06/18/23

Solsticio de verano de 2023.

Solsticio de verano de 2023

Eran los bordes del solsticio de verano de 2023, un año, unos años en el que las inquietudes, los turbios acontecimientos y perspectivas parecían reflejarse en el cielo y que, a la inversa, en el cielo se enfrentaban, como los dioses mitológicos, fuerzas opuestas, sin suaves transiciones, conquistando, perdiendo y reconquistando cada cual sus territorios . Lanzaban quizás mensajes a los cuerpos de los humanos, blandos, perecederos y sumisos que se traducían en tensión, desazón, dolores, desconcierto. Pero los seres de abajo, frágiles como las hojas, no comprendían su lenguaje, buscaban respuestas en el pasado y en el futuro. Nunca en el presente y en sí mismos. Eran los bordes de la mala época, de los límites de huidas imprecisas y exhibición de falsos culpables, incluidos los seres inanimados, las lluvias, los rayos y las piedras Los hombres añoraban los sacrificios, los ofrecían incluso, con pertinaz, lenta y disimulada eficacia, haciendo penosa, ardua y desagradable la vida de los menos fuertes. Y todo era igual y nada era lo mismo.

En el borde mismo del solsticio Una nube brotada del cielo azul se rompió en miles de cristales, con el estruendo de un tambor de guerra, y cubrió con su nieve endurecida en las alturas el suelo, los aleros y las terrazas de las casas. Anteriormente aquel ejército, antes manso, algodonoso, se había alzado en sólidas columnas verticales, prolongado su cuerpo central con una banda semejante a una enorme estrella fugaz, cambiado su ruta acostumbrada, que ya no era de oeste a este sino a la inversa o hacia el norte desde el sur. Con una extraña e inquietante sonrisa a veces el cielo lucía, muy lejos del Sol y sin curvatura, un retazo de arco iris, otras se negaba una y otra vez a la limpidez propia de la época, tronaba como Júpiter en el horizonte augurando males imprecisos, exhibía calores cortados de repente por soplos de un aire otoñal.

 

 

Los augures hubieran sido felices de hacer coincidir los signos celestes con la caída del que se quiso, en un lugar llamado España, César del siglo XXI sin pasar de un gran remedo de cartón piedra empapado del combustible de la propia vanidad propio para atraer los rayos.

Eran días, meses, años irregulares, extraños. Algo había retrocedido al tiempo que se daban enormes saltos hacia el futuro y los antes astrólogos llegaban realmente a los planetas. Llanuras invisibles se iban llenando de corazones que no soportaron el ritmo de la carrera ni su propia exclusión. Alguien se levantó de la cama, en el pequeño planeta Tierra, desalojado de su sueño bajo la ligera sábana por un soplo de aire frío tan inesperado en el cálido comienzo del verano como el aleteo insistente de una golondrina en plena mitad de la noche. Fuera, de repente, una gran lluvia. El verano ha desaparecido, como el recio y crudo invierno, al que un pertinaz cielo arenoso mantenía secuestrado en una de las muchas cuevas dejadas vacantes por la retirada de los Inmortales

 

 

Desciende de las nubes que ahora se abren en abanico, en surtidor, la incertidumbre reflejo de la que corre por el suelo en pequeñas corrientes sin fundirse en caudal alguno. Y pasan, recortados por un lienzo bajo de blanco-gris, pájaros color tinta a razón de un cuadro por segundo.

Rosúa