre condescendiente, burlona y cómplice, de los dirigentes de democracias auténticas con ciudadanos reales.

Nunca hubo control de la población mayor, indefensión semejante del individuo que carece del apoyo de las mafias legalizadas, sociopolíticas. En comparación, la vieja dictadura era, en la vida privada, mucho más libre.. En 2021 el sistema sabe todo de todos, puede arruinar al individuos cuando lo desee, se está a años luz de la igualdad de derechos y deberes. La tranquilidad, bienestar, los ingresos de los que se goce dependen de la adhesión implícita o explícita a los mantras de las nuevas religiones laicas, del pago de infinitos diezmos y primicias a su parroquia, de la obediencia al clero de los nuevos dioses y de la aceptación de los juicios de valor que ellos impongan. Se está sometido diariamente a una ducha de consignas sobre qué vida llevar, qué comer, qué decir, qué pensar, qué escribir, cómo ser bueno, aceptado, guapo, sano, joven, fuerte, con una injerencia en la vida personal que sólo en las dictaduras totalitarias -comunistas y nazis- se recuerda, con la salvedad de que la actual, gracias al empleo espurio y malsano de las tecnologías, es infinitamente más eficaz, inapelable, ubicua, absoluta.

Por lo tanto, nunca el conglomerado parásito ha tenido a su disposición botín más fácil, más indefinido ni más rentable: España es un ejemplo de manual: Un país entero, con sus instituciones, empleos, subvenciones, leyes, cargos. No hay negocio mejor ni más impune que la instauración, siempre bajo cobertura de supuesta democracia europea, de un Gobierno de parásitos sostenido por terroristas de carrera, jefes sólo expertos en crear y justificar tribus, vendedores de rentable victimismo y cabeza visible de un Presidente Figurín jamás votado en elecciones generales y encargado del reparto de dádivas. Cuando no se le llama ya miedo al miedo la dictadura es inatacable y se trata de un sistema nuevo, moderno, mediático, de caciques supeditados al filtro online y de ciudadanos que han optado por dejar de serlo.

Es el tiempo del mínimo común denominador, del rancho barato o gratuito aliñado con servilismo y cobardía en el mejor estilo, remozado, de Los Santos Inocentes[2]. A fin de cuentas entre el propio campestre utilizado como perro de caza y el propio 2021 que acepta sin rechistar una lluvia de decretos, normas y órdenes jupiterinas aprovechando, sin asomo de consulta parlamentaria, un impuesto y turbio estado de alarma sólo median las formas, no la disposición de los súbditos. El virus ha venido a potenciar la vocación de vasallo y servidumbre, la decidida y probada, mientras no se demuestre lo contrario, opción de buena parte de la población hispana por el dueño tribal, que ahora nombra a sus mujeres y a las de sus pretorianos ministras y catedráticas .El resultado del desguace es la prueba, enmascarada por los juguetes tecnológicos, de la posibilidad de las regresiones y de la veloz, acelerada lejanía del país que ya no es y que pudo ser.

Rosúa (Madrid, 28 de julio de 2021)

[1] Soma: Droga repartida a los individuos en la novela de Aldous Huxley Un mundo feliz.

[2] Miguel Delibes, novela. 1981. Película de Mario Camus 1984.

 

 

06/7/21

Homenaje al homeless

HOMENAJE AL HOMELESS (En inglés persona sin techo)

 

La acción ocurre en un aeropuerto de Londres, llegadas internacionales, junio de 2021.

Los cansados viajeros hacen cola ordenadamente para que, pasados los controles de inmigración, policía y sanitarios, puedan acceder a Gran Bretaña, en la versión reducida que el Brexit impone, y tomar sus vuelos internos de correspondencia. Hay retraso y, parafraseando en versión light a Mao Tse-tung, cierto desorden bajo los cielos.

Visión profética de una terminal de aeropueto

Inglaterra remoza el rule Britannia y decide marcar al orbe su diferencia: Sólo entrarán los que muestren pruebas innumerables, antes, durante y semanas después del vuelo, de que no están infectados por el virus maléfico, ese germen de una gripe virulenta regalo del todo a cien chino que ha sembrado en la antaño libre Europa (y en el resto del Globo) la plaga de la más completa sumisión, del Estado de Sitio a la carta de intereses políticos, de la desconfianza y miedo al semejante y de la certidumbre para los gobiernos del poder sin límites respaldado por el pálido terror a la muerte.

«1984» en un teatro de Londres. Orwell siempre actual.

Justo cuando la muerte estaba tan olvidada, cuando era de tan mal gusto aludir a la ineludible fecha de caducidad de la vida, cuando las matanzas, hambrunas, estúpidas guerras, crímenes terroristas sea ocurrían lejos, sea se hacía cuanto era posible para que se olvidaran o disolvieran en la adoración de dioses abstractos, sin relación con el individuo concreto de aquí y ahora, dioses nuevos tan lejanos como inapelables: El dios Futuro, el dios Planeta, el dios Verde, el dios Climático, el dios Género. Nunca los dictadores, los totalitarios y sus aprendices dispusieron de liturgia, ritos y parroquias más cómodas.

Vino, además, como otras veces pero repleto el cargador de infinitamente más impunidad y miedo, el virus del Celeste Imperio, cabalgando en las máquinas del Apocalipsis, plantando los cascos sobre individuos encerrados y abrumados que ya no contarían como tales y pasarían a ser estadísticas, cifras, franjas de edad, potenciales enemigos.

El homeless hacía cola en el aeropuerto, provisto, como único bagaje, de su tarjeta de identidad británica. ¿Dónde están sus pruebas, documentos preceptivos, abundantes certificados, todos adquiridos y luego enviados al móvil con profilaxis exquisita, paquetes de test dejados en el descansillo para que no haya contacto físico ninguno, batería de prescripciones legales que permiten o impiden la entrada en el país?

-No tengo dinero para pagarlos.

En la cola de cansados y hambrientos viajeros (porque tampoco la profilaxis permite que el bar ni el avión suministren comidas o bebidas) comienza a cundir la impaciencia, aún moderada por la reserva británica.

El bobby (guardia inglés) mantiene la flema que de él se espera. No en vano recibió su bautismo de fuego en horas de soportar, a pie firme, la curiosidad de los turistas. Recorre la cola una ondulación de indignación contenida y temor a perder las conexiones mezclada con inconfesables deseos de que se elimine, de la manera que sea, al homeless y con todavía menos confesable envidia respecto a ese tipo que no ha pagado nada ni ha hecho nada de lo que ellos han estado obligados a hacer.

El guardia, esfinge añil y afanosa, apunta en su librera y pasa al apartado siguiente:

– ¿Dónde pasará usted la cuarentena? ¿Domicilio?

– No tengo domicilio.

La onda, en la cola, se manifiesta en toses, carraspeos, arrastrado de pies, miradas ansiosas hacia el reloj, el panel de vuelos y el lavabo.

El homeless parece compadecerse, reflexiona. El bobby repite su pregunta;

– ¿Domicilio? Debe darme un domicilio.

– Bueno, tal vez vaya a casa de unos amigos….

El bobby apresta bolígrafo y libreta, olvidado, por lo crítico del momento, de las ventajas del online y del programa informático que debería contemplar, pero no lo hace, la situación.

– ¿Dirección de sus amigos? ¿Calle? ¿Teléfono?

– …Es que es posible, muy posible, que no estén…O que no les venga bien alojarme. De hecho, hace tanto tiempo que no los veo…

El bobby deja caer el bolígrafo, pero no la mecánica del procedimiento.  En la cola cunde ya el franco desánimo de las irremediables catástrofes. Mientras, la sala se ha ido vaciando de otros empleados y de viajeros. A nadie se puede recurrir, los mostradores son lanchas de salvamento vacías, abandonadas por capitanes de líneas aéreas insensibles al hambre, sueño, cansancio, sed de los viajeros que empiezan a plantearse cómo se sentirían los leprosos en su lazareto medieval. Alguien, que pretendió alegrarse el viaje antes de comenzarlo con dos whiskeys, sueña con un inmediato futuro de reducido grupo de personas que deambulan en la soledad nocturna de calles sin comercios ni restaurantes -ubi sunt los pubs?- y van cayendo junto a las puertas cerradas, no víctimas del virus, sino del desfallecimiento y la repugnancia que leen en los ojos de los escasos semejantes.

– ¿Otro domicilio?-insiste el bobby.- ¿Su familia?

– – Mi madre. La casa de mi madre.

Corre por bobby y cola un hálito de esperanza.

-….pero mi madre ha muerto.

Desesperación general.

By by mi vuelo

Para colmo, el homeless no despierta compasión alguna. Es un hombre en la treintena, bien parecido, con aspecto de moderada salud, ni escuálido ni andrajoso. Ha, visiblemente, decidido vivir al margen. El reducido grupo de viajeros que ha ido quedando en la sala desierta le desea, fervientemente en el fondo de su corazón, aunque nunca dejarían tal deseo sobrenadar hasta la superficie de su conciencia, que coja el coronavirus, que lo pase muy mal, que vague por calles inhóspitas y sórdidos garitos, que, si no tiene dinero ni trabajo, pase hambre. El homeless no es una incomodidad, es un insulto, una visión de que hay libertades, que se pagan a muy alto precio, que les están vedadas. Como si el hombre sin casa ni dinero poseyera llaves que ellos ignoran, que ellos de ninguna manera querrían usar pero que ponen en tela de juicio el perfecto armazón de seguridades, de tarjetas de crédito, de relaciones influyentes, clanes familiares, clanes bancarios, Uno de los frustrados viajeros, que ha perdido por culpa del retraso su vuelo doméstico, se siente, y lo manifiesta, particularmente indignado, derrocha educada elocuencia con cuanto empleado atisba, apenas ninguno. Él es un británico que acaba de perder, además del vuelo, la ocasión de materializar de forma inesperada su vocación de auxilio social a los desfavorecidos que ha ejercido desde la adolescencia en diversas organizaciones benéficas, muy bien reglamentadas, y que se indigna y predica contra las injusticias y la pobreza en el mundo. Justo es reconocer que este desfavorecido no  parece acomplejado por ello y, tras ser conducido por el bobby a la puerta del aeropuerto como única opción a la excepcionalidad del caso, se funde con el silencio de las ocurras calles de la periferia de Londres. El inglés con fuerte vocación benéfica continúa pidiendo justicia y asistencia para él y su pareja sin el menor éxito. Su compañera, una dama con sentido práctico y de posibles, lo rescata y conduce al alojamiento que les permita tomar, al día siguiente, otro vuelo.

Entrar en Londres y después morir

Estamos en junio, no hace demasiado frío y las noches son cortas. El homeless camina sin prisas Si llueve será un chaparrón; ya se meterá en algún sitio. Está en el país en el que, finalmente, como suyo, no puede negarse la entrada a un individuo. Está en casa.

Todavía tú estás.

ROSÚA

02/24/21

EL OTRO CEMENTERIO

EL OTRO CEMENTERIO

Madrid, 20 de febrero de 2021

Algo ha ocurrido. Y que ocurra algo, que haya cambios generales, espectaculares, insólitos en un lugar tan estático como un cementerio es llamativo, extraño. El bien conocido cementerio sur, acceso por la carretera de Toledo viniendo desde Madrid, al que R. acude con regularidad, tres o cuatro veces al año, a visitar la tumba de su abuela y sus padres ofrece ese sábado de finales de febrero una imagen desconocida. No son fechas señaladas de Difuntos, días de la madre, o del padre, ni de melancólico recuerdo navideño. Es una fecha cualquiera de dos años por las cuatro esquinas tristes, de rendición física y social, de un guiso revenido de cobardía cotidiana, de retroceso, de mercenarios y cacique.

2021 Memorial Víctimas del Covid. Madrid. Cibeles

Nada de esto debería advertirse en el cementerio, el lugar que planea sobre las agitaciones de las marejadas externas, que se sitúa en el vasto territorio de la nada y la indiferencia, donde los recuerdos son, como las flores, presencias pasajeras rápidamente disueltas por las horas, los días, los años, el viento, la lluvia.

Y sin embargo ha ocurrido. Todo alrededor, en suelo, nichos, lápidas. El cementerio se ha llenado, fuera de época y en muy mayor medida que lo que nunca ha visto la visitante, de pruebas abrumadoras de un súbito aumento de población y de apresuradas ofrendas, tanto que multitud de ramos, papel para envolverlos, coronas, guirnaldas, hierbas, tallos, flores naturales y de plástico, ramas marchitas, ruedan por el suelo, yacen donde los dejaron con apresuramiento y quizás desconcierto de la notificación inesperada. El lugar es un complejo hotelero en pleno overbooking, desbordado por la ola imprevista de nuevos visitantes para larga estancia y por otros que, sin esperarlo, se han visto obligados a recorrerlo, a dejar ese ramo que lleva el viento de esquina en esquina, a buscar inútilmente agua, servicios limpios, escaleras movibles que les permita alcanzar nichos en lo alto. Fuentes y grifos están secos, las escasísimas escaleras de ruedas son viejos y pesados artilugios cuya escasez habla de la mísera consideración que hacia ésos que no votan tiene el erario público. Cubre el suelo la ola de papel, plástico y planta marchita, y nichos y lápidas ofrecen una inesperada, espectacular y decorativa floración de pétalos un tanto polvorientos, aún respetados por los vendavales, todavía no reducidos a sarmiento y pavesas.

El silencio del cementerio sur habla a grandes voces. Bajo él y hacia arriba se filtra hasta la superficie el cementerio amordazado, encarcelado, escondido bajo la máscara de cemento, no de hierro, en la celda oficial donde se espera que nadie nunca lo encuentre, que solamente se hable, ocasionalmente, de cifras, fortalezas, votos y victorias. El otro cementerio sabe de verdugos con corbata roja, de sicarios que nunca dejaron sobre sus lápidas una flor, de una masa que coreaba “el miedo es libre” y ha pulido, de nuevo, la superficie de las tumbas con su temor, su sumisión y su silencio. El otro cementerio está en pendiente. Por ella ruedan, atropellados, los marcados por la estrella amarilla de la nueva peste que, más letal que en sí la pandemia, figura en las fechas de su carnet de identidad y establece que su estancia en el mundo de los vivos ya no es rentable y dejarlos morir es lo más sabio.

El cementerio sur ya no es un lugar apacible. Es pobre, abandonado y, al tiempo, visitado en exceso, en estancias cortas de personas aún sorprendidas por una definitiva e inesperada ausencia. Repentinamente habitado por inquilinos inmóviles e indefensos que estarán diez, cien o quizás más años. Nunca, nunca, citado por los que tocaron poder y dinero empinándose sobre el borde de sus lápidas, por los que impusieron a los vivos la especial servidumbre de la certeza de su impotencia

El otro cementerio aflora, bajo el peso de los recién llegados y de la historia de oscuridad, de ocultación y criminal engaño que cada uno arrastra. Uno tras otro hablan de abandono, en cada nicho hay alguien que escupe una corbata roja. Y ya no hay el silencio, o es muy otro.

NOTA BENE:

[1] Durante la pandemia de 2020, en España, el Presidente del Gobierno, que había llegado a él por una moción de censura y no por elecciones generales e instauró un Estado de Alarma que desmovilizaba a la población, lució un día tras  otro, mientras la gente moría, corbata roja con el fin de que no se asociara su imagen a los millares de fallecidos ni a signo triste alguno. Ni él ni su Vicepresidente, el cual estaba nominalmente a cargo de asuntos sociales, visitaron las residencias de mayores, donde hubo mortandad masiva, ni los hospitales ni los cementerios. El esfuerzo oficial se centró en la propaganda mediática y en mantener, de forma indefinida, acobardados, empobrecidos y dependientes a los ciudadanos. El clan así instalado en el poder se afianzaba en él, copando todos organismos del Estado mediante apresuradas leyes de excepción y lluvia de nombramientos de clientelas, y quemaba etapas hacia un populismo totalitario presidencialista,

Rosúa